26 de octubre de 2020

Hígado


Hígado. Will Self. Shangrila, 2020
Traducción de Rubén Martín Giráldez

Will Self, el desvergonzado e irreverente y autor británico de novelas, artículos y ensayos, subtituló el volumen de relatos con vocación de novela —existe un curioso trasvase de personajes secundarios en todos los relatos, a la manera de la banzaquinana La Comedia humana, que comparten ubicación en The Plantation, el pub privado donde se desarrolla la acción del primer relato Hígado (Liver, 2008) como "un órgano ficticio con una anatomía superficial de cuatro lóbulos", derecho, izquierdo, cuadrado y de Spiegel, e incluyó cuatro relatos relacionados en ese órgano de 1.500 gramos, uno por cada lóbulo, segregador de la bilis pero también metabolizador de ciertas sustancias dañinas, como el alcohol; y es que en bilis y alcohol, además de otras sustancias, Self es un experto.

"Foie humano" relata los treinta años de la vida alcohólica de los miembros del club privado —y de priva, si se me permite chanza— The Plantation. Es fácil reconocer a algunos de sus miembros tomados de la vida real: The Plantation es la versión ficticia del más que real Colony Room Club del Soho, y algunos de los miembros del abrevadero alcohólico recuerdan a personajes que pasaron por el Colony a lo largo de sus sesenta años de vida: Francis Bacon, Lucien Freud, David Bowie o Dylan Thomas —información procedente de la nota al pie del traductor—. Todo responde a una estratagema a largo plazo orquestada por un gourmet de origen desconocido para conseguir el más exclusivo y codiciado manjar, un excepcional golosina digna de los dioses.

En "Leberknödel" una mujer inglesa, viuda, afectada de cáncer de hígado, viaja a Zürich acompañada por su hija, una inútil y malcriada artista que se ha convertido en cliente asidua del Plantation —y que comparte con otras adicciones—, para que le sea administrada la muerte asistida. El desestimiento a última hora la lleva a un replanteamiento radical de su situación vital  y de su relación con su hija y con el mundo. La aparente remisión espontánea de su enfermedad pretende ser utilizada por un grupo de católicos fanáticos como prueba de un milagro y contra la clínica de suicidio asistido que ella finalmente descartó. Pero esta decisión tiene consecuencias que sobrepasan las derivaciones resultantes.

"Prometeo" moderniza el mito clásico trasladándolo a la actualidad: Prometeo y Epimeteo son dos creativos de la hipermoderna agencia de publicidad Titan. Las cantidades indecentes de dinero que sonsacan a sus clientes, el ritmo frenético, laboral y sexual, la vida acelerada por la cocaína y ralentizada por cantidades ingentes de la última bebida de moda —aunque raramente alcohólica—, los bares más exclusivos y los restaurantes más representativos, los lofts vanguardistas y las putas de lujo son la roca del Cáucaso en la que Prometeo se halla encadenado. Uno de los clientes del Plantation ayuda a Epimeteo con una terapia deshabituadora para Pandora, su amante, un lugar que visitan y en el que encuentran, formando parte del decorado de alcohólicos a la hija de la protagonista de "Leberknödel". También como en la fábula clásica, un buitre acude puntualmente a su banquete hepático, pero el inesperado desenlace confirma que el mundo de la publicidad, tan mítico como el de la teogonía, está poblado por seres que n son más que marionetas movidas por los hilos invisibles sostenidos por  la disparatada voluntad de los dioses.

"Pajarito nam nam" recoge el monólogo del ser vivo más antiguo de la Tierra —no existe narrador más omnisciente que un virus, que asiste a todos los hechos sin contaminarlos por los efectos de su presencia (física)—, la Causa Primera, el Ser Primigenio, en tono reivindicativo: un virus que afecta al hígado. El origen de la propagación es una infravivienda que comparten tres yonquis: un obseso de la película El Guateque, admirador y trasunto heroinizado de Peter Sellers; una ex-agente comercial de unos desarrapados traficantes y un ex-RRPP con enfisema; y el variopinto grupo de clientes —en el que figura algún cliente habitual del Plantation— que se dan cita, a la hora de la distribución en ese remedo de la mansión de los señores Clutterbuck hasta parodiar la fiesta de la película de Blake Edwards. El virus reivindica su papel evolutivo, menospreciando otras enfermedades más escandalosas, y el componente artístico de la infección vírica, lenta pero invencible, frágil pero persistente, invisible pero omnipresente.

