13 de mayo de 2024

Les sources

 

Les sources. Marie-Hélè Lafon. Buchet Chastel, 2023
Les fonts. Angle Editorial, 2024. Traducció de Valèria Gaillard
Las fuentes. Editorial Minúscula, 2024. Traducción de Lluís Maroa Todó

Les sources


Cuestiones previas


Les sources (Les fonts en catalán, Las fuentes en castellano) es la última de las obras publicadas por Marie-Hélène Lafon que tienen como escenario o como punto de referencia la vida familiar en un entorno rural —Les Pays, 2012; Histoire du fils, 2020; Les sources, 2023; aunque también L’Annonce, 2009, transcurre en una granja de Fridières, lugar de origen de la madre; por cierto, esta última fue adaptada para televisión en 2016 y está disponible, en streaming, en la web de Arte (https://boutique.arte.tv/detail/annonce)—. De hecho, la localización es muy precisa: la familia de la madre proviene de una granja de Fridières y la del padre de una de Soulages, dos ubicaciones reales separadas por un riachuelo, el Résonnet; la granja en la que se instala la pareja, a unos 90 km, está ubicada en  los alrededores del valle del Santoire, en el departamento del Cantal, el lugar de procedencia de Lafon, que nació en una granja muy parecida a las que presenta en la novela. En una entrevista que concedió a AOC en 2021, Marie-Hélène Lafon describió a su familia de un modo muy parecido a las de sus relatos: «La insularidad es definitiva, inducida orgánicamente por la topografía de la granja: casa y edificios agrícolas, solos en medio de treinta y tres hectáreas de tierra. No hay guardería, sólo conozco a mi hermano y a mi hermana, no tenemos primos y nuestros padres no son gente muy sociable». Un lugar que, además de ubicar la acción, parece que impone una influencia casi telúrica sobre los personajes.


Una cuestión relativa al Incipit: La novela corta Colina, de Jean Giono trata de la naturaleza animada, mítica, no como ubicación, sino como sujeto; del hombre natural de Rousseau; del agua como elemento identificador y uniformizador. Y del jabalí: el jabalí de Erimanto, el cuarto trabajo de Hércules, personificación de la maldad del ser humano natural.


Y la primera de las sospechas después de las páginas iniciales: ¿es una crónica familiar, un retrato de la sociedad rural, un relato sobre el peso de las tradiciones, sobre la influencia de los orígenes, una historia de la humanidad, todas a la vez o ninguna de ellas? A lo mejor son inseparables.


Atención a la extensión de los capítulos: 56, 23 y 3 páginas: la protagonista del relato es la madre, y es a quien Lafon da más extensión; Pierre tiene poco que decir porque centra su discurso en los agravios sufridos; Claire, que dispone solo de tres páginas, es un personaje fuera de la trama —aunque sufriera sus consecuencias por algún tiempo— que concluye —da el carpetazo, nunca mejor dicho— con la venta de la propiedad, dando por finalizada su relación con el pasado.


El papel de los niños en el drama familiar oscila en la medida en que están implicados en función del narrador: protagonistas absolutos por persona interpuesta en la primera parte —hasta el punto de ser la causa principal de la quiebra familiar—; protagonistas de referencia en la segunda, también mediante persona interpuesta, en la que son vistos ya no desde un punto de vista sentimental, sino económico y de prestigio familiar: su función, al menos de uno de los tres —por cuestiones de sexo, Gilles, que es quien parece menos adecuado al puesto— como continuadores del negocio familiar y del sostenimiento de la granja; y, finalmente, protagonista de viva voz en la tercera parte, con la particularidad de que la continuación de la historia familiar es relatada desde un futuro muy alejado de las fechas de los hechos.


Un inciso en cuanto a la precisión temporal: el primer capítulo sucede un año antes de mayo de 1968, antes, pues, de los vientos de libertad que trajo aquella fecha; el segundo en 1974, al inicio del mandato de Giscard d’Estaign como presidente de la República, que un año después, en 1975, aprobó una ley que posibilitaba el divorcio en casos de mutuo acuerdo.


