Michel de Montaigne. Essais, Livre I, Chapitre L, “De Democritus et Heraclitus”.
25 de octubre de 2009
La unanimidad perversa
Denis Diderot, Pensamientos filosóficos, 1746
23 de octubre de 2009
Un hombre que duerme
Empezar a leer un libro de Georges Perec tiene algo de inmersión; en las gélidas aguas de fondo invisible de un lago glaciar, rodeado de amenazantes cumbres nevadas, de El secuestro (La Disparition, 1969); en las cálidas aguas de un tibio mar sin límites, cuyas olas amables mecen al lector haciéndole perder la noción del tiempo de La vida, instrucciones de uso (La Vie mode d'emploi, 1978); o, como en el caso de este Un hombre que duerme (Un homme qui dort, 1967), un dejarse absorber por el ineluctable abrazo de las arenas movedizas de fondo incierto.
"Te sientes poco hecho para vivir, para actuar, para hacer cosas; no quieres más que durar, no quieres más que la espera y el olvido".
Narrador interpelativo que se mueve entre la distancia de quien da órdenes y el desequilibrio de quien se habla a sí mismo en segunda persona para obligarse a hacer aquello que no le apetece o para poner tierra de por medio, para huir de un impreciso alguien en quien no quiere reconocerse.
La transgresión de Perec, sea a nivel formal o de contenido, siempre tiene algo de jocoso, de sutilmente irónico: a uno no le cuesta imaginarse una mezcla de la irreverencia de los Monty Python y el barroquismo exagerado de Jeunet y Caro. Un hombre que duerme, en cambio, está imbuido de una tristeza amarga, de una silenciosa soledad cuyo eco resuena en las paredes de la minúscula buhardilla donde el innominado protagonista encierra su renuncia: es, sin duda, el libro más triste de Perec, el más desesperanzado, el más oscuro:
"Pero la luz no es jamás plena en la buhardilla de la Rue Saint-Honoré".
Es esa misma oscuridad, la que envuelve al protagonista, figuradamente, en la opacidad de su condición anímica, y en la realidad, pues así de oscuro es también el ámbito del sueño y de los ensueños, la que puede hacer dudar al lector, hacerle desaparecer en las orillas del camino y extraviarle por los vericuetos de su prosa; es conveniente, casi siempre, ideal, quiero decir, no prolongar la lectura de un libro de estas características en más sesiones que las que la prudencia y la disponibilidad de tiempo permitan, pero en este caso, y uno tiene la sensación que siempre, tratándose de Perec, la lectura más productiva es la que tiene lugar en una sola sesión.
¿Puede el hombre escapar a su destino? Ese infinito empezar de nuevo, ¿lleva, en definitiva a alguna parte? ¿No acaba siendo indiferente lo que hagamos con nuestra vida? Preguntas retóricas cuya imposibilidad de respuesta firme no anula su formulación... La soledad no es un remedio, pero lo que sí puede ser es una forma llevadera de soportar la gran farsa: soledad existencial, consistente no sólo en la evitación sino también en la negación del contacto, convertirse en un eremita en pleno Marais y también en el pueblo antaño fantasma recuperado para las hordas de turistas, donde el tiempo transcurre más lentamente pero sigue transcurriendo, día tras día, hacia un ilusorio final,
"Volver a empezar de nuevo, una y otra vez, este dulce terror que insiste en regir cada día, cada hora de tu ínfima existencia",
que no es más que un espejismo; nada empieza ni nada acaba, todo es circular, repitiéndose hasta el infinito, el perro que ladraba ayer es el mismo que ladra hoy, y los carteles de eventos pasados siguen anunciándolos.
"Tu buhardilla es la más bella de las islas desiertas, y París es un desierto que nadie ha atravesado nunca".
Desaparecer, borrarse, "olvidarte de esperar", desandar lo andado hasta que todo esté vacío, sin contenido, para posteriormente vaciarse de la propia existencia, limitarse a ser, abandonar el juego, hacerse invisible, olvidar.
"Solamente te importa que el tiempo pase y que nada te alcance".
Hacerse transparente, pues no se trata de dejar de existir para ti mismo sino de ausentar tu presencia, que los ojos del mundo pasen a través de ti sin percibirte, que no desvíes ni un grado los rayos de luz, que te atraviesen sin modificarse, y que el hirviente ruido disminuya y desaparezca como acaba evaporándose esa gota de lluvia lanzada por la nube antes de alcanzar el suelo.
"La indiferencia no tiene ni principio ni fin: es un estado inmutable, un peso, una inercia que nadie lograría hacer tambalearse."
