29 de junio de 2018

Lo raro y lo espeluznante

Lo raro y lo espeluznante. Mark Fisher. Alpha Decay, 2018.
Traducción de Núria Molines.
Interesante ensayo que bucea en los géneros de terror y fantástico e intenta distinguir dos de los caracteres que los individualizan. Lo raro, un tipo de perturbación que representa un colapso de nuestra capacidad de comprensión, consiste en la presencia, en un entorno que se presume familiar, de algún elemento que se sitúa fuera de ese contexto: bucles en el tiempo, Mundos simulados, la invasión de mundos extraños y las diferentes formas de contacto. Lo espeluznante es la sensación provocada por una presencia donde no debería haber nada o una ausencia donde debería haber algo: los espacios indeterminados, las identidades abstractas, suplantadas o difusas, los efectos de los decalages temporales. En ambos casos, Fisher toma muestras tanto del mundo literario (Lovecraft, Wells, Dick; Du Maurier, M. R. James, Atwood), del musical (The Fall; Brian Eno) y del cinematográfico (Fassbinder, Lynch; Kubrick, Tarkovski).

27 de junio de 2018

Emparejamientos juiciosos

Emparejamientos juiciosos. Carlo Emilio Gadda. Editorial Sexto Piso,  2017
Edición de Paola Italia y Giorgio Pinotti. Traducción de J. C. Gentile Vitale
Ingeniero de profesión y escritor por vocación, Gadda ha pasado a la posteridad por una de las novelas más vanguardistas del siglo XX, Quer pasticciaccio brutto de via Merulana (1957), traducida al castellano y al catalán y desgraciadamente descatalogada; sin embargo,  la parte más conocida de su obra la forman sus relatos, de los que publicó varias colecciones. Este Emparejamientos juiciosos (Accoppiamenti giudiziosi, 2011) está formado por los diecinueve relatos que podrían denominarse canónicos, y es un reflejo fidedigno y completo de la habilidad del autor para moverse, también en espacios reducidos, en ese mundo gaddiano del pastiche, la parodia y el humor, un cosmos que recuerda a otro contemporáneo y compatriota como Buzzati y cuyo legado ha sido recogido por escritores de la talla de Georges Perec.

La narrativa de Gadda se propaga como una balsa de aceite, sin explosiones ni efectismos vacíos, que parte de un hecho aparentemente neutro para avanzar, imparable, multiplicándose en cada recodo, doblándose sobre sí misma y expandiéndose como una inundación por los más insospechados y sorprendentes recovecos; una prosa barroca, capaz de saturar al lector, pero cuyos ornamentos y complejidades, lejos de representar la presuntuosa exuberancia, forman parte estructural de la narrativa irrepetible de uno de los mayores escritores europeos del siglo pasado.

