30 de noviembre de 2023

La invención del presente III


 «Y con una nitidez comparable recuerdo la incomprensión, la indignación, la inquietud a la que me lanzó aquel libro con sobrecubierta
 de luto que había descubierto por casualidad encima de la mesa, igual que Horace Benbow, cerca del manantial, descubre a Popeye, con los ojos como dos discos de caucho negro. El lugar de dibujar algo o a alguien en el éter donde gravitan la nieve de Pushkin y el bimotor de 1940, la escuela de Saint-Agathe y el señor de Ballantrae, las palabras de Faulkner hacen que, incluso poniendo atención, sea imposible saber exactamente qué sucede. Avanzamos en la penumbra crepuscular, homogénea, en la que se ha sumido la sala de lectura».

«Tan grande es la dificultad de asir el flujo de los acontecimientos que parece escapar al pensamiento, tan absorbente la claridad que imanta el decir, que parece ignorar las espesuras confusas de las que emergió. Hay un momento para la acción y un momento para la deliberación. Pensar es abstenerse de actuar, de hablar, decía Bain en el siglo pasado. Nadie, salvo en el teatro, sabe batirse con espada  mientras versifica, nombrar congruentemente algo en el instante en que se produce. Somos lo que hacemos, demasiado afectados por lo que sucede como para discernir el curso cambiante, la significación exacta o la implicación. Lo entendemos a la noche o mañana o nunca».

«Faulkner ha devuelto a la literatura aquello que esta debió ceder, en su origen, para constituirse. Ha reintroducido el temblor del mundo donde tratamos de vivir en la imagen elaborada, segunda, que este, a veces, encuentra entre las cubiertas de los libros. Ha llevado al papel, por medio de palabras, en el orden del sentido, la profundidad tumultuosa, oscura, absurda, la división y el desconcierto que residen en el corazón de nuestra condición».

«[...] hubo que esperar hasta los años treinta del siglo XX para que un estadounidense efectuase el doble movimiento de retirada y vuelta al ataque contra el corazón del mundo, y que todo ello surgiese, por fin, en su totalidad, en el papel. Los libros de Faulkner actúan como la vida misma. Se niegan como desvíos, señales o artificios, para imponerse como lo haría la realidad. Se produce algo con la evidencia brutal, pasmosa, de que los personajes se esfuerzan, mientras quede tiempo, por  reprimirlo con lo poco que les queda de discernimiento y con la energía de la desesperación [...]. Es en Oxford (Misisipi) donde la vida urgente atrapó a la literatura, la literatura reanudada con la urgencia que ella misma había apartado, olvidado, en un principio, para existir».

«Faulkner», en La invención del presente. Pierre Bergounioux. Shangrila Textos Aparte, 2023. Traducción de Rubén Martín Giráldez

27 de noviembre de 2023

Pierre Bergounioux y la educación

 

Pierre Bergounioux en la École Nationale Supérieure des Beaux Arts, Paris, 2008

«La gente como yo ha recorrido el equivalente a quince siglos en una sola vida»

Antoine Spire, Le Monde

Hombre del territorio, escritor del paso del tiempo, Pierre Bergounioux sabe narrar la esperanza y las rupturas provocadas por la modernidad tecnológica y la evolución de las mentalidades. Escrita bajo el signo del cambio, su obra refleja su propia trayectoria, que le vio pasar del mundo agrícola de su infancia al de la literatura.

Antoine Spire: Como Faulkner con el Sur de los Estados Unidos, usted recupera sobre su mesa el desierto y los bosques de la región de Brive-la-Gaillarde. El ritmo languidece a causa de los siglos de campesinado que no le han tomado la medida a la modernidad. Usted constata que el cretinismo rural campa a sus anchas en esta zona recluida que separa Auvernia de  Aquitania.

Pierre Bergounioux: Debemos aceptar aquello que nos depare el destino. Fue necesario partir para sentir el peso con que la vieja sociedad agraria cargaba nuestros cuerpos, apesadumbraba nuestros cerebros. De niño, me impulsaba, como a todos los niños, lo que Montaigne llamaba «el deseo natural de saber». En vano pedía a los libros que encontraba que me iluminaran un poco. No disponía de los que habrían podido hacerlo. La región, el grupo al que yo pertenecía, estábamos privados de riquezas materiales y de esos bienes que se llaman del espíritu, que van de la mano. Y eso sucedió durante tanto tiempo que un cierto tipo de actividad material, la economía rural de subsistencia, por ejemplo,  quedó instaurada en la región e impidió a sus habitantes afrontar  conscientemente el desafío de su existencia, romper la camisa de fuerza de su particularidad. El pájaro de Minerva, decía Hegel, vuela al atardecer. Cuando el día se desvanece, cuando una época llega a su fin, es entonces cuando empezamos a adivinar lo que ha sucedido. A veces la literatura florece en los márgenes. La de Faulkner es a la vez arcaica y futurista. Sus pequeños productores de algodón tienen un ojo puesto en los precios de Wall Street para saber cuándo vender su cosecha. Mi región natal carece de relevo. Pertenece irrevocablemente al pasado. Ha salido de la historia, suponiendo que hubiera entrado alguna vez en ella. Yo transcribo un recuerdo.

