La Comedia humana. Escenas de la vida política. Volumen XIII. Honoré de Balzac. Hermida Editores, 2021. Traducción de Aurelio Garzón del Camino |
Nuevo volumen de la edición integral de La Comedia humana, que incluye las cuatro obras que componen la serie "Escenas de la vida política".
Un asunto tenebroso
Une ténébreuse affaire fue publicada en 1841 e incluida en La Comedia humana en 1846. Primera novela de tema exclusivamente político del ciclo, que toma la forma de novela policíaca y de espionaje, se centra en la conspiración monárquica contra Napoleón y en los cambios de bando del todopoderoso ministro Fouché con respecto al Emperador. Entre los personajes ficticios, la mayoría de ellos inspirados en personas reales, se encuentra Corentin, futuro jefe de la policía política, presente también en Los Chuanes, Esplendores y miserias de las cortesanas y Los pequeños burgueses.
Los cambios de dirección de la historia de Francia a finales del siglo XVIII y principios del XIX ―Ancien régime, Revolución, Terror, Consulado, Imperio...― fueron tan vertiginosos que aquellos que querían formar parte del bando ganador debían estar muy atentos si no querían perder pie ―Fouché fue, tal vez, el ejemplo paradigmático de capacidad de adaptación―: quien no era veloz en sus afiliaciones, corría el peligro de ser acusado de traidor; quien no cambiaba la naturaleza de sus relaciones, de espía.
Los vaivenes políticos de una época tan convulsa tuvieron su reflejo, en la escala correspondiente, en la política local y en las relaciones entre los distintos actores de cada facción; los grandes temas que se dirimían en los centros de poder de París se conviertían, a nivel local, en rencillas personales y familiares de mucha menos importancia pero de mayor ensañamiento.
«Pertenecía a esa porción de monárquicos que han guardado eternamente el recuerdo de haber sido maltratados y robados, que permanecieron mudos, ordenados, rencorosos y sin energía, pero incapaces de ninguna abjuración, así como de ningún sacrificio; siempre dispuestos a saludar con alborozo la realeza triunfante, amigos de la religión y de los sacerdotes, pero decididos a soportar todas las afrentas de la desgracia. Esto no es ya tener una opinión, sino ser testarudo. La acción es la esencia de los partidos. Sin inteligencia, pero leal, avaro como un campesino, y, sin embargo, noble de maneras, atrevido en sus deseos, pero discreto en palabras y en actos, sacando partido de todo y dispuesto a dejarse nombrar alcalde de Cinq-Cygne, el señor de Hauteserre representaba admirablemente a esos honorables gentilhombres en cuyas frentes ha escrito Dios la palabra polillas, que dejarán pasar sobre sus casas solariegas y sus cabezas las tormentas de la Revolución, que se volverán a levantar bajo la Restauración, opulentos con la posesión de sus ahorros escondidos, orgullosos de su adhesión discreta, y que volverán a marchar a sus tierras después de 1830».
La estratificación social ―la Revolución acabó con los antiguos privilegios, pero los nuevos, a menudo en las mismas manos que aquellos, los sustituyeron con una sorprendente facilidad y rapidez― se hace patente en la relación de los individuos de cada clase con la conspiración: las clases más desfavorecidas son las encargadas del trabajo sucio y de proteger, si hace falta con su propia vida, a la nobleza y a las personas con altas responsabilidades; unos pagan con su vida la traición al régimen, mientras que los otros encuentran siempre subterfugios ―a veces facilitados por las propias autoridades― para evadir sus compromisos o que las consecuencias de sus actos recaigan sobre los eslabones más débiles de la conspiración.
En cuanto a los bandos enfrentados, si bien es cierto que el poder se mantiene en manos de los representantes de la jerarquía política, así como los medios materiales y humanos, apoyados por aquella parte de la población que ha acumulado quejas contra la nobleza rural, las gentes a la que esta favoreció o, simplemente, colocó en situación de privilegio, se convierten en su más fiel aliada, dispuesta a arriesgar su vida o su posición para defenderla; es una fidelidad a toda prueba con la que el bando oficial jamás puede contar entre sus filas.
