31 de agosto de 2015

Lecturas de agosto


La guerra que mató a Aquiles
Caroline Alexander
Acantilado, 2015
Traducción de
José Manuel Álvarez Flórez
Ilíada
Homero
Ediciones Cátedra, 2009
Edición y traducción de
Antonio López Eire



























Sin que deje de ser cierta la definición de Italo Calvino, también lo es para este lector que una de las características que tienen los clásicos es que son libros de los que se aprende más en las sucesivas relecturas que cuando se leen por primera vez; algo de culpa debe tener el respeto hacia el que se acerca uno a ese tipo de obras literarias -como esperando estar a su altura, al contrario de la mayoría de otros libros, a los que a menudo acusamos de que no están a la nuestra como lectores-, o tal vez unas expectativas para los que no estamos preparados -¿cuándo leyó usted la Ilíada por primera vez, a los dieciséis, a los dieciocho, a los veinte? Malo, me temo que no tenía usted la edad adecuada para ello-... Sí, los clásicos, entre otras cosas, son capaces de renovar su mensaje porque quien los relee es un individuo distinto de quien lo leyó por primera vez y en las ocasiones sucesivas, y todas sus experiencias del mundo y todos los libros que ya se han leído se ponen a su disposición para hacer su interpretación de la lectura, de lo que deriva una lectura no solamente más rica, habiendo aprendido a valorar contenidos, por ejemplo, si no también más consciente, porque aquellos ámbitos que pudieron viciarla -la sorpresa, la intriga, pasajes no bien comprendidos- han dejado de influir en el acto de la lectura: ya no se ve solamente el edificio, ya hemos aprendido a introducirnos en su interior y a valorar todos los detalles de la construcción. Deberíamos reservar un alto porcentaje -¿una cuarta parte, por ejemplo?- del tiempo que dedicamos a la lectura a leer y releer a los clásicos. Para saber de dónde venimos, para valorar con más fundamento el resto de nuestras lecturas, pero también, last but not least, por puro goce intelectual. 
Reseña completa en: http://jediscequejensens.blogspot.com.es/2015/08/en-torno-aquiles.html
La Ilíada: Hors catégorie
La guerra de Aquiles: ****/*****
Pensamientos diversos sobre el cometa. Pierre Bayle. Ediciones Antígona, 2015
Introducción y traducción de Julián Arroyo Pomeda
A finales del siglo XVII, La Era de la Razón, una corriente intelectual empezaba a imponerse en los círculos filosóficos -cuyos indicios, en Francia, podrían remontarse a 1580, año de la primera edición de los Ensayos (Essais, 1533-1592) de Michel de Montaigne; a pesar de alcanzar a gran parte del mundo civilizado, excluida España, la Ilustración es un fenómeno eminentemente francés- con tal empuje que ya puede empezar a hablarse propiamente de Ilustración; faltan todavía cien años para que vea la luz Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung, 1784), el texto de Immanuel Kant, y más de cien para que se materialice la consecuencia política más importante, La Revolución Francesa. Han empezado a aparecer algunos pensadores cuyos temas y, sobre todo, preocupaciones intelectuales, ponen de manifiesto la existencia de una corriente subterránea que comenzaba a fraguar el decisivo Siglo de las Luces; entre ellos, Pierre Bayle, un francés -¿de dónde, si no?- crítico con la religión, con el poder terrenal y con la multitud de supersticiones, religiosas y laicas, que condicionaban, con aquiescencia de la totalidad de poderes celestiales y terrenales, la vida intelectual, pública y privada, de sus contemporáneos. Pensamientos diversos sobre el cometa (Pensées diverses écrites à un docteur de Sorbonne à l'occasion de la Comète qui parut au mois de décembre 1680, Rotterdam, 1682) fue su primera obra publicada.
Reseña completa en: http://jediscequejensens.blogspot.com.es/2015/08/pensamientos-diversos-sobre-el-cometa.html
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Dogma. Lars Iyer. Pálido Fuego, 2015
Traducción de José Luis Amores
Después de la sorpresa que supuso para este lector descubrir las peripecias de estos dos personajes tan particulares en Magma, Lars -el personaje y narrador- sigue relatando su instrucción a cargo de W., divagando sobre multitud de temas, sugeridos por el paisaje, por los encuentros o por los acontecimientos -Lars y W. son incansables caminantes e insistentes clientes de pub-, por el recuerdo, fruto de la dispersión mental, sentenciando con gravedad y burlándose sin piedad de su pupilo, que resiste las acometidas con la filosofía de un estoico. Quien quiera una similitud, más allá de parejas uniprotagonistas como Bouvard y Pécuchet o, más recientemente, de Jack Toledano y Damien Anderson en Moo Pak, me vienen a la cabeza Reger y el narrador de Maestros antiguos.  
"A un espíritu se le puede exorcizar. Sin embargo, ¿cómo te libras de un idiota?"
En esta peregrinación, se trasladan a EE. UU. -"nosotros somos dos idiotas en América"- para dictar un ciclo de conferencias -"deambulando por América con un imbécil"- acerca de "capitalismo y religión", a la vez que intentan encontrar la América oculta, esa que la América oficial esconde como quien encubre sus vergüenzas; de regreso a Inglaterra, se dan cuenta de que no han aprendido nada del viaje excepto que ni W. fue arrestado ni Lars se pegó un tiro; y que en el apocalipsis de la inteligencia, en esa inevitable catástrofe hacia la que nos encaminaos con paso firme, W es el único que es consciente de la realidad y, a la vez, la última esperanza de que el mundo intelectual sobreviva.
"Quizá deberíamos guardar silencio sobre asuntos fundamentales, dice W. Quizá no haya nada que podamos decir que no acabe destruyendo de inmediato lo que más importa."
Toda conversación es una huida de la soledad y del silencio hacia un remedo de pensamiento -que paradójicamente, siempre se ha tenido como fruto de la soledad y del silencio- mediante una espiral diabólica de final incierto; o sin final, si consideramos a éste como un cierre conclusivo. W., uno de los interlocutores literarios más interesantes en el  repelente vertedero de ideas del siglo XXI, se presta a acompañarnos; no será ni fácil ni fraternal, pero por lo menos no andaremos sobre la mierda absolutamente solos.
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Los desafortunados. B. S. Johnson. Rayo Verde Editorial, 2015
Introducción de Jonathan Coe. Traducción de Marcelo Cohen
"¿Puede tener sentido una muerte? ¿O ser absurda? ¿Es posible hablar de la muerte en estos términos? No lo sé, sólo siento el dolor, el dolor."
Un  periodista deportivo itinerante se desplaza a una ciudad para asistir a un encuentro de fútbol y, en vez de encontrarse en el no-lugar donde cada sábado escribe la crónica del partido correspondiente, se da cuenta de que conoce esa ciudad y que es en ella donde Tony, un amigo entrañable, murió de cáncer unos años antes. 
"Quizá no todo lo que sabemos de una persona es lo mismo para cada uno, quizá incluso sea muy diferente, lo que cada uno ve o comprende de ella, de él."
A pesar de ese inicio, Los desafortunados no es una novela de fútbol sino una novela sobre el recuerdo, y su tesis principal es que por más que la conciencia agrupe todas nuestras experiencias y las adjudique a un mismo sujeto, otorgándoles un ficticio tratamiento de linealidad, la vida es fragmentaria -y el recuerdo también-, el peso de cada fragmento es distinto del de los demás, y esa diferencia condiciona nuestro recuerdo, es decir, el qué
"No consigo recordar. La mente tiene fusibles",
por qué 
"Mi mente pasa opaca por encima del familiar terreno de los prejuicios, cuánto del pensamiento es repetición, opacidad, siempre lo mismo"
y cómo 
"Cómo funciona la mente, recordar estas cosas, no otras"
lo recordamos; a la vez que su carácter temporal que plantea una pregunta fundamental: ¿de qué modo queda modificado un recuerdo en función de las experiencias posteriores? Es decir, ¿cómo sería el recuerdo que el protagonista tiene de Tony si éste no hubiera fallecido? 
"¿Cómo influye su muerte en cada recuerdo mío que tenga relación con él?"
Pues haciendo trampa, instrumentalizando el recuerdo para que dote de sentido a lo que ha sucedido después; para que se vea el conjunto de la experiencia como un continuum causa-efecto; y para que justifique conductas posteriores que tomadas aisladamente serían difícilmente justificables.
"Otra vez esta sensiblería, el pasado siempre propicia la sensiblería, es inevitable, todo lo que es suyo lo veo a la luz de lo que ocurrió después, su lenta desintegración, su muerte. Las olas del pasado remueven las defensas de mi arenosa cordura, la pintura tiene que resguardarlo, aquietarlo, volverlo romántico, bonito."