Existe una admirable adecuación entre el punto de vista y el estilo —es decir, el lenguaje— utilizado en cada una de las partes, preciso y simple, yendo a lo esencial, sin adornos superfluos ni grandilocuencias, sin «literatura», sin exhibicionismo, como si la tragedia pudiera prescindir del lenguaje explícito y atroz, como si, por el contrario, mediante la economía de palabras se pudiera reforzar la intensidad del relato siempre y cuando la gramática —incluida la puntuación, no siempre respetada en las traducciones— y el vocabulario sean precisos, dando como resultado un texto descriptivo en el que, a pesar del tema, quede poco lugar para la compasión o para la piedad. Un elemento complementario a ese estilo áspero podría deducirse de la tierra, el terroir, en que se desenvuelve la acción, y especular, como sucede con otros autores —Bergounioux entre ellos, aunque en su caso no se traduce tan directamente en el lenguaje utilizado porque este no acostumbra a dar voz de forma tan directa como Lafon a sus personajes—, con la cadena de concatenaciones que dan lugar a las escenas que describen en sus libros:


  1. La configuración geográfica provoca un aislamiento de la región.
  2. Este aislamiento determina unas relaciones particulares del hombre con su entorno y con sus semejantes, posibilitando la emergencia de unas violencias, en el sentido de la fuerza abundante —vis, fuerza, y -olentus, abundancia— necesaria para sobrevivir en un medio hostil.
  3. Estas violencias no son solo físicas —parece que el hombre traspasa la violencia con que debe tratar la tierra, si quiere que sea productiva, a las relaciones con sus semejantes, particularmente con su familia—, sino que el retraso provocado por el aislamiento, que no le ha permitido un desarrollo intelectual adecuado, se traslada también al lenguaje.
  4. Finalmente, ya no son solamente los personajes quienes ven limitada su capacidad de expresión, sino que son, también, los propios autores, al adoptar el punto de vista de sus personajes, quienes explotan esa particulariedad expresiva.


Estilísticamente, la combinación de acción y corriente de conciencia provoca un curioso efecto de interrupción; después de exponer un hecho, generalmente en tiempo presente, la concatenación con el hecho siguiente queda interrumpida, penetrada, perturbada por la conciencia del narrador, que no se refiere siempre y forzosamente a algo relacionado con el hecho que está sucediendo, sino que, por medio de una anárquica, a veces incoherente, asociación de ideas, efectúa un salto al pasado en el que el protagonista del capítulo —también en el caso del padre, aunque desde otro punto de vista— funda su agravio. El uso de un narrador en tercera persona que actúa incluso incidiendo en los pensamientos de los personajes mediante el discurso indirecto permite evitar la primera persona, eludiendo de ese modo la sospecha de parcialidad o de inverosimilitud; con esta decisión de estilo, los silencios que se producen en la familia, particularmente por parte de la madre, son sustituidos por esas incursiones de la voz narradora en el pensamiento de los personajes. Este recurso provoca la inmersión del lector en el dolor de la madre pero, al mismo tiempo, la falta de comentarios de carácter moral por parte del narrador lo deja al margen, reducido a su papel de espectador, de modo parecido a los que sucede con los miembros de su familia, sus padres en particular, y más aún sus hermanas, que asisten en silencio a su naufragio, lo perciben en toda su magnitud y sin embargo permanecen en la orilla.


Los errores cometidos en el pasado —y el arrepentimiento que lleva o debería llevar parejo la reflexión acerca de ellos—, a la vista de las situaciones en que se encuentran tanto el padre como la madre, son el elemento por medio del cual se sostiene el entramado narrativo, pero con un grado de participación diferente: mientras que la madre se arrepiente de haberse unido a Pierre, no está claro si este deplora haberla casado con ella, haberla tratado mal o, incluso, no haberla tratado peor; en todo caso, la madre —que es valiente— tiene en su mano el remedio, pero no Pierre —que es cobarde—, que se ve obligado a prescindir de aquello de lo que se creía dueño incuestionable. Claire es, como contrapunto, el caso especial, porque su huida no es provocada por los errores propios, sino por los ajenos; por esa razón, tal vez, puede permitirse acordarse de todo. 


El texto  


Sábado 10 y domingo 11 de junio de 1967


Un sábado y un domingo cualquiera en la vida de la granja de La Bouysse.


Un año antes de mayo del 1968 –«buscar las siete diferencias»–, cuando «las mujeres quieren ocupar el lugar de los hombres»; por otra parte, la píldora contraceptiva no fue legalizada en Francia hasta diciembre de 1967.


Punto de vista de la madre. Monólogo interior que combina presente y pasado. Es el único personaje cuyo nombre no se cita, cuando incluso los animales poseen uno.