La trama política planteada por Balzac, que queda resuelta, en un primer momento, con el perdón del Cónsul, en vías de ser entronizado Emperador, como medida de gracia para con los sediciosos, comparte protagonismo con la rivalidad amorosa de dos gemelos por su prima, todos enrolados en el bando monárquico, del que ella es un personaje destacado; un asunto que ocupa a ambas familias y que les hace olvidar los viejos antagonismos con los vecinos partidarios del Emperador: Napoleón ha perdonado, pero la hostilidad vecinal de sus partidarios persiste.
«―Seguís considerando los dominios de Gondreville como vuestros y reaviváis así un odio terrible. Veo, por vuestro asombro, que ignoráis que existen contra vosotros malas voluntades en Troyes, donde se recuerda vuestra valentía. Nadie se oculta para referir cómo escapasteis de las búsquedas de la policía general del Imperio, los unos alabándoos y los otros considerándoos como enemigos del emperador. Algunos secuaces se asombran de la clemencia de Napoleón con vosotros. Esto no es nada. Habéis burlado a gente que se creían más astutas que vosotros, y los subalternos no perdonan jamás. Tarde o temprano, la justicia, que en vuestro departamento depende de vuestro enemigo el senador Malin, pues ha colocado en todas partes a gente suya, incluso los oficiales ministeriales; su justicia, digo, se alegrará mucho al encontraros comprometidos en un mal asunto. Un campesino os provocará en sus tierras cuando estéis en ellas. Vosotros llevaréis armas cargadas, sois de genio vivo, y una desgracia sucede rápidamente. En vuestra situación es preciso tener cien veces razón para no tener culpa».
Un episodio bajo el Terror
Balzac retrocede quince años en la historia de Francia y ubica Un episodio bajo el Terror (Un épisode sous la Terreur, 1842) en los aciagos días de ese período revolucionario gobernado por Maximilien Robespierre al mando del Comité de Salvación Pública, entre el 5 de septiembre de 1793 y el 28 de julio de 1794; fue publicada por primera vez, como obra independiente, en 1842, e incluida en La Comedia humana en su edición de 1846.
Después del ajusticiamiento de Luis XVI, la vida en París, epicentro de la Revolución, se convierte en un asunto peligroso no solo para los restos de la nobleza del ancien régime, sino también para cualquier ciudadano que hubiera tenido alguna relación con aquella; sin embargo, el peligro más imprevisible lo encarnan las consecuencias de las denuncias, a menudo anónimas, formuladas por sujetos sin escrúpulos que o bien buscaban resarcirse de antiguas afrentas o, simplemente, codiciaban lo ajeno. No hay duda de que el apelativo de Terror está justificado por los miles de ciudadanos represaliados y ajusticiados. Pero no debía ser menos terrorífica la sensación de inseguridad acerca de cuál debía ser la conducta adecuada y de ver en cada vecino a un posible denunciante.
«Hay una indigencia que los indigentes saben adivinar. El pastelero y su mujer se miraron y se mostraron mutuamente a la anciana, comunicándose un mismo pensamiento. Aquel luis de oro debía de ser el último. Las manos de la dama temblaban al ofrecer aquella moneda, que contemplaba con dolor y sin avaricia, pero parecía conocer toda la magnitud del sacrificio. Sobre aquel rostro estaban grabados el ayuno y la miseria con rasgos tan legibles como los del miedo y de las costumbres ascéticas. Había en sus vestidos vestigios de magnificencia. Era de seda deslustrada, un manto limpio, aunque gastado, encajes cuidadosamente zurcidos, ¡los harapos de la opulencia, en una palabra!».
