31 de julio de 2019

B-17G

B-17G. Pierre Bergounioux. Ediciones Alfabia, 2011
Postfacio de Pierre Michon. Traducción de Paula Cifuentes
Los tres segundos que transcurren entre que un caza alemán encuadra en su punto de mira a la Fortaleza Volante perteneciente al ejército del aire norteamericano y cuando este, alcanzado por las balas del atacante, empieza a desplomarse envuelto en una nuble de humo y llamas: la perfección de la técnica, la máquina imbatible cuyas líneas, puras y definidas, habían de convertirlo en el indiscutible amo de los cielos, es sojuzgada por un ingenio más pequeño y menos potente pero con más capacidad de maniobra; la definición de su contorno pierde el foco con el ataque del caza, su silueta se desdibuja y su vuelo arrogante finaliza con un aterrador fundido a blanco; el cachalote sucumbiendo a las dentelladas del tiburón o, como apunta Pierre Michon en el postfacio de la edición, Ahab dando improbable caza, por fin, a Moby Dick. Esa ínfima grabación en primera persona con la cámara que filma desde la ametralladora alemana es el desencadenante a partir del cual Pierre Bergounioux escribe B-17G (B-17G, 2001).

Fuente: http://afhra.maxwell.af.mil/photo_galleries/aaf_wwii_vol_vi/Captions/012_B-17.htm
En todo caso, y a pesar de la aparente superioridad en la lucha cuerpo a cuerpo del caza alemán —seguramente un Focke-Wulf—, intriga la falta de respuesta, por más desesperada que fuera, del B-17. Se les supone en medio del campo de batalla e inmersos en un conflicto cruel y duradero; se espera que la tripulación permaneciera alerta —existían ya mecanismos que advertían de la proximidad del enemigo antes del contacto visual—, y a los ocupantes de las torretas con ametralladoras preparados para repeler el ataque. Sin embargo, del B-17 no sale ni una sola bala, ningún proyectil disparado a la desesperada, ningún amago de evasión, nada; con la pasividad de un blanco móvil paralizado, la aeronave parece despertada de su letargo a traición y, sin oportunidad de réplica —la escapatoria es, técnicamente, inviable—, se precipita, vencida, envuelta en llamas.
"El piloto del caza ha de ser seguramente un virtuoso con multitud de víctimas a sus espaldas; todas aquellas que hizo entre las filas inglesas, francesas, polacas y, antes, puede que incluso entre los Polikarpov soviéticos de la aviación republicana, cuando servía a Franco en la Legión Cóndor. Comenzó por destrizar la carlinga, masacró a sus ocupantes y después —como se puede comprobar en los cambios aparentes de inclinación del bombardeo— giró ligeramente hacia la izquierda para incendiar los motores."
Bergounioux especula acerca de ese incidente acerca de la tripulación de la aeronave, rebuscando en sus probables orígenes y sus aspiraciones, y en la cadena de errores que llevaron a esos pobres desgraciados a surcar los cielos en busca de una muerte segura.
"La tripulación del 8º regimiento del Air Force tendría que haber sido reclutada en las costas del este o en las grandes ciudades y no en el sur rural, lleno de iletrados ignorantes y borrachos y de negros aterrorizados."
Un conjunto de desconocidos, unidos por el azar, obligados a establecer una relación parecida a la familiar, en la que todos dependen de cada uno, y a mostrar una confianza y una responsabilidad que, recién alcanzada la veintena, nunca han tenido que experimentar, carne de cañón poco acostumbrada al peligro y, mucho menos aún, a la vecindad de la propia muerte.
"Se conocen desde hace semanas. No hacía falta tanto para que las afinidades surgieran, como sucede cuando se reúne a jóvenes que provienen de las mismas tribus urbanas, relativamente cultos. Las enemistades espontáneas no obstante se atenúan, se neutralizan por el exilio, por la solidaridad vital que les produce el que tengan que enfrentarse conjuntamente a la muerte; una unión mucho mayor que la que pueden suscitar un mismo origen o el trabajo en equipo."
A medida que los instrumentos de destrucción se han hecho más potentes y eficientes, los conflictos bélicos han reducido su duración —la Guerra de los Cien Años se ha convertido en la Guerra de Los Seis Días—, pero el número de víctimas ha crecido de forma exponencial. La guerra se ha profesionalizado —todo el mundo es capaz de lanzar una piedra con más o menos acierto, muy pocos pueden pilotar un F-117 Nighthawk—, pero en ningún conflicto antiguo hubo tantas víctimas como en las guerras del siglo pasado, que, en su mayor parte, no fueron agentes bélicos profesionales. Entre ellos, esos jóvenes que cambiaron su destino y, desligándose de la tierra a la que estuvieron atados durante generaciones, trucaron su mono de trabajo por la vestimenta de piloto y el volante de su cosechadora por los cuernos de un bombardero.
"Son diez los miembros de la tripulación que llevan el miedo agarrado en la tripa y el temor a no saber cómo controlarlo. Temen tener que negarle la menor libertad a ese chico que eran tan solo unas horas antes. Son también los chicos que si conocieran el capítulo que sigue, dirían que no, rodarían por la hierba mientras lloran, se escaparían pesadamente, sin esperanza, con las grandes botas que hunden sus pies en la hierba. Respiran de nuevo el olor a verde, se les sube a la cabeza y asciende también por el prado como el año precedente en un valle de Wyoming o a lo largo de las verjas de Central Park, cuando iban al trabajo, hacia la sucursal del banco, a la pequeña fábrica de electrodomésticos y al instituto."
La realidad existe, con independencia de las palabras que usamos para revelarla. La existencia del pasado, de forma parecida, es independiente de la oportunidad o el acierto de nuestra evocación. A los tres segundos del ataque del caza alemán al B-17G les otorgamos estatuto de realidad porque quedaron registrados por una cámara y podemos reproducirlos a voluntad; pero no son menos reales las recreaciones literarias de Bergounioux referentes a las vidas particulares de la tripulación, a la puesta en marcha del escuadrón y a su periplo desde las llanuras inglesas hasta los cielos franceses y más allá, sobrevolando el nido de la serpiente; también el registro por escrito de esas especulaciones convierte una conjetura en realidad. Acaso sea este uno de los efectos colaterales de la escritura, la creación de realidades simultáneas a las realidades existentes; la mayor parte de la obra de Bergounioux está centrada en la creación de una Corrèze alternativa a la que figura en los mapas y en las descripciones físicas de esa región; en B-17G, en cambio, la invención no se dirige a objetos sino a hechos.
"La realidad, mientras pulveriza la imagen que nos hemos hecho de ella, nos recuerda su existencia, su realeza y su poder a través de la pérdida y del fracaso. Para poder comprenderla, y si se desea proyectarla a través del lenguaje articulado sobre el papel, hacen falta dos premisas: el vivirlo en carne propia y el que no se tenga ninguna prevención ni fin preciso, ni un pasado ni proyectos para el futuro, tener entonces menos de veinte años. De esas primeras experiencias es de donde las historias obtienen sus núcleos. Después uno se sosiega. La vista baja. Las arterias se coagulan. Gana el anquilosamiento. Y se abandonan los lugares extraños y peligrosos en los que la vida se inventa, donde el presente enseña una sola cara, como son las orillas de Troya, el aire caliente y lleno de espejismos de la Mancha y de Castilla que se reflejan en las aspas capciosas de los molinos. Uno busca refugio, la sombra de un terebinto, una habitación de corcho en el bulevar Haussman en París en donde poder estar hasta el fin de los días, o de las noches, mientras se intenta ver algo en claro. Es allí donde el hombre disminuido y envejecido, asmático, manco, ciego, habrá de preguntar que sucedió a esta versión matinal, mal esbozada de sí mismo que se vio mezclada en sucesos que no supo en su momento ni comprender ni pensar."
El procedimiento, pues, está fijado: primero experimentar, después escribir. Lo primero, únicamente en la juventud; lo segundo, solo en la vejez. Y no puede haber intercambio, el curso del proceso es innegociable. Como dice Pierre Michon en el postfacio, "Pierre B. escribe lo que otros escritores escribieron antes que él con las palabras justas, de un modo diferente, una actividad que se practica desde hace tres o cuatro mil años con el nombre de literatura. Encuentra unas nuevas palabras justas, tritura la cuchilla segadora. Cambia el ángulo de corte."

