2 de abril de 2021

Norteamericanas ilustres

Norteamericanas ilustres. Ben Marcus. Malas Tierras, 2021
Traducción de Rubén Martín Giráldez

«Comprender está sobrevalorado».
El año 2016, la improbable e independiente editorial zaragozana Jekyll & Jill publicó un insólito texto, de título Magistral, debido al polígrafo Rubén Martín Giráldez; en ese libro, cuyo protagonismo real corría a cargo de la lengua, el incontinente narrador parecía sufrir una fijación por la primera novela de un tal Ben Marcus, inédito en castellano. Cinco años después, otra editorial, con las mismas dosis de improbabilidad e independencia, publica esa novela, Norteamericanas ilustres (Notable American Women, 2002) y, en un demostración de la no menos improbable justicia literaria, le encarga la traducción al autor de Magistral. Por cierto, Notable American Women, 1607-1950, es también el nombre del diccionario biográfico en tres volúmenes publicado en 1971, con el cual un grupo de bibliotecarios, archivistas y profesores del Radcliffe College quisieron equilibrar la carencia de biografías femeninas en el Dictionary of American Biography, un diccionario de referencia en veinte volúmenes publicado en la primera mitad del siglo XX.

Americanas notables ―el libro de Ben Marcus, no el Diccionario―cuenta con tres voces narrativas que, en tiempos indeterminados pero fácilmente deducibles por el contenido de las intervenciones, cargan con el peso de la historia: Michael Marcus, el padre del protagonista; el propio personaje, de nombre Ben Marcus; y la madre de este.

El padre de Ben, recluido en una habitación por sus "supuestos seres queridos", "enterrado en un compartimento subterráneo donde el idioma se le inocula por un canal ominoso un hombre, contratado para cebar el cuerpo del padre con palabras", advierte al lector y le pone en antecedentes con respecto al nudo de la historia, en un escrito cuyo origen se ignora. Resentido con su hijo por haberlo abandonado a su suerte, quiere reivindicar su versión de lo acaecido para defenderse de futuras inculpaciones y para contrarrestar lo que Ben va a, supuestamente, explicar en este mismo libro, del que es "improbable autor", bajo la premisa de que si su padre es autor de su hijo, también lo es, en cierto modo, de todo lo que este produzca. 

Michael descarga la responsabilidad de la desgracia en que ha caído en las silentistas, una secta femenina radical de vida comunitaria que reivindica el poder para la mujer, a quien quiere convertir en medida de todas las cosas, el silencio absoluto y la quietud total. Su esposa y madre de Ben pertenece a esa facción, y también se halla bajo su poder el propio Ben, con respecto del cual Michael apercibe de su inferioridad mental y de su dependencia intelectual, al mismo tiempo que reivindica la importancia de la paternidad, aunque su lenguaje roza el ridículo.

Ben Marcus ―el personaje, no el autor― toma el relevo para contar, desde su punto de vista, su historia reciente, que comenzó cuando Jane Dark, la iniciadora del culto, se mudó a su casa con algunas de las silentistas, acogida por la madre de Ben, y comenzó a implantar su forma de vida alternativa ante el horror del padre, que se ausentaba con frecuencia, y de Ben, que vio alterada su cotidianidad por tantos cambios.

La implantación del programa silentista parece seguir un método paródicamente conductista de condicionamiento ininterrumpido, patrones fijados e inamovibles y toda una parafernalia de conceptos incomprensibles, pomposamente escritos con mayúscula y citados por sus iniciales, con el fin de conseguir un mundo sin movimientos y sin ruido; todo ello, siempre bajo la atenta mirada y la supervisión de Jane Dark, la cabecilla del grupo. El primer contacto que hace consciente a Ben de la naturaleza del ideario silentista coincide con la expulsión de su padre y muerte de su amigo Pal. La parodia de las sectas milenaristas y las nuevas religiones de las décadas poshippies de inspiración new age es más que evidente.
«Es probable que yo sea Ben Marcus. A lo mejor soy una persona. Puede que haya vivido en una granja dedicado a sofocar los cuerpos altisonantes de este mundo, un idílico paraje de Ohio llamado Hogar, donde las mujeres de nuestra nación tienden hacia una nueva conducta, hacia lo que llaman una Jane Definitiva. Allí podríamos haber tenido agua especial, una televisión de conducta, una tercera frecuencia (aparte de la AM y la FM) para la transmisión entre mujeres, para que las mujeres robaran el aire y lo atestaran de su código privado».