O la disolución: las moléculas perdiendo su configuración para pasar a formar parte de otro todo, apenas modificado por su aportación, pero persistiendo, siempre persistiendo.
"El tiempo, que vela todo, ha dado la solución, a tu pesar. El tiempo, que conoce la respuesta, ha seguido transcurriendo."
Leer a Perec sigue siendo un placer inmenso, un regalo a los lectores que, en este caso, Impedimenta nos renueva, después del acierto en publicar Lo infraordinario, en una cuidadísima edición. Mención especial para la traducción de Mercedes Cebrián y su grupo de asesores -es un detalle magnífico hacia su excelente trabajo el hecho de que sea la propia traductora quien les agradezca, mediante su enumeración en la página de créditos, su ayuda-; traducir Perec no es fácil, pero hacerlo bien es excepcional.
17 de octubre de 2009
Un llac en flames
"Gori Desclot, arraulit contra una paret de l'habitació, pensava que hi ha qualque cosa incòmoda en una orgia, s'evidencia amb qualsevol silenci, pausa, canvi o amb l'atzar de la fisiologia. Potser ineluctablement s'estableixen relacions de competència i de revenja, a estones els papers ancestrals del llop líder, de la famella poderosa, del paper de la mantis religiosa; a estones semblaria que hi ha vençuts que paren el coll per implorar clemència. També hi ha quelcom d'avorrit, d'estèril, potser relacionat amb les ombres fosques de la culpa, amb la incapacitat per al gaudi pur, intemporal,
intranscendent i banal, lligat a l'ombra de la transcendència i del sentit, a una dificultat de prescindir de la consciència, d'instal.lar-se més enllà de tot sentit fort, i ser capaços de construir sense ombres, d'entrar en el pur terreny del plaer, en el plaer pel plaer."
Hilari de Cara (Melilla, 1945), especialista en literatura postmoderna y merecedor, entre otros galardones, del Premi Josep Maria Llompart 2007 al mejor libro de poemas en lengua catalana por Absalom (2006), y del Premi Serra d'Or 2009 por Postals de cendra (2007), cambia de registro para escribir la crónica del desencanto de esa
"... colla de marxistes de saló, d'existencialistes i postexistencialistes torturats que es dedicaven a assetjar dones"
Sin esperanza de redención: esa es la actitud que se desprende de las actitudes de los personajes principales. Cuando los principios tienen todavía algún sentido, si no es que son esos mismos principios los que lo otorgan, se juega con la ficción de avance: de anti-sistema a socialismo; de éste, inevitablement, a comunismo; de comunismo, a anarquismo, a nihilismo para acabar en nada de nada. Una vez olvidados, porque nunca pueden considerarse superados, esos principios, ya no cabe hablar de redención; si acaso, pueden buscarse sustitutos a modo de clavos ardiendo -lo que queda de política, el amor, el sexo-, en el bien entendido de que a lo máximo que se puede aspirar es a retrasar, ya que no a evitar, la ineluctable caída."Va veure les estàtues, àngels erectes, àngels arraulits, àngels victoriosos, àngels caiguts i qualque representació de figures humanes, lluents i pensaroses, totes sumides en un doble sopor, el sopor simbòlic, i el sopor del manierisme d'un modernisme llepat que tibava la seva musculatura sota el sol declinant i pretenia aixecar-se per damunt de la contingència, sota els plateners llustrosos, entre xiprers estòlids que agullaven senderes i caminois amples i plens d'una desolació rectilínia i quasi urbana."
"I un dia, un horabaixa d'aquells que havien anat a Palma tot el dia, i finalment, abans de tornar a casa, a la vila. havia anat al cinema, ara no recordava si amb Biel i Bertran, o Gori, o tots junts amb les cosines de Marc, a mitja pel.lícula va veure, si no de sobte, potser sí d'una manera clara, com una gran evidència que s'obria pas inapel.lablement, amb una claredat resplendent, que allò que estava veient desbordava els límits fins aleshores sòlids i indestructibles del ritual, i esdevenia insuportable, ensopit, dolent. I amb l'esbucament dels límits, gairebé al mateix moment i amb el mateix gest, varen comparèixer d'immediat uns altres límits, ara governats per una mena de discerniment, de discrecionalitat, primerament estètics, d'una manera primària, potser: això no m'agrada; o, en canvi, això altre sí que m'agrada, m'excita, ho tornaria a veure, hauria de prendre nota amb cura d'aquesta situació, d'aquestes paraules, d'aquesta escena; i, cum una allau, a continuació, es varen precipitar les idees rebudes, les idees imperants, la immensa lletjor de la vida grisa, el dol de la vida perduda, de la vida possible, el pes de la viscositat i la misèria, i a l'altre extrem, l'aixopluc de la dignitat i de la bellesa del món, de l'emergència de la singularitat del seu destí, dels seus pares, de la seva família, de les coses obliterades, amagades, negades, del país, i de les seves connexions amb la història i amb tot l'univers."