Antoine Spire: En los años sesenta, el periodo en el que usted se formó, la población local se encontró con la modernidad. Usted lo ilustra con su experiencia de la velocidad en un Citroën en 1965.

Pierre Bergounioux: La velocidad ha dado un vuelco a la historia en el espacio de una generación. Esto es lo que Marc Bloch previó justo antes de morir. Yo tuve, en mi escala microscópica, esta experiencia en octubre de 1965. Un amigo, que era aprendiz de mecánico, había restaurado un Citroën de tracción delantera, el famoso «15». Vino a buscarme, un sábado, a la biblioteca municipal. Acababa de alcanzar la fabulosa potencia del 77CV, para ser exactos, que entonces era patrimonio de hombres maduros. Cuando yo era niño, todo eran cuarentones —y cincuentones— al volante de un coche. Luego el país se recuperó. Las fábricas volvieron a funcionar a pleno rendimiento. Los muchachos de 18 años empezaron a recorrer las rutas sinuosas, bacheadas, bordeadas de hayas y plátanos homicidas. La tiranía de la distancia había sido vencida. Durante mucho tiempo, la gente se había desplazado a pie, al paso tremendamente lento de los bueyes, al ritmo caprichoso de los caballos. De un día para otro, el motor de explosión, un invento francés que se remonta a 1862, hizo su entrada en los mundos  inmóviles. La contrapartida fue que, justo en el instante en que se podía disponer de un medio para afrontar en igualdad de condiciones los troncos hoscos, la tierra engorrosa, los largos caminos, fueron condenados a la discontinuidad. Tierras que había sido imprescindible mantener cultivadas durante milenios para satisfacer las necesidades de la población perdieron de repente su utilidad económica. La Beauce y La Brie bastaban para alimentar a todo el país. Las laderas ácidas, húmedas, del Macizo Central cayeron en desuso. Tomamos la ruta del exilio.

Antoine Spire: Es comprensible que sienta fascinación por las generaciones que vivieron en estas tierras inhóspitas. Pero a la vez que respeta, que conserva la memoria del pasado, ¿no siente nostalgia de ese momento de apertura excepcional que fue su juventud?

Pierre Bergounioux: ¿Quién no echa de menos aquel vertiginoso momento, a  mediados de los sesenta, cuando todo parecía posible en todos los ámbitos: intelectual, moral, político? La gente de mi clase fue partida en dos por el futuro. Yo procedo, por mi infancia, por mi ascendencia, de una región verde, silvestre, lacustre de la Tierra. El tiempo que siguió me hizo urbanita, estudioso y hogareño. Estructuralmente, estoy abocado a la nostalgia, ese  dolor del retorno. Sé perfectamente que el cambio era inevitable. Pero existe el privilegio del origen. Llevo duelo por las amistades rotas, por el país  perdido, por los pájaros y por las fuentes.

Antoine Spire: En B-17G, usted fue cautivado por la imagen de este Boeing B-17 cayéndose a pedazos. El acontecimiento terminó justo cuando parecía comenzar. Es como si la imagen condensara los prodigios del siglo, una irrupción extremadamente violenta de la actualidad en el viejo mundo en el que usted estaba inmerso.

Pierre Bergounioux: La historia del siglo XX, desde la Gran Guerra hasta la desintegración de la URSS, en 1991, está marcada por una violencia monstruosa. Esa imagen de un avión en llamas yo la había visto en la televisión en 1965, durante una retrospectiva de la Segunda Guerra Mundial. Condensaba, en su devastadora inmediatez, el poder inaudito, racional, en principio, demencial en su aplicación, de la modernidad. Todo se mueve extremadamente rápido. En el espacio de dos o tres décadas, la conmovedora jaula de pollos de Blériot se ha transformado en un reluciente bólido de metal reluciente, erizado de ametralladoras pesadas, que atraviesa a seiscientos o setecientos kilómetros por hora la antigua morada de los dioses. Quienes recorrían los altos firmamentos con el equivalente del fuego de Zeus en sus manos tenían 18 o 20 años. Habían cruzado el Atlántico para detener a la vieja Europa, devorada por sus demonios, desgarrada por un conflicto suicida. Cuando me preguntaron qué imagen, entre todas las demás, me había impactado, pensé durante medio segundo y me dije que era la de la fortaleza volante en vías de desintegración, a 25.000 pies sobre Alemania, en el transcurso de 1944.

Antoine Spire: Cuando pensamos en escritores vinculados a la naturaleza, pensamos en aquellos que cantaron las alabanzas de la tierra. En Barrès, por ejemplo. Pero su visión de la naturaleza no tiene nada que ver con la visión reaccionaria de la tierra de Barrès.