¿Que por qué el libro se vende en una caja, cuando el número de hojas no lo haría necesario ni se trata de una carísima y exclusiva edición de coleccionista? Ah, sí, buena pregunta, pero me temo que tendrán ustedes que leerlo para poder responderla. Sin embargo, no se dejen cegar por el supuesto experimentalismo del artefacto, sigan las instrucciones, si les apetece; no sólo no es, a juicio de este lector, ningún mérito extraordinario, sino que tampoco tiene nada que ver con la gimnasia post-modernista, es una anécdota, insustancial e irrelevante, que puede poseer cierto sentido como reflejo de la mente del narrador y de lo que he intentado decir más arriba, pero nada más. Los desafortunados es una magnífica novela, potente, triste, sobre la muerte y sobre el recuerdo, es decir, sobre la vida, que remueve la conciencia del lector porque su verosimilitud duele, vaya que si duele.
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Pájaro de celda. Kurt Vonnegut. La Bestia Equilátera, 2015
Traducción de Carlos Gardini
El día de Navidad de 1894, con motivo de una huelga en la Cuyahoga Bridge & Iron Company de Cleveland, los disparos de unos francotiradores contratados por la empresa acabaron con catorce personas e hirieron gravemente a otras veintiséis. Walter F. Starbuck, el hijo de los sirvientes emigrados de la familia empresaria, licenciado en Harvard gracias a la caridad de sus patronos y encarcelado por no querer desvelar la procedencia de un millón de dólares de financiación ilegal dentro del caso Watergate, nos acerca a los hechos más importantes ocurridos en su vida, que han coincidido con efemérides más o menos señaladas de la historia de los EE. UU. Como siempre en los protagonistas de Vonnegut, Walter es un obstinado optimista incapaz de concebir el mal, a pesar de su evidente existencia, un inadaptado en una sociedad que le ha pasado por encima, y que sigue creyendo -Vonnegut, no Walter- que la ingenuidad es la mejor arma para derrotar la injusticia.
"Creo que los mayores fingen saber lo que pasa, que todo es serio y maravilloso [...]. La gente mayor no ha averiguado nada que yo no sepa. Quizá si la gente no se pusiera tan seria cuando es más grande, ahora no tendríamos una depresión."
Pájaro de celda es Vonnegut cien por cien; hay quien la encontrará mejor que Matadero Cinco y quien dirá que no se puede comparar con Madre Noche; es posible que ambos tengan razón, pero este que escribe es un lector rendido, desde hace años, a los pies de Vonnegut que piensa que todas sus novelas valen la pena, y más con la que está cayendo.
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La felicidad de los pececillos. Simon Leys. Acantilado, 2011
Traducción de José Ramón Monreal
"La potencia sin control no sirve de nada", establecía un ya antiguo eslogan publicitario; y tenía razón, al menos conceptualmente. "La erudición si capacidad pedagógica no sirve de nada", podría afirmar una versión menos mercantil del eslogan; pero cuando ambas se dan juntamente, el resultado es tan maravilloso como edificante. Leys reúne en este volumen algunas crónicas aparecidas en varias revistas culturales -francesas, es decir, culturales- cuyo nexo de unión es la cultura y el hecho cultural, y bajo un marco circunstancial concreto:  el sentido común. 
"Las más altas inteligencias no dicen menos tonterías que el común de los mortales; simplemente, lo hacen con más autoridad."
Fragmentos concentrados como un aforismo, certeros como un disparo al blanco; cuadros situacionales, detallados y pormenorizados como un campo de estrategia; planteamientos insólitos -y aún así pertinentes- eficaces como fuego graneado. Y siempre, y esa es otra virtud, tal vez derivada de la relación de Leys con la cultura china, demasiado breves a ojos del lector. La felicidad de los pececillos es uno de los libros que es posible que no recuerden en su totalidad, pero les garantizo que les sucederán cosas en la vida, ahora o dentro de cincuenta años, que se lo harán presente.
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Off the record: por tratarse de un fragmento que me concierne, que nos concierne a muchos, como personas relacionadas de un modo u otro con la literatura, me permito reproducir a continuación la cita que efectúa Leys de The Crise of the "Nona", un texto de Hilaire Belloc de 1925:
"Para quienes se dedican a la literatura como si fuera su oficio (lo que fue mi cruel maleficio desde los veinticinco años), es ciertamente el más duro, el más caprichoso y, efectivamente, el más abominable de todos los oficios, por la simple razón de que no habría tenido que constituir jamás un oficio. Se supone que un hombre no debe vivir de su pluma, como no debe vivir de su conversación, o de la manera en que se viste, se pasea o viaja. No hay ninguna relación entre la función de las letras y su resultado económico. No hay ninguna relación entre la calidad, o la mediocridad, o la importancia de una obra literaria, y las sumas que se pagan por ella. Tal relación no sería natural y de hecho no existe. Cuando la gente dice que la buena literatura no se vende, están orillando la cuestión. A veces la buena literatura se vende bien, y a veces la pésima literatura se vende igual de bien. Ocurre que libros importantes se venden bien, y sucede que libros absurdos, ridículos y falsos se venden también muy bien. Lo cierto es simplemente que las ventas de un libro no tienen nada que ver con la calidad de dicho libro. La relación entre la excelencia o la pertinencia de una obra literaria y el número de sus lectores en un momento dado no es una relación causal: es un capricho imprevisible."
El passeig sota els arbres. Philippe Jaccottet. Días Contados, 2015
Traducció d'Antoni Clapés. Prefaci de Jean Starobinski.
"Delimitar una experiència poètica, amb la intenció de relatar-la i comentar-la."
"Recorda fer servir el flaix", em van apercebre benintencionadament quan vaig fer el meu primer viatge a l'Àfrica, "quan retratis persones de raça negra; pensa que el color de la pell impedeix que es vegin ombres i, per tant, perds el contrast". Així ho vaig fer i, tot i tenint en compte les meves limitacions tècniques com a fotògraf, van sortir algunes fotos "perfectes": exposició correcta, enquadrament impecable, color adequat, contrast magnífic... Eren tan "perfectes" que havien deixat de ser reals, ni mostraven la realitat ni s'hi podien comparar, només es podia contrastar la seva qualitat amb altres fotografies, perquè el que jo veia a través del visor de la càmera en el moment de disparar, és a dir, la realitat, no era el que s'havia imprès al carret fotogràfic. Jaccottet, poeta ell mateix, sap delimitar l'emoció -o el que sigui- que "dispara" un poema, i és capaç de donar-li forma, el propi poema, però es pregunta, i aquest és l'objecte del llibre, pel procés que té lloc entre ambdues realitats, i intenta analitzar-lo a fi d'escapar del perill de perdre pel camí alguna cosa important, fins i tot quan el resultat ha estat un poema "perfecte"; en la "traducció" s'hi poden perdre coses però també se n'hi poden afegir, i ambdues incidències són fatals, cal evitar-les perquè poden afectar, per igual, a la fidelitat del procés; en paraules de Jaccottet, "el grau de realitat".
"Ah! Potser un dia adoptaré un llenguatge més viu i més melodiós per elevar-m'hi com l'alosa i conquerir-lo amb el goig de la poesia! No cal resistir-se a aquestes obertures! Però avui restaré assegut davant la finestra i m'acontentaré mirant, somiant, reflexionant."
El cicle de la llum transforma el paisatge i ofereix perspectives diverses que marquen les relaciones entre tots els elements que el configuren, inclòs l'observador. La lleugeresa de la primera llum descobreix el cim lluent navegant per sobre del mar de foscor; el migdia il·lumina fins el fons de la vall, descobrint tota la gama de verds i ocres, satura els colors i desvela l'aire, el buit, la matèria fosca del paisatge; l'ocàs llença el seu darrer alè de llum,. taronja i desgastada, descobrint perspectives insòlites, com aquella lucidesa momentània que diuen que experimenten aquells que estan a punt de morir; però és a la nit, amb l'absència de la claror, quan l'obertura de la retina mostra la veritable essència del paisatge, sense el color que el taqui ni l'aire que l'enrareixi. La plenitut de la llum enganya l'ull emmascarant el paisatge; a la nit, en canvi, no hi ha miratges.
"¿Caldria doncs, simplement, desitjar el retorn dels déus? Però ens desviem de la nostàlgia dels antics rituals i de la poesia sagrada; d'altra banda, és impossible no veure també la grolleria dels ídols que, sota el pretext d'alliberar-nos d'antics tirans, regnen, coberts de sang i d'or, damunt el sòcols del nostre segle."
Cap paraula no diu res, si no és en relació amb d'altres; amb les imatges, en canvi, passa el contrari: es contaminen.