Actualización al siglo XXI de los miembros más radicales de la generación beat —aunque literariamente superior, restauración del cabreo más british —con las indispensables dosis de estilo— de los angry young men, o nueva voz irrespetuosa que se incrusta en la tradición ya establecida de los autores británicos de la nueva ola junto a Julian Barnes, Ian McEwan o el más próximo Martin Amis; agrúpese a Self en la congregación —más bien en el comando— que se quiera, que su calidad literaria, pespunteada de sarcasmo y mala leche, lo elevará al podio de la categoría.

Otros recursos relativos al autor en este blog:

Notas de Lectura de Un paraguas

19 de octubre de 2020

El final

 

El final. Attila Bartis. Sexto Piso, 2020
Traducción de Judit Faller y Andrés Cienfuegos

«Nada oculta mejor nuestra auténtica realidad que algunas verdades incuestionables».

El final (2015) es la última novela publicada hasta hoy por el autor húngaro Attila Bartis y recoge, bajo la forma de obra de ficción, algunos episodios de la propia vida del escritor enmarcados en una corriente temporal que va desde el fin de la ocupación nazi de su país al final de la IIGM, pasa por la invasión soviética y termina con la caída del telón de acero y la obertura democrática.

András Szavad, el protagonista de El final, es hijo de un padre recién excarcelado después de un proceso por disidencia ―un antiguo profesor detenido durante la invasión soviética por poner un plato de comida en plena calle para detener los tanques, condenado a trabajos forzados y represaliado aún después de su puesta en libertad― y huérfano de madre ―que murió precisamente el mismo día de esa excarcelación, procedentes de una pequeña ciudad húngara y emigrados a Budapest al principio de la década de 1960. Con estos antecedentes, András tardará poco tiempo en darse cuenta de que una vida estigmatizada por la adversidad, las buenas noticias son imposibles y cualquier atisbo de felicidad es un espejismo que revelará, tarde o temprano, su falsedad.

«No veo ningún motivo para acometer una gran historia familiar mientras cuento mi propia vida. Ni valgo para ello, ni creo que tenga viabilidad alguna. Nada puedo preguntarle a mi madre ni a mi padre, y con ninguno de mis abuelos me encontré jamás. Y si digo que no veo ningún motivo para hacerlo, es porque en la historia de mi familia no hay nada especial que destacar, hasta podríamos decir que pese a todas sus peculiaridades, es casi el prototipo de las historias familiares húngaras. O quizá también de las historias familiares de la clase media no judía de la Europa Central. Aunque, según mi opinión, las historias familiares de los judíos son también bastante parecidas. Descontando lo indescontable».

Del mismo modo que uno no puede escoger a su familia y mucho menos a sus antepasados ―unos ascendientes, en el caso de András, sujetos a vaivenes esporádicos de su estado mental que rozarían la locura si no fuera por su falta de intención, y que comparten la extraña afición de observar el mundo a través de extraños artilugios, como si la visión directa proporcionara únicamente una versión incompleta de la realidad o, como dice el padre de András, que le regala una cámara y le induce la afición por la fotografía, se limitara a mostrar solo lo que se ve, tampoco puede hacerlo con las personas que le influenciarán a lo largo de su vida. 

«Por la noche [su padre] llamó a mi puerta y preguntó si podía entrar. Claro, le contesté, pero se quedó en el umbral. Había venido realmente para pedirle que no lo odiara, pero no se atrevió a decirlo. Así que yo tampoco le pude decir que no lo odiaba, que lo que pasaba era que no podía ayudarme, pero que el hecho de que viviera en la otra habitación estaba muy bien. Al final solo dijo que había preparado una sopa de patatas».

András se apercibe ya en su temprana edad de que su vida diaria no va a ser una vida ordinaria  porque la normalidad fue alterada para siempre por unos hechos ajenos al devenir que configuraron un futuro absolutamente imprevisible y que rompieron la sucesión lógica de los acontecimientos. No solo András, que vivió de forma parcial y bastante inconsciente aquellos hechos, sino también sus padres, que los sufrieron en primera persona, vio hurtado su pasado y todos los puntos de referencia que podía hallar en él. Ese desarraigo sobrevenido provoca una omnipresente sensación de desazón ―en el protagonista pero también en el estilo de la narración―, de frialdad en las relaciones, sorprendente en las familiares, de amenaza que no llega a concretarse, lo que la hace más desasosegante, pero que no deja de estar ―o sentirse― presente, y cuya dilación acentúa su carácter intimidatorio.