Pero Bergounioux se busca también sus cómplices, en el terreno literario, a los que reconoce su protagonismo: Saint-Exupéry, el piloto de guerra que comprendió su tarea como escritor; Hemingway, el escritor que escribió como si la escritura fuera una guerra; Faulkner, el escritor que no pudo ser soldado y convirtió sus novelas en un campo de batalla; y, finalmente, Shakespeare, el autor que, a tres siglos de distancia, lo comprendió todo porque no se centró en los hechos sino que analizó la naturaleza humana; y esta, a diferencia de la tecnología, no ha experimentado ningún cambio desde el garrote hasta la bomba atómica.


Calificación: *****/*****

Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de Le grand sylvain
Notas de Lectura de El río de las edades
Notas de Lectura de La huella
Notas de Lectura de Un poco de azul en el paisaje
Notas de Lectura de Una habitación en Holanda
Notas de Lectura de Carnet de notes 1980-1990
Notas de Lectura de Carnet de notes 1991-2000
Notas de Lectura de Carnet de Notes 2001-2010

29 de julio de 2019

Ojos negros

Ojos negros. Frédéric Boyer. Sexto Piso, 2019
Traducción de 
"Fuera lo que fuera lo que creíamos haber perdido o dejado escapar, somos siempre principiantes."
La memoria es una facultad tan adaptativa que cuando no puede traer un recuerdo de vuelta, lo inventa. Sin embargo, esa creación debe mantener algún tipo de relación con la realidad para que, cuando se repitan las condiciones iniciales, el recuerdo, o la versión más fiel del mismo, pueda ser convocado. Frédéric Boyer especula, maravillosamente, con la memoria de la infancia en Ojos negros (Yeux Noirs, 2016).
"En el momento de poner por escrito estos recuerdos, es preciso haber saldado todas las deudas, o casi. Aceptar lo que en el momento viví como ofensas. Y abandonar todo cuanto ingenuamente creí que se me debía. Y reconocer lo que le debo a Lago, mi doble, el que me hizo ver la existencia y los seres proyectándose en mi alma extendida y plana como una pantalla de cine fantasiosa y, en ocasiones, inquietante. Ese que me vino a la mente con el duelo de la presencia secreta de Ojos Negros. Y recordar esos encuentros inútiles y convertidos en misterios que pude tener siguiendo, sin saberlo, su estela. Incluso tardíamente en mi existencia. Todos los encuentros que tendría, como si una fuerza en mí se activara para reconstruir el recuerdo de Ojos Negros, para reactivar el fuego." 
Los ojos negros de una cuidadora del jardín de infancia son el único vestigio de esa chica que permanece en la memoria del narrador. No están asociados a ningún recuerdo en concreto sino a un conjunto de vivencias, a un estado emocional, concreto pero indefinible, compuesto por unas experiencias, quién sabe si inventadas, que remiten, más que a hechos verificables, a una determinada disposición de ánimo que el narrador, desde la perspectiva de su edad adulta, intenta rastrear en el niño que fue. Esa dificultad es tanto más decepcionante cuanto que no consigue recordar —o tal vez en aquel entonces no supo identificarlo; esta es una distinción fundamental: no recordar lo que sucedió o no recordar que sucediera nada— el motivo que condujo a la rotura de la relación.
"¿Es la memoria o la verdad misma la que hoy me impide alcanzar lo que sucedió entre Ojos Negros y yo? Años guardando silencio. Vértigo ante un presentimiento. Una sospecha. Su pecho menudo exhalaba una breve respiración cuando me murmuraba que estábamos locos y me llevaba aparte. Y aquel día, en el silencio amortiguado de la nieve en el exterior, Ojos Negros me hizo jurar esto: no se LO dirás a nadie. SE ACABÓ, PUNTO REDONDO. No se repetirá. Y recuerdo haberme deslenguado, con lágrimas en los ojos, temblando de frío o de miedo, sin saber a qué estaba asistiendo ni el nombre de semejante secreto, el nombre de aquello que acababa de terminar entre nosotros, pero cuyo recuerdo estallaría en largas deflagraciones."
Tantos interrogantes en cuanto al incidente, unido al hecho de que jamás, desde entonces, ha vuelto a ver a Ojos Negros, son razones suficientes para guardar su recuerdo en el apartado de asunto irresueltos —¿irresolubles?—. ¿Dónde queda vencido el recuerdo? ¿En sí mismo, fruto del mecanismo traidor del olvido? No recordar lo que debemos recordar sería algo parecido a olvidar lo que hemos olvidado. ¿O se trata de una infructuosa redundancia sin otro cometido que inquietarnos? ¿Qué es peor, olvidar algo que queremos recordar o recordar algo que queremos olvidar?
"Poco importa en el presente, pero durante años no quise comprenderlo. Y terminé admitiendo que, si uno podía habituarse a ser un extraño para sí mismo, tras un suceso tan impactante como para no tener que identificar a ese o a esa a quien querríamos no tener que reconocer como uno mismo, dentro de nosotros alguien desconocido y familiar tomaba el relevo y velaba por nuestro propio yo con tanta crueldad como amor."