Ese terror, unido al provocado por la rotura del aislamiento conventual y la salida a un mundo incomprensible e intraducible, es el que embarga a dos ancianas monjas que salvaron milagrosamente la vida en el asalto a su monasterio, junto con un sacerdote que también pudo escapar de la persecución, y se refugiaron en un inmueble de mala muerte de un barrio periférico; la llegada de un desconocido con una insólita petición alterará la vida de estos ancianos de una forma que no pueden sospechar, menos aún cuando conozcan su verdadera identidad.
Z. Marcas
Publicada por primera vez en 1840, Z. Marcas fue incorporada a La Comedia humana en su edición de 1846; temporalmente, se ubica en el reinado de Luis-Felipe de Orleans (1830-1848), la llamada Monarquía de Julio, una época especialmente dura para la población con pocos recursos económicos. El papel narrador es encomendado a Charles Rabourdin, hijo de Xavier Rabourdin, personaje de Los empleados, vecino de Zéphirin Marcas mientras aquel cursaba estudios de derecho, que tiene una curiosa teoría acerca del nombre del protagonista.
«¿No advertís en la construcción de la Z una marcha entorpecida? ¿No representa el zigzag aleatorio y fantástico de una vida atormentada? ¿Qué viento ha soplado sobre esa letra que, en cualquiera de las lenguas en las que está admitida, apenas si gobierna cincuenta palabras? Marcas se llamaba Zéphirin. San Zéphirin es muy venerado en Bretaña. Marcas era bretón. Seguid examinando ese nombre: ¡Z. Marcas! Toda la vida del hombre de encuentra en la reunión fantástica de esas siete letras. ¡Siete! El más significativo de los nombres cabalísticos. El hombre murió a los 35 años, su vida se compuso de siete lustros. ¡Marcas! ¿No os asalta la idea de algo precioso que se rompe en una caída, con o sin ruido?».
Z. Marcas es, probablemente, una de las novelas más pesimistas de Balzac, que contrapone en ella la maldad innata de las gentes que detentan el poder político y económico a la bondad de ciertas personas excepcionales cuya incorruptibilidad les condena a la pobreza y a la exclusión.
Balzac, siempre hábil en la construcción de ambientes, ejecuta un ejercicio de acumulación en negativo cuando hace presentar al narrador su situación económica, precaria y apurada, y la contrapone a la de Marcas, infinitamente peor, en una nueva versión del fragmento de los dos sabios del calderoniano La vida es sueño, como si la vida y el desdichado final del vecino fuera un oráculo en el que el estudiante puede vislumbrar su futuro.
«Marcas, nuestro vecino, fue en cierto modo el guía que nos llevó hasta el borde del precipicio o del torrente, que nos lo hizo medir y nos mostró por adelantado cuál sería nuestro destino si nos dejábamos caer en aquel. Fue él quien nos puso en guardia contra las dilaciones que se contraen con la miseria y que la esperanza sanciona, aceptando situaciones precarias desde las que se lucha, dejándose arrastrar por el movimiento de París, esa gran cortesana que os toma y os deja, os sonríe y os vuelve la espalda con la misma facilidad, usando las más firmes voluntades con esperas capciosas, situaciones en la que el infortunio está mantenido por el azar».
Individuo de una inteligencia notable y una probidad incuestionable, Marcas fue represaliado por un ministro al que no quiso seguir el juego y a quien denunció a la opinión pública, cuando este recuperó, con malas artes, su influencia en la esfera política. Balzac muestra su faceta más moralista y acaba componiendo un verdadero homenaje a la honestidad.
«Asqueado de los hombres y de las cosas, cansado por la lucha de cinco años, considerado más como un condottiere que como un gran capitán, acuciado por la necesidad de ganar[se] el pan, lo que le impedía ganar terreno, desolado ante la influencia de los escudos sobre el pensamiento y abocado a la más terrible miseria, se había retirado a su buhardilla, ganando en ella franco y medio diario, la cantidad estricta para cubrir sus necesidades».