La concentración de las relaciones personales en grupos exiguos y aislados acentúa la importancia de los relatos familiares, anécdotas que se convierten en leyendas y que se incorporan al acervo de la comunidad ampliando así el número de testigos de unos hechos cuya veracidad es, cuanto menos, sospechosa, como si la familia fuera un organismo unipersonal que absorbe las experiencias de cada uno de sus miembros. En cuanto al medio social en que se ven obligadas a desenvolverse esas relaciones, adquiere un papel preponderante el control opresivo de las autoridades políticas, primero los nazis y después los soviéticos, que provoca una especie de retraimiento que afecta al trato social pero que se extiende también al familiar; el miedo a la arbitrariedad del poder conlleva la abstención en actividades que podrían ser consideradas sospechosas y el terror a la delación desencadena incluso un enfriamiento de las relaciones entre los miembros de una misma familia, limitándose la comunicación a conversaciones que bordean el absurdo por la presencia constante de sobreentendidos, peligrosos en sí mismos por la facilidad de ser malinterpretados.

«Cuando el poder dice de algo que no es obligatorio, dejar de cumplirlo resulta a veces bastante arriesgado. Porque en el inconsciente del poder dormita todo loquenoesobligatorio: los novillos que hayamos hecho faltando a los desfiles del Primero de Mayo, a las excursiones de clase, a las reuniones sindicales...; y cuando casi te ves rogando para que te pidan cuentas de una vez por todas, para que te echen a patadas, te encarcelen, te humillen y rompan en dos tu vida, cuando lo único que te importa ya es poder llegar a superarlo, aún adviertes en sus miradas ese fugaz destello que te dice claro, claro, si tú fuiste el que... »

Los parámetros de la existencia sufren una inevitable transformación cuando se modifican las coordenadas entre las que se enmarca; no hace falta ―o no es imprescindible― que el propio sujeto sufra metamorfosis alguna ya que el solo cambio de sus circunstancias conllevará reacciones inesperadas. Tal vez pueda considerarse como parte de la capacidad de adaptación al medio pero, en realidad, tiene más que ver con la maleabilidad del carácter porque ¿qué clase de adaptación a unas circunstancias desfavorables se puede aducir cuando la reacción esperable, perjudicial para el individuo pero favorable para la colectividad, sería la rebeldía y el enfrentamiento?

«Simplemente no podía discernir qué era lo real, entender que "basta con no mirar las cosas siempre del mismo lado, créeme, hijito mío, Para ello solo tenemos que ponernos enfrente. Al instante veremos entonces lo mismo aunque justo al revés"».

La fotografía es el camino de huida que toma András. En parte, como emulación del padre, también fotógrafo, aunque aficionado, que le regala su primera cámara, un clon soviético, y después una Leica; pero también es la válvula de escape de una realidad sórdida y sin esperanza, la creación de un mundo propio en el que él fija las reglas y que solo a él pertenece; y también materialización de la rebeldía adolescente contra la familia y contra el mundo que ha heredado.

«Llevaba conmigo la máquina fotográfica, algo que no era nada excepcional porque casi siempre la llevaba. Como mi padre el bastón. Sí, creo que la comparación con el bastón viene bastante a propósito. Objetos que se han convertido en una parte del cuerpo y de los que uno está un poco avergonzado. Y de los que uno puede incluso llegar a jactarse, cuando yá a estmáuy avergonzado. Pero antes que nada dan seguridad. Un bastón, unas gafas, una prótesis vavular, una cámara fotográfica..., depende de la enfermedad que padezca cada cual».

Tanto los instantes más livianos y circunstanciales como los más tensos y dramáticos son vistos con el mismo desapego, la misma frialdad, como si el ambiente sórdido que se respira en la ciudad afectara de tal modo al narrador que transformara su mirada en una indiferente neutralidad. Al fin y al cabo, la fotografía toma el papel de una inusual educación sentimental construida por la combinación de presencias indeseables y decisiones impuestas; por la pérdida de una madre y de un padre, y por una orfandad que es una liberación no tanto de la autoridad como de la pérdida de la obligación de emular un precedente imposible.

«Hay quienes sostienen que todo ha acontecido ya en nuestros primeros siete años de vida. No creo que yo pueda afirmar algo así, ni siquiera en el período que va desde mi nacimiento a la muerte de mi padre. Aunque claro, una cosa es segura, estos veinte años son como el gnomon de un reloj de sol. No se mueve. Pero su sombra alargada atraviesa permanentemente el presente. Aunque eso no es un problema».