Pierre Bergounioux: Hay mucha confusión cuando se trata de la tierra. Barrès es un charlatán reaccionario y chovinista, un esteta brillante, un comicastro. Yo soy un cretino rural fuertemente anclado a la izquieda. No considero que ni mi país ni yo tengamos ninguna cualidad especial. Al contrario, siento, sé, lo mal que se les trata. Ya en el Renacimiento, Rabelais se burlaba del pobre «escholier limozin», que imitaba todas las lenguas y no poseía ninguna. En el siglo siguiente, Molière divirtió mucho a la Corte con las ridiculeces de su Monsieur de Pourceaugnac. Las afiladas, las violentas categorías del materialismo histórico, que aprendí de mis compañeros de la región de La Creuse, en el Liceo de Limoges, las apliqué a esto que era yo, entre todos los demás. Me protegían contra el espíritu regionalista, las vanidades locales que engendran el desprecio, la incomprensión de los demás y de uno mismo. Las malas tierras ofrecían pequeñas compensaciones, ligeros antídotos contra el vacío, contra el aburrimiento que te carcomía. Era el contacto galvánico de los cuatro elementos, la gloria intacta de los tres reinos. Nos proporcionaban silenciosas alegrías, oceánicas, alimentaban nuestra curiosidad. Algunos insectos son extraordinariamente bellos, brillantes como pedrerías, modeladas por un orfebre invisible en lo más profundo del bosque. Algunos peces parecen lingotes de plata. He atrapado, vivos, animales de todo tipo, he capturado una víbora de color ladrillo moteado de negro, pájaros multicolores, he soñado sin cesar con el agua capciosa. Hasta una época reciente, pedazos de la Galia peluda permanecían atrapados en la Francia republicana y jacobina. Proporcionaban a los niños cierta compensación por la ausencia de bienes principales como los monumentos famosos, las grandes bibliotecas y los museos, los centros de enseñanza superior, el poderoso rumor de las capitales, la vibración del presente. De todo ello no sospechábamos nada mientras permaneciéramos enterrados en los valles sombríos de la periferia.

Antoine Spire: Me parece que su relación con la naturaleza contrasta con la relación con la tierra de varios escritores regionalistas por su gusto por la tecnología y el bricolaje. Su idea, por ejemplo, cuando era joven, de poseer una rueda de locomotora; o el acero que manipula como escultor.

Pierre Bergounioux: Nos interesamos mucho más cuando percibimos la mediocridad de las fuerzas productivas de la sociedad rural. Yo he visto  trabajar a los bueyes bajo el yugo, emplear herramientas que se remontaban a la Edad de Hierro, la azada, la hachuela, la gran sierra multiusos, el pique-pré, una especie de gran hacha merovingia utilizada para sangrar los pastos y evitar que se encharcaran. He medido la irrisoria potencia del hombre, que es del orden de una doceava parte del caballo de potencia. El motor de automóvil más pequeño da 75 u 80. Se ha producido, en el espacio de unos pocos años, un salto cuantitativo y cualitativo equivalente a la estremecedora  intrusión de las formaciones de Boeing B-17 en el corazón de la Alemania nazi. Creo haber asumido la humildad ligeramente desesperada de los campesinos de los viejos tiempos frente a la tierra ingrata, las inaccesibles  arboledas,  las terribles fuerzas de la naturaleza. La aparición prometeica de las máquinas, de los motores, me fascinaba. Deseaba poseer algún símbolo de esta revolución mecánica, un emblema de la liberación. Un día surgió la oportunidad. Era amigo del hijo del jefe de estación de Brive. Me ofreció amablemente una rueda motriz de locomotora de vapor que estaba siendo desmantelada con un soplete. Era mía, si quería, si podía. Yo contaba con colgarla en la pared de mi habitación, con absorberme en su contemplación pura y desinteresada. Pero no podía. Pesaba dos toneladas. Todavía la echo de menos.

Antoine Spire: Así que está usted en todos los frentes: en el mundo agrícola de anteayer con la naturaleza, en el mundo obrero de ayer con la naturaleza transformada, las herramientas y la fascinación por la mecánica, y en el mundo de hoy como el brillante intelectual en el que se convirtió tras graduarse en la École normale supérieure.

Pierre Bergounioux: La gente como yo ha recorrido el equivalente a quince siglos en una sola vida. Empezamos, más o menos, con la «parcela» feudal. Llegamos, a toda velocidad, al final del Antiguo Régimen, adivinamos más que vimos el triunfo del capitalismo y de la industria pesada, pusimos pie en el siglo XX, descubrimos, consternados, las formas de conciencia universal de las que habían sido cuna las capitales europeas. Se nos brindó la precaria,  formidable oportunidad de subirnos en marcha al carro de la historia, de quemar las etapas escalonadas en el largo camino que lleva de las sociedades precapitalistas a la posmodernidad. Exigía una atención agitada, un trabajo duro. Veníamos de lejos. Me viene a la mente de algún modo, el aspecto demacrado que muestran aquellos que desembarcan al alba en un país desconocido, entornando los ojos, tras una larga y dura travesía.

Antoine Spire: Convertido en profesor, usted se ha propuesto como misión iniciar a los niños en la comprensión del mundo, en la comprensión de las tres capas del mundo. ¿Cómo ve la difícil iniciación al francés que ofrece a sus alumnos?

