“Semant icy un mot, icy un autre, eschantillons dépris de leur piece, escartez, sans dessein, sans promesse : je ne suis pas tenu d'en faire bon, ny de m'y tenir moy-mesme, sans varier, quand il me plaist, et me rendre au doubte et incertitude, et à ma maistresse forme, qui est l'ignorance.”
Michel de Montaigne. Essais, Livre I, Chapitre L, “De Democritus et Heraclitus”.
Michel de Montaigne. Essais, Livre I, Chapitre L, “De Democritus et Heraclitus”.
28 de enero de 2011
19 de enero de 2011
12 de enero de 2011
El sabó
El sabó. Francis Ponge, [Editorial] Días Contados
Traducción al catalán de Ramon Girbau
Un texto no tiene que ser única y exclusivamente la traducción de una idea a un sistema de símbolos cuya finalidad sea hacerlo comunicable y, por tanto, compartible; también puede ser un objeto en sí mismo. Bajo esta premisa, puede que la utilidad preferible de un texto no sea solamente su significación, sino su funcionalidad.
Teniendo en cuenta esta declaración de intenciones de Francis Ponge (Montpellier, 1899; Bar-sur-Loup, 1988), se entiende fácilmente que sus textos no sean textos literarios al uso -aunque la temprana adscripción del autor al surrealismo y los que han querido ver en su obra la influencia del simbolismo sólo han acertado en parte, debido a la manía clasificatoria-, exigiendo del lector una actitud diferente y deferente a la hora de enfrentar su lectura; actitud que debe consistir en:
"Que el lector llegeixi veritablement, és a dir, que es subrogui en el lloc de l'autor, al fil de la lectura, que faci, si voleu, acte de commutació, com es parla d'un commutador, que encengui el llum, que faci girar l'interruptor i que rebi la llum. És només el lector, per consegüent, qui fa el llibre, ell mateix, llegint-lo; i se li demana un acte."La cita pertenece a la entrevista realizada por Philippe Sollers al autor a propósito de El sabó (Le savon, 1967), incluida a modo de prólogo en esta edición, inclusión que no cabe sino celebrar para poder encuadrar correctamente al autor y al texto -"encuadrar" no en el sentido de encerrar y delimitar sino en el de facilitar una suerte de coordenadas de situación-, así como para conocer su génesis y las razones del autor.
La justificación de la elección del jabón como sujeto -la lectura de la obra conduce a esta denominación y descarta el más plausible "objeto"- está fundamentada, en palabras del propio autor, en que se trata de una realidad del mundo físico; aunque también porque durante más de veinte años una serie de notas destinadas a una futura obra que debería llamarse El sabó descansan en el interior de una carpeta de cartón. La obra acaba siendo la reproducción en un solo volumen de este conjunto de notas intercaladas entre unos extensísimos paréntesis donde se nos cuenta su propia génesis -con parecida intención pero diferente materialización a, por ejemplo, la celebrada Si una noche de invierno un viajero (Se una notte d'inverno un viaggiatore, 1979) de Italo Calvino-, con notas marginales incluidas en el propio texto, concreciones, dispersiones, regresiones y digresiones, comentarios y salidas de tema que, como ha quedado dicho con anterioridad, requieren la participación de un lector más activo que nunca.
"El sabó té molt a dir. Que ho digui amb volubilitat, amb estusiame. Quan ha acabat de dir-ho, ja no existeix."Aunque pueda parecerlo, El sabó no es un ejercicio de estilo por más que, al menos para este contaminado lector, las reminiscencias de los integrantes franceses del OuLiPo, principalmente Raymond Queneau y Georges Perec, sean insoslayables, ni una acumulación por saturación de un tema susceptible de ser literaturizable, sino una exposición de diferentes "texturas" de las que, una vez descartadas las voluntarias repeticiones, que tienen una función primordial en el texto parecida a las variaciones sobre un tema establecidas en la historia de la música a partir del barroco, emerge un relato homogéneo y preciso.