Luego, ya plenamente adulto y olvidadas, aunque no superadas, las contradicciones adolescentes, el tono de la narración cambia de forma absoluta; a partir de la aparición de Éva, un imponente personaje femenino que por sí solo merecería una novela, el lector asiste a los contradictorios cambios que experimenta András: desaparece la inocencia y se inicia el camino de un cinismo, en parte impostado. A fin de cuentas, la vida no es más que un inabordable listado de ocasiones malogradas, pero lo peor no es la naturaleza de esa pérdida sino que solo seamos conscientes de ella cuando ya no podemos ponerles remedio.

«Estaba sentado en el jardín mirando una hormiga. Iba y venía sin parar. El tramo que recorría era aproximadamente de un metro y medio. A veces se paraba y daba unos pasos a la derecha o a la izquierda, pero al final siempre volvía al camino. El camino, en el fondo, era invisible. Nada lo señalizaba, al menos nada que pudiera justificar que llamáramos camino a un trecho de metro y medio al borde de un suelo de hormigón. Cuando me senté allí, apoyado contra pa pared de la casa, la hormiga ya deambulaba. No sé de dónde había venido. Al principio pensé que podría haberse extraviado. Pero cuando uno se extravía no repite incesantemente, ida y vuelta, el mismo recorrido. Cuando uno se extravía, anda hasta encontrar un camino. O prosigue hasta que se extravía aún más. O acampa y hace fuego, grita, gesticula, emite señales y reza desesperadamente para que lo encuentren. Aquellos pasos que a veces daba hacia la derecha o hacia la izquierda tampoco eran más comprensibles que aquel trasiego de ida y vuelta en un trecho de metro y medio. Al´í no había nada. No había camino, ni alimento, ni más hormigas. Quizá por eso volvía siempre a la senda».

12 de octubre de 2020

Los Terranautas

 

Los Terranautas. T. C.Boyle. Editorial Impedimenta, 2020
Traducción de Ce Santiago

Un consorcio internacional dirigido por expertos en comunicación, con la colaboración de científicos ambientalistas, diseña un experimento que consiste en reproducir el medio ambiente terrícola en una ecosfera, un recinto cerrado aislado del exterior mediante una cúpula de acero y cristal, una verdadera réplica del Edén primigenio, con la idea de preservarlo de la contaminación y de que pudiera servir, dado el caso, como arca de Noé para establecer colonias en otros mundos. Con el fin de reproducir con la mayor exactitud, aceptando las limitaciones de espacio, la vida en la Tierra, se duplican varios ambientes existentes (desierto, océano, selva...) y se puebla con una pequeña representación de las especies vegetales y animales, incluidas  aquellas que suministrarán el alimento necesario, dejando la gestión a un grupo de ocho científicos, cuatro mujeres —una encargada de los animales domésticos, una encargada de biomas naturales, una supervisora de cultivos extensivos y jefa de equipo y una especialista en sistemas marinos — y cuatro hombres —un supervisor de la tecnosfera, un oficial médico, un oficial de comunicaciones y encargado de sistemas hídricos y un director de sistemas analíticos —, que deberán permanecer en su interior, sin ningún contacto físico con el exterior, autosuficientes y autogestionados. Otro equipo de científicos y de comunicadores estarán en permanente contacto, por voz y por imagen,  con los recluidos, y todas sus circunstancias y acontecimientos serán retransmitidos a través de los principales medios de comunicación. T. C. Boyle, un escritor acostumbrado a responder a un desafío en cada una de sus novelas, sitúa Los Terranautas (The Terranauts, 2016) en plena desierto de Arizona en 1994 —reproduciendo un intento real que tuvo lugar entre 1991 y 1994 y cuyas ruinas sirven de testimonio de su fracaso, cuando el desarrollo de internet daba sus primeros pasos y las grandes cadenas de televisión empezaban a presentir las posibilidades de los todavía inexistentes reality show.

