Traducción de Rubén Martín Giráldez
"El sueño nos mantiene limpios, nos concede un cierto descanso durante el lapso de tiempo en que el aire cobra vida bajo nuestros pies y a nuestro alrededor."
Vaya por delante el hecho de que debe constituir un reto para un escritor narrar la insulsa vida cotidiana, registrar su sucesión de estados repetida infinitamente con una cadencia tan constante como aburrida. Por más que la literatura universal tenga registrados intentos saldados con éxito notable, hallar la magia de la repetición, saber encontrar novedad en el previsible vaivén del péndulo, explotar literariamente los intentos de escapar del vacío, como sucede en la tendencia infantil a escuchar siempre el mismo cuento, la misma canción, ver la misma película, es una constricción que, la fin y al cabo, experimenta el sentido de reconocer y reconocerse en la repetición.
En un mundo en permanente movimiento, no hay lugar para lo que se queda quieto: como en la paradoja del viajero del tren, desde nuestro asiento percibimos como móvil todo lo que "pasa" por nuestra ventana: los montes, los edificios y ese niño apoya en su bicicleta que nos mira boquiabierto desde el paso a nivel... Tal es nuestra percepción; y sea la teoría de la relatividad general o la disposición de nuestra conciencia, lo cierto es que el ser humano no parece llevarse bien con la sensación de estatismo: panta rei.
Estas y otras reflexiones son las que ha provocado en este reseñista la lectura de Nada. Retrato de un insomne (Nothing: A Portrait of Insomnia, 2011), primer texto publicitado como de no ficción del norteamericano Blake Butler. Obviando sus obras precedentes (Ever (2009), la nouvelle que significó su debut literario; Scorch Atlas (2010), un libro de relatos, y There Is No Year (2011), una novela), desafortunadamente inéditas en castellano, Butler se revela como un escritor de raza, respecto del cual los lectores de cierta edad debemos soslayar el prejuicio de su juventud. Su dominio del ritmo narrativo es más que notable, y la facilidad para cambiar de registro, sorprendente: la sucesión constante de fragmentos "informativos", redactados con un estilo profesional -aunque, acertadamente, sin la barrera del argot médico al uso- y de largas incursiones autobiográficas, que constituyen el verdadero meollo del libro, en períodos interminable, suponen un formidable reto para el lector despistado, y confirman una dotación para la literatura extravagante y paradójicamentemente interesante.
Tal vez no sea extravagante, pero sí paradójica la misma clasificación de Nada; las nuevas corrientes nominalistas -aunque no literarias pues, aparte de los recursos que el ciberespacio ha facilitado a la narrativa, hablar de innovaciones absolutas en el campo de los subgéneros literarios es más que arriesgado: una novela confeccionada a base de correos electrónicos, ¿dejará de ser una novela epistolar?- adoran la invención de calificativos algunos de los cuales, llevados al extremo, se diría que desean circunscribirse a una sola obra para resaltar una supuesta innovación -palabra fetiche- o una originalidad que, realmente, tiene siglos de tradición; en todo caso, el hecho de que Nada se vea como un ensayo, unas memorias, una obra de auto-ficción o cualquier calificativo estrambótico que se le quiera adjudicar es absolutamente irrelevante; en mi caso, desde una postura más bien escéptica, dudo incluso que ésta sea una obra de no-ficción estrictamente hablando, igual que lo dudo, por ejemplo, de las Memorias de ultratumba de Chateaubriand o de Patrimonio de Philip Roth. En todo caso, quiero decir, me da igual: lo que me importa es que se trata de un artefacto cuyo mérito principal es la sabia combinación de un premeditado -e interesado y parcial, ahí reside gran parte del éxito del intento- ensayo sobre el insomnio y de la experiencia propia de la alteración del sueño; y, además, con una broma implícita: que el narrador emplea las horas de insomnio escribiendo un libro sobre el insomnio, un particular y productivo solipsismo.