La primera pista del tipo de historia que nos va a ser contada aparece justo al inicio: el silencio al que están obligados todos los miembros debido a la siesta del padre, una imagen potente para poner en situación al lector respecto de las relaciones intrafamiliares, y que recrea un entorno amenazante mediante  una mínima descripción de los elementos en juego en la escena. Después de los años que lleva viviendo esa situación, «no acaba de encontrar las palabras» para describir su mundo, pero sí que, en cambio, ha hallado las que le sirven para hablar con sí misma:


«Una bola le sube a la garganta, hay que pararlo, quisiera evitarlo, tiene que guardarse fuerzas para hacerlo todo, si no, será otra vez el desmadre, la catástrofe. Tiene palabras, ahora, no muchas, dos o tres, son suficientes; al cabo de todos estos años ha encontrado palabras para hablarse a ella, en su piel, de lo que le ocurre, de lo que le ocurrió desde el principio, enseguida después de casada».


La vida entre dos silencios: el secreto de lo que le pasa, que no quiere compartir con nadie, y la amenaza latente de que vuelva a suceder la catástrofe, tampoco verbalizada, como si la lengua no fuera suficiente para describirla. En todo caso, utiliza lo que para el lector son eufemismos, pero que para ella constituyen verdaderas descripciones: «hice lo que había que hacer», «hice lo necesario», «hacer lo que debe».


La vida de las mujeres modestas: crecer, entrar a servir, casarse.


«[…] no reconoce su cuerpo que atravesaron los tres hijos; no sabe en qué se ha convertido, se ha perdido entre los pliegues de su vientre cosido, devastado por las cicatrices de las tres cesáreas. Los brazos, los muslos, las pantorrillas y lo demás. Saqueado; su primer cuerpo, el verdadero, el de antes, está escondido ahí dentro, agazapado, enterrado. Él dice ya no te pareces a nada. Él dice hueles mal, eso huele mal. Y se mete».


Eliminar todo lo que le recuerda lo peor de lo que ha vivido y, por contra, establecer estrategias para recordarlo.


«Ella sentirá la mirada de su padre sobre ella, pero su padre es flojo, no puede hacer nada por ella, ella hizo su vida así; pronto cumplirá treinta años y su vida es un estropicio, ya lo sabe, está atrapada, atornillada, con los tres hijos, él es el padre de los tres hijos, apenas los mira pero es su padre, es su marido y tiene sus derechos».


«El domingo por la mañana, cuando se marchan, él grita pero no pega, se refrena, ella no sabe por qué y ya no intenta entenderlo. Nunca ha entendido nada, se da cuenta ahora, cuando ya es demasiado tarde».


Las dos formas de violencia: los golpes —«Una vaca gorda. Él golpea a la vaca, en las piernas, en el vientre»— y las palabras —que hacen «tanto daño como los golpes, tal vez incluso más, porque no la sueltan y caen sobre ella cuando menos lo espera, cuando podría estar más o menos en paz y pensando en otra cosa»; ella muestra su disgusto, en este caso, su asco, porque él sale perdiendo incluso en su comparación con las bestias, que «ne parlent pas pour dire des mots qui sont pires que les coups», «no hablan para no pronunciar palabras que son peores que los golpes»—. Una situación a la vez cercana, por el resultado de la conducta de Pierre, al MeToo, pero tan lejana, no solo en el tiempo, sino en el entorno, sospechosamente indiferente —excepto, si acaso, algún progenitor de la víctima, pero no siempre— cuando alguien trata de subvertir el orden ancestral.


«Ha pensado muchas veces qué habría sido de su vida, la de ella, si Pierre hubiera ido a Argelia como los demás y no hubiera vuelto. Su vida sería mejor, normal, no una vida de mierda y siempre con el miedo en el vientre».


El libro de familia está guardado en la misma caja que el dinero.


«Podrían llevar una buena vida en esta granja, si las cosas no fueran como son, las cosas que la gente no sabe ni debe saber. Ella no puede hacer como si eso no existiera. No sabe por qué y no intenta entenderlo, pero en el coche, el domingo por la mañana, cuando bajan, piensa en su vida, los últimos siete años, cuando se casó […] piensa y espera».


El fatalismo, parece condenada, pero sin ánimo para la rebelión.