El discurso de Ben está compuesto por intrincadas divagaciones de comprometida verosimilitud en las que se erige como único protagonista y único objeto de atención, que abarcan multitud de aspectos de su vida, con especial insistencia en la cuestión sexual y en la preparación del propio escrito, y que hacen temer por la integridad mental del sujeto.

«Se pidió a este autor que cumpliese atención corporal sobre seis mujeres durante el período de escritura del libro. De aquellas seis mujeres, cuatro emplearon sin saberlo un vocabulario parecido para describir los defectos del autor, tildado de: impaciente, distraído, egoísta, egocéntrico y soso. Las otras dos mujeres coincidieron en no emplear prácticamente vocabulario para describir al autor, absteniéndose casi por completo de la retórica de la descripción o de cualquier tipo de lenguaje que pudiera indicar perspicacia o interés alguno en cosas relacionadas con el autor o con cualquier otra cosa, si es que estos eran los dos únicos temas de conversación posibles ―el autor o cualquier otra cosa―, dado que dicotomías como esa tienden a ofrecer una estampa demasiado completa y alientan la peor clase de decepción, la de conocer todas las opciones con las que contamos».

Ben, al que se le implanta el condicionamiento también a través de la dieta, debe cumplir sus obligaciones copulativas con las silentistas. Para ello, y para estar siempre localizable, es obligado a llevar ceñida al cuello una campanilla, un Localizador Ben Marcus. Para mantenerlo  en forma física y oralmente, lo someten a prolongados períodos de ayuno, alimenticio y conversacional, tras los cuales sale reforzado y predispuesto a nuevas privaciones y a nuevas escaladas en el nivel de condicionamiento; un ayuno imprescindible para regular la ingesta de palabras y la multiplicidad de significados que el empacho puede conllevar, ya que existen productos cuya ingesta o privación afecta a multitud de funciones, como los frutos secos a la capacidad de comprender la lengua francesa o la leche a los problemas de credulidad.

El objetivo de las silentistas con respecto a Ben, un individuo al que odian pero necesitan, es llevar a cabo su feminización como recurso intermedio para alcanzar la quietud y el silencio absolutos; uno de métodos indirectos más eficaces es la supresión de las emociones, ya que estas acostumbran a conllevar largos e inútiles discursos y reacciones físicas pletóricas de este movimiento.

«La estrategia de supresión de emociones, por lo tanto, consiste en atajar sentimientos pertinaces antes de que se inicien a base de emparedar el espacio no utilizable de la cabeza con varios rellenos, bártulos y pegamentos, para atrapar, taponar o desviar los aparejos de conducta entrantes hacia otra persona o animal. Una mujer cuidadosa puede usar su cabeza como una pelota de rebote o un "espejo de aflicción" y hacer que sus sentimientos reboten sobre su familia para relentizar su desarrollo o sobrecargarla con una emoción debilitadora».

La principal tesis de las silentistas sostiene que la lengua hablada provoca turbulencias en el aire que modifican la atmósfera y pueden provocar efectos indeseados:

«Las hembras silentistas son silentes fundamentalmente para sanar o impedir el clima, puesto que creen que el habla es la causa directa de las tormentas y debería reprimirse para siempre».

De forma parecida, el simple movimiento, con sus desplazamientos del aire circundante a los cuerpos que se mueven, altera el equilibrio existente en el aire en reposo, provocando graves perturbaciones de efectos potencialmente devastadores. El habla, incluido el grito, se reserva para ocasiones especiales como el enfrentamiento contra un enemigo poderoso cuya derrota es imprescindible para mantener con vida al grupo.

La obligación de silencio convierte en relevante el recurso de la mímica ―de hecho, los anales del silentismo registran un episodio denominado "los hechos del grupo Pantomima Nacional Femenina", durante cuyo transcurso se definieron algunos de los dogmas de la organización―, como sustitución silenciosa, aunque no siempre quieta, de las interacciones habladas. Algunas miembros del grupo han alcanzado la excelencia en estas mímicas, como el zurcido, o mímica del coito; la mímica del adiós; el carpintero, o mímica del suicidio; o la emboscada, que consiste en mimificar a un miembro de la propia familia.