La infancia se mueve, a menudo, entre la sensación de carencia de individualidad —de formar parte indistinguible de un sujeto múltiple, con respecto a cuyas decisiones tenemos muy poco que decir— en aquellas ocasiones en que queremos que se nos distinga de la masa informe —con la que, naturalmente, no tenemos nada que ver—, y la idea de ser un individuo irrepetible, incomparable, destinado a alcanzar metas imposibles para el común de los mortales. Del equilibrio entre ambos extremos, entre otras cosas, dependerá el cariz que tome nuestra desarrollo después de la época de formación. Siendo cierto que nuestras experiencias de la niñez marcarán nuestra vida adulta, no lo es menos el papel definitorio con respecto al futuro de nuestra disposición.
"La infancia es un reino, dicen. ¿Qué sucede allí? Una tierra perdida. Tantos nos esforzamos, con una aplicación estudiada y cruel, en hacer las maletas en cuanto llegamos a cualquier parte que ya nadie sabe qué sucesos han ocurrido. Y esto es, creo, lo propio de la infancia. Haced el experimento, buscad con verdadera atención vuestros recuerdos de infancia: al cabo de unos minutos tendréis la impresión de extraviaros, de repetir los mismos nimios recuerdos ya conocidos, o así supuestos por vosotros, pero habréis avanzado, sin embargo, durante cada fracción de segundo de ese tiempo consagrado a ensoñar vuestros años de juventud, habréis avanzado hacia otra dimensión más misteriosa: la de un tiempo que no ha sido vivido, sino atravesado de lejos, como a bordo de un vehículo rápido y con la nariz pegada a la ventanilla para ver desfilar unos paisajes que nunca tendríamos tiempo de describir, y menos aún de adentrarnos en ellos."
Algunas pistas recogidas en su vida adulta, ciertas experiencias cuya relación con el asunto de Ojos Negros es en extremo tangencial, hacen dudar al narrador no solo de la veracidad de sus recuerdos sino también de la fidelidad de su olvido, de si lo que parece recordar lo recuerda de veras —o es únicamente fruto de su inventiva intencionada—, y de si lo que afirma haber olvidado es en realidad un recuerdo perdido o algo que él mismo ha hecho desaparecer por incomodidad, inconsistencia o simple vergüenza.
"No sabemos si algo real se ha producido, no se trata de creer en una realidad vivida, sino de albergar la esperanza de que algo haya sucedido. Ojos Negros, cuando estábamos a solas, sin cambiar nada en su actitud perfectamente prudente y distante, entreabría su falda delante de mí. Aun sin pretender hoy haberla visto literalmente, tengo la clarísima sensación, como si aquello ciertamente hubiera sucedido ante mis ojos, de la desnudez de aquella mujer joven, de su inexplicable sonrisa y de sus caricias: sensación construida, por decirlo de este modo, por los recuerdos sucesivos de otros acontecimientos que yo relacionaba con ella y que aumentaban así la fe en ese acontecimiento invisible."
La niñez, ese molesto estado del que todos intentamos huir —solo vemos sus inconvenientes; es después, en la edad adulta, cuando echamos en falta su provecho—, desaparece sin avisar; y es después de haber disfrutado del nuevo estado cuando empezamos a percibir que todo aquello que hemos dejado inconcluso va a quedar pendiente para siempre. El pasado es, a menudo, un lugar de difícil acceso, pero el camino de regreso a la infancia es imposible; podemos pasarnos el resto de nuestra vida en busca de esos Ojos Negros, pero esa indagación nunca dará fruto: los Ojos Negros de nuestra infancia ya no existen; el chaval que éramos en aquel momento, tampoco.
"[...] de pronto el pasado deja de dar sus frutos. Vivíamos con la creencia mágica, infantil, de la continuación de nuestra personalidad. Y, un buen día, nos vemos obligados a reconocer que somos seres inacabados, mutantes, pasajeros. Humanos, es decir, "seres efímeros", algo que ya se lee en la Odisea. Eso que sentíamos ayer, y por lo que habríamos sacrificado nuestra existencia misma, se ha evaporado como el vaho de un espejo."
El narrador, por supuesto, no vuelve a encontrar jamás a Ojos Negros, y solo después de multitud de parodias, la mayoría bastante decepcionantes, se convence de que esa extraña conjunción de tiempo y espacio que se dio cuando se conocieron y el extraño incidente que ocurrió entre ambos, la razón por la que ella fue expulsada del jardín de infancia, son tan irrecuperables como irreproductibles. Y si alguna relación mantiene con el presente es la desatada cuando la memoria recupera el sentimiento, desencadenado por una situación aleatoria sin ligazón alguna con el pasado, al tiempo que el hecho original se hunde, definitivamente, en el pozo del pasado, y surge la reconciliación.
"Me convertía en el actor presente y adulto de mi memoria. No es que esta joven ocupara el lugar de aquella otra que atormentaba mi espíritu ni que fuera una mera presencia de sustitución, sino que su aparición me extraía de la insuficiencia del sentimiento que me unía a aquel recuerdo perdido, alejándome suavemente del apego. De mi neurosis. Es decir, de esa posesión imaginaria del recuerdo por la que creemos que, si cesamos de poseerlo como un recuerdo, este dejará de existir. Negándonos a comprender que no hay recuerdo viviente sino en el exterior, por fin liberado de esa pasión del apego y de su repetición, con la que lo único que construimos es una memoria defensiva: un castllo vacío habitado por soldados muertos convencidos de continuar su asedio a la espera de la caballería."
Calificación: ****/*****