La poesia baixa del seu pedestal i passa a ser un procés "natural" sotmès a unes lleis que no són alienes a qualsevol altra manifestació artística:
"Insisteixo, no es tracta, per tant, d'una volada o d'una fugida aco a les "regions pures" lloades per A. E. No convé lloar les coses com si formessin part d'un paradís benaurat on només les nostres debilitats impedirien que es desvelessin del tot, perquè de seguida una orella sensible a la precisió percebrà en el mots l'alteració de la veritat: i, tanmateix, la major part de la poesia és d'aquesta mena, una pintura ensucrada de nuvolades ben feta per desqualificar-la als ulls dels fatigats servidors del quotidià. No. Si el que crec haver comprès de les fonts de la bellesa no és il·lusori, caldia, no pas que acceptéssim la contradicció que impera en les nostres vides, sinó que hi penetréssim, adreçar-nos al seu punt extrem, és a dir, que visquéssim adorant la bellesa tant més ardentment perquè hi és més fràgil, en aquell indret on més joia hi ha perquè és on hi ha més amenaces."
Queda dit; que en pregui nota qui vulgui.
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Giles, el niño-cabra. John Barth. Sexto Piso, 2015
Traducción de Mariano Peyrou
Un colega lector definió, informalmente, Giles, el niño-cabra (Giles Goat Boy, or, Rhe Revised New Syllabus, 1966), como "la novela en la que cabe todo y donde todo vale"; "bon courage", me animó otra; "Barth es una ballena blanca", me advirtió un lector y editor. Tras esas amistosas advertencias, y con la experiencia de haber atravesado ya el Rubicón que representó El plantador de tabaco -aparte de las lecturas acumuladas de las otras patas de ese trípode inclasificable, Gaddis y Barthelme-, este lector se sintió preparado, después de leer algunas reseñas, notas de prensa y otra varia información acerca de la novela, para echarse al coleto las 1.117 páginas de este volumen, calificado como la primera novela post-modernista americana; una semana, de domingo a sábado, de prolongadas sesiones de lectura, para constatar que mi preparación lectora -son ya algunos años leyendo una buena media de novelas, y si bien mi calificación académica no incluyó la literatura, algo de criterio  sí que pienso que se me habrá pegado- hace aguas: Giles, el niño-cabra está muy por encima de mi capacidad para llevar a cabo un intento de las Notas de Lectura acostumbradas, pero es que, además, creo que también sobrepasa mi competencia como lector. No me queda más que aconsejar encarecidamente su lectura, a tumba abierta, y solicitar del Rectorado un Aprobado General.
Reseña completa en: http://jediscequejensens.blogspot.com.es/2015/08/giles-el-nino-cabra.html
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26 de agosto de 2015

Giles, el niño-cabra

Giles, el niño-cabra. John Barth. Sexto Piso, 2015
Traducción de Mariano Peyrou
"Que el lector lea y crea lo que le parezca; que estalle la tormenta, si así ha de ser."
Un colega lector definió, informalmente, Giles, el niño-cabra (Giles Goat Boy, or, Rhe Revised New Syllabus, 1966), como "la novela en la que cabe todo y donde todo vale"; "bon courage", me animó otra; "Barth es una ballena blanca", me advirtió un lector y editor. Tras esas amistosas advertencias, y con la experiencia de haber atravesado ya el Rubicón que representó El plantador de tabaco -aparte de las lecturas acumuladas de las otras patas de ese trípode inclasificable, Gaddis y Barthelme-, este lector se sintió preparado, después de leer algunas reseñas, notas de prensa y otra varia información acerca de la novela, para echarse al coleto las 1.117 páginas de este volumen, calificado como la primera novela post-modernista americana; una semana, de domingo a sábado, de prolongadas sesiones de lectura, para constatar que mi preparación lectora -son ya algunos años leyendo una buena media de novelas, y si bien mi calificación académica no incluyó la literatura, algo de criterio  sí que pienso que se me habrá pegado- hace aguas: Giles, el niño-cabra está muy por encima de mi capacidad para llevar a cabo un intento de Notas de Lectura, pero es que, además, creo que también sobrepasa mi competencia como lector. Ahí van, por tanto, unas cuantas reflexiones a las que no deben hacer más caso del que harían a los intentos de un alumno de EGB para resolver la conjetura de Poincaré.

Giles, el niño-cabra, que es una novela a la que el propio autor califica como cómica, no usa de la intertexualidad como un recurso estilístico para dar lustre a la redacción ni para epatar a un público maravillado por la erudición del autor: es la intertextualidad misma; de hecho, eso que leemos es la transcripción de unas supuestas cintas que alguien redactó -el tema del manuscrito anónimo o cuasi-anónimo es de larga tradición en la literatura universal; recuérdese el caso, tan próximo, de Cidi Hamete Benengeli; en este caso, se contempla la posibilidad de que el autor sea el ORDACO, el ORDenador Automático del Campus Occidental- referentes a la vida y milagros de George -lo de "Giles", es decir, lo de "G.I.L.E.S.", es posterior al planteamiento... Bueno, que ya se explica luego en el libro, quiero decir: el protagonista se llama George y es un G.I.L.E.S. ¿Lo ven? Vaya lío, acabo de empezar y ya no me sé explicar...-; este documento llegó a los Editores (la mayúscula es del autor) de la mano de un profesor universitario, que se llama J. B., al que lo cedió el supuesto hijo de George, a fin de que valoraran su publicación. Los Editores, al igual que muchos editores, entienden nada o muy poco del texto, redactan unos impagables informes de lectura -"Descargo de responsabilidad del editor", que incluye bastantes referencias a otras obras de John Barth (¿ven lo que les decía de la intertextualidad?)-, uno de los cuales, "C.", desarrolla en su justificación el programa completo del post-modernismo, y no sabemos si se deciden a publicarlo o no. El nombre del manuscrito es toda una declaración de intenciones:


N.P.R.
EL
Nuevo Programa Revisado
DE
George Giles
NUESTRO GRAN MAESTRO
Consistente en las grabaciones autobiográficas
y perentorias leídas en la Facultad de New Tammany a su hijo
Giles (,) Stoker
Por el Ordenador Automático del Campus Occidental
y por él preparadas para el desarrollo del currículo gilesiano;

el contenido del N.P.R. es irresumible; de hecho, igual que el famoso mapa, uno tiene la sospecha de que su resumen sería un fiel reflejo del propio texto a escala 1:1; sin embargo, ya que el propio autor -Barth, no el Ordaco-, en un Prólogo escrito para la edición de 1987 que se incluye en esta edición de Sexto Piso, se atreve a esbozarlo, nada mejor que darle la palabra -que, al fin y al cabo, es suya-:
"Misterio, tragedia, comedia. El lugar donde se cruzaron estos tres caminos ante mí fue Giles, el niño-cabra: las aventuras de un joven engendrado por un ordenador gigante en una bibliotecaria desgraciada, pero dócil, y criado en los establos experimentales para cabras de una universidad universal, dividida ideológicamente en el Campus del Este y el Campus Occidental. Al joven se le encarga una serie de tareas cuando se matricula y tiene que aceptar tanto su caprinidad como su humanidad (por no hablar de su maquinidad) y, en las entrañas mismas de la Universidad, trascender no sólo las categorías que representan ambos campus, sino también todas las demás: trascender incluso en lenguaje, y después regresar al campus a la luz del día, expulsar al falso Gran Maestro, que él entiende que es un aspecto de sí mismo, y hacer todo lo que esté en su mano para explicar lo inexplicable."
De acuerdo, aceptamos el convenio de la ficción: Giles es un niño de origen, en principio, desconocido, que es criado con el rebaño de cabras de la universidad al cuidado de Maximilien Spielman, un psico-proctólogo expulsado del centro. ¿Esto qué es? ¿Una inmensa y desmadrada alegoría? ¿Una broma? ¿Un texto programático que muestra cómo romper con todas las convenciones de la narrativa clásica? ¿Tal vez una parodia? ¿Se trata, finalmente, de un roman à clef que no sabemos descodificar? Bueno, estas son las preguntas que plantea al lector atento la lectura de los primeros capítulos ("Volumen Uno, Primera Bobina"); y piensa ese lector bienintencionado que todas esas cuestiones tendrán respuesta en lo que antes se llamaba "nudo del conflicto". Déjenme que les desilusione: esto no va de responder preguntas, esto es literatura, lo siento.

Venga, un ejemplo del happening, "Volumen Uno, Primera Bobina, 7". Se nos informa acerca de la creación del Ordaco y del progresivo poder que acumula al habérsele enseñado a aprender por sí mismo -el terror y la aspiración, a la vez, de todo robotista-. Se hace una composición de lugar y explicación de las distintas corrientes intelectuales (!?) que pugnan por imponerse en la facultad, de las luchas entre ellas y de la crueldad mutua. Es probable -a estas alturas, el lector desconfía de que cualquier fragmento de información facilitado por el autor, por el Ordaco o por el sursuncorda sea inocente- que cada corriente represente una parodia de una correspondiente del mundo académico real, pero la falta de notas imposibilita a este lector una identificación que sería, probablemente, muy jocosa, incluyendo la parodia de esa Estrategia de la Destrucción Mutua Asegurada propia de la época de la Guerra Fría, personalizada por los dos ordenadores enemigos, el Ordaco y el Ordace, el ORDenador Automático del Campus del Este, para evitar la Tercera Revuelta Intercampus.

Nota Bene: ¿Cuándo se escribió La broma infinita? ¿1996? Ahá...
"La vandálica juventud debe eternamente convertir en ruinas el templo de su patrimonio cultural, y entonces, haciendo girar los escombros en la mano, comenzar a preguntarse cosas y volverse sabia, arrepentirse de su ignorancia y al fin solicitar la argamasa y la pala."
Pero volvamos a la naturaleza, como dijo Rousseau. George debe ser educado -es decir, socializado y descaprinizado- para que pueda integrarse en la sociedad humana desde la que llevar a cabo su Misión: convertirse en un Gran Maestro y liberar al campus del Ordaco; para ello, no sólo es formado en las rutinas comportamentales humanas, tan distintas de las caprinas, con referencia al sexo, por ejemplo -ah, un inciso, ahora que aparece: el sexo, más bien la fornización, sea entre humanos, entre cabras, con el Croador, o mixto, es decir, con todas las combinaciones posibles, tiene un papel fundamental y omnipresente en Giles-, sino instruido también en las diferencias entre la psicología caprina y la psicología humana, cuyos intríngulis dejan a George completamente estupefacto; también le ponen en contacto con dos textos sagrados fundamentales: el Viejo Programa y el Pergamino del Fundador:
"Dice el Pergamino del Fundador: "El autoconocimiento siempre trae malas noticias"."
Una vez instruido, George emprende su queste, el peregrinaje del héroe -las referencias desde la literatura clásica, con Los doce trabajos de Heracles, hasta la medieval búsqueda del Santo Grial, con El ciclo artúrico, son constantes-, acompañado por sus colegas, Max, su Mentor, y el Croador, la Bestia Mitológica -un hipersexual individuo cuya naturaleza híbrida es uno de los hallazgos más ocurrentes de la novela-, a fin de superar las las pruebas que se encuentra en su camino y alcanzar su objetivo, en este caso, matricularse en la facultad de New Tammany; es decir, un Héroe asilvestrado que debe alcanzar su civilización y humanización durante La Prueba.

La continua e ininterrumpida aparición de personajes que se añaden a la trama, con más o menos implicación, tiene uno de sus ápices con el advenimiento de Anastasia, una ninfómana y masoquista pulsional, muy aficionada a "hacer cosas suspendidas", supuesta pero falsa hija de Max, que mediante un rito de marcado, otra vez, carácter sexual, brinda su ayuda a George y al propio Max.
"Bueno, estuviera bien o mal, no podía sentirme avergonzada por lo que había hecho, aunque me sentía avergonzada por haber hecho algo de lo que debía sentirse avergonzada."
El peregrinaje contiene también un episodio en la "Central de Energía", cómica parodia del descenso a los infiernos de la literatura épica, en el que tiene lugar el bautismo carnal  humano de George -reitero "humano", porque George es ya un experimentado zoófilo-, mediante una serie de ritos iniciáticos de desvelamiento sexual; se trata de uno de los episodios más desmadrados y narrativamente complejos de la epopeya que le remite a uno,  con poco esfuerzo, al capítulo XV de Ulises, otra novela en la que el fondo mítico, sea como referencia, como parodia o como excusa, tiene un papel principal; es en este mismo episodio en el que tiene lugar otra de las referencias paródicas: Enós Enoch. Con posterioridad, sigue un capítulo compuesto por un jocoso y burlesco poema, en "pareados heroicos" y estructura de tragedia bufa denominado "del Decano Zambo", en el que se narra un mítico episodio del pasado de gran importancia en la historia de la facultad: el caso del atribulado decano que asesinó a su padre y yació con su madre.

Una vez terminado el peregrinaje, salvado de todos los peligros gracias a su astucia y a la ayuda inestimable de sus compañeros, el héroe de origen desconocido, gestación milagrosa y nacimiento prodigiosos encara la serie de pruebas in situ cuya superación que le confirmará como el salvador de la Humanidad; la primera, claro, será averiguar su filiación para autentificar y concretar su destino.
"Cuando algo parece milagroso es porque no estamos usando las lentes adecuadas."
Por supuesto, estas últimas pruebas son estrictamente personales: el Héroe ha perdido a su Mentor y a la Bestia Mitológica con poderes extraordinarios que le auxiliaron en su queste y le llevaron hasta la Puerta de Entrada, y debe enfrentarse solo a su destino -aunque se admite el uso de algunos artilugios mágicos-, "La Puerta del Torniquete", que logrará traspasar, emulando a Edipo camino de Tebas y al Enigma de la Esfinge, gracias a su ingenio y no a su fuerza ni mediante engaños. Introducido ya en el seno del poder del Campo Occidental, le son impuestos unos deberes, entre los que se incluye, de nuevo, desvelar el misterio de su origen, a los que debe enfrentarse para triunfar en su misión. Una vez resuelto el enigma, debe esconder su identidad -Ulises, otra vez- para informarse de la situación, averiguar la nómina de sus aliados y desenmascarar a sus oponentes.