A lo largo de sus páginas, sorprende esa inacabable e hipnótica verborrea incontinente que recuerda, el algunos momentos, el monólogo de El Innombrable, pero hablan también con voz propia los fragmentos autorreferentes, no tanto de monólogo interior como de cierto "diálogo interior"; el narrador se habla, se pregunta, y se responde es una interminable corriente de diálogo sin conclusión posible, como una partida de ajedrez contra uno mismo en la que la única escapatoria de la cinta de Moebius es que, en el papel de uno de los contendientes, el jugador haga trampa, "se olvide" de cubrir la amenaza del "adversario" o intente "engañarlo" mediante una maniobra de distracción:
"... ¿Eso lo he dicho ya? Sí, ya lo he dicho. Lo he dicho tantas veces y tan dentro de mi cabeza que me cuesta distinguir cuál es la palabra que está a punto de manar y qué sitio es cuál y quién soy yo, incluso."
Me aburren soberanamente los sueños de los demás: no soporto esos textos que se echan a perder por la incontinencia del narrador en contar lo que ha soñado, afectando con frecuencia gravemente el ritmo narrativo, para que el lector, supuestamente, especule con sus posibles significados; y también las obras literariamente intrascendentes que consisten casi exclusivamente, como en el caso de los diversos surrealismos, en exponer los desvaríos -por definición- oníricos de sus protagonistas. Sólo los relatos de los sueños de pacientes sometidos a psicoanálisis son entretenidos, aunque no por los sueños en sí, sino por los delirios de los intérpretes. Butler le da la vuelta a esos casos cuando, como consecuencia de su incapacidad para dormir, hace protagonista de Nada no a los sueños sino a su ausencia, y el resultado es mucho más interesante: es infinitamente mejor para el lector, como diría el sentido común y deberían recoger las convenciones narrativas, saber qué sucede cuando no se puede dormir que cuando se duerme. En este caso, el autor fija su mirada en una ingente variedad de temas, relacionados con el insomnio o no, como sus miedos nocturnos durante la infancia, la demencia senil de su padre, su biblioteca. las relaciones con sus compañeros de clase, y un largo y prometedor etcétera, un inventario de tal amplitud que justifica el subtítulo del original en inglés: "A Portrait of Insomnia", y no "Retrato de un insomne", como se ha subtitulado la edición es castellano. Descartado pues el recurso de explicar sus sueños, el sistema estilístico para bucear en el insomnio roza el autoanálisis; no el psicoanalítico -exento, por tanto, de cualquier atisbo de interpretación-, sino el que consiste en parar, callarse, aislarse y escuchar el propio cuerpo, hacer conscientes desde los procesos orgánicos -macrocosmos- hasta los movimientos de las células -microcosmos-; interrogar incluso al propio cerebro, mediante las herramientas que proporciona el mismo, en una paradójica espiral de difícil resolución, acerca del desarrollo de los pensamientos, en el extremo de la auto-referencia.
"Con la cabeza incrustada entre los pliegues de la almohada, el contenido de mi cráneo me parece muy pesao y caliente, como si un campo de grasa zumbase bajo mi piel, una luciérnaga a punto de darme una descarga eléctrica. No quiero pensar este pensamiento, pero entonces él me piensa a mí con más intensidad. Por eso mismo no os puedo explicar mejor nada al respecto."
El enemigo es, pues, esa "nada" invasiva y potente, y el campo de batalla, la noche, cuya quietud y ausencia de luz parecen su precursor:
"Durante años he ido sorteando mi propio infortunio, decidido a permanecer a flote en cualquiera que fuese el espacio de vigilia que mi cerebro tuviese a bien cederme. Sin embargo, a medida que la organización doméstica fracasaba y el tiempo se dilataba, la longitud de la noche comenzó a crecer hasta convertirse en algo todavía un poco más insoportable y aborrecido en su nuevo alcance, noche tras noche, noche en la noche."
Se hacen presentes también estudiadas y detalladas -y pertinentes- referencias a películas, con una fijación con "El resplandor" de Stanley Kubrick; y a libros: informativas en las partes referentes al insomnio sus variantes y sus consecuencias, y especialmente definitorias en los autores de ficción, con su admirado David Foster Wallace -a la memoria del cual dedica el libro, circunstancia no irrelevante- a la cabeza.
Nada es un libro que merece la pena ser leído no porque sea original, sino porque su planteamiento transversal ofrece una solución narrativa imaginativa y desafiante. No se lo pierdan y, si pueden, recuperen alguna de sus obras anteriores -que ignoro si están en proceso de edición en castellano- y sus intervenciones en los bloga "HTML Giant" y "Gilles Deleuze Committed Suicide and So Will Dr. Phil"; verán que Butler es un escritor cuya variedad de registros merece un puntual y detallado seguimiento.