26 de julio de 2019

Carnet de Notes 2011-2015

Carnet de Notes 2011-2015. Pierre Bergounioux. Éditions Verdier, 2016
Extracto:

"Comment imaginer, en ouvrant ce carnet, voilà trente-cinq ans, qu’un jour viendrait où l’extrême droite serait une menace effective en France, Paris ensanglanté par des attentats, le socialisme réel, l’avenir, l’espoir, de lointains souvenirs ? C’est pourtant le paysage qui a émergé du temps irréparable, la désolante réalité, le présent."


Presentación de Carnet de Notes 2011-2015 por el autor en el marco del festival L'Escale du Livre 2016 en Burdeos:


https://youtu.be/Q4ns-xRt6e4

22 de julio de 2019

Hiere, negra espina

Hiere, negra espina. Claude Louis-Combet. Editorial Periférica, 2019
Traducción de David M. Copé
"Estaba sentado en silencio, en una taberna abandonada, bajo vigas ennegrecidas, a solas con mi vino; un radiante cadáver inclinado sobre una forma tenebrosa, a mis pies, un cordero muerto. Del azul putrefacto surgió la lívida figura de mi hermana, y así habló su boca ensangrentada: "Hiere, negra espina"."
Georg Trakl, el poeta expresionista austríaco de principios del siglo XX, sostuvo durante su infancia una estrecha relación con su hermana menor Gretl, de la que le separaban cuatro años, que desembocó en un idilio incestuoso; ese hecho marcó de manera concluyente la vida de ambos y fue, con toda probabilidad, una de las razones que les condujo al suicidio: Georg, por sobredosis, en el campo de batalla en 1914; Gretl, tres años después, saltando al vacío en un sanatorio en el que se había recluido tras las crisis provocadas por la muerte de su hermano. El escritor francés Claude Louis-Combet recrea esa relación en Hiere, negra espina (Blesse, ronce noire, 1995), título que toma prestado de un fragmento de "Revelación y ocaso" del propio Trakl.

Inmersos en una atmósfera general de degradación y desvalimiento morales, los fantasmas del pasado, con incansable insistencia, invaden el presente y lo recubren con una pátina de envilecimiento, inutilizando los enseres que materializan la cotidianidad y saldando cuentas cuyo origen, de tenerlo, se remonta a un pasado enterrado por los eones. En este ambiente enrarecido transcurre la infancia de dos niños separados por cuatro años de edad pero unidos por un asombroso parecido y un extraño vínculo. El niño, el mayor, en posición dominante; la niña, la menor, "aquella que trae la tiniebla", en completa dependencia emocional, pero también física, de su hermano. A pesar de esa circunstancia, algo que les trasciende parece manipular su voluntad, algo ubicado en un impreciso más allá de sus existencias dirige sus pasos hacia un lugar ignoto, una inspiración de la que el niño no sería más que el intérprete y ejecutante mientras que ella figuraría como mero apéndice, inefectivo pero no inútil, el objeto sobre el que él despliega su dominio.
"Una vez consumado el sacrificio de la muñeca, y después de que el muchacho hubiera guardado el sable en su vaina y lo hubiera colgado de nuevo, la luz estaba tan deliciosamente teñida de malva, el dolor por las fechorías cometidas era tan etéreo en los corazones distendidos y un secreto tan grande unía ya a los niños que estos bien podían dar, juntos, un paso más en su común camino, un paso el uno hacia el otro, el uno en el otro, un paso que fue decisivo y quedó inscrito para siempre en la noche de los sentidos. Toda la belleza de aquella hora, en el corazón del otoño, se aliaba con la belleza de aquellas dos infancias indiferenciadas."
Sin embargo, y a pesar —o precisamente debido a ello— de esa desigualdad, ambos parecen compartir un destino que se adivina aciago, pero inevitable: la unión traspasará la frontera de la fraternidad y vagará por terreno prohibido hasta atravesar los límites que la moral ha establecido por razones cuyo significado se ha perdido entre las brumas del pasado.

Cuando la belleza suprema se halla en el sufrimiento, la redención solo puede buscarse en la destrucción. La virginidad, la integridad más íntima, será el sacrificio que ella ofrecerá a su hermano y solo a él; desde su adolescencia febril, no concibe recompensa más valiosa, porque mediante esa inmolación quedará sellada la unión de una vez y para siempre. La ausencia de su hermano no hace más que incrementar esa fiebre, sabiendo que el placer de él redundaría, con la misma intensidad, en el suyo propio, un rol de reflejo compensatorio que la hace responder con el ascetismo más estricto a la degradación progresiva del hermano en los bajos fondos de la ciudad.
"No buscaba competir con su hermano. La distancia era demasiado grande. Pero entendía que esta podía acortarse poco a poco. Solo precisaba ejercitarse con empeño en la lengua, con una paciencia análoga a la que empleaba su cuerpo de niña en convertirse en el cuerpo de una mujer. Sentía, sin saber cómo expresarlo, que las palabras pertenecen, en cierto modo, al orden de las realidades orgánicas como la saliva, las lágrimas o la sangre, y que maduran igual que los atributos del cuerpo, y que, llegados a ese punto, si no se vuelcan en el poema, la única salida que les queda es el grito. Quizá fuera esa su vocación: para el hermano, el canto; para ella, el clamor. Pero que sea el hermano y solo él quien la haga gritar."
Todo ese proceder forma parte del rito, y aunque la finalidad no sea únicamente sexual, sí que tiene a la sensualidad como paso imprescindible cuando la distancia física es el condicionante. Una sensualidad que se recrea y se multiplica en la dilación, como madura en el árbol una fruta que no se recoge a tiempo, como explota un grano que no se siega. Es la delectatio morosa agustiniana llevada al paroxismo.