Calificación: Hors catégorie

25 de junio de 2018

El territorio interior

El territorio interior. Yves Bonnefoy. Editorial Sexto Piso, 2014
Traducción de Entesto Kavi
"Pero ¿y si son nuestras lecturas las que nos sueñan? ¿Y si fuera necesario despertarse de algunas de ellas para comprender mejor la vida, haya sido o no usurpada, y si en su seno la escritura fuese quizá mucho más dialéctica y generosa de lo que los libros sugieren?" 
Utopía, etimológicamente "no-lugar", es el nombre que designa a una "representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano" (DRAE). El vocablo, debido a la fantasía y a la pluma de Tomás Moro, se encuadra pues en el terreno de lo imaginario y, obviando por un momento la etimología de la que hizo uso el santo inglés, el nombre nos remite a un lugar ficticio, tanto en el espacio como en el tiempo, aunque dotado de una coherencia interna imprescindible para su existencia. Yves Bonnefoy, en este El territorio interior (L'Arrière-pays, 2003), contrapone los lugares imaginarios a los lugares imaginados, los que fabrica nuestra conciencia con los retales de la experiencia y, por lo general, en combinación con los deseos y los sueños.
"¿Cómo expresar aquello que no puedo comprender del todo?"
Si solo podemos desear aquello que no poseemos, las encrucijadas constituyen el infierno del deseo: a cada elección, el territorio real, el camino que tomamos, genera una renuncia, un sendero que descartamos, un camino al que solo podemos acceder con la imaginación. El conjunto de esos territorios componen lo que Bonnefoy denomina "el territorio interior", que no contiene elementos imaginarios sino elementos imaginados: un conglomerado de ingredientes conocidos a cuyo análisis podemos acceder, pero cuya configuración solo podemos imaginar.
"Y primero diré que si el territorio interior ha permanecido para mí inaccesible -y aun si, lo sé bien, siempre lo he sabido, no existe-, no es por eso completamente ilocalizable, basta con renunciar, por poco que sea, a las leyes de continuidad de la geografía ordinaria y al principio del tercero excluso."
Pero ese territorio interior no es solo un ámbito geográfico de demarcaciones y de paisajes, sino que abarca la totalidad de la experiencia humana, el arte, la literatura y todo aquello que tiene la facultad de conmover el espíritu: 
"¿No es siempre lo evidente lo que primero escapa?"
el arte por descubrir del Quattrocento; la llanura toscana, interrumpida por las lomas soleadas; los recuerdos de la infancia en un macizo central fantasmagórico; el descubrimiento del latín como lengua total; las rojas arenas de los desiertos orientales; una lectura que permanece con insistencia en nuestra memoria y que aparece y desaparece en los momentos más insospechados; un repliegue del terreno; un matiz en la luz...
"¿Es verdad que solo cuando el aquí se afirma deseamos estar en otra parte? Así es como un arte de la afirmación, o una civilización que asume el lugar, pueden prestarse, casi activamente, a que imaginemos un sitio distinto, a que soñemos un arte desconocido; prestarse a la insatisfacción, a la nostalgia, ayudar a la depreciación de este mundo -del que ellos mismos han hablado-, y de su valor."
La respuesta a todas las preguntas -susceptibles de suscitar una respuesta- debe buscarse en el hecho de escribir, en el proceso dinámico de la escritura, jamás en lo escrito, estático, definitivo y, aunque cuestionable, inamovible. El proceso es el fin; el producto, poco más que un epifenómeno.
"La tierra es, la palabra presencia tiene sentido. Y el sueño existe, también, pero no para destruirlas o devastarlas como he llegado a creer en mis horas de duda o en mi orgullo: es necesario que, al vivirlo, lo disipe, y no lo escriba: porque entonces, al saberse un sueño, se simplifica, y la tierra adviene, poco a poco. Es en mi devenir y no en el texto cerrado, donde este pensamiento próximo, esta visión, si algún sentido tiene para mí -y así lo creo-, puede permanecer abierta, e inscribirse y florecer, y fructificar. Es ese el crisol donde el territorio interior, al disiparse, se formará de nuevo; donde el aquí, vacío, se cristaliza. Y donde por fin, tal vez, algunas palabras brillarán, simples y transparentes como la nada del lenguaje, pero serán la totalidad, y serán reales."
Calificación: *****/*****

22 de junio de 2018

Lo que no podemos saber

Lo que no podemos saber. Exploraciones en la frontera del conocimiento. Marcus du Sautoy. Acantilado, 2018. Traducción de Jesús Gómez Ayala.
Du Sautoy, en un inspirado e inteligible ensayo acerca de los límites de lo que podemos llegar a saber, explora las siete fronteras, actuales, del conocimiento: el cálculo de probabilidades para hacer frente al azar y el impedimento que representa el caos para predecir el futuro; los límites que la realidad física impone a la anarquía que permiten las matemáticas; la sospecha de que la correlación mecánica y determinista del mundo es una convención muy útil para aprehenderlo, pero falsa; la forma del universo, la velocidad de expansión y su evolución; el inicio, la naturaleza y la forma del tiempo; hasta qué punto la experiencia consciente es universal y los mismos procesos fisiológicos son identificables con los mismos actos; la capacidad computacional máxima que se puede albergar en el universo jamás será suficiente de resolver los enigmas matemáticos que plantee su propia construcción porque existen afirmaciones matemáticas que son ciertas pero indemostrables.