Y eso es todo, ¿no? Superada la prueba, sólo queda darse a conocer, acabar con todos sus enemigos, recuperar el amor de su anhelante -por decirlo de algún modo- amada, y sentarse a esperar la vejez rodeado de los suyos, entre la felicidad doméstica y el reconocimiento universal. Pues no, Barth no termina, aún le queda cuerda narrativa para una enésima vuelta de tuerca, un homenaje al exceso, al que conjura no evitándolo sino sumiéndose en él, sirviéndose del abuso -quedan todavía lectores con aliento a los que hay que satisfacer- como opción estética; la complejidad argumental se "caosifica", se retuerce sobre sí misma hasta cambiar de aspecto, y exige un último esfuerzo del exhausto lector.
"-Yo sabia desde el principio que un aprobado y un suspenso no son opuestos -¿no te dije que Aprobar es Suspender?-, pero también sabía que tú sabías que intentaría tenderte una trampa para que suspendieras. Entonces te dije que eran lo mismo para que tú creyeras que yo pensaba que eran diferentes y tú llegaras solo a esa conclusión. ¿Por qué crees, si no, que fingí que seguía tus consejos?"
Resulta que la prueba que George supone que ha superado no ha sido rebasada todavía; debe volver a intentarlo -¿recuerdan los lectores a Lancelot ante el Grial, su incapacidad para responder a la primera pregunta, y el fracaso momentáneo de su misión?- hasta tres veces porque el enigma solamente puede ser desvelado cuando el héroe ha alcanzado su madurez psicológica, es decir, es consciente de su capacidad para superarla; siguiendo con el tan poco original como mal traído ejemplo anterior, no vale que el alumno de EGB resuelva la conjetura de Poincaré por azar. 
"-La lectura B -continuó rápidamente su protegido- es una forma de decir que mientras que desear aprobar es suspender, desear suspender por tal motivo también es suspender, ya que es equivalente a desear aprobar. Pero pese al hecho de que Aprobar y Suspender no son distintos, tampoco son lo mismo; y por este motivo, si uno quiere Aprobar, no debería desear Aprobar ni Suspender. Aunque no debería no desearlo porque uno quiere Aprobar, evidentemente..." 
Aún le queda a Barth cuerda para explotar la digresión mediante una digresión sobre la etimología de "digresión", con su prefacio correspondiente; para eternas y bizantinas discusiones pseudo-académicas acerca de las diversas y divergentes interpretaciones de una palabra; y para llevar a George a su verdadero destino: socavar la autoridad antigua e instaurar un nuevo tiempo de bondad, paz y prosperidad. Es decir, el Aprobado General urbi et orbi.
"Ignorabimus".  
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20 de agosto de 2015

Teología de bolsillo

Teología de bolsillo o Diccionario abreviado de la religión cristiana.  Paul-Henri  Thiry, Barón de Holbach. Editorial Letoli, 2015
Traducción de Iago Gómez Bellas. Epílogo de Mark Curran
Paul-Henri Thiry, barón de Holbach, mecenas, protector y contribuyente de la Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, sostiene que el mejor camino para criticar cualquier ideología con ínfulas de transcendencia es la ironía salvaje ya que, como sucede con todas ellas -y con la religión, principalmente-, la seriedad de sus sofismas les incapacita para digerir la más mínima dosis de sentido del humor.

Empeñado en "ilustrar" a los creyentes y en resolver las dificultades que pudieran padecer con respecto a la materia, bajo el pseudónimo de Abate Bernier, Holbach publicó en Amsterdam -el paraíso de la época para librepensadores- en 1768 ese Diccionario abreviado de la religión cristiana, precedido por una inspirada introducción que pone al lector, y más al contemporáneo, poco ducho en cuestiones ilustradas, da la medida del texto que le sucede y, leída hoy, muestra su rabiosa vigencia aún doscientos cincuenta años después de publicada.

¿El método? El compuesto por tres paradigmas: recoger la tradición satírica que va de Sterne a Swift pasando por Rabelais; provocar la comicidad -e impedir la réplica- mediante la reducción al absurdo de las tesis contrarias; y, finalmente, adherirse la principio, jamás comprendido por la teología ni, mucho menos, por la escolástica- de que una refutación debe ser siempre más concisa que aquello que se refuta. Y, como no podría ser de otro modo en el caso de los philosophes ilustrados, con irreverencia, mucha irreverencia.

Ahí van algunos ejemplos; el resto, en un libro de vida azarosa que los descreídos navarros de Laetoli -apúrese la correlación, si se quiere: Navarra-Reino de Navarra-Rey de Navarra-Enrique IV-Noche de San Bartolomé-Liga Católica-"París bien vale una misa": ¿primera derrota de la Iglesia Católica bajo la forma de sumisión fingida?- han tenido el acierto de hacer accesible al lector de castellano.
"Abusos. A veces se deslizan en la Iglesia, a pesar de la vigilancia de la Divinidad. Se está dispuesto a reformar esos abusos cuando son demasiado llamativos. Por lo demás, sólo los individuos sin fe perciben tales abusos, los que tienen bastante nunca se dan cuenta".
"Catecismo. Conjunto de instrucciones piadosas, comprensibles y necesarias, que los sacerdotes se ocupan de inculcar a los pequeños cristianos para acostumbrarles desde muy temprano a que disparaten toda su vida."
"Dones gratuitos. Por derecho divino, el clero no debe nada al Estado. Si contribuye a sus necesidades es por pura condescendencia. Vive en el Estado sólo para ser protegido, respetado, pagado. Se le honra bastante ya premiándolo con su presencia, ayudándolo con sus oraciones, ilustrándolo con sus luces, aligerando en peso de las arcas públicas."
"Escolástica. Parte muy importante de la teología. Es el arte de argumentar acerca de las palabras, sabiamente inventado para oscurecer las cosas e impedirnos ver con demasiada claridad en la ciencia de la salvación."
"Fanatismo. Rabia santa o contagio sagrado que afecta a los buenos cristianos que tienen la sangre muy caliente y a los que falta un tornillo en la cabeza. Esta enfermedad entra por las orejas y resiste por igual tanto el sentido común como los remedios violentos. Los caldos, los baños y los manicomios son los remedios adecuados."
"Guerras de religión. Sangrías saludables y copiosas que los médicos de nuestras almas recetan a los cuerpos de las naciones a las que Dios quiere beneficiar con una doctrina muy pura. Estas sangrías han sido frecuentes desde la fundación de la Iglesia, y se han convertido en muy necesarias para impedir que los cristianos revienten con la plenitud de las gracias que el Cielo propaga sobre ellos."
"Inspiraciones. Son vientos espirituales, procedentes de la rabadilla o del pico del Espíritu Santo, que soplan en los oídos de ciertos hombres elegidos, de los que Dios se sirve como de una cerbatana para dar a conocer su voluntad al vulgo, asombrado de las maravillas que se le anuncian."
"Oráculos. Respuestas oscuras i ambiguas que el diablo, padre de la mentira, ofrecía antiguamente por medio de los sacerdotes paganos, que eran unos grandes bribones. Estos engañosos oráculos se terminaron después de la venida de Jesucristo; desde entonces no tenemos más que oráculos claros, inteligibles y sobre cuyo sentido no cabe lugar a disputas."
"Pontífice. Esta palabra viene de pontifex, constructor de puentes. Nuestros pontífices son arquitectos espirituales que construyen un puente intelectual gracias al cual los buenos cristianos llegan al paraíso franqueando los abismos del sentido común y de la razón."
"Razón. De todas las cosas de este mundo es la más dañina para un ser razonable: Dios sólo da la razón a quienes desea condenar y se la arrebata en su bondad a quienes desea salvar o hacer útiles a su Iglesia. Nada de razón: esta es la base de la religión. Si no fuera razonable ya no tendría mérito creer, ¿y qué sería entonces de la fe? Sin embargo, es bueno escuchar a la razón, siempre y cuando se ajuste a los intereses del clero."
"Temor. Es el comienzo de la sabiduría. Nunca se razona mejor que cuando se tiene mucho miedo. Los cobardes son los más útiles para la Iglesia; si alguna vez los hombres se rearmasen de valor, los curas quedarían infaliblemente desalentados."
"Universidades. Establecimientos muy útiles para el clero sabiamente confiados al cuidado de sus miembros, que trabajan eficazmente para formar ciudadanos muy devotos, muy fervorosos, de luces obtusas y muy inútiles para la sociedad profana, pero de gran utilidad para el clero."