La complementariedad de dos almas que se buscan constantemente, que se añoran en la lejanía, que se buscan con avidez para integrarse en la Unidad, hace necesario que también los cuerpos, esas envolturas terrestres destinadas a la putrefacción, se transformen también en Uno para consumar una vuelta al origen que será definitiva y sin retorno, un regreso a lo fundamental, el amor en su máxima expresión, el sexo perfecto, la elevación suprema, el regreso al ser angelical previo a la caída.
"Soñó, al igual que en su vida, que era un maestro de las palabras y que las palabras traducían, con una exquisita y precisa finura, los lineamientos sutilmente trazados de sus emociones y sus pensamientos. Por ello se veía a sí mismo como aquel cuyo verbo se impondría siempre a la barbarie, decidido a expresar tan solo lo inviolable: la soledad radical del ser y su miseria constitutiva frente a un amor que lo devora y un Dios que lo abandona."
Mientras tanto, en la obligada separación, el papel redentor corre a cargo de las palabras: las espaciadas cartas de él, las retenidas cartas de ella, nunca enviadas a su destino pero cuidadosamente redactadas y atesoradas en su corazón, y, sobre todo, la poesía, la máxima expresión del tormento que cura, del suplicio que redime, del veneno que salva, de la sombra que da luz, de la servidumbre que hace libre, de la depravación que regenera. 
"Quería pertenecer por completo, y a través de las palabras, a la hermana sombría que el destino le había deparado. Era una ardua tarea de creación de sí mismo, un obstinado desvelo del ser y del mundo, lejos de toda efusividad romántica y de todo formalismo en la escritura. El propio lenguaje había de ser reinventado ateniéndose a la exigencia del mayor de los despojamientos, y era una tarea interminable."
Menos poética, pero mucho más metafórica, es la persecución a través del bosque, el deseo que la hace subir a ella sin desfallecer, y el tallo de escaramujo empuñado por el hermano que golpea y hiere, marca y sangra.
"Lo veían con claridad: habían nacido en el mismo planeta de desmesura y desasosiego, y si luchaban contra ellos mismos, cada cual en su registro, en la economía del verbo y la precisión expresiva, les quedaba terreno suficiente, por otra parte, para precipitar el movimiento de sus vidas en el movimiento de su deseo. Se parecían como una pasión se parece a otra, con su ascensión demoníaca y su caída mortal. Por mucho que corriera la hermana, los separaba apenas un suspiro, y desde lo más profundo del tiempo se abatía sobre ellos el instante en que sus carnes, unidas en la dicha, serían una sola."
La consumación del acto, la entrega definitiva, la unión de las carnes para hacer una sola, es una experiencia transcendente que genera un ser de fuego, efímero, suma de tiniebla y sangre, destinado a superarles, cuyo acceso será vedado a los seres de este mundo y al que solo tendrán entrada ellos dos en las pocas ocasiones que, sumando de nuevo oscuridad y linfa, puedan convocarlo.
"El uno en los brazos del otro comprendieron, con un mismo pensamiento, que aquel instante de gracia y de equilibrio con el mundo, ese instante de armonía carnal y espiritual, contradecía la idea que se habían hecho de su destino. Ese momento no podía ser sino una excepción en el curso de sus vidas. El flujo romántico de palabras y sentimientos que los irrigaba los llevaba a creer que solo se habían encontrado para perderse. La pervivencia de su amor, más allá de la inmediata transgresión, exigía como contrapartida la renuncia a la felicidad en el tiempo."
Pero es tal la excepcionalidad del acto, tal su trascendencia, que aunque pueda repetirse tantas veces como apetezca en el plano físico, es poco probable que ese ser espiritual acuda a la cita. La herida primera puede infligirse una sola vez; repetir la acometida se limitaría a hurgar en la cicatriz y, si bien puede reabrirse, nada podrá igualar el primer corte de la carne y el brote de la primera, pura, prístina sangre.
"La escritura era una forma de trabajo con uno mismo con miras a una ofrenda más lícita. Experimentaba ese esfuerzo sostenido por dar forma a sus sentimientos como un preámbulo para su propio destino —con el propósito de ser digna de él y de acogerlo en toda su profundidad— y como la paciente gestación de su alma de mujer. Devenir se presentaba, por el momento, como una larga ensoñación de la pluma, con la amenaza de las ideas pecaminosas y bordeando una y otra vez los abismos del corazón. Las cartas significaban, simplemente, que la existencia ya estaba minada."
Inviable pues la salvación por el cuerpo, que en su elevación suprema pagó el precio de cometer el pecado definitivo, solo es viable la redención espiritual que puede venir por las palabras: el lenguaje no conseguirá la expiación del pecado, pero podrá tomar la función de penitencia para un delito de imposible perdón.
"Compartimos un alma, de la misma sustancia que la noche; no pertenece ni al cielo ni al infierno; está separada del árbol cristiano; es un alma arcaica, el último aliento de los lémures y las estirges; el abrazo amoroso la sacó de su sueño; se reconoció en tu cuerpo y en el mío; somos su espejo azul; nos atravesó con un mismo placer; nos atraviesa ahora en el dolor; no puede abandonarnos; nos mantiene unidos en una misma tiniebla; no será diferente cuando estemos muertos, acostado el uno junto al otro, bajo tierra y cogiéndonos de la mano; nuestra alma se impondrá al gusano; ya fuimos devorados; los que queda de nosotros es incorruptible; juntos formamos un pozo, la vagina de la noche; los niños que fuimos cayeron al agua negra; nacimos, juntos, de su descomposición; y nuestra alma interior nos reunió, al fin, en lo alto de la montaña."
Calificación: *****/*****

Lectura complementaria


Revelación y ocaso. Georg Trakl. Abada Editores, 2005
Edición bilingüe de Juan Barja. Ilustraciones de Alfred Kubin

19 de julio de 2019

Carnet de Notes 2001-2010

Carnet de Notes 2001-2010. Pierre Bergounioux. Éditiones Verdier, 2011
Tercer volumen publicado del Cuaderno de Notas de Pierre Bergounioux.