18 de junio de 2018

Interludio romano

Interludio romano. Pierre Drieu la Rochelle.  José J. de Olañeta, Editor, 2017
Traducción de Manuel Serrat Crespo
"Me he aburrido con la mayoría de las mujeres, salvo con aquellas a las que solo he visto una o dos horas, desnudas, en una cama. Las mujeres son aburridas porque hablan. O charlatanean, lo que es un mal menor, o repiten con mayor o menor habilidad lo que han escuchado de los hombres. Exceptúo algunas mujeres nórdicas y algunas judías siempre en tensión frente a ese defecto de su sexo. Exceptúo también, naturalmente, las mujeres que he amado, que son infinitas, inagotables, lujuriantes galerías de espejos y ecos."  
Interludio romano, editado en el volumen Histoires déplaisantes (1963) forma parte del fondo de obras póstumas e inacabadas que dejó el novelista, ensayista y periodista Pierre Drieu la Rochelle en el momento de su suicidio el 15 de marzo de 1945. Es conveniente conocer algunos detalles de la biografía del autor para llevar a cabo una lectura completa de la mayoría de sus obras, incluso de aquellas que dejó como inacabadas; una buena introducción al personaje en cuanto a la exhibición de sus contradicciones, la constituyen sus Diarios (Journal (1939-1945)), por desgracia jamás traducidos al castellano, y una excelente muestra de la literatura personal que ha alcanzado, en el caso de los escritores franceses, la excelencia en ese tipo de obras.

El París de los años 20, superados los estragos de la Gran Guerra e ignorados los indicios de la que se estaba gestando, especuló con el papel de capital europea de la frivolidad, el desenfreno y la juerga; se convirtió en el refugio de los diletantes, el asilo de las grandes fortunas -algunas conseguidas por medios inconfesables como consecuencia del conflicto, otras menguando a marchas forzadas-, en el lugar preferido para las puestas de largo de parte de la nobleza europea a quien la desmembración del Imperio Austro-húngaro había desplazado de su escenario, y en el campo de juego de toda clase de vividores, ociosos e indolentes en busca de lances amorosos y capitalistas con que financiar un modo de vida despreocupado y disperso.