Esa voluntad multiplicadora figura en el propósito del autor y recorre el texto desde el principio, pero no se agota en sí misma; por esa razón, apenas transcurrido la cuarta parte del texto, Ponge nos advierte:
"Potser ja m'has entès i podria aturar-me aquí. Però què vols! La naturalesa mateixa del meu subjecte m'autoritza a fruir i a fer-te fruir amb desenvolupaments més voluminosos, però lleugers i (com s'escau) efímers i purificadors."Aunque a primera vista el jabón no parece un tema literario con demasiadas posibilidades, para Ponge es un tema extremadamente adecuado a sus pretensiones, y las razones son variadas: el jabón pertenece al mundo físico, se trata de un objeto simple, la cercanía del objeto facilita la identificación de éste con su expresión; permite al autor la confección de un texto sin ambiciones, es el símbolo de su genio, y puede agotarse hasta su completa disolución, adecuándose así perfectamente a su propósito:
"Heu sentit parlar de l'adequació del fons a la forma?"Un libro magnífico para lectores que busquen algo más que entretenimiento banal e improductivo. En este tiempo de desafíos, búsquense unas horas libres, siéntense en una silla cómoda, y sumérjanse pausadamente en el baño de espuma que Francis Ponge, con la mediación de esta estupenda edición que Días Contados, un proyecto editorial singular al que habrá que ir siguiendo, les ha preparado.
"Pel que fa al paradís d'aquest llibre, quin és, doncs? Quin altre podria ser, lector, sino la teva lectura?
8 de enero de 2011
Las grandes familias III
Cita en los infiernos. Maurice Druon, Libros del Asteroide
Traducción de Amparo Albajar
Pocos individuos quedan al margen del alud del tiempo, que arrastra por igual a los potentados que a los desposeídos. Algunas de las que logran sobrevivir a la vorágine generacional, junto a las personas de más baja extracción, que no tienen ningún motivo para perdurar, y los que detentas cierta clase de poder acorde con los tiempos, insensible a las veleidades de la inmediatez, son las amantes, que consiguen la permanencia simplemente cambiando de favorito.
"Es el relevo, amigo mío [...]. Esos muchachos aprenden de nuestras amantes lo que ellas aprendieron en nuestras camas. Así es como se transmite la ciencia del amor desde la noche de los tiempos. Algún día ellos enseñarán a mujeres que ni siquiera han nacido caricias que creíamos haber inventado nosotros. Y nosotros ya estaremos disueltos en la tierra...".
Esas amantes, apenas adolescentes, que fueron poco más que damas de compañía para unos abuelos que debían limitarse a observar su insultante juventud, se convirtieron en compañeras sexuales, en su plenitud, de la generación de los padres, y ahora, con más edad de la que aparentan, y conscientes de sus desventajas ante la explosión de belleza de sus rivales más jóvenes, juegan con los nietos y, con la sabiduría y las experiencia acumuladas y cuando en verdadero atractivo hace años que las ha abandonado, se limitan a iniciarles " en la perversión".
Esos nietos crecen, se hacen adultos, y la versión del mundo que les habían explicado sus mayores, los últimos de los cuales van desapareciendo llevándose consigo su concepción de la existencia, se desvanece entre el ruido de los automóviles y el de los tambores de guerra que, nuevamente, retumban en la vieja y cansada Europa.
"Usted y yo nos parecemos a esos [...] arroyos de agua vieja que arrastran los detritus de los siglos y del mundo, y que serpentean entre el polvo sin mezclarse siquiera con él, que dibujan su pequeña geografía estéril y que van a terminar no se sabe dónde, sin utilidad para nadie. [...] Frutos averiados de una civilización decadente."
La pendiente que conduce a la degradación es insoslayable; no es tan solo que sea imposible seguir descendiendo; perdida la fortuna, el siguiente paso es pisotear el honor. La salvación es imposible porque se ha avanzado demasiado en el camino de la perdición, porque a veces el pecado no puede redimirse, porque hay ocasiones en las que es imposible rogar por una segunda oportunidad.