El diputado de Arcis
Planteada por Balzac como la continuación de Un asunto tenebroso, Le député d'Arcis quedó inconclusa a la muerte del autor; parece que su intención era ubicar la acción en la convulsa época que terminó en 1848 y especular acerca de la reconciliación definitiva entre todos los franceses de cualquier bando.
Simon Giguet, hijo de un militar y de familia acomodada, prepara la candidatura a diputado por su distrito al tiempo que su padre y su tía intentan buscarle un buen partido que contribuya con una buena renta al realce de su posición social. Con el fin de dar a conocer al candidato a algunos electores ―hay que recordar que el sufragio no era universal, solo votaban aquellos ciudadanos que habían comprado su derecho al voto― y medir sus fuerzas para la confrontación electoral, sus mayores organizan un encuentro doméstico con el fin de que Simon exponga sus ideas.
«La escena está escrita para enseñanza de aquellas comarcas que son lo bastante desgraciadas para no conocer los beneficios de una representación nacional, y que, por consiguiente, ignoran cuáles son las guerras intestinas y los sacrificios semejantes a los de Bruto, al precio de los que una ciudad pequeña engendra un diputado. Espectáculo majestuoso y natural al que no puede compararse sino el de un parto: los mismos esfuerzos, las mismas impurezas, los mismos desgarramientos, el mismo triunfo».
Todo ello, sin ser plenamente consciente de la rivalidad existente entre las dos familias ―que dio lugar a verdaderos clanes― más importantes del distrito, cuya enemistad se remontaba a los tiempos de la pugna entre bonapartistas y realistas ―que Balzac describe en la precedente Un asunto tenebroso―.
«Aquel joven abogado delgado, de color bilioso y de una estatura lo bastante elevada para justificar su sonora nulidad, ya que es raro que un hombre de elevada estatura posea facultades eminentes, exageraba el puritanismo de los hombres de la extrema izquierda, tan afectados todos, al modo de los mojigatos que tienen intrigas que ocultar. Vestido siempre de negro, llevaba la corbata blanca, que dejaba bajar hasta el comienzo de su cuello. Así, su rostro parecía salir de un cucurucho de papel blanco, ya que conservaba ese cuello alto y almidonado que la moda ha proscrito muy felizmente. Su pantalón y sus fracs parecían estarle siempre demasiado anchos. Tenía eso que en provincias llaman dignidad, es decir, que se mantenía tieso y que era fastidioso».
La candidatura de Simon despierta los recelos y las burlas de algunos de sus conciudadanos y parece destinada al fracaso, pero la repentina muerte del oponente con más posibilidades hace reavivarla. Además, parece que su nombramiento facilitaría enormemente sus pretensiones de matrimonio con el mejor partido del lugar.
La súbita aparición de un enigmático desconocido altera el equilibrio estable en que se mantienen las facciones enfrentadas con motivo de las elecciones.
«No hay nada que explique mejor la vida de provincias como el silencio profundo que envuelve esta pequeña ciudad y que reina en su lugar más animado. Fácilmente se podrá imaginar la inquietud que en ella produce la presencia de un extranjero, aunque solo pase medio día, con qué atención los rostros se asoman a todas las ventanas para observarle y en qué estado de espionaje viven los vecinos, los unos con respecto a los otros. La vida se hace allí tan conventual que, a excepción de los domingos y días de fiesta, un forastero no encuentra a nadie en los bulevares ni en la avenida de los Suspiros; en ninguna parte, ni siquiera en las calles».
A diferencia de las tres novelas anteriores de la serie Escenas de la vida política, en las que el relato histórico prevalece y determina la trama, del que esta se convierte en complementaria, en este Diputado de Arcis, es el marco histórico, al menos en la parte que Balzac dejó escrita, el que funciona como complemento de una trama que hubiese podido formar parte, por ejemplo, de las Escenas de la vida de provincia.
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Es de suma utilidad la consulta puntual al recurso de la Lista de Personajes de La Comedia humana