Pero ese ambiente frívolo y apático puede convertirse también en el pozo en que ahogar las penas del pasado cuya persistencia amenaza con arrasar la posibilidad de un futuro de por sí bastante desalentador. Esta situación anímica es la que sufre el protagonista de Interludio romano, afectado por una rotura amorosa que le ha provocado heridas aún no cicatrizadas y, como consecuencia, una actitud bastante recelosa ante cualquier nueva aventura. 
"Sentí una gran pesadumbre, pero no muy duradera. Una pesadumbre violenta, convulsiva, que se había ahogado con bastante rapidez en el alcohol y el jolgorio. Sin embargo, el mal estaba hecho y jamás me recuperé por completo de aquella desgracia; se requieren años y años para adquirir el sentimiento de que se han derramado lágrimas auténticas en un momento determinado y que mucha vida se ha ido con esas lágrimas."
En una de esas recepciones que mezclan a la alta sociedad con aquellos que darían lo que no poseen por formar parte de ella, a las grandes fortunas y a los que carecen de ella pero cuya ambición no es menos impetuosa que la de los poseedores de riqueza, conoce a una condesa húngara, de paso en París, con la que celebra varios encuentros que si bien consiguen hacerle olvidar sus pesares no le salvan de una omnipresente sensación de hastío.
"La facilidad hastía y no era la primera vez que yo sufría ese hastío. Pero cada vez   me sorprendía y por mi naturaleza inquieta, nerviosa, dispuesta a ennegrecerlo todo en sí misma, aquello me introducía siempre en un estado de completo pánico. El egotismo paga con un profundo sentimiento de inferioridad y con la manía persecutoria de sus goces prohibidos."
Pero la condesa es un ser marcado con el estigma de la adversidad, una mujer cuya belleza, más que un don, ha representado siempre un castigo, y cuyas heridas han dejado una profunda huella en su espíritu. Esta constatación, unida al descubrimiento de una carencia patente de cultura, provocan el cambio en la percepción que tiene el protagonista de ella, convirtiendo el frío desdén que sintió después de los primeros encuentros en una curiosidad, que no interés, casi científica, que avivó su deseo: aun entre aquellas personas más dispares, se siente cierto sentimiento de justicia cuando se descubre una debilidad ajena.
"Sentía desde hacía algún tiempo horror por el romanticismo íntimo, así que no quise exagerar nada de todo lo bueno que sospechaba en ella, pero pensé por fin que había sufrido un poco, aunque al modo de los seres incultos que no tienen palabras para precisar, avivar y hacer precioso su sufrimiento. Aquella mujer de mundo era tan inculta como las mujeres de vida airada, era inculta en varios idiomas, eso es todo. Comencé a sentir una simpatía en la que la compasión y la admiración, asombrándose de verse juntas, no sabían cómo llevarse bien."
Y así, en la misma medida que la diosa va apeándose de su pedestal, su admirador ve crecer su adoración e, incluso, es capaz de otorgarle atributos que, de no haber mediado ese cambio, jamás hubiese reconocido. Pero ningún objeto de deseo es eterno, y si bien la disposición del protagonista hacia la condesa había derivado hacia un educado desinterés, la marcha de esta en oposición a la voluntad de él le colocó ante el abismo de la derrota. Todo hace suponer que poco le hubiese durado la relación, pero él consideraba suya en exclusiva la potestad de darle fin; ya que no puede remediar el desplante, la venganza toma forma en su ánimo y se materializa en la búsqueda de una sustituta que, al menos en su aspecto, pueda superar a la amante que le despechó. La primera candidata al recambio es una joven de ascendencia judía, circunstancia que aprovecha el protagonista para alegar un explícito antisemitismo que, por cierto, comparte en sus rasgos esenciales con el autor, partidario firme del régimen de Vichy y, en algunos aspectos, fascista confeso.
"Cada vez que mi vida se perdía en el vacío, un judío me ofrecía una judía, y el gran judío me había ofrecido así a su hermana, que era hermosa y que he echado de menos toda mi vida, aunque esté convencido de que a su lado me hubiera aburrido hasta el crimen, pues era de esos judíos ricos que por mimetismo han adoptado el goce del aburrimiento de las gentes de mundo. Y, por otra parte, todos los judíos tienen algo de aburrido que se debe a que han sido separados de la alegría de la naturaleza y de su frenesí de vivir por algo huraño y convenido al mismo tiempo."