6 de enero de 2011
Las grandes familias II
La caída de los cuerpos. Maurice Druon, Libros del Asteroide
Traducción de Amparo Albajar
Ha transcurrido cierto tiempo desde el final de Las grandes familias -y es de sobras conocido a cuan diferente velocidad ocurre eso: con una lentitud exasperante, "a paso de tortuga", para los niños, a un ritmo sostenido para los adultos, o tan deprisa que no da tiempo a percibir el transcurso para los ancianos- y el declive físico para los miembros de la primera generación se hace cada vez más evidente, pero el mantenimiento del estatus económico y, consiguientemente, social les proporciona la ilusión de que todo sigue "como en los buenos tiempos", sea en las relaciones con los criados y con los demás individuos ajenos a su clase, sea en el seguimiento de una cacería que hace un cegado Marqués de La Monnerie, incapacitado para tomar parte efectiva en ella, mediante una maqueta a escala de los campos de caza.
"Era como si el Marqués cazara realmente, tras la pista del animal fugitivo y astuto. Las palmas de sus manos y las falanges de sus dedos reinaban sobre millares de hectáreas de provincia. Sus dedos, agitados sin cesar por espasmos, descendían a los valles, saltaban por las colinas, le transmitían la textura afieltrada de una avenida verde, la polvareda de la tierra bajo el galope de los caballos y las salpicaduras de los vados. Escuchaba los ladridos de sus perros; medio alzado sobre los estribos, tocaba la trompa para mandar desemboscar o cambiar de bosque, y las notas de desplegaban tras él como banderolas doradas... Tenía tanto calor que hubiera querido sacar el pañuelo para enjugarse el cuello."
Pero la realidad es que la sociedad está sujeta a algo parecido al equilibrio homeostático: cuando las circunstancias, en su acepción más amplia, cargan contra la clase dominante derribándola de su sitial, encumbra también a una nueva clase hasta la posición que ha quedado libre. En la Francia de entreguerras, la antigua aristocracia va perdiendo terreno frente a la burguesía, frente a los nuevos profesionales liberales bien relacionados y a los advenedizos medradores: "tenacidad, astucia y egoísmo".
"[Sus aspiraciones] exigían borrar el recuerdo del padre borracho, instalar a la madre en una dignidad semiburguesa y hacer desaparecer al hermano idiota. [...] Simon sabía que el presente de un hombre afortunado se impone siempre a su pasado, y que el éxito incluso puede borrar el crimen."
Frente al injusto mérito legado por el nacimiento, el "democrático" mérito del hombre hecho a sí mismo:
"Tenía la impresión de ser su propio genitor, y no reconocía más antepasados que la universidad, las antecámaras de los ministerios, las salas de redacción y los gabinetes de gobierno."
Es posible que el certificado de defunción del ancien status quo lo acabe firmando el cercano auge del capitalismo especulativo. La posesión de los medios de producción ya no es ninguna garantía ante el especulador que con pequeños paquetes de acciones de grandes compañías, y debido a la dispersión del capital que cotiza en bolsa, no sólo tiene asiento reservado en los consejos de administración, sino que posee el derecho de decir la última palabra en cualquier proceso de toma de decisiones.
"[...] Hoy en día todo el capitalismo se basa en dos cosas: en primer lugar, lo que se llama el control, es decir, una situación de hecho que da la dirección absoluta de una sociedad anónima a aquel que no posee más que entre el diez y el quince por ciento de las acciones [...]; y en segundo lugar, la posibilidad de que una sociedad anónima tenga acciones de otra sociedad y, por tanto, pueda adquirir su control."
Esa nueva situación, la entrada en escena de esos nuevos actores que reclaman para sí el papel protagonista, es la que provoca, tras cien años de prosperidad, el hundimiento de las grandes familias industriales y financieras ancien régime y encumbra a los espías, los conspiradores, esos personajes intelectual y productivamente insignificantes cuya mayor virtud es saber cambiar a tiempo la sombra de un árbol por la sombra de otro: es el triunfo del arribismo y de la mediocridad. Estamos en 1929, y no sólo las grandes figuras de la economía y de la política desaparecen, también amanecen los días de un nuevo orden mundial.
"Una nueva generación, que había perdido un millón y medio de los suyos en los campos de batalla, se encaramaba al poder, pero en medio de la desorganización de la economía mundial, sólo tendría tiempo para preparar los nuevos desastres."