«Es un domingo normal en la vida normal y no la de mierda, la vida de la gente normal que no está siempre con miedo».


Sin embargo, existe una persona, en el círculo familiar más próximo, una única persona, que se convierte en su interlocutorta: la madre que anima a su hija a aguantar —por una razón económica: por contrato, es la dueña de la mitad de la granja, pero también por una cuestión social: para que no se convierta en una divorciada como Marissou—, pero que se niega a compartir el sufrimiento de su hija, que reclama ayuda. Una ayuda que vendrá,  procedente de sí misma, después de haber verbalizado, por primera vez, su sufrimiento, y haber conseguido, de ese modo, también por primera vez, escucharse a sí misma: la palabra, que hasta ahora solo había servido para insultarla y violentarla, se impone al instinto que se ha convertido, después de siglos de inmovilidad, en tradición; su liberación definitiva proviene de haber roto el secreto, de haber convertido su sufrimiento en palabras. Una vez roto el exilio del silencio, rompe la trampa que la mantiene sujeta y adopta la decisión que cambiará su vida y la de sus hijos. Pero el capítulo dedicado a la madre queda suspendido junto en este momento.


Por cierto, una nota editorial: la primera redacción del libro terminaba aquí, pero la editora de Lafon le sugirió incluir el punto de vista del marido,


Domingo 19 de mayo de 1974


Punto de vista del padre. Monólogo interior idéntico al del primer capítulo, que combina presente y pasado.


Lo que sucedió ese domingo 11 de junio de 1967 y el 19 de mayo siete años después lo sabremos desde otro punto de vista, el de Pierre, para dejar bien patente que el protagonismo de la madre, materializado en su papel de víctima, finalizó en 1967. El instinto toma el timón en su intento de batir a la palabra. El instinto del propietario se impone sobre todo lo que le rodea, es decir, que es de su propiedad: tanto los jornaleros como su familia carecen de vida privada, pero el nivel del vínculo que les une dicta la conducta hacia esos seres que están bajo su protección: la exigencia hacia los empleados se impone sobre su trabajo en la granja; hacia su mujer, en cambio, el vínculo más estrecho supone una mayor sumisión. 


Los últimos del campo: como Bergounioux. El retrato histórico de la Francia rural en la que nadie sale favorecido.


La versión de Pierre, aunque insensata para el lector medianamente razonable, ofrece un contrapunto meditado sobre la situación del matrimonio, aunque para Pierre lo más importante es la granja. El insomnio que padece no hace más que acentuar la violencia latente que ahora no puede descargar sobre nadie, aunque tiene un consuelo que le resarce de su fracaso, pues su mujer ha incurrido en una de las faltas más imperdonables: el abandono de su hogar —considérese la época y el entorno—. En su interior crecen dos elementos contrapuestos: uno, del que se resiste considerarse culpable, pues tiene amplia justificación, la inutilidad de su mujer: la violencia, física y verbal, ejercida sobre ella; el otro, que le exculpa incluso de lo que sucedió antes de que tuviera lugar: el abandono del domicilio conyugal. Sus inquietudes, su insomnio, que lo igualarían a la situación anímica de su mujer, no se deben al miedo y al sufrimiento, sino a la envidia y la amargura hacia esa mujer que era su objeto, a la que podía golpear e insultar a voluntad, y que, sin embargo, había tomado una decisión, se había recompuesto de repente y se había separado de él. Es perfectamente consciente de que puede contar con el miedo y la vergüenza de ella, que no será capaz de contar a nadie lo que sucedió, aunque «recuerda que se sintió humillado de no haberlo notado, eso de que ella podía marcharse de repente, con los tres críos, sin equipaje, sin nada, cuando él creía tenerla agarrada, sobre todo por el orgullo». Ha recuperado la propiedad, los animales, dispone de toda la cama y de mujeres, cuando le hacen falta, a las que no tiene que pagar, como antes, y admite que «siempre supo arreglárselas muy bien cuando estaba casado», y puede seguir escupiendo su bilis. Eso sí, nunca contra Isabelle y Claire, sólo contra Gilles, el hijo más apegado a su madre, objeto de su odio y su desprecio ahora que no puede verterlos sobre su mujer.


La evolución en el lenguaje: «la mujer, mi exmujer, la madre de mis hijos, la madre de los chicos», que señala el índice de compromiso, no se corresponde con su conciencia; no la perdona, pero su conciencia no ha evolucionado igual, menos aún cuando todavía cree que no se marchará.