Pero, para un seductor, la batalla ganada sin lucha no permite regocijarse en los frutos de la victoria, la rendición incondicional no es una situación deseable: la derrota patente es imprescindible.
"El nacimiento del furor de la lujuria en esos ojos de gacela pacífica será un auténtico placer de jenízaro. Mientras lo pensaba, yo retorcía un cruel mostacho y mis ojos se inyectaban de sangre. Marianne esperaba este momento y, de pronto, dejando su taza de té, girando sobre sus jóvenes y flexibles caderas, volcó su busto sobre mis rodillas diciendo: "Soy feliz". Todavía corro. Mejor dicho, ya no corro."
Ante tal situación, no queda, efectivamente, más que abandonar el campo de batalla e intentar recuperar el tiempo perdido. Cuando la condesa húngara, la vencedora en la anterior confrontación, se le ofrece de nuevo, el protagonista no duda, aún existe alguna posibilidad de enmendar la antigua derrota; además, un cazador que se precie siempre preferirá abatir una pieza belicosa -en este caso, una mujer casada- que aquella que se le ofrece sin resistencia; es una cuestión de honor.
"Además, yo me sentía solapadamente satisfecho cuando ella me decía que no le sería posible cenar conmigo pues, fuera de la soledad, solo me gusta la improvisación. Cualquier appointement, como dicen los ingleses, amenaza mis nervios. Por añadidura me horrorizaba dar una imagen oficial con ella en Niza que, sin embargo, era solo Niza y, además, desierta en diciembre. Y por encima de todo siempre me ha horrorizado el papel de galán que he debido representar durante toda mi vida, no pudiendo limitarme siempre a las putas del arroyo y no gustándome demasiado las legítimas."
Así pues, instalado en Niza en persecución de la condesa, se encuentra de nuevo en un lugar en el que recupera sensaciones y hastío, y tras una corta estancia se traslada, no sin reparos que se guarda mucho de expresar en voz alta y siguiendo a la condesa y a su convaleciente marido, a Roma, con una doble sensación: la maravilla de la ciudad, poseedora de un pasado al que el vandalismo moderno no puede imponerse, y la vaga sensación de tedio una vez reconquistado el objeto de su deseo.
"Viví más que en estado de goce, fui casi feliz durante algunos días, muy pocos, porque Edwige era hermosa y noble, porque Roma era hermosa, porque William y Kyria eran hermosos, porque la princesa Carrera era hermosa."
Instalado en Roma, comparte su tiempo entre la condesa y la nobleza local e inmigrada, pero el tedio reaparece con más virulencia a medida que la situación va perdiendo su cuota de novedad. Cuota que debe ir transformándose, como se espera que vuelva a florecer un jardín arrasado: plantando nuevas semillas que, de modo paulatino pero constante, vayan sustituyendo a las plantas antiguas y renueven el verdor pasado.
"Me sentí chispeante de vanidad, de la más vulgar y estúpida vanidad. Las mujeres bellas caían en mis brazos, me arrellanaba en el corazón de la aristocracia, de aquella aristocracia que, por otro lado, tanto despreciaba yo. Y por otro lado también, simplemente me sentía satisfecho del sol, de la discreción del jardín que mira Roma sin que Roma le vea, de aquella cortesana simplificada por el placer."
La huida parecería ser una decisión conveniente -la heroicidad no es una obligación- siempre y cuando exista algún sitio hacia el que escapar; ni siquiera es necesario que el lugar de destino sea mejor que aquel que abandonamos, la huida de es tan lícita como la huida hacia cuando la situación que se quiere evitar es insostenible. La única condición necesaria es dejar en el lugar cualquier activo que inhabilite la posibilidad de acceder a un cambio; en caso contrario, toda huida es inútil e infructuosa. De nuevo el tedio, esa manifestación de vacío existencial, se adueña del protagonista, cuya inanidad le condena a perpetuidad.
"El mundo no puede salir de Dios, ni la mujer del hombre, ni el yo del sí. La voz está condenada a la inanidad del eco."
A menos que el placer se halle en el mismo hecho de la huida, de ninguna parte hacia ninguna parte, por el simple deleite de no dejar que sobreviva ningún vínculo ni prestarse a que se establezca.