Pierre Bergounioux: Enseñar es una tarea apasionante. Cada niño posee un grado supremo de inteligencia en estado puro, virginal. Lo más hermoso que conozco es la inteligencia de los niños. Cuando sabes cómo llegar a ella, esté donde esté, es como encender una lámpara. A veces, claro, la corriente no funciona tan bien. Son las cuatro de la tarde. Seis o siete colegas me han precedido. La tensión y los niveles de atención bajan. Pero también hay momentos de gracia. Por ejemplo, en invierno, cuando la noche profunda y helada de la mañana bloquea la ventana y llevamos fuego y luz a los alumnos que nos confía la República. Las cosas muy complejas, el conocimiento reflexivo de la lengua, los arcanos de la alta literatura, son accesibles a las mentes de quince años. Verlos progresar en estos ámbitos es una experiencia conmovedora. Que sea difícil se debe a la división de la sociedad en clases. Los bienes del espíritu están tan desigualmente distribuidos como la riqueza material. El tour de force que llevan a cabo día tras días los profesores, mis colegas, consiste en mantener unido lo que, fuera de los muros de la escuela, se excluye, se combate. Por un lado, están los que cuentan con la holgura y la seguridad, con una familiaridad de toda la vida con la cultura escolar, y por otro, los que no cuentan con nada de eso. Estas poblaciones, por lo general, no viven en los mismos barrios, en las mismas calles. Yo deseaba proporcionar a los niños aquello que, de niño, esperaba de mis profesores y no siempre recibía. Me siento bien en una sala de profesores, no sólo porque cada hombre esté ciegamente prendado de su destino, sino porque encuentro en estos hombres y sobre todo en estas mujeres —ellas son mayoría en la enseñanza secundaria— las virtudes genéricas del servicio público. El amor por su trabajo, una cierta rectitud, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, una generosidad que no se encuentra necesariamente en todos los universos socioprofesionales.

Antoine Spire: ¿Las desigualdades a las que se ha visto enfrentado le han llevado a pensar hoy en día que las dificultades habían aumentado, que la tarea era más compleja que ayer y que, de hecho, le tocaba a usted intentar hacer algo de lo que el sistema social debería haberse ocupado por sí mismo pero no lo hizo?

Pierre Bergounioux: Hay una carencia de acción política al más alto nivel.  Pierre Bourdieu, cuya desaparición me ha apenado mucho, llamaba «mano izquierda» del Estado al servicio público, a la asistencia social, a la educación, a la medicina, a la policía, a la justicia. Trabaja lo mejor que puedas para reparar los daños causados por el liberalismo triunfante. Los dominados están condenados no sólo a fracasar, sino a interiorizar muy profundamente su fracaso. Uno de los efectos más perniciosos del sistema escolar actual es que está formalmente abierto a todo el mundo hasta los 16 años; los chavales que son incapaces de sacar el menor provecho del sistema educativo actual pasan años en la inmediata vecindad de los que, en cambio, tenían todas las posibilidades de triunfar. Cada día se convencen más de su indignidad. No habrá necesidad de usar, más adelante, la violencia física para mantenerlos en el estado de subordinación y explotación al que están destinados. He oído a crías y críos de catorce años decir algo terrible: «Somos unos inútiles». Estaban confirmando su destino objetivo. La escuela no libera. Contribuye, de manera decisiva, a legitimar la desigualdad. Todo esto quedó magistralmente establecido por Bourdeieu ya en 1964, en Los herederos. Los estudiantes y la cultura.

Antoine Spire: A los ojos de los niños, ¿se mezcla a veces el escritor Pierre Bergounioux con el profesor¿ ¿Perciben que miran al escritor junto al profesor que les introduce en la gran literatura?

Pierre Bergounioux: Michel Eyquem solía decir que Montaigne y el alcalde de Burdeos existían a la vez. Está el profesor que ejerce quince horas a la semana y el tipo que se adelanta a la aurora para manchar, a escondidas, un papel. En el aula, soy el alcalde de Burdeos; en mi pequeño reducto, soy Montaigne. No puede haber confusión. Los alumnos saben que, a veces, escribo libros. Yo no quiero saberlo. A los quince años, por muy inteligentes que pudieran ser, no podrían imaginar qué clase de monstruos nos vemos obligados a bajar al subsuelo para enfrentarnos con ellos, los espectros feroces, los engendros a los que disputamos la luz que tanto se empeñan en negarnos. El oficio de educador tiene un contenido preciso, unos objetivos, un ritmo, unas limitaciones, tanto externas como internas. Lo que hago en mi aula se parece a lo que ocurre al otro lado del tabique, en la habitación de al lado. Mientras que la invención de la literatura es esencialmente indeterminada, angustiante y singular, aventurera. Por un lado, así pues, está lo que confío con mano temblorosa, muy insegura al papel; por otro, lo que libero públicamente con voz oficial y perentoria. La esquizofrenia sólo es el efecto inducido de las contradicciones que atraviesan el mundo.