Nota del editor:

« Pour des raisons qui touchent à mes origines, à ma destinée, j’ai ressenti le besoin d’y voir clair dans cette vie. La littérature m’est apparue comme le mode d’investigation et d’expression le moins inapproprié. Elle est porteuse, comme l’histoire, comme la philosophie, comme les sciences humaines, d’une visée explicative, donc libératrice. Elle peut descendre à des détails que les discours rigoureux ne sauraient prendre en compte parce qu’il n’est de science que du général.
Les notes quotidiennes ne diffèrent pas, dans le principe, de ce que j’ai pu écrire ailleurs. Les autres livres se rapportent aux lieux, aux jours du passé, le Carnet à l’heure qu’il est, au présent. »


Extracto:

1991. Que de choses j’avais oubliées ! Elles seraient comme si elles n’avaient jamais eu lieu, sans les notes que j’ai prises au jour le jour. La vie se perd à mesure. C’est l’artifice de l’écriture qui permet, seul, de tenir l’oubli qui nous talonne en respect, de sauver quelque chose de ce qui s’est passé. Ça effraie.
Ve 13.10.2006
Le TGV, ponctuel, se présente à sept heures et le soir descend lorsqu’il retrouve l’air libre. Je suis assis à l’étage d’une rame en duplex. Tout me dit qu’on a changé d’ère, que je suis du passé. Autour de moi, des gens jeunes. Devant, un couple, trente-cinq ans, a allumé un ordinateur portable. À gauche, une jeune femme a fait de même. Comme j’associe ces machines à l’exploitation mécanique de l’information, à l’élucidation des vieux mystères, mon premier sentiment est qu’un peuple de savants a supplanté les esprits vétustes, sous-équipés, comme le mien. Mais il s’avère que les deux, devant, jouent au billard électronique, dont l’écran reproduit, très fidèlement, la boule, les plots, les chicanes, les leviers de renvoi. À gauche, on regarde des dessins animés et, un peu plus loin, un voyageur feuillette Paris Match, comme en 1959, par exemple. Le sentiment que tout a changé le cède à son contraire. C’est la même humanité sans espoir, sans but qui traverse la nuit à 250 km/h. Fatigué. Je ferme les yeux et suis tiré du sommeil où je ne m’étais pas vu passer, par la voix préenregistrée annonçant l’arrivée en gare de Rennes.
Ma 22.7.2008
En sortant de la pharmacie, j’ouvre un paquet de cigarettes et abandonne cavalièrement l’enveloppe de cellophane au vent. Ce qui suscite la réprobation de Paul, moraliste vétilleux, intransigeant. Je lui oppose que je mène, ici, une vie de prolétaire, de salarié agricole, que la société les traite injustement et qu’ils sont justifiés à prendre des libertés avec la société, comme de boire de la bière dans une voiture, sur un parking de supermarché, ou de jeter des trucs par terre. J’ai droit à une petite homélie.
Je 13.11.2008
Le mot jazz, en néon bleu, brille discrètement à la terrasse. Je songe que je n’aurai à peu près rien su de Paris, rien vu que les établissements universitaires et les librairies, occupé que j’étais à réparer les dommages et les pertes inhérents au fait de naître à Brive, au milieu du siècle dernier. Nous nous attablons rue des Lombards, dans un restaurant nommé Le Chant des Voyelles. Près de nous, un homme, seul, s’est fait servir des huîtres qu’il gobe posément. Que de gestes, de libertés m’ont été d’entrée de jeu et me demeureront jusqu’au bout étrangers !
[…]
À Courcelle peu avant dix heures. Le ciel est clair, la pleine lune illumine des bancs finement gaufrés de pâles nuages. Il fait plus froid et l’inquiétude me prend lorsque je longe les arrières de la résidence et, plus encore, remonte le chemin des Buttes. Il ne passe plus personne, à cette heure, et si je dégringolais, ce n’est pas avant demain matin qu’on retrouverait ma dépouille.

17 de julio de 2019

La llàntia de Psique

La llàntia de Psique. Marcel Schwob. Quid Pro Quo Edicions, 2019
Traducció i pròleg de Marta Marfany Simó
Amb el títol de La llàntia de Psique (La Lampe de Psyché, 1903), Marcel Schwob va recollir en un sol volum, dos anys abans de la seva mort, les obres ja publicades amb anterioritat Mims (Mimes, 1893), La Croada dels infants (La Croisade des enfants, 1896), El Llibre de Monelle (Le Livre de Monelle, 1894) i L'Estrella de fusta (publicada a la revista Cosmopolis el 1897). El recull configura una mostra representativa de les diferents modalitats narratives que va cultivar Schwob al llarg de la seva obra, des del pastitx hel·lenista fins la novel·la convencional

Marcel Schwob és un autor poc conegut a aquesta banda del Pirineu però d'indiscutible contemporanitat, autor d'una obra que, presa en conjunt, ni desentonaria enmig dels focs d'artifici dels postmodernistes ni pecaria d'anacronisme enfrontat a obres escrites cinquanta anys més tard, particularment entre les generacions trencadores del tombant del segle.

Quid Pro Quo, que en la seva curta vida ha aplegat un catàleg que és tota una declaració d'intencions,  és una altra de les editorials que publiquen en català a les que cal seguir amb atenció perquè si és discutible que els autors contemporanis puguin o no puguin publicar les seves obres, la manca de traduccions fiables, tant de clàssics contemporanis de la literatura universal con d'autors estrangers vius, és una mancança que cap llengua amb intenció de perdurar pot permetre's.