Calificación: Hors catégorie

Otros recursos relativos al autor en este blog:
Fe de Lectura de Diario de un seductor
Cita de El foc follet 

15 de junio de 2018

El instrumento musical

El instrumento musical. Un estudio filosóficoBernard Sève. Acantilado, 2018.
Traducción de Javier Palacio Taúste.
Sève, en un profundo y brillante ensayo, reflexiona desde una perspectiva filosófica -ontológica y organológica- acerca de los instrumentos musicales como objetos no solo relacionados con la música sino explorados también desde un punto de vista cultural, humano y como generadores, con su inabarcable variedad, del hecho musical, para examinar a continuación su relación no tanto con el oyente sino también con el ejecutante.

11 de junio de 2018

El Libro de Joan

El Libro de Joan. Lidia Yuknavitch. Alpha Decay, 2018
Traducción de Albert Fuentes
"Nos hemos convertido en signos, piensa ella, meros signos de nuestros yos anteriores. Evacuados de la trama y la acción de nuestras propias vidas."
Christine Pizan, habitante de la estación espacial CIEL -una especie de Arca de Noé, mitad prisión  mitad reservorio en la que se embarcó lo más abominable de la raza humana con la esperanza de recuperar su humanidad antes del arribo a su improbable Ararat-, es un individuo híbrido, una especie de mutante con implantes cibernéticos, resultante de las modificaciones genéticas provocadas por la destrucción del entorno terrícola natural; un cataclismo que hizo desaparecer la sexualidad y la distinción de sexos, pero que dejó intacto el fenómeno del deseo, convirtiéndolo en el castigo que siempre propugnaron los libros sagrados y cuya culminación solo puede llevarse a cabo mediante la violencia, autoinfligida o perpetrada.
"Hay distintas formas de comprender la crueldad. Uno puede observarla, en cuyo caso la escena deviene a veces una suerte de estética [...]; al margen de las emociones suscitadas por la pieza de que se trate, la distancia salva al espectador de cualquier daño. Se cuenta que quienes se ven obligados a presenciar la brutalidad de forma reiterada adoptan dicho punto de vista como una estrategia de supervivencia. Uno puede también ser víctima, y a menudo en tales casos las víctimas solo pueden sobrellevarlo abandonando sus cuerpos. Se trata de una disociación formidable, con la esperanza de o bien sobrevivir o bien morir. Por último, uno puede ser quien administra la crueldad. Esa atávica tiniebla goza de buena salud en todos nosotros y su actividad solo es reprimida por un fino velo de convenciones. Con reiterada indulgencia desaparecen las distinciones entre el nimio y triste deseo de agradar a los demás [...] y la fuerza descomunal de provocar dolor, que funciona como una suerte de intensísimo opiáceo contra el temor a que, en última instancia, no seamos nada o, peor si cabe, seamos indignos de todo amor."
La falta de papel, pero también la voluntad de permanencia, ha provocado que los documentos históricos se escarifiquen sobre la piel de los individuos y en injertos -cuyo número denota el estrato social de su poseedor- implantados con ese fin. Christine lleva impresa en su cuerpo la historia de Joan de Dark, una legendaria líder de la resistencia, una versión futura de Juana de Arco en el pasado prebélico; una niña dotada de poderes sobrehumanos -en la terminología actual se podrían llamar transhumanos-, una mesías antimesiánica que predica y ejerce la destrucción pura, sin objetivo, como única respuesta a la agresión, y que no busca discípulos porque tampoco tiene ningún mensaje que transmitir. Esta historia, con las anotaciones al margen que representan las intervenciones de la propia Christine y de algunos personajes secundarios, es el núcleo del sorprendente Libro de Joan (The Book of Joan, 2017), primera incursión en la ciencia-ficción de la escritura estadounidense.
"Elegiré, fragmentaré y desplazaré versos concretos de mi poema épico corporal a los cuerpos de otros individuos hasta que nos convirtamos en una suerte de ejército, depositarios de todos los microinjertos que relatan mi propia macroépica: un movimiento de resistencia hecho de carne. La acción culminará durante nuestra actuación en una pluralidad de actos de violencia física tan profundos que nadie olvidará jamás la materialidad de la carne."
Borrado el pasado debido a una voluntad incapaz de regreso y por un cataclismo que lo ha convertido en cenizas, y agotada la posibilidad de futuro, la vida se ha convertido en un continuo presente de indicativo tan inmodificable como ineluctable. Antes del apocalipsis, la ciencia disfrutó de una época de progreso que parecía imparable y la técnica le iba a la zaga; la vida humana se convirtió en una tarea fácil y placentera que parecía despegarse de los lastres de la enfermedad y en envejecimiento. Pero el progreso técnico conllevó su equivalente bélico hasta que las guerras, es decir, la lucha por el poder, aparecieron con inusitada violencia y envolvieron a todo el planeta.

La acción avanza desplegándose en paralelo a través de varios escenarios a la vez complementarios y excluyentes; la voz narradora sufre también transformaciones dependiendo del punto del sistema espacio-temporal en que se encuentra, pues la acción no avanza de modo lineal sino en un complejo recorrido que reproduce la desubicación temporal de los protagonistas. El Libro de Joan es una distopía ecológico-feminista sobre la aniquilación total de planeta y de los seres que lo pueblan, y sobre la regeneración, por vías inconcebibles para la humanidad, mediante una especie de salto evolutivo que conlleva una reformulación del concepto de vida y de todo lo que este lleva anexo; una exposición innovadora del post-apocalipsis y, tal vez, la constatación definitiva del papel proponderante que han adquirido las escritoras en la mejor literatura de ciencia-ficción contemporánea.