Antoine Spire: Esta esquizofrenia que parte su existencia en dos, ¿no es preocupante en la medida en que le impide testificar ante los jóvenes acerca de una literatura que se escribe en el presente? Usted renuncia, al seguir estricta y rigurosamente las instrucciones ministeriales, a transmitirla en su forma más actual.

Pierre Bergounioux: Una cosa son las directrices ministeriales, eufemísticas y demagógicas, y otra la sociedad de clases en la que se inserta la escuela. Somos portadores de un mensaje con pretensión universalista. Está muy bien dirigirse a un grupo de 25 o 30 alumnos sin hacer la menor distinción de origen social, de sexo, de confesión, de color de piel, sin tener en cuenta nada más. Este idealismo declarado, este voluntarismo abstracto, confieren su eminente dignidad a nuestro magisterio. También es lo que lo hace tan terriblemente difícil. Nos enfrentamos, a cada momento, a la realidad del mundo social, a las distinciones, al orgullo, al desprecio, a l rencor, a los odios cruzados, al racismo, a la desigualdad concreta. Este es el obstáculo que encontramos a cada paso, y que complica el trabajo, y la vida, de los profesores. La disparidad original de los niños difracta, en consecuencia, el principio unitario, igualitario de la comunicación educativa. Para los más dotados, es la totalidad de lo que enseñamos lo que se asimila, lo que completa la riqueza de la que eran depositarios incluso antes de cruzar las puertas de la escuela. Pero nos damos cuenta de lo extremadamente difícil que es para los niños procedentes de medios desfavorecidos, dominados,  entrar en la maravillosa esfera de la cultura erudita, libres de cualquier expectativa de beneficio material, incluso de interés temporal. Esta es la clave de las dificultades a las que se enfrenta la educación nacional. Cómo mantener vivo el maravilloso patrimonio que, como ciudadanos de la República Francesa, hemos heredado de una historia brillante, de una literatura en la que cada hombre ha podido reconocer una parte de su humanidad, un persa, un hurón, un escholier limozin, al que conozco bien, e incluso los caníbales caros a Michel de Montaigne, del que hablábamos.

Antoine Spire: ¿En qué medida las instrucciones del Ministerio de Educación contribuyen a agravar esta situación?

Pierre Bergounioux: En tanto sugieren que esas instrucciones bastarían para resolverlo, en tanto quieren convencer a los interesados, a los profesores, al público, de que las medidas técnicas, los «proyectos» educativos, los ordenadores, la reorganización de los horarios y el peso de las mochilas escolares podrían resolver la crisis orgánica de un sistema educativo que lleva en su carne, y en su espíritu, el sello de la desigualdad.

Antoine Spire: ¿No han pedido algunos ministros a los profesores que tengan en cuenta esta desigualdad? Estoy pensando en alguien como Jean Zay, que estaba en el cargo en la época del Front Populaire, y en otras personas en posiciones de poder que no creían que la pedagogía iba a cambiarlo todo...

Pierre Bergounioux: Jean Zay fue un hombre admirable. Sus acciones bajo el Frente Popular, sus iniciativas en materia de enseñanza técnica, en particular, contribuyeron a aliviar la miseria de los más miserables, a ofrecer un cierto número de oportunidades a quienes no podían acceder a ninguna. La milicia  petainista no se equivocó y le asesinó brutalmente. La posguerra estuvo marcada por una serie de convulsiones. La Universidad se abrió, bajo la presión de la demanda económica, a sectores que durante mucho tiempo había mantenido al margen. Pero no he visto ninguna reforma que haya arañado siquiera la superficie del problema. Ninguna decisión política, acompañada de las medidas económicas adecuadas, ha permitido a las masas acceder a la cultura erudita, que consiste en una relación estrecha con los contenidos del pensamiento elaborado, marcada por la exactitud, la autenticidad, la universalidad. El hecho de que sea costosa, difícil de crear, no es excusa. Lo excelente, decía Spinoza, es siempre difícil. 

Desde las leyes de Ferry hasta 1950, el nivel de educación general siguió siendo elemental. Yo he llegado a conocer, de niño, a personas analfabetas, sobre todo mujeres. Llevamos cuarenta años de paz. Podemos concentrar considerables recursos en la educación y la cultura. Habríamos podido quemar etapas, pasar sin transición de la secundarización a la superiorización de la población. Eso habría requerido una voluntad de hierro, revolucionaria, que, que yo sepa, jamás ha estado en la mente de los gobernantes. Viviríamos entre sujetos cartesianos, entre almas rousseaunistas, entre corazones cornelianos. Lo que podría haber sido yace latente en el limbo, no por no sé qué insuficiencia inherente a la escuela, que hace lo que puede y más, sino por la debilidad interesada de una política obsesionada por la preocupación de preservar el orden establecido. ¿Cómo no pensar en los tribunos del año II que cambiaron la vida ofreciendo a todos la libertad formal y, a muchos, la oportunidad de instruirse, de salir del pozo de ignorancia en que estaban enterrados? Mientras tanto, tenemos TF1, Disneylandia y la telerrealidad.