15 de julio de 2019

Descripción de Olonne

Descripción de Olonne. Jean-Christophe Bailly. Editorial Días Contados, 2019
Traducción de Pablo Moíño. Prefacio de Leonardo Valencia
"¿Qué es un libro? ¿Palabras que picotean en torno a la exactitud de un recuerdo para dar consistencia a la elongación del tiempo?"
Olonne es una ciudad francesa de provincias, situada en la vertiente atlántica del Hexagone, que tiene la particularidad de no figurar en ningún mapa oficial. Aunque esta ausencia de la cartografía no significa que no sea un lugar concreto; lo es porque Jean-Christophe Bailly la construyó sobre el papel, con su propio plano a escala —un mapa que no representa un territorio sino que lo construye—, con sus calles, sus plazas, sus bulevares y, por supuesto, sus habitantes; una ciudad fugaz que el narrador de Descripción de Olonne (Description d'Olonne, 1992) abandona tras una estancia de tres años, acaso en busca de la perspectiva necesaria con el fin de percibir la realidad lejos de la influencia del propio objeto y para convertir el presente, omnipotente en su ineluctabilidad, en un pasado sembrado de historias que están a punto de fructificar.
"Olonne, Olonne, es el nombre ya, lo debe ser, de un recuerdo, de una carta doblada que a cada instante puedo volver a abrir y tanto más fácilmente cuanto que ella lo hace consigo misma, en mí, con todos sus pliegues y todos sus poros, de estasis en estasis como en una sola aventura."
A partir de esta creación, Olonne adquiere el estatuto de realidad con todas sus características y sus limitaciones, y se inscribe, después de esa adquisición, en el terreno del conflicto permanente entre realidades opuestas que luchan por imponerse: la realidad de la Olonne creada por el pensamiento de Bailly y la ciudad recreada por el recuerdo del narrador.
"Soñar: he ahí una de las actividades de Olonne. De modo que es justo que, lejos de ella, me ponga yo a mi vez a soñar con ella, a soñar que todavía sigo allí. A eso se unen obsesiones de maquetista y la sensación de sacar a la superficie un mundo perdido. Cada palabra, en este libro, está a barlovento de un adiós, pero así es el río del tiempo, donde las palabras llegan para atrapar su propia vibración mimética, siempre demasiado lenta, sin embargo."
En esa transposición que implica a la invención, al recuerdo y a la propia realidad, insegura e inconstante, multifacética, hipotética, el estilo es la geometría de la planificación urbana; los capítulos, sus barrios; los monólogos, los grandes bulevares; los diálogos, los cruces de las calles. Cada componente del plano posee un equivalente en la construcción narrativa; cada lugar es un escenario; cada personaje, un argumento: una calle, en la que residió el narrador durante su estancia en Olonne; una dirección, la del edificio cuya última planta fue su hogar durante los tres años de su alojamiento; el vecino pintor que hacía salir a su pareja en todos sus cuadros, con la luz como protagonista; una ópera que parece recrear como drama musical situaciones pertenecientes a la realidad cotidiana; el paladiano edificio de un faro construido a veinte kilómetros del mar, que es conocido con el nombre del ingeniero que lo ideó y que murió antes de terminarlo; la pagoda china erigida por capricho de un duque-filósofo; la amante de un desaparecido autor de éxito; el asesino anarquista que aniquiló a un antisemita de un solo disparo; la isla convertida en merendero los días de fiesta... "Al principio fue el Verbo...": la palabra como génesis de la creación.
"Tiempo pasado junto al tiempo, como depósito, apartado de toda narración, clavado en la brutalidad más suave: un rincón del mundo, muy hermoso, y pasos que resuenan. Lo que yo hacía ahí, en Olonne, era eso, tratar de resonar así, pasar junto al tiempo para sentirlo pasar, inenarrable y puro. Pero al volver, con un gesto habitual de la memoria, solo puedo remover los sembrados de huellas y de ruinas que a mi pesar son míos y de los que absurdamente se dice que el tiempo los envuelve. "Fuera" permanece la ficción a la que intento dar caza. Me parece que todo el misterio radica en la posibilidad de ese paso fuera de sí, conciencia aireada según la cual la estancia logra alcanzarse por momentos, resonancia completa que sin embargo no es nada más que el desplazamiento de una sombra."
El narrador puede recrear episodios, pero la totalidad de la realidad se le escapa por entre las grietas del recuerdo, con lo que esa realidad queda incompleta; consciente de esa limitación, solo puede buscar refugio en las enumeraciones de elementos inconexos con la esperanza de que, por sí solos, se vayan ubicando en su lugar correspondiente para completar la imagen. La descripción debe generar los hechos; el espacio —los espacios— crean el tiempo.
"El presente que se nos presenta (y que se vuelve, más rápido de lo que podamos pensar, un pasado) no lo vemos nunca, nunca de esa forma. Al extraerlo del flujo en el que está inmerso, la fotografía lo confunde y lo expone a una especie de eternidad desocupada; lo deposita, fuera de él, como un fruto robado del que no se sabe si es la vida la que lo arranca de la muerte o, al contrario, si es la muerte la que lo arranca de la vida."
El propósito es aislar la ficción de todo marco reconocible y someterla a un entorno que se va creando a medida que aquella avanza, pero que lo hace en su integridad, sin mediar ni boceto del entorno físico ni borrador de la inasible trama.
"Me lo envió cuando yo ya no vivía en Olonne, la ciudad cercana en la que el genio corre así por el baldío, y leerlo fue para mí como exponerme al peligro de lo que me acecha desde que voy allí con el pensamiento: caminando sobre esa cresta quebradiza donde lo que fue y lo que no fue existen igualmente, como la mano derecha y la mano izquierda de un cuerpo que permaneciera invisible. Son esas manos las que me sujetan la cabeza, y el cuerpo, el cuerpo sutil —la ciudad entera, y mi sombra— ni siquiera está por llegar."
El poder generador del recuerdo es tan potente que el narrador, al rememorar su estancia en Olonne, reproduciría tantas ciudades como veces lo intentara. Es cierto que las características físicas del lugar permanecerían prácticamente idénticas —pero no por entero; las características y particularidades que nuestro recuerdo le imprime a la realidad provocarían que existieran diferencias a cada rememoración, cada recuerdo del lugar evocaría un escenario ligeramente distinto y, por tanto, nuevo—, pero no pueden obviarse las ligeras variaciones que significarían, para un observador externo —para nosotros, los lectores—, la existencia de lugares distintos.

