«No tenemos otra opción. El mundo ya está ahí cuando despertamos y no es cierto que no seamos lo que hemos nacido para ser. Algunos para ser afortunados, para nacer de pie, para tenerlo todo a favor. O, mejor aún, por hacerlo en el lugar conveniente, en el vacío fértil de las posibilidades manifiestas. Y luego están los otros, la cohorte de rechazados a los que no se les ha dado ni la posibilidad de una oportunidad. Es entre sus filas donde se ve marchar a Michon. Todo lo que ha hecho desde que empezó a caminar proviene de esta desgracia, su desastroso camino, esta furia por destruir, empezando por él mismo, sus aires encopetados, sus libros perversos».
«La grandeza de las vidas minúsculas sólo podía provenir de haber sido repudiadas, del mismo modo que los que se llamaron Goya, Watteau, Rimbaud, sólo alcanzaron las alturas en las que los vemos hoy después de la sombra que proyectaron sobre ellos las cosas que, al principio, les aplastaron. Hace falta haber sido Pierrot, el encopetado llorón que sueña con la luna, o San Pedro, que abjuró tres veces, o ambos, para despertar tarde al mundo real, al camino adecuado, a esta vida. Porque la obra de Michon no es disociable de su vida. Imposible mientras fue la negación de la misma, se convirtió en su superación cuando la asumió. La espiral luminosa de la gracia es de la fuente de las cosas oscuras, del fondo de la sombra y de la renegación, de donde se la ve surgir.»
«Pierre Michon», en La invención del presente. Pierre Bergounioux. Shangrila Textos Aparte, 2023. Traducción de Rubén Martín Giráldez