Calificación: *****/*****

8 de junio de 2018

Los mejores narradores jóvenes de Estados Unidos

Los mejores narradores jóvenes de Estados Unidos. Revista Granta 8. Antología de varios autores y varios traductores. Galaxia Gutenberg, 2018
Granta, una revista universitaria fundada en 1889 en Cambridge, publicó en 1979 la primera antología de escritores norteamericanos bajo el título New American Writing, que incluía, entre otros, a Joyce Carol Oates, Leonard Michaels y Susan Sontag. En 1996 tuvo lugar la publicación del primer número dedicado a "Los Mejores Novelistas Jóvenes de los Estados Unidos"; a pesar de clamorosas ausencias, el volumen incluía a Jeffrey Eugenides, Jonathan Franzen y Lorrie Moore. En 2007 publicó otra antología en la que se manifestaban dos características: el tono sombrío que parecía haber adquirido la joven literatura norteamericana, y que el número de escritores nacidos fuera del continente superaba al de los nativos; y en 2017, la que es objeto de esta traducción al castellano.

La calidad de las narraciones -relatos acabados o fragmentos de trabajos más extensos- seleccionadas por el jurado, en esta ocasión formado únicamente por escritores, está fuera de toda duda; sin embargo, la dimensión que provoca más curiosidad es ver, transcurridos unos años, qué habrá sido de esos escritores tan prometedores. En cuantos a los veintiún narradores, sus edades están comprendidas entre los 28 y los 38 años; 12 son mujeres y 9 son hombres; y 15 son nacidos en los Estados Unidos, mientras que los 6 restantes nacieron fuera del continente.


Calificación: ***/*****

1 de junio de 2018

La rueda celeste

La rueda celeste. Ursula K. Le Guin. Editorial Planeta, 2017
Traducción de Miguel Antón
"Para ser Dios debes saber qué te traes entre manos."
George Orr, un individuo de lo más normal, sufre de una dolencia psíquica que consiste en que sus sueños alteran la realidad, modificándola en la dirección de lo que parecen ser sus deseos conscientemente reprimidos, mediante la creación de nuevos presentes materializados por aquellos y la desintegración de un pasado -o, mejor dicho, de un presente rechazado- del que solo él es consciente.

Ni la ingesta de psicofármacos ni la asistencia de un psiquiatra consiguen remediar su dolencia: una, casi acaba con él al inhibirle el sueño y la parte en que tienen lugar los ensueños; y el psiquiatra acaba siendo víctima inconsciente de su alteración. George posee un poder que puede revolverse en su contra y que no puede controlar, lo que le deja en una situación de absoluta indefensión e irremediable soledad.

La mente, nuestra mente, el resultado de nuestra actividad cerebral, puede convertirse en nuestro peor enemigo: esa mente es libre y nada le impide actuar contra el poseedor del cerebro que la genera. Y si nuestra mente puede llegar a ser tan poderosa como para cambiar la realidad, ¿en qué se convierte esta? ¿Nos aboca su inestabilidad a dejar de tomar esa realidad como marco de referencia? Si la realidad es manipulable, ¿no abre ese suceso las puertas a un relativismo indeseable en el que solo subsiste la realidad del más fuerte, o del más preparado, o del más inescrupuloso? Una cosa es ver la realidad de modos distintos, y otra es que existan realidades diferentes y excluyentes.

La rueda celeste (The Lathe of Heaven, 1971), como la mayoría de obras de Le Guin, trasciende la acción para poner en evidencia algunas hipótesis que, por dejación o por falta de cuestionamiento, van implícitas en nuestra idea de progreso, tanto personal como social. Tal vez la más relevante es el cuidado con que debemos manejar nuestros deseos, no sea que se cumplan; pero también hasta qué punto un fin deseable puede justificar los medios a través de los cuales se puede alcanzar, y la utilidad del altruismo como justificación para alcanzar límites ilícitos. Le Guin juega con el trazado de la frontera que debería separar la realidad de la irrealidad, y muestra las consecuencias de no dibujarla con mano firme. En todo caso, su aportación se podría resumir en dos tesis: una poética, irrelevante, que consistiría en la conversión de los sueños en realidad, en "hacer posible todo lo que te propones" y otras supersticiones de la autoayuda; y otra, ética, la que cuestionaría el poder de la manipulación de la mente, la eugenesia y la ingeniería social.
"Hay un pájaro en un poema de T. S. Eliot que dice que la humanidad no puede soportar mucha realidad; pero el pájaro se equivoca. Un hombre puede soportar el peso entero de un universo durante ochenta años. Es la irrealidad lo que no soporta."
Calificación: ****/*****