"Clara Prohens era d'aquestes dones a qui gairebé tot els està permès, i tot allò que fan és clar i esportiu. I així mateix, malgrat tot, o precisament per això, després de gratar la superfície -cosa que s'ha de fer a consciència, perquè en teoria tot està en la més pura epidermis, i la gratada no entra en cap pressupost- tot és extraordinàriament laberíntic des del començament, en si mateix."
13 de octubre de 2009
Insignificancias
Leslie Stephen (1832-1904)
1 de octubre de 2009
La muerte de Bunny Munro
[Alegato: Cuando alguien, y menos aun si no es un escritor profesional, no tiene nada que decir, debería abstenerse de escribir un libro; y si la presunción o el empuje de su ego no se lo impiden, parecería que alguien que “ha leído” el manuscrito, otro tiempo llamado “editor”, debería hacerle comprender que el artefacto correspondiente no es publicable. Pero éstos de ahora son tiempos en que cualquier individuo alfabetizado que por cualquier causa tiene cierta presencia mediática –la cantidad de ejemplos es apabullante, en todos los medios de comunicación y en todo el mundo civilizado- se ve capaz de pergeñar un texto, y en los que no faltan “editores” a la caza de la última sorpresa literaria que manejan con soltura el tamiz esperando que su “descubrimiento” no se cuele por el instrumento directamente desde el limbo de las expectativas hasta el infierno de sus almacenes de invendidos.]
Vaya esta invectiva anterior para justificar la sospecha con que puede recibirse la noticia de la publicación de un libro como La muerte de Bunny Munro (The Dead of Bunny Munro, 2009) si solamente se conoce al autor de oídas, y la posible renuncia a entrar al trapo con su lectura. Sin embargo, en este caso, esa sensación de fraude se pierde inmediatamente después de haber leído el primer capítulo, apenas seis páginas de una prosa… radiante.
La primera sensación, esa ya positiva, que sorprende al lector justo iniciada la lectura de esta irreverente obra del músico australiano es que se halla ante una colosal gamberrada; y esa es una sensación que persiste a medida que uno va pasando páginas y avanzando, pero sería reducir lastimosamente la lectura si no se intenta ver más allá de un contenido diabólicamente transgresor narrado con un ritmo anfetamínico. Un impresentable y enfermizamente erotómano vendedor a domicilio de productos de belleza, tras provocar el suicidio de su esposa, abandona su hogar y, en compañía de su hijo de nueve años, emprende un camino de degradación, un camino improbable hacia una redención imposible, que avanza inexorable hacia un magnífico final: la reunión de las tres generaciones Munro, un abuelo senil, un padre acabado y un nieto en el que depositar las esperanzas de redención no puede ser más que un guiño macabro.
"Esto no debería estar aquí", responde lanzando el libro al otro lado de la habitación. "Le considero un poeta de mierda. Cada vez que voy de gira, los chicos (del público) se acercan después del concierto y me regalan libros de Bukowski. Vuelvo a casa con una maleta llena", continúa. "Soy partidario de la separación del poeta y su obra. En cambio, él llena las páginas de sus cosas. Encuentro irritante la manera en la que quiere convertir su pobre existencia en algo heroico. Y es horripilantemente sentimental".
Supongo que debe ser fácil, cuando se es un personaje instalado en el campo de lo “alternativo” –oigan alguna de las piezas musicales del autor, tanto suyas como de alguno de los grupos de los que ha formado parte, The Birthday Party, The Bad Seeds o Grinderman-, quedarse en el lugar común de las orillas de la oficialidad, funcionarizar la transgresión por la transgresión, soltar palabrotas en un ambiente de brutalidad, y quedarse tan ancho; no es el caso de Cave, como no lo fue el de su primera novela, Y el asno vio al ángel (And the Ass Saw the Angel, 1989). Al igual que Bunny Monro no es un personaje usual, tampoco esta novela tiene nada que ver con la literatura mediática ni artificialmente rompedora; se trata de una gran novela que, aunque tal vez no apta para todos los públicos, explora, siguiendo el rastro, aunque a distancia, es cierto, de las grandes novelas, el alma y el comportamiento humanos en una situación límite ante la que igual de verosímil es, al menos literariamente, luchar con todas las fuerzas como sucumbir con la tranquilidad más espontánea.