4 de enero de 2011
Las grandes familias I
Libros del Asteroide ha concluido la publicación de una de las obras más conocidas del polifacético político y escritor francés, tan influyente en su país como desconocido en España, Maurice Druon, publicada originalmente en francés bajo el título genérico de El fin de los hombres (La fin des hommes, 1948-1951), compuesta por los tres volúmenes Las grandes familias (Les grandes familles, 1948, Premio Goncourt), La caída de los cuerpos (La chute des corps, 1949), y Cita en los infiernos (Rendez-vous aux enfers, 1951).
Traducción de Amparo Albajar
En plena I Guerra Mundial, algunos miembros de dos de las familias más poderosas de Francia,
"de la aristocracia, de las finanzas, del gobierno, de la literatura..."
se han congregado en una habitación de maternidad para compañar al nacimiento de quien está llamado a heredar de todo este brillo.
"Entonces, por encima de los cuellos postizos, rígidos y lustrosos, las cabezas se asomaron, inclinaron sus hinchazones, sus arrugas, sus párpados purpúreos, sus frentes moteadas, sus grandes narices grumosas, sus inmensas orejas, sus mechones amarillentos y sus cabellos erizados, y soplaron sobre la cuna el aliento de sus bronquios gastados, de sus cuarenta años de cigarro, de sus bigotes y de sus dientes arreglados, para observar los deditos que apretaban, que pellizcaban la piel fina del dedo del abuelo, parecida a la membrana de los gajos de la mandarina."
Una reunión de viejos y cansados dinosaurios al borde de la extinción, que contemplan asombrados al que adivinan el último ejemplar de la especie, vana esperanza de supervivencia, como si el equipamiento genético y mundano con que nace ese nuevo individuo fuera suficiente para sobrevivir en un mundo que enfilaba la senda del cambio inaplazable en el que el depósito del poder, por una cuestión de pura y simple adaptación pero también porque el poder es un ente autónomo, un parásito que busca siempre el huésped con mayores probabilidades de supervivencia, estaba a punto de pasar de las manos de esos individuos poderosos pero anquilosados e incapaces de adaptación a las de otras especies con menor carga genética, más rápidos, más moldeables, con no menos pero sí distintos escrúpulos y más capaces de hacer frente a las cambiantes expectativas, cuya llegada se adivinaba bajo las alarmas antiaéreas, el ruido de las hélices del Hindenburg, las cortinas corridas que protegían la tenue luz de las bujías, y la resistencia a aceptar la desaparición de un mundo exhausto. Este cuadro, a modo de prólogo, constituye el poderoso arranque de Las grandes familias.
Druon gestiona de forma magistral los tiempos narrativos, no sólo los que puntean el transcurso de la acción, de modo que no quede alterado el ritmo que parece preestablecido por la naturaleza de la trama, sino también el que regula el flujo de información que la lectura, que debe mantener un ritmo pausado para no perderse ningún detalle, ofrece al lector. Así, después del prólogo localizado en el hospital donde nace el heredero, y como si quisiera confirmar el relevo del que se ha hablado antes, el primer capítulo narra la muerte de Jean, el poeta de la familia La Monnerie, construyendo un magnífico contrapunto del prólogo y una adecuada introducción al universo de esas grandes familias a las que hace referencia el título, familias nada comunes que, como es natural, celebran funerales nada comunes.
"En los entierros pobres, en que sólo unos cuantos parientes siguen el coche fúnebre, el muerto parece mendigar piedad en su camino. Aquí, por el contrario, parecía rechazar el homenaje. Pasaba despectivo entre dos filas alineadas en su gloria, acostado bajo su sombrero de plumas, como un cadáver magro que ha vivido demasiado tiempo para dejar verdaderas penas."