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Este artículo es la traducción al castellano de la entrevista Les gens de ma sorte ont parcouru en une vie l’équivalent de quinze siècles, realizada por Antoine Spire y publicada por Le Monde de l'Education en su número de abril de 2002. 

La imagen de la cabecera procede de: https://www.bridgemanimages.com/en-US/michel-lunardelli/portrait-of-pierre-bergounioux-writer-at-the-ecole-nationale-superieure-des-beaux-arts-in-paris-2008/photograph/asset/4371098  

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23 de noviembre de 2023

La invención del presente II

 

«Basta con abrir El gran Meaulnes para reencontrar el hermoso rostro cansado, sonriente, secretamente inquieto del país, justo antes de la tormenta, y verlo cobrar vida, recuperar su confianza. Una vez cumplido el milagro, Henri-Alban Fournier dejó la pluma, se puso su uniforme de subteniente y desapareció, como Agustín, en el bosque de Saint-Rémy-la-Calonne, cerca de Verdún, el primer día de otoño».

«Alain-Fournier», en La invención del presente. Pierre Bergounioux. Shangrila Textos Aparte, 2023. Traducción de Rubén Martín Giráldez

20 de noviembre de 2023

La fuerza plástica

 


Pierre Michon: la fuerza plástica 


Éric Morin y Agnès Castiglione


Éric Morin visitó, en otoño de 2013, al escritor Pierre Michon en su casa de Cards, en la Creuse, para una sesión fotográfica, en la que se encontró con Agnès Castiglione; de la conversación sostenida entre los tres surgió la entrevista que se transcribe a continuación. 


Pierre Michon es uno de los escritores franceses más influyentes de la actualidad. Sus libros son considerados ya clásicos, especialmente el primero, Vidas minúsculas (Prix France Culture 1984, Premio Internazionale Nonino 2017 para la traducción al italiano), pero también La Grande Beune (la edición española se titula El origen del mundo, Prix Louis-Guilloux 1997), Cuerpos de rey (Prix Décembre 2002), Abades, tres relatos ardientes y crueles que evocan las primeras generaciones de benedictinos que vinieron a establecer sus monasterios en las islas y marismas de la Vendée, y Los Once, que obtuvo el Grand prix du roman de la Académie française en 2009; con posterioridad a la celebración de este encuentro, el conjunto de su obra ha merecido el Prix de la Ville de Paris en 1996, el Grand Prix de littérature de la SGDL en 2004, el Petrarca Preis en 2010, el Grand Prix Ardua de las universidades de Aquitania en 2013, el Prix Marguerite Yourcenar en 2015, el Prix Franz Kafka en 2019 y el Prix de la BnF en 2022.


Pregunta: Usted parece preferir el término prosa a novela, y sustituye la cuestión de los géneros por una noción que le parece esencial, la de fuerza plástica. ¿De dónde procede? ¿Cómo la definiría?


Pierre Michon: La expresión fuerza plástica proviene de Nietzsche. Dice en esencia que la obra, el hecho artístico, cuando tiene éxito, no es ni por una cuestión de sentido ni por una cuestión de forma, sino de fuerza. Una fuerza, dice, que habría absorbido todo el pasado para transmutarlo, por así decirlo, en sangre. Es en la pulsión hacia la forma perfecta, la nueva forma, donde se percibe la fuerza plástica de un hombre. La escritura no es sólo una forma, por supuesto. Pero en la pulsión hacia la perfección de la forma es donde se inscribe, se lee, se hace visible la fuerza plástica de un hombre, que es una especie de mezcla de don y energía, podríamos decir. O de conocimiento y energía.  


P.: ¿Esta fuerza plástica equivale a la búsqueda de la belleza, a la tensión hacia la belleza, simplemente a la búsqueda estética?


P. M.: La búsqueda estética de la belleza presupone que se puede alcanzar. Pero la pulsión hacia la forma perfecta no presupone que se pueda.


P.: ¿Qué significa entonces la obtención de la belleza como verdad?


P. M.: Me parece que Dante dijo, básicamente: no escribo la verdad utilizando formas bellas, escribo formas bellas que me llevan la verdad. Es la idea de que la verdad nace de la belleza, como en la fórmula del filósofo, «la irrupción de la belleza es la forma en que florece la verdad». Ayer soñé con Dante. Por eso hablo de él esta mañana.


P.: De hecho, Dante califica su empresa poética con el verbo trashumanare, que significa ir más allá de lo humano.


P. M.: Por supuesto, porque la belleza horripilante, perfecta, es lo que caracteriza al universo. Desde el Big Bang hasta la descomposición de los cuerpos. Con la breve individuación de cada persona en un cuerpo: «aparecer, brillar y morir», como decía Genet; brillamos un instante, en la página, en el vestido, en la obra, en pura energía. La belleza es la energía del universo,  unida.  


P.: En Abades, a propósito de una mujer alta que camina sobre sus pies de mármol, evocas «la verticalidad sin freno del rayo». ¿Es la misma fuerza que sentimos los lectores?