18 de agosto de 2015

En torno a Aquiles

IlíadaHomeroEdiciones Cátedra, 2009
Edición y traducción de AntonioLópez Eire
La guerra que mató a AquilesCaroline Alexander. Acantilado, 2015
Traducción de José Manuel Álvarez Flórez

"Amigo, si tú y yo, huyendo de esta batalla,/ fuésemos capaces de vivir eternamente, inmortales, sin edad,/ ni yo seguiría luchando en primera línea/ ni te instaría a luchar a ti donde los hombres ganan gloria./ Pero ahora, viendo que los espíritus de los muertos nos rodean a miles,/ ningún hombre puede hacerse a un lado ni escapar de ellos,/ sigamos y ganemos gloria o démosla a otros.//"
Sin que deje de ser cierta la definición de Italo Calvino, también lo es para este lector que una de las características que tienen los clásicos es que son libros de los que se aprende más en las sucesivas relecturas que cuando se leen por primera vez; algo de culpa debe tener el respeto hacia el que se acerca uno a ese tipo de obras literarias -como esperando estar a su altura, al contrario de la mayoría de otros libros, a los que a menudo acusamos de que no están a la nuestra como lectores-, o tal vez unas expectativas para los que no estamos preparados -¿cuándo leyó usted la Ilíada por primera vez, a los dieciséis, a los dieciocho, a los veinte? Malo, me temo que no tenía usted la edad adecuada para ello-... Sí, los clásicos, entre otras cosas, son capaces de renovar su mensaje porque quien los relee es un individuo distinto de quien lo leyó por primera vez y en las ocasiones sucesivas, y todas sus experiencias del mundo y todos los libros que ya se han leído se ponen a su disposición para hacer su interpretación de la lectura, de lo que deriva una lectura no solamente más rica, habiendo aprendido a valorar contenidos, por ejemplo, si no también más consciente, porque aquellos ámbitos que pudieron viciarla -la sorpresa, la intriga, pasajes no bien comprendidos- han dejado de influir en el acto de la lectura: ya no se ve solamente el edificio, ya hemos aprendido a introducirnos en su interior y a valorar todos los detalles de la construcción.

¿Es la Ilíada, un poema compuesto hacia el siglo VIII AEC en una lengua actualmente muerta por un autor del que se duda de su existencia real, vigente para los lectores del siglo XXI? Si lo es, lo es por su extraordinaria belleza -la misma que la de la Victoria de Samotracia o la de la Venus de Milo-, pero también porque la guerra, el tema alrededor del que gira, es el contenido diario de las noticias que suceden, ahora mismo, en el mundo; en este sentido, es tan actual como las crónicas de los corresponsales de guerra en Irak, Siria o Somalia. Pero bajo el espejismo de la heroicidad y del supuesto honor de morir por la patria, la Ilíada, como muchas de las composiciones que se desarrollan en un medio narrativo bélico, es también el precursor de toda una prolongada y contrastada tradición de literatura antibélica. 

Como la mayoría de títulos que se han incorporado a la tradición literaria, esos libros de los que todo el mundo habla, de los que se citan episodios y personajes y de los cuales se han multiplicado las versiones usando diferentes medios -el cine, el cómic, los resúmenes escolares...-, no acostumbran a ser leídos en la misma proporción, lo que da lugar a equívocos que tienden a tomar el lugar de la versión original. La Ilíada no es la historia de la guerra de Troya: la acción que relata abarca poco más de cincuenta días del último año, de los diez que duró el asedio, del sitio que sostuvieron una coalición de diferentes reyezuelos de lo que hoy sería el territorio de Grecia contra la ciudad de Troya, al otro lado del Bósforo; no cuenta ni el principio del asedio, la llegada de la flora aliada, ni el final, el famoso episodio del caballo de Troya -es la Odisea la encargada de ello-; no es, tampoco, la historia de Agamenón, Menealo, Áyax o Ulises, si no la historia del enfrentamiento entre las tropas de la coalición y del papel que se reservaron los dioses -adscritos a ambos bandos- a lo largo del enfrentamiento y en su desenlace; y tiene un protagonista absoluto, aquél alrededor del cual se edifica el poema: Aquiles.

En lugar de consistir en una crónica de los hechos sucesivos que tienen lugar en ambos bandos en confrontación, la Ilíada gira en torno a dos escenas primordiales, las de más alto contenido dramático, que articulan un contenido narrativo cuya función es mostrar la brutalidad de la guerra de un modo tan magistral que pocos intentos posteriores han podido igualar: el encuentro de Héctor y Andrómaca en las murallas de Troya (Canto VI), el retrato del héroe humano ante una encrucijada humana; y el duelo entre Héctor y Aquiles (Canto XXII), el semidiós en una escena heroica. Enmedio de este marco, Homero compone una escena central alrededor de la cual se teje la acción y se desata la verdadera tragedia -y de la que porcede el acertado título del ensayo de Caroline Alexander- que no es ni un diálogo premonitorio (Héctor y Andrómaca) ni un furibundo enfrentamiento (Aquiles y Héctor): es la escena de la embajada en la tienda de Aquiles para requerirle que vuelva al combate, en la que se contiene a la vez el pathos, el ethos y el logos: Aquiles decide acudir aún sabiendo que, por más que su hazaña significará su entronización con la gloria eterna, su decisión le costará la vida.
"Como el linaje de las hojas, así es el de los hombres/ el viento las esparce por el suelo, pero de nuevo brotan/ del árbol revivido cuando llega la estación florida./ Así, mientras una generación de hombres muere otra nace.//"
En cuanto al contenido, parece ser que la Ilíada sería una mezcla de la tradición épica, mantenida de forma oral, anterior a Homero, y de episodios del folclore relativo a acontecimientos sobrenaturales. Sugiere y argumenta Alexander que el personaje de Aquiles proviene de esta segunda fuente, de la que es secuestrado, e insertado en el mundo épico, hecho que explicaría muchas de las incongruencias tanto del personaje como de su conducta, y que constituiría un adelanto del género que iba a tomar el lugar de la épica: la tragedia.

Deberíamos reservar un alto porcentaje -¿una cuarta parte, por ejemplo?- del tiempo que dedicamos a la lectura a leer y releer a los clásicos. Para saber de dónde venimos, para valorar con más fundamento el resto de nuestras lecturas, pero también, last but not least, por puro goce intelectual.

10 de agosto de 2015

Pensamientos diversos sobre el cometa

Pensamientos diversos sobre el cometa. Pierre Bayle. Ediciones Antígona, 2015
Introducción y traducción de Julián Arroyo Pomeda
A finales del siglo XVII, La Era de la Razón, una corriente intelectual empezaba a imponerse en los círculos filosóficos -cuyos indicios, en Francia, podrían remontarse a 1580, año de la primera edición de los Ensayos (Essais, 1533-1592) de Michel de Montaigne; a pesar de alcanzar a gran parte del mundo civilizado, excluida España, la Ilustración es un fenómeno eminentemente francés- con tal empuje que ya puede empezar a hablarse propiamente de Ilustración; faltan todavía cien años para que vea la luz Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung, 1784), el texto de Immanuel Kant, y más de cien para que se materialice la consecuencia política más importante, La Revolución Francesa. Han empezado a aparecer algunos pensadores cuyos temas y, sobre todo, preocupaciones intelectuales, ponen de manifiesto la existencia de una corriente subterránea que comenzaba a fraguar el decisivo Siglo de las Luces; entre ellos, Pierre Bayle, un francés -¿de dónde, si no?- crítico con la religión, con el poder terrenal y con la multitud de supersticiones, religiosas y laicas, que condicionaban, con aquiescencia de la totalidad de poderes celestiales y terrenales, la vida intelectual, pública y privada, de sus contemporáneos. Pensamientos diversos sobre el cometa (Pensées diverses écrites à un docteur de Sorbonne à l'occasion de la Comète qui parut au mois de décembre 1680, Rotterdam, 1682) fue su primera obra publicada.
Ilustración del cometa Halley de 1857.
Blog "En lengua propia"
El cometa sobre cuya aparición diserta Bayle es el cometa Halley, que hizo su periódica aparición a finales de 1680 en el cielo de París. Ante la incomprensión popular del fenómeno y la nada inocente apropiación por parte de las autoridades eclesiásticas, Bayle utiliza este hecho para ilustrar al pueblo acerca de la naturaleza del fenómeno. El texto sufre varios avatares al no ser autorizada su publicación debido a su irreverente contenido -una aproximación a los cuales relata el propio Bayle en las Introducciones-, hasta que finalmente es publicado en la liberal Holanda en 1682.