«La idea era recrear cinco de los típicos biomas de vida autosuficiente del planeta Tierra; un modelo a escala de un ecosistema que permitiera que los seres vivientes, humanos incluidos, medraran en un ambiente hostil: una estación espacial u otro planeta. D. C. [la cabeza visible de la organización, apodado Dios Creador, D. C.] fue uno de los primeros en reconocer que nuestra especie, por la superpoblación, la industrialización y la temeraria quema de combustibles fósiles, iba bien encaminada hacia la destrucción o por lo menos al agotamiento de los ecosistemas globales y que podía necesitar una válvula de escape [...], nuevos mundos, semillas de vida. No olvidéis que era un experimento, no un producto perfeccionado y terminado, y que como en todo experimento existen limitaciones y que las cosas pueden salir mal, que las cosas salen mal; ahí está la gracia. Así es como se aprende, ¿no? Todos estábamos orgullosos y era un privilegio formar parte de la E2 y de sus investigaciones ecológicas y sociológicas, da igual qué otra cosa hayáis podido oír. De ahí que, sobre todo al principio, el tiempo pareciese tan líquido, tan acelerado, igual que los procesos de la vida en cuanto todo quedó tras el cristal».

El primer intento de experimento, la Misión 1, fracasó por un problema médico de una de las participantes, pero existe un insistente empeño entre las entidades organizadoras y también entre los ocho participantes para evitar cualquier posibilidad de fracaso en este segundo intento, por más que parece ineludible que también en esta tentativa la intención de reproducir en la reclusión el modo de vida exterior acabe colisionando con la inevitable realidad de la contaminación debida a los egos personales de los participantes y con la progresiva e ineludible degradación de la convivencia.

¿Es una quimera pensar que una situación no experimentada jamás va a provocar conductas diferentes en individuos procedentes de una sociedad ya establecida? Lo más lógico, y que no han tenido en cuenta los anteriores experimentos de reclusión voluntaria iniciados a partir de diferentes motivos, es que el término de la ecuación que representan los seres humanos acabarán invariablemente actuando e interactuando entre sí de acuerdo con los mismos patrones con que lo harían en una situación convencional —a diferencia de los animales, cuya conducta sí se ve alterada de forma notable debido al cambio de medio—, motivo por el cual el objetivo del experimento tiene muchas posibilidades de acabar fracasando contaminado por los conflictos personales que se producen entre los participantes. Por si fuera poco complicada la convivencia en la ecosfera, la interacción con las personas del exterior —los amigos, los novios, incluso los dirigentes del experimento— es también origen de continuos conflictos que afectan con más fuerza al término más débil de la ecuación: los recluidos.

Los conflictos en el interior de la ecosfera adquieren una magnitud superior que si ocurrieran en el exterior porque el equilibrio interior es mucho más precario ya que no existen los mismos mecanismos correctores, ni en número ni en intensidad, que fuera de ella. Cualquier incidente, nimio en otras circunstancias, contribuye a una progresiva y acumulativa degradación de las interrelaciones entre los miembros del grupo, acentuando las diferencias y magnificando los enfrentamientos hasta extremos que afectan a la misma esencia del experimento.

Incluida entre las novelas que tienen lugar en sistemas cerrados —la referencia inevitable, aun con la diferencia de la voluntariedad, es El señor de las moscas, con varias alusiones explícitas a lo largo del texto—, Los Terranautas explora el efecto del factor humano en las relaciones en entornos aislados. Boyle, un novelista de oficio en el mismo sentido que los grandes novelistas del siglo XIX, erige un texto de construcción casi perfecta, sin fisuras ni interrupciones, cediendo el papel de narrador a tres personajes implicados en la acción: Dawn Chapman, la encargada de animales domésticos, una mujer insegura, susceptible y recelosa; Ramsay Roothhoorp, el oficial de comunicaciones, hipermotivado, dispuesto a cargar con más responsabilidades de las que puede asumir, seductor, tramposo y mentiroso; y Linda Ryu, una de las descartadas en el proceso de selección, conspiranoica, resentida, insegura, peleada con el mundo por su exclusión y con complejo étnico. Esa triple voz, aparte de facilitar tres puntos de vista distintos con respecto a los sucesos dentro y fuera de la ecosfera, a menudo ofreciendo versiones opuestas de un mismo hecho —extremo que impide al lector averiguar qué hay de cierto en cada una de las versiones ofreciendo un ejemplo canónico de una de las circunstancias más excitantes del género novelesco, el narrador no confiable—, escogida entre todas las posibles, manifiesta también una cuestión de economía narrativa y de centralización de la acción que solo puede ser efectiva cuando el autor domina la técnica y es capaz de plegarla a sus deseos, no ya sin que quede afectada la estructura ni la comprensión, sino constituyendo uno de sus mayores méritos.