Tal vez los jóvenes no lleguen a darse cuenta porque su experiencia del mundo es corta; o porque han estado tan inmersos en este mundo que no tienen referencias para hacer comparaciones; pero lo que es evidente es que los tiempos están cambiando, y cambiando a peor, o al menos esa es la opinión unánime de los ancianos esos que sí han conocido los tiempos de esplendor, en los que cada cosa y sobretodo cada uno estaban en su sitio. Y tal vez el síntoma más evidente de ese empeoramiento sea que ahora les suceden cosas que antes sólo sucedían a los individuos ajenos a su posición, a la plebe, como el embarazo no deseado de una virgen de la familia, o un intento de suicidio, cuando es tan evidente que
"En las familias como la nuestra no se suicida uno. ¡Eso se deja para los burgueses y los artistas!".
Aunque, en realidad, no todo está perdido, pues mientras esas excelentes y excelsas personas del pasado sigan con vida, seguirán existiendo los viejos remedios para afrontar los nuevos desafíos: así, si una sobrina casquivana queda embarazada de un don nadie, y sus estúpidos prejuicios modernos le impiden el "arreglo" que convendría para que la familia no sea el hazmerreír de todo París, siempre existirá el antiguo admirador, ahora un anciano solterón, con una buena renta, para echaer mano de él a fin de resguardar el honor del apellido. Y, para cerrar el círculo, que la amante del difunto tío de la embarazada acabe siendo la amante del desafortunado progenitor: la encinta de alta cuna con el solterón rico, y la ex-amante con el joven advenedizo, cada oveja con su pareja y todo en orden: cada uno en su sitio, como debe ser.
Sin embargo, mantener el estatus acostumbra a tener un precio; cuando el más impresentable pisaverde, sea éste un mero arribista o un bastardo que cree que su nacimiento le otorga las mismas prebendas que a la descendencia legítima, obtiene sus migajas de poder, es preciso volver a ponerle en su lugar, independientemente de las contrapartidas que la situación exija: un paso por el filo de la bancarrota o el suicidio de aquel hijo en que se habían depositado las esperanzas acumuladas de todas las generaciones anteriores, y cuyo error consistió en adelantarse al curso de los acontecimientos con la pretensión de dar por jubilado al patriarca que presume todavía de sus facultades.
Arriesgadas operaciones bursátiles, matrimonios de conveniencia, odios de generaciones soterrados bajo el disimulo de la coyuntura... El mundo de la aristocracia y de los grandes negocios reportado por unos de los personajes más influyentes de la escena cultural y política francesa, con un estilo narrativo directo y preciso, el estilo de la gran novela realista francesa -es inevitable la referencia a la balzaquiana Comedia humana (Comédie humaine)-, es decir, de la última gran novela europea.
"de la aristocracia, de las finanzas, del gobierno, de la literatura..."
se han congregado en una habitación de maternidad para compañar al nacimiento de quien está llamado a heredar de todo este brillo.
"Entonces, por encima de los cuellos postizos, rígidos y lustrosos, las cabezas se asomaron, inclinaron sus hinchazones, sus arrugas, sus párpados purpúreos, sus frentes moteadas, sus grandes narices grumosas, sus inmensas orejas, sus mechones amarillentos y sus cabellos erizados, y soplaron sobre la cuna el aliento de sus bronquios gastados, de sus cuarenta años de cigarro, de sus bigotes y de sus dientes arreglados, para observar los deditos que apretaban, que pellizcaban la piel fina del dedo del abuelo, parecida a la membrana de los gajos de la mandarina."
Una reunión de viejos y cansados dinosaurios al borde de la extinción, que contemplan asombrados al que adivinan el último ejemplar de la especie, vana esperanza de supervivencia, como si el equipamiento genético y mundano con que nace ese nuevo individuo fuera suficiente para sobrevivir en un mundo que enfilaba la senda del cambio inaplazable en el que el depósito del poder, por una cuestión de pura y simple adaptación pero también porque el poder es un ente autónomo, un parásito que busca siempre el huésped con mayores probabilidades de supervivencia, estaba a punto de pasar de las manos de esos individuos poderosos pero anquilosados e incapaces de adaptación a las de otras especies con menor carga genética, más rápidos, más moldeables, con no menos pero sí distintos escrúpulos y más capaces de hacer frente a las cambiantes expectativas, cuya llegada se adivinaba bajo las alarmas antiaéreas, el ruido de las hélices del Hindenburg, las cortinas corridas que protegían la tenue luz de las bujías, y la resistencia a aceptar la desaparición de un mundo exhausto. Este cuadro, a modo de prólogo, constituye el poderoso arranque de Las grandes familias.