El tiempo avanza, hace ya siete años de la separación, su mujer ha salido adelante, los niños ya no son niños, pero para el padre todo permanece igual, como si no hubiera pasado el tiempo, anclado en aquel momento; tampoco su intelecto ha evolucionado —¿tal vez debido al aislamiento?—. Por cierto, no sabemos qué ha pasado con dos objetos de los que se habla una sola vez pero que, debido a la conducta de sus propietarios, deben tener un significado especial relacionado con el pasado, tal vez con sus remordimientos, con sus renuncias o con su sumisión al presente: el traje de baño de Marruecos, símbolo de una vida anterior con Suzanne, a la que «nunca pegó» y que le enseñó a nadar, escondido «en el fondo del cajón de los pantalones»; y el «vestido de novia, y todas las cartas de Marruecos», no menos escamoteado de la vista por su propietaria «en una caja blanca de cartón».


El relato del padre plantea algunos interrogantes que, a diferencia del final del primer capítulo, el lector no verá resueltos: la influencia en su vida del episodio del servicio militar en Marruecos; el ascendiente sobre su relación con su mujer del idilio con Suzanne; la acción, que parece formar parte de un ritual —higiénico, de unción, incestuoso; la autora no lo aclara—, de que las niñas laven la espalda a su padre —una escena, por cierto, que ya recoge Lafon en su segundo libro publicado, Liturgie: «El domingo por la mañana, había que lavarle la espalda. Él se encerraba en el baño. Era el padre, tenía el derecho»—.


Jueves 28 de octubre de 2021


Punto de vista de Claire. Monólogo interior idéntico al del primer capítulo, que combina presente y pasado. Un personaje que evoca a la Claire de Les Pays, y cuyo nombre no es, seguramente, casualidad; de hecho, Claire, que tiene 5 años en 1967, nació en 1962, el mismo año que nació la autora.


El relevo en la granja; los nuevos propietarios reproducen la forma familiar, pero cambiada por el tiempo que ha transcurrido desde 1967.


«La fuente estaría aquí, una fuente. Prefiere la palabra fuente a la palabra raíz». 

«La source serait là, une source. Elle préfére le mot source au mot racine»

«La font segurament es troba aquí. Prefereix la paraula font en comptes d’arrel».


Tal vez sea el único fragmento, escrito en un solo párrafo de tres páginas, en el que asome algo de esperanza, aunque solo sea por la conclusión definitiva de la devastación de que ha sido objeto la familia. Una esperanza que parece derivar del hecho de que Claire no entra en la casa —«La casa está cerrada. Claire sabe dónde está la llave, bajo la losa, detrás del arce, pero no va a entrar en la casa. No entrará nunca más»—, se mantiene en el patio en el que Jugaba Gilles, junto al arce al que subía Isabelle, la hija rebelde, al lado del columpio en el que se balanceaban los tres hermanos; pero también de esa frase final, «no cierra los ojos, la luz es suave», aunque la interpretación queda abierta, si se quiere en forma de amenaza, con ese «se acordará de todo».  


Las preguntas llevan la respuesta


¿No sería mejor haber traducido source por origen, como parece demandar la traducción en contexto? El término fuente, que abarca la idea de fluidez, de luz, y, por tanto, de maleabilidad, de posibilidad de desviación y de cambio, es opuesto al de raíz, que representaría, primero, la oscuridad —y la inviolabilidad— del subsuelo, pero también la rigidez, la poca posibilidad de modificación: lo líquido que surge contra lo sólido enterrado. 


¿Por qué Claire prefiere source, fuente, a raíz? Solo podemos especular: porque la madre, sin ese elemento líquido, no tendría la oportunidad de corregir, de desviar el curso de su vida; porque la raíz significa asentamiento, y muerte si se saca de la tierra; y porque, aunque sería posible, arrancar la raíz, significa perder todos los antecedentes, que, como hemos visto, no sucederá porque Claire «se acordará de todo».


Por cierto, ese «se acordará de todo», ¿es tal vez una confesión de la identidad de la narradora en tercera persona, y todo lo que hemos leído no es más que la versión de Clare de su historia familiar? ¿Quiere decir que lo que dábamos como cierto, los testimonios de la madre y del padre, son solamente acercamientos que ha realizado Claire, muchos años después, para dejar constancia de lo que sucedió? ¿Tal vez lo que hemos leído como la historia de una familia es, realmente, la historia de Claire, una historia circular que parte del valle del Santoire, discurre por Aurillac, Fridières y París, pero solo se puede cerrar volviendo al principio?