P. M.: La vertical sin freno, el relámpago, no es la mujer, sino el deseo que sentimos hacia ella, y el deseo que ella siente. No es una estatua griega, no es una belleza muerta, es el cuerpo del deseo. En otro texto, La grande Beune —en la edición española, El origen del universo—, sólo hablo de esto: el cuerpo de una mujer vale el mundo, ella es el mundo en su totalidad. A menos que el mundo sean sólo las braguitas de mi heroína. El relámpago es un cuerpo de una mujer.


P.: ¿Así que esta fuerza plástica de la prosa se encuentra in situ en el personaje, en la representación de la mujer, pero también en el paisaje?


P. M.: Sí, hay fuerzas visibles inmediatas, tan obvias que no hablamos de ellas. Cuando llegas a Nueva York y sobrevuelas el skyline, te sobrecoge una fuerza impresionante. Esta fuerza no cae del cielo, es la fuerza de los hombres, de los arquitectos. También lo sentí muy intensamente —es una de mis mayores emociones, más allá de la estética— ante Las cacerías de Assurbanipal, en el Museo Británico. Se trata de enormes bajorrelieves que forman un libro, realmente, porque presentan toda la cacería de principio a fin, es una narración, un cómic. Y el objetivo de este fresco es matar: «El rey mata leones». Y la imagen absoluta es lo que llamamos el rey. El rey —y la mujer, por supuesto.


P.: Volvamos al fenómeno tan plástico de la moda. La moda, por otra parte, es puro plástico sobre papel satinado: ¿qué valor de fuerza podemos atribuirle? Y esta plasticidad del cuerpo femenino tiene muy poco significado, o un significado muy pequeño que es siempre el mismo...


P. M.: ¡Oh, el «un significado muy pequeño»! Después de todo, ¡es el sentido de la humanidad! El universo está diseñado para perpetuarse y los mamíferos también, para procrear —pero no se trata de eso. El fastidio del acto sexual, dice Lacan, es que siempre hay que volver a empezar —sí, relanzar el deseo, los fetiches, la ropa, las fotos, la moda, el aleteo de la falda. La falda nunca deja de agitarse, de un abrazo a otro, de un amor a otro. 


P.: Sí, pero este sentido es repetitivo. Es increíble que siga funcionando. Antes hemos abierto y hojeado esta revista. Las fotos de moda siempre utilizan el mismo sistema: la chica es guapa, tiene buenas piernas….


P. M.: ¿Pero qué más necesita? Sabe, también la escritura es siempre el mismo sistema. Y aquí, en la revista de moda, como presenta el mayor significante para la humanidad, lo sexual, siempre nos sorprende, siempre nos emociona —nunca abro estos papeles satinados sin estremecerme.


P.: ¿Puede la fuerza de un libro ayudarnos a mantenernos firmes, con respecto al comportamiento, pero también con respecto a las mujeres, como en Abades? ¿Puede ayudar también a enfrentarse al cuerpo, más allá del icono?


P. M.: Por supuesto. Sí, los libros pueden dar su energía a aquel que los escribe. Como Abades, por ejemplo, que fue escrito en las tres semanas que estuve en el hospital, y que me curó.  


P.: ¿Como con las imágenes? Pero uno tiene la sensación de que las imágenes tienen menos poder.


P. M.: ¡Las imágenes tienen un poder tremendo! No hay más que ver un retrato, un cuadro o una fotografía, de los que se pueden tener todas las reproducciones que se quiera. Desde Walter Benjamin se dice que la obra pierde su aura debido a su infinita reproducción técnica. No creo que sea cierto. A veces lo he pensado porque todo el mundo afirma esta idea con la tranquila certeza del lugar común. No, creo que un retrato logrado sigue siendo una aparición. Incluso reproducido. Siempre es lo mismo, es «la irrupción de la belleza como un modo de eclosión de la verdad». Y es cierto que el encuentro cara a cara con los cuadros no ha cambiado desde que se fotografían. Bueno, los grandes cuadros. Cuando uno se encuentra con el cuadro de San Jorge y el Dragón de Carpaccio en Venecia, se le saltan las lágrimas. Y eso que lo has «visto» mil veces. Pero San Jorge tiene sentido: el rey mata leones, el santo mata diablos. La obra mata el sentido común.


P.: Al fin y al cabo, ¿no es la inmovilidad el objetivo de todas las imágenes? ¿Como quizás en la literatura, donde la excelencia de la fuerza se concentra en una sola frase?


P. M.: La energía debería estar en cada frase, de la misma manera. Y, si el libro es bueno, debería estar en cada sílaba, en el oído. Pero usted me hablaba del paisaje. Hay lugares que me parecen bellos por naturaleza, por ejemplo el borde del bosque, el paso de la sombra a la luz, el tajo del acantilado, como el hemistiquio en medio de un alejandrino, eso, para mí, es siempre estupefactivo. Pero decir que un paisaje en general, localmente, es más bello que otro, no sé...  


P.: Más allá de la representación artística, si nos quedamos en el ámbito del paseante, ¿qué es lo que mantiene su interés, como el borde del bosque del que hablaba? ¿Qué fenómenos naturales?