El libro parece destinado a dos tipos de lectores: al pueblo en general, ignorante y supersticioso -que no es lo mismo-, a cuya instrucción se consagra el texto mediante un recurso didáctico de probada eficacia, el lenguaje llano y próximo, casi oral; y a las autoridades eclesiásticas -los teólogos, sobre todo, el blanco hacia el que Bayle dirige sus dardos-, para lo cual su discurso toma la forma que imita -que parodia- la literatura religiosa; conviene no olvidar que Bayle, después de una hipostasía y posterior retractación, era un fiel hugonote. Pero es que, además, el francés censura el pábulo que le daba la Iglesia institucional al conjunto de supersticiones que la cultura -en este caso, incultura- popular sostenía con respecto al acontecimiento. De este modo, el texto sería una excusa para poner en cuestión a la superstición pagana y a la apropiación que ha hecho la religión en su propio beneficio.


El estilo discursivo de Bayle merece un comentario; podría parecer, ante una primera lectura descuidada, que la incesante sucesión de notas acercas del tema y  las numerosas y, a veces, prolongadas digresiones, son el resultado de una deficiencia en la estructuración de su discurso. 

"No sé reflexionar regularmente sobre algo: cambio muy fácilmente, me alejo frecuentemente del tema, salto en los lugares donde valdría la pena acertar y soy bel más apropiado para hacer perder la paciencia un doctor que quiere método y regularidad, ante todo."
Lejos de ello, ese ritmo sincopado es una elección consciente y programada del autor, que usa esas digresiones para ejemplificar los principios científicos -"naturales"- mediante los cuales trata el acontecimiento; para introducir los distintos puntos de vista en que apoya sus argumentaciones, fruto de una erudición que alcanzará su máxima expresión en el Diccionario Histórico y Crítico (Dictionnaire Historique et Critique, 1697); y, finalmente, aunque ésta parece ser su motivación principal -y la causante de los problemas de edición- para exponer sus críticas a los estamentos religiosos por el uso que hacen del fenómeno.
Las religiones paganas anteriores al Cristianismo, junto con el atraso científico de la época, legaron a la nueva religión, en el momento de su nacimiento, algunas supersticiones propias de su tradición -juntamente con, por ejemplo, las festividades- que fueron asimiladas y reformuladas; es contra la supervivencia de esas supersticiones hacia donde dirige Bayle sus invectivas, y no tanto contra los ateos, a los que, al carecer de creencias sobrenaturales, a diferencia de los paganos, tampoco suelen caer en las supersticiones pseudorreligiosas. Es en esta consideración hacia el ateísmo donde se quiso ver cierta culpable tolerancia del francés hacia la no-creencia en Dios que tuvo su papel a la hora de dar los Pensamientos a la edición, en su posicionamiento crítico ante la idolatría -acusaciones que la Iglesia podría sentir en carne propia-, y en la preeminencia de la ciencia a la hora de estudiar los fenómenos naturales, en perfecta coordinación con la corriente racionalista que empezaba a reventar las costuras de la tradición. Fue la propia institución religiosa, consolidada, poderosa y con un fuerte sentimiento de inmunidad, quien con su intolerancia hacia las ideas que venían abriéndose paso, su resistencia a aceptar la diversidad y su poca disposición al diálogo con posiciones tolerantes procedentes de su mismo seno como la del propio Bayle, propició que las ideas emergentes se implantaran y enraizaran con la fuerza con que lo hicieron.

“A Dios lo que es Dios, y a la filosofía lo que es de la filosofía”, esta podría ser la máxima que rige los razonamientos de Bayle. Mediante una estricta aplicación de la navaja de Ockham, sostiene que a todos aquellos fenómenos para los que existe una explicación física -"filosófica", según la concepción de la época-, no hace falta buscarles un origen sobrenatural. Si el cometa fuera un milagro ejecutado por Dios que conllevara presagios que los hombres debieran desentrañar, eso significaría que Dios materializa un milagro que lleva al hombre a la idolatría, lo que es contrario tanto a la naturaleza de Dios como al sentido común, e iría en contra de los atributos de la naturaleza divina. El problema de la relación causa-efecto sólo consiste en identificar correctamente la causa.

Tampoco los poetas se libran de las invectivas de Bayle, pues son también fabricantes de prodigios; ni los historiadores, que los incluyen para dar lustre a sus textos; ni la tradición, por basarse en ideas antiguas y ser impermeable, por su propia naturaleza, a la rectificación; y, finalmente, carga también contra el poco caso que se ha hecho de la opinión de los filósofos, motivado con frecuencia en el hecho de que éstos basen sus conclusiones en razonamientos que la pereza intelectual impide seguir adecuadamente; aunque, comprensivamente, disculpa al teólogo "porque estáis acostumbrados por vuestro oficio a no razonar mucho."

¿Se trata, pues, de un texto ateo? Volveré sobre este tema más adelante, pero el concepto de ateísmo generalmente aceptado no era el mismo que el de hoy en día. Bayle no es, de ningún modo ni con ninguna de las acepciones de la palabra, un ateo, pero sí representa una corriente de pensamiento que, enraizada en la Grecia clásica, rebrota en el Renacimiento y alcanza la Era de la Razón -previo paso, otra vez, por Montaigne- como un pilar fundamental, el escepticismo, al que dedicará años después uno de los artículos más divulgados del Diccionario, el dedicado a Pirrón, pero la inclinación hacia el cual está ya presente en los Pensamientos:

"[...] en las cosas en las que no hay más razón de un lado que del otro, el error está siempre más del lado de aquellos que afirman que del lado de los que suspenden el juicio."
Casa natal de Pierre Bayle en Carla-Bayle. En la actualidad acoge el Musée Maison Pierre Bayle
Montaigne de nuevo; su sombra es alargada y la influencia de los Ensayos se deja sentir a lo largo de toda la Ilustración. Bayle lo cita varias veces, componiendo de este modo un reconocido homenaje al perigordino, en relación a las profecías autocumplidas, a la pretendida legitimidad de las mayorías y, naturalmente, a la preferencia de la Razón en contra de cualquier tipo de suprestición:
"Montaigne, del que no son muy amigos los señores de Port-Royal, dice, en alguna parte, que no habiendo conocido nunca la verdadera grandeza del hombre, sí ha conocido bastante bien sus defectos [...]. Consideraba actualmente, como hago a menudo, cuán libre y vago instrumento es la razón humana. Veo ordinariamente que los hombres, en los hechos que se les proponen, se ocupan más de buscar la razón que la verdad. Pasan por encima de los antecedentes y examinan cuidadosamente las consecuencias. Dejan las cosas y corren a las causas. Ridículos charlatanes. Suelen comenzar ordinariamente así ¿cómo pasa esto? ¿Pero pasa?, cabría preguntar... Creo que en casi todo habría que decir: no existe nada, y emplearía a menudo esta respuesta, pero no me atrevo [...]"
El Renacimiento dio ya sus primeros pasos en este sentido, pero fue la Ilustración la que bajó definitivamente al hombre de su pedestal, enfrentando su insignificancia a su elevada presunción:
"Cuanto más se estudia el hombre, más se conoce que el orgullo es su pasión dominante y que le afecta la grandeza hasta en la más triste miseria. Cautivo y caduco como es, ha podido persuadirse de que no podría morir sin perturbar toda la naturaleza y sin obligar al cielo a meterse en nuevos  gastos para iluminar la pompa de sus funerales. ¡Necia y ridícula vanidad! Si tuviéramos una idea justa del universo, pronto comprenderíamos que la muerte o el nacimiento de un príncipe es un asunto tan pequeño en relación con toda la naturaleza de las cosas que no vale la pena que se remueva el cielo." 
Censurando la idolatría, que Bayle considera exclusiva del paganismo, y a la que achaca la responsabilidad de adjudicar presagios a la presencia de fenómenos naturales, arremete también, sin contemplaciones y de forma bastante explícita, contra la profusión de conductas idólatras no ya reprimidas si no alentadas por la jerarquía eclesiástica, que no vería en ellas más que otra forma más terrenal y fácilmente asimilable por la feligresía que la misma doctrina. Se trata de una utilización fraudulenta para mantener a los fieles sojuzgados, apoyada en el poder y aprovechándose la de la ignorancia del pueblo:
"De que ellos [los "padres" de la religión] han sido engañados los primeros; sus grandes luces se extienden más bien del lado de las verdades de la religión que del de las verdades naturales."
Obsérvese que tras lo que parece una disculpa, sin embargo, se esconde el reconocimiento de esa eterna dicotomía "verdad religiosa-verdad natural", cuya existencia y valoración la Iglesia del siglo XVII estaba muy lejos de reconocer -la preeminencia era, y sigue siendo, una cuestión de fe-, y que supondría otro de los pilares sobre los que la Ilustración fundamentó su edificio:
"Se ha apoderado ya del miserable mundo una locura tan grande que los cristianos se convencen de las absurdidades [con] que nadie podía convencer en otro tiempo a los gentiles". Citado de un tratado de Agobard, obispo de Lyon, del año 833.
Página del Dictionnaire Historique et Critique de Pierre Bayle; obsérvese la curiosa disposición del texto y de las dos jerarquías de notas. Imagen de bacrie.ca
Bayle huye de la sofística escolástica, y aunque parece utilizar su retórica para apoyar sus enunciados, el llamado principal es siempre a las leyes físicas, con menos frecuencia a la teología, y siempre, renovando su homenaje al escepticismo, remitiéndose a modo de contraste al sentido común. Y en tal medida que, incluso por reducción al absurdo, a menudo parece que la insistencia hiperbólica en las razones teológicas no es más que o una llamada de atención a las autoridades intelectuales de la religión o, incluso, una velada sátira de su cerrazón intolerante a las nuevas corrientes de pensamiento que, desde hacía más de doscientos años, estaban llamando a la puerta del búnker eclesiástico.

Para mostrar la inutilidad de la superstición acerca de los presagios, Bayle descompone las vías de interpretación mediante un doble mecanismo: por una parte, cuestiona que un hecho puramente natural, regido por las leyes de la física, pueda poseer una interpretación sobrenatural, pues de eso se trataría  si se le adjudicara el carácter predictivo; pero, llevando un paso más allá esta reducción al absurdo, incluso en el caso de que anticipara alguna desgracia, habría que escoger entre diversas interpretaciones, las cuales, por no basarse en ningún sustrato real, mantendrían abiertas todas las opciones. Siempre queda, naturalmente, la posibilidad de interpretación a posteriori de los hechos, pero esa es una alternativa cuya validez cae por su propio peso.

"No hace falta subir tan alto para encontrar la fuente de la vanidad, del orgullo, la envidia, la avaricia, el amor y los otros desórdenes que hacen tanto mal a la sociedad humana. Si son los astros los que los causan, son, sin duda, estos astros terrestres que tanto nos cantan los poetas, y no los que viven en el cielo."
A pesar de sus invectivas contra la idolatría, es muy curioso el trato deferente con que distingue a Séneca y a Marco Aurelio, idólatras ambos, aunque al emperador le reconoce, a veces, el "beneficio" del ateísmo, siguiendo de este modo con el respeto hacia el estoicismo común con Montaigne y con toda la corriente de pensamiento protocristiano empeñado en combatir ambas desviaciones, calificando incluso a este último como "el hombre más honesto que hubo en el mundo". Bayle defiende razonadamente el estoicismo, e incluso el epicureísmo, bajo la tesis de que ambos aconsejan vivir en armonía con sus creencias, por más que sean ateas, y cita de Cicerón, en favor de estos últimos, que "viven mejor de lo que hablan, mientras que los otros hablan mejor de lo que viven".

Hablando de ateísmo, Bayle no cede en la insistencia de disculparlo si se trata de enfrentarlo a la idolatría:

"[...] al parecer, el demonio encuentra preferible su cuenta en la idolatría que en el ateísmo: de lo que debe suceder que emplea más bien sus artificios para llevar a los hombres a la idolatría que para echarlos en el ateísmo. La razón de esta conducta es, a mi parecer, ésta, que los ateos no dan ningún honor al demonio, ni directa, ni indirectamente, y niegan incluso su existencia, en lugar de tener tanta parte en las adoraciones que son rendidas a los falsos dioses, que la Santa Escritura dice en distintos pasajes que los sacrificios ofrecidos a los dioses son ofrecidos a los diablos."
Extraña consideración al ateísmo -aunque bajo esta denominación designe a los que no han conocido a Dios más que a los que lo han negado- es ésta, y extraña también la aceptación de tesis cuya validez incluso la Iglesia actual pone en duda:
"CXXXIII. Séptima prueba. El ateísmo no conduce necesariamente a la corrupción de los hombres."
Y su contraria: 
"CXXXIV. Que la experiencia refuta el razonamiento que se ha hecho para probar que el conocimiento de Dios corrige las inclinaciones viciosas del hombre."
Para llegar a una conclusión lógica:
"No hay gentes más incrédulas sobre todo lo que se dice de los brujos y de los magos que los ateos."
La laicidad es un concepto en formación en el siglo XVII, pero el ejemplo nefasto que supusieron las guerras de religión en la Francia anterior a Enrique IV es suficiente para que Bayle, recordemos, cristiano convencido al menos nominalmente, abogue, de manera indirecta, por los beneficios de la aconfesionalidad; y el hecho fehaciente de la corrupción entre la realeza y la nobleza, el uso partidista y discrecional de la religión por parte de los príncipes como integrante del sistema de sumisión del pueblo llano y el odio sectario, promovido al alimón por la jerarquía eclesiástica en fructífera alianza con los poderes terranales, hacia las otras religiones, son algunas de las razones por las que Bayle dignifica la aconfesionalidad.

No obstante, a pesar de considerar el ateísmo como un estado no deseable frente a la opción cristiana, Bayle insiste en la supremacía de la ley natural sobre la ley religiosa, validando con trescientos años de anticipación el "si Dios no existe todo está permitido" de Ivan Karamazov. Niega que una sociedad atea se deje llevar por el libertinaje porque éste iría en contra de la ley natural y porque, a diferencia de lo que sucede en la sociedad religiosa, nadie puede comprar disculpas que le permitan saltarse la ley sin tener que soportar las consecuencias. Además,

"Examinando todas las ideas de buen sentido que han tenido lugar entre los cristianos, apenas se encontrarían dos que hayan sido tomadas de la religión; y cuando las cosas llegan a ser honestas, por impropias que fueran, no es de ninguna manera porque se ha consultado mejor la moral y el Evangelio [...]. No es más extraño que un ateo viva virtuosamente que el que un cristiano se dé a toda clase de crímenes."
Pero es que, también, 
"De que hay ateos que, moralmente hablando, tienen buenas inclinaciones, es fácil concluir que el ateísmo no es una causa necesaria de mala vida, sino solamente una causa por accidente, o una causa que no produce corrupción de costumbres más que en los que tienen bastante inclinación al mal para corromperse."
Estas posiciones claramente heréticas, entonces y aún ahora, se agravan cuando Bayle cuestiona que la Iglesia censure gravemente las desviaciones de su doctrina -los sucesivos concilios fueron una engrasada máquina que la jerarquía mantuvo en funcionamiento para señalar, denunciar y condenar doctrinas alternativas a la oficial en multitud de aspectos-, y ser, en cambio, sospechosamente condescendiente con conductas que distaban mucho de vivir conforme al Evangelio:
"Nunca se habría molestado a Galileo si, en lugar de hacer el copernicano, se hubiera dedicado a mantener a varias concubinas."