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ANEXO: Mapa del texto

Edición de referencia: Las fuentes. Editorial Minúscula, 2024


I. Sábado 10 y domingo 11 de junio de 1967


11 Escena familiar; ambiente amenazante.

Presentación de los personajes: padre —Pierre—, madre —(30 años), nunca se cita su nombre—, los hijos —                    Isabelle (7 años), Claire (5 años), Gilles (4 años)—.

12 La vida familiar.

13 Las criadas: Annie, la primera; Nicole, la actual. Procedencia rural. Trabajo de criadas antes de casarse e irse con el             marido.

15 Antecedentes de la madre: padre prisionero en la IIGM.

La madre esconde un secreto.

16 La madre tuvo un hermano —André— que solo vivió dos años.

17 Antes de la boda, el padre la advierte.

18 Los niños. Isabelle, rebelde.

19 Las hermanas de la madre tienen una vida normal.

21 Recuerdos de los primeros meses de casada: los golpes.

22 Félix, el mozo, como ejemplo del hombre del campo que no dispone de tierra.

23 La boda; la compra de la granja.

24 Los partos; la ligadura de trompas.

25 La rutina por la mañana.

26 Una vaca gorda que el marido golpea.

27 La tía Jane, tía de Pierre: soltera, escapó del campo, estudió, es profesora de matemáticas.

28 Mejor vivir solos, sin contactos, que estar siempre fingiendo.

30 Arrepentimiento por no haberde largado cuando pudo.

El pago de la «quota» cada sábado.

31 La madre, el único aliado.

32 La organización doméstica.

33 El zafarrancho de los domingos, el coche. «Él grita pero no pega».

34 Claire es distinta.

35 La tarde de un sábado: ropa limpia, baño de los niños.

36 El peor reproche: «con el dinero de los demás».

37 Antes de cenar. Listado de tareas pendientes.

38 Domingo por la mañana.

39 La Marissou: el destino aciago de una mujer sin hombre.

41 El servicio militar de Pierre. No fue a Argelia, donde murieron algunos conocidos.

42 Si Pierre no hubiera vuelto. Los hijos.

43 La decadencia del cuerpo.

44 Los amigos que han dejado el campo.

47 Arreglando a los niños para el domingo.

48 El carnet de conducir, un sustituto de la libertad.

50 En el coche.

52 La boda cortó su vida en dos.

56 Palabras que causan tantos destrozos como los golpes.

57 El intento de huida quince días depués de la boda.

58 En casa de sus padres. La tregua.

59 El contraste de la vida de sus padres y la propia.

65 Las confidencias con su madre. La decisión.


II. Domingo 19 de mayo de 1974 (siete años después de I)


67 La soledad después de la separación.

68 Claire leyendo en el funeral de la tía Jeanne.

70 El divorcio en la granja: la madre se va y se lleva a los hijos.

72 Las consecuencias: él es dueño de todo, pero…

73 La evolución en el lenguaje: «la mujer, mi exmujer, la madre de mis hijos, la madre de los chicos». Conoce mujeres,             pero no las lleva a casa.

74 Ella fue la culpable por marcharse de casa.

75 El método «Oginot».

76 La comida del domingo de los niños con el padre en casa de los abuelos paternos.

77 La culpa no fue suya, fue de su mujer, que era boba, dispendiosa y malintencionada.

78 Suzanne, la mujer de Marruecos.

79 Arrepentido de no haberse quedado en Marruecos.

81 El tiempo ha pasado; los niños han crecido.

82 El tutelaje de sus padres.

83 El futuro de los hijos, fuera de la granja.

84 Las vacaciones de los hijos en la granja: Gilles no se queda el tiempo estipulado.

85 «El mundo está patas arriba».

86 A él le había tocado «una mujer blanda e inútil, inútil para todo».

90 Las sesiones en que las niñas le lavan la espalda.


III. Jueves 28 de octubre de 2021 (47 años después de II, 54 años después de I)


91 Claire (59 años) de visita en la granja, que se ha vendido.

92 Los nuevos propietarios: una pareja con tres hijos. Mejor fuente que raíz.

93 La última etapa: la venta de la heredad.