P. M.: Lo que nunca me canso de mirar, y también de fotografiar, es la luna. Es una forma que se repite en mis textos, es mágica. Observo muy a menudo la aparición de la palabra luna en mis lecturas. La palabra también se refiere a las nalgas de una mujer. De hecho, en nahua, la lengua azteca, el nombre de la luna, metzli significa, como dicen púdicamente los americanistas, el muslo. Obviamente, no se trata del muslo, sino las nalgas. Me gustaría quedarme un tiempo en la luna ¡como si no estuviera ya en la luna todo el tiempo!


P.: Es precisamente lo que corresponde a Pierrot.


P. M.: La luna es el final del poema Boaz dormido. Tras el acoplamiento de una joven y un anciano, la joven, Ruth, contempla «esa hoz de oro en el campo de las estrellas». La última página del Diario de guerra del Che Guevara en Bolivia comienza con esta frase: «Somos diecisiete bajo una luna muy pequeña y es difícil caminar». ¡Cuántas referencias a la luna! Está Hécate, de Jouve, y Hécate et ses chiens, de Paul Morand, dos textos muy hermosos, ambos muy eróticos. La luna es indestructible. No tiene nada que mostrar —es un signo vacío, casi una abstracción. Pero llena el cielo.


P.: Hablando de fenómenos en el paisaje, ha mencionado los aviones de combate que sobrevuelan el campo a baja altura.


P. M.: ¡Ah, los grandes Mirage, ahora los Dassaut Rafale! Aquí hay pruebas de vuelo a baja altura. Me encanta esta irrupción inmediata, fatal, de la brutalidad técnica en un paisaje rural. Las cosechadoras tienen el mismo efecto sobre mí, todas esas máquinas forestales con sus ojos de gigante, que se ven destellar en el bosque y aplastar árboles. Esto es realmente como El Dragón en el bosque. Es una hermosa chica en lencería elegante corriendo salvaje en un granero.  


P.: ¿Hay una cuestión de puesta en escena en la fuerza plástica? ¿Hay algo de escenografía?

 

P. M.: Por supuesto. Para la literatura, en todo caso, sí, para la moda, para todo. También hay una puesta en escena en esas fotos de las noticias que se han convertido en clásicas. Pienso en el Che Guevara muerto. Cuando lo mataron, su cuerpo fue colocado en el lavadero del pueblo de Villafranca y fotografiado por militares ignorantes que todavía se las arreglaban para elaborar un Mantegna. Hayen esa fotografía de principiante, una fuerza plástica verdaderaa. Encontraron la manera, a su pesar o porque llevaban esta imagen dentro, de darle la apariencia del Cristo muerto. También hay una hermosa frase de Stendhal. Habla del amor que sintió por una mujer y dice que esa mujer sigue ardiendo en él como un gran fuego, «uno de esos fuegos que encendimos hacia Smolensk o en el Berezina durante la retirada de Rusia». Qué energía: ¡dar un sentido de amor a la atroz Berezina!


P.: También se trata de insuflar vida a las cosas, devolverles la vida a través de la energía de la frase, como en esa figura retórica de nombre complicado que usted practica casi espontáneamente, la hipotiposis.


P. M.: La hipoposis, que es la figura utilizada para hacer aparecer lo descrito como en una alucinación, es un proceso profundamente fantástico y pornográfico: es como si las cosas dichas, escritas, tuvieran que aparecer de verdad, igual que aparece el cuerpo de la mujer en la fantasía, en el escenario masturbatorio, la fantasía básica.


P.: Entonces, ¿es usted fetichista?


P. M.: Lo soy, hasta la punta de los dedos. Pero el fetiche hay que llevarlo, habitarlo, convertirlo en carne ¡y servirse de él!


P.: ¿Podría darnos un ejemplo de una fuerza plástica absolutamente fulguranbte?


P. M.: Fue aquí mismo. Alguien estaba rodando una película sobre mis libros. Era verano, hacía buen tiempo, estaba haciendo una lectura, la filmaron, con las persianas cerradas. Estoy leyendo, en Cuerpos del rey, el momento referido a  la muerte de mi madre. Y en el preciso momento en que digo: «Las enfermeras, habiendo ratificado su muerte, me dejaron», se oye un estruendo atronador, el inicio de la tormenta. Todos nos miramos, estupefactos. Fue mágico, una evocación mágica lograda. Ese momento está en la película. Siempre volvemos a las fórmulas mantra que hacen aparecer al dios. Es el viejo truco de la oración. Es el poder de la literatura, de las lentejuelas, de la moda. Del relámpago. ¡Abracadabra!

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Este artículo es la traducción al castellano de la entrevista Pierre Michon: la force plastique, publicada por L'Orient Littéraire en su número 166 de abril de 2020, enhttp://www.lorientlitteraire.com/article_details.php?nid=4750&cid=31


La imagen de la cabecera procede de: http://kiraathane.com.tr/kiraathane-kitaplari/yazarlar/pierre-michon

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