«Se da una mímica de camuflaje cuando varios miembros de la familia mimifican a una sola persona (diana), como cuando los padres mimifican a su hijo, por ejemplo, y no ceden ni admiten que lo estén haciendo; a esto también se llama "sobremimificar" o "amar", y puede ocasionar un déficit de conducta muy duradero en el chico cuya conducta se imita, sobre todo si este lleva el nombre de Ben Marcus. La sobremimificación dispensa al chico de ser él mismo, dado que su conducta ya la cubren sobradamente las acciones del resto. Puede contemplar a sus padres actuando como lo haría él, imitándolo, hasta que su cabeza y su corazón se quedan tan callados y empequeñecidos que prácticamente nadie pueda verlo y haga mutis de toda la vida visible inadvertidamente».

Entre otros recursos utilizados para no transgredir el silencio o la inmovilidad se encuentra el desmayo, polivalente y fácilmente ensayable, y que sirve también para derrotar cualquier ataque de sentimientos o emociones. Es un recurso tan socorrido que existe una considerable variedad de métodos para conseguirlo.   

Finalmente, toma la palabra la madre de Ben a través de una carta que dirige al padre, en la que comienza por censurarle que se la haya follado y haber engendrado a su hijo, en contra de su voluntad última; le reprende por su influencia en la educación mundana de Ben, le amenaza con quitarle su parte de la patria potestad, y se ceba en puntos débiles y su inutilidad ―en parte debida, por supuesto, a su sexo, cuyos caracteres externos son constantemente desdeñados―.

«Mi problema: la maternidad no debería percibirse como caridad. Ben está resultando ser especial en el peor sentido. Mi debilidad por los cretinos se ha convertido en intolerancia. Sin embargo, me decepciona ver a Ben pasando tan rápido por el aro de la mediocridad, la fácil asimilación de otras personas y de su teatro ordinario de decepciones, en apariencia, a pesar de nuestros denodados esfuerzos por originalizarlo».

Censura al padre que no haya muerto y haya privado a Ben la exuberante experiencia de la pérdida del padre; una experiencia imprescindible para hacerse un hombre de provecho, un tipo duro capaz de enfrentarse a los desafíos de la vida sin salir huyendo y sin llorar. Dada la escasa y errónea contribución de Ben, hubiese sido más positiva la desaparición definitiva del padre que mantenerse con vida. Al fin y al cabo, su valor principal en la sociedad, la capacidad reproductiva, ya ha terminado y sería conveniente que traspasara esta competencia a su hijo, que no parece estar preparado ni especialmente interesado ―de hecho, todos los intentos reproductivos de Ben con las muchachas del grupo han resultado infructuosos―.

«Dominar un lanzamiento, como tratan de hacer todos los padres, exige también ceder el control, por duro que resulte; fragmentar tareas y delegarlas, por débiles que puedan ser tus ayudantes; otorgar autoridad total o parcial a Señuelos de Campo (tú) que puedan influir en la trayectoria del sujeto (Ben) en un grado mínimo pero significativo, que se dispongan de formas mínimas pero significativas para complementar el trabajo mucho más complicado de la encargada del lanzamiento, una persona, en este caso, que debe cubrir un abanico tan amplio de problemas y desafíos que su delegación de tareas con el sujeto debe a menudo ser subcontratada a ayudantes con un horizonte más reducido de ambiciones, que puedan tenerla al tanto y describir las sensaciones táctiles de manosear a su niño, interactuar con él, presenciar la conducta que produce a lo largo del día, que es información que ella sigue requiriendo para perfeccionar su trabajo, aunque, dado que ya ha tocado a su hijo y no tiene tiempo ni paciencia para la repetición, solo necesita recordatorios y actualizaciones fácilmente transmisibles por su personal».

Ah, por cierto, que no se me olvide: es imprescindible seguir al pie de la letra las instrucciones para la lectura de Norteamericanas ilustres que dicta el propio Ben: dividir el libro en siete partes iguales y leerlas durante una semana, a razón de una por día. No seguir esas instrucciones puede conllevar graves riesgos para la salud ―yo mismo, un día que sobrepasé la séptima parte, o el seteavo, de la lectura, registré dolores abdominales y alteraciones evacuadoras―, incluso la muerte, en el caso de las violaciones más graves. Están avisados.

Si siguen debidamente las instrucciones y no sufren ningún percance, Norteamericanas ilustres será el más excéntrico y uno de los mejores libros que leerán este año.

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