Druon gestiona de forma magistral los tiempos narrativos, no sólo los que puntean el transcurso de la acción, de modo que no quede alterado el ritmo que parece preestablecido por la naturaleza de la trama, sino también el que regula el flujo de información que la lectura, que debe mantener un ritmo pausado para no perderse ningún detalle, ofrece al lector. Así, después del prólogo localizado en el hospital donde nace el heredero, y como si quisiera confirmar el relevo del que se ha hablado antes, el primer capítulo narra la muerte de Jean, el poeta de la familia La Monnerie, construyendo un magnífico contrapunto del prólogo y una adecuada introducción al universo de esas grandes familias a las que hace referencia el título, familias nada comunes que, como es natural, celebran funerales nada comunes.
"En los entierros pobres, en que sólo unos cuantos parientes siguen el coche fúnebre, el muerto parece mendigar piedad en su camino. Aquí, por el contrario, parecía rechazar el homenaje. Pasaba despectivo entre dos filas alineadas en su gloria, acostado bajo su sombrero de plumas, como un cadáver magro que ha vivido demasiado tiempo para dejar verdaderas penas."
Tal vez los jóvenes no lleguen a darse cuenta porque su experiencia del mundo es corta; o porque han estado tan inmersos en este mundo que no tienen referencias para hacer comparaciones; pero lo que es evidente es que los tiempos están cambiando, y cambiando a peor, o al menos esa es la opinión unánime de los ancianos esos que sí han conocido los tiempos de esplendor, en los que cada cosa y sobretodo cada uno estaban en su sitio. Y tal vez el síntoma más evidente de ese empeoramiento sea que ahora les suceden cosas que antes sólo sucedían a los individuos ajenos a su posición, a la plebe, como el embarazo no deseado de una virgen de la familia, o un intento de suicidio, cuando es tan evidente que
"En las familias como la nuestra no se suicida uno. ¡Eso se deja para los burgueses y los artistas!".
Aunque, en realidad, no todo está perdido, pues mientras esas excelentes y excelsas personas del pasado sigan con vida, seguirán existiendo los viejos remedios para afrontar los nuevos desafíos: así, si una sobrina casquivana queda embarazada de un don nadie, y sus estúpidos prejuicios modernos le impiden el "arreglo" que convendría para que la familia no sea el hazmerreír de todo París, siempre existirá el antiguo admirador, ahora un anciano solterón, con una buena renta, para echaer mano de él a fin de resguardar el honor del apellido. Y, para cerrar el círculo, que la amante del difunto tío de la embarazada acabe siendo la amante del desafortunado progenitor: la encinta de alta cuna con el solterón rico, y la ex-amante con el joven advenedizo, cada oveja con su pareja y todo en orden: cada uno en su sitio, como debe ser.
Sin embargo, mantener el estatus acostumbra a tener un precio; cuando el más impresentable pisaverde, sea éste un mero arribista o un bastardo que cree que su nacimiento le otorga las mismas prebendas que a la descendencia legítima, obtiene sus migajas de poder, es preciso volver a ponerle en su lugar, independientemente de las contrapartidas que la situación exija: un paso por el filo de la bancarrota o el suicidio de aquel hijo en que se habían depositado las esperanzas acumuladas de todas las generaciones anteriores, y cuyo error consistió en adelantarse al curso de los acontecimientos con la pretensión de dar por jubilado al patriarca que presume todavía de sus facultades.
Arriesgadas operaciones bursátiles, matrimonios de conveniencia, odios de generaciones soterrados bajo el disimulo de la coyuntura... El mundo de la aristocracia y de los grandes negocios reportado por unos de los personajes más influyentes de la escena cultural y política francesa, con un estilo narrativo directo y preciso, el estilo de la gran novela realista francesa -es inevitable la referencia a la balzaquiana Comedia humana (Comédie humaine)-, es decir, de la última gran novela europea.
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