La vida carece de argumento; sin embargo, no es una sucesión de instantes inconexos a los que nuestra ansia de propósitos intenta adjudicarle una relación causal, tal vez con el único fin de justificar algunas de nuestras decisiones. Las aspiraciones del ser humano son como un convoy avanzando a toda velocidad, sin conductor, por una vía muerta.
"... otra vuelta en el tiovivo, otra vuelta en la puerta giratoria, la lenta erosión de las estaciones, las crecidas del Sauve (con los niveles más altos grabados en la torre de La Pente), noches de campanillas y otras de mucho viento, ciudad coqueta y ciudad inundada de bruma, yo estaba allí pero ¿dónde se encuentra ahora, inmóvil y apoyándose en el borde de sus aguas vivas, soñando? Lo que abandonamos permanece, lo que encontramos sigue el camino y cada día que pasa aviva en mí a la vez el deseo de volver y el temor de hacerlo: lo que fui allí ya no podría serlo más, lo que vi allí ya no podría verlo más, verlo así, y todo lo inalterado, tan vasto y tan tranquilo, no sería sino una máscara de tragedia íntima diciéndome que ya no estoy allí, que ya nunca podría estarlo."
O tal vez se trate de un remedo, de una mala copia de una existencia irreal, inalcanzable, cuyas imperfecciones dan la medida exacta de la infidelidad al modelo, empeñado el ser humano en esconder sus carencias al mismo tiempo que proclama su pretendida superioridad sobre el resto de las cosas visibles e invisibles.

La lejanía del recuerdo hace menos vívida la experiencia, pero su rememoración repetida refuerza la verosimilitud de los episodios, inventados pero no irreales, que han ido contaminando el suceso original. Y lo hacen en tal grado que este puede acabar desapareciendo, enterrado por la avalancha de aquellos. Toda autobiografía se halla sujeta a este proceso; no se trata de un fenómeno que afecte a la fidelidad sino a la coherencia.
"Todo lo que vino aquí a lo largo de un presente que callo es ese presente que fue Olonne: bajo las aguas y haciendo aguas, una creencia desaparecida en la que creo aún, rota en tantos pedazos que solo tengo que acuclillarme en mí para reunirlos. Allí donde está el pasado, allí donde ya nada se mueve, no está la inexistencia. Pero ¿dónde se encuentra, en qué región? He arrasado en mi camino una pradera cuyas flores estaban muertas de antemano, lo que les evitaba tener que perecer, y fue como una serie de cabritillas en la que mi brazo no desempeñaba ningún papel. En la superficie del agua la piedra rebota y contamos las salpicaduras, pero ¿dónde está esa agua, qué es, es posible que esté toda entera en el alma? Y si es así, ¿dónde está el alma?"
Calificación: *****/*****

12 de julio de 2019

Carnet de notes 1991-2000

Carnet de notes 1991-2000. Pierre Bergounioux. Éditions Verdier, 2007
Segundo volumen del Cuaderno de Notas publicado por el autor de Brive-La-Gaillarde.

Nota del editor:

Ce deuxième tome couvre les années quatre-vingt-dix, et porte toute l’ombre qui – à l’exclusion des années soixante – a prévalu au long de ce vingtième siècle.

Extracto:
Ve 15.12.1995
Quinze ans, aujourd’hui, que j’ai ouvert le premier des trente et quelques cahiers que j’ai remplis depuis lors. Je suis aussi éloigné de celui que j’étais le 15 décembre 1980 que celui-ci l’était du lycéen de 1965. C’est le tiers de ce qui me tient lieu d’existence qui est consigné dans ces pages, et le plus amer. Est-ce d’en avoir gardé trace, de l’avoir vécu en conscience, avec un but ? Est-ce l’effet de l’âge, du nombre grand des années que j’ai eues, qui font plus brèves, graduellement, chacune de celles qui me sont encore accordées ? Mais il me semble n’être pas tellement éloigné de l’hiver 1980, où j’ai résolu de me faire le greffier de mes jours, alors que l’année 1965 me semblait, à ce moment – est-ce que je me trompe ? – se trouver à des distances énormes. Il est vrai que je ressemble tristement au type de trente et un ans que je fus, alors que celui-ci, après quinze ans d’exil, d’essais, d’erreurs, d’efforts délibérés, constants, orientés s’était éloigné infiniment de l’adolescent effaré qu’il avait laissé, pour toujours, à Brive-la-Gaillarde.
Levé à six heures et demie. Il n’a pas neigé mais il fait – 3 et l’allée est verglacée. Il me faut un bon moment pour mettre la R 21 en train – gratter les vitres, que j’ai aspergées de produit dégivrant, dehors, tandis que l’air chaud est soufflé dessus, à l’intérieur. Je ne démarre pas sans appréhension et parviens lentement, mais sans encombre, au collège à sept heures vingt.
Au retour, je lis Stolz de Nizon.
Après quinze jours d’interruption, du courrier a été distribué. Le travail reprend demain à la SNCF, à la RATP, un peu partout.
Toujours submergé d’inquiétude par l’examen auquel va se soumettre Cathy, lundi.

10 de julio de 2019

Suzanne et Louise

Suzanne et Louise. Hervé Guibert. Éditions Gallimard, 2019
Suzanne y Louise son dos hermanas ancianas, una viuda de un comerciante y la otra que pasó su vida en un convento de carmelitas, recluidas en un chalet particular. Hervé Guibert, su sobrino-nieto, una de las pocas visitas que reciben, publicó en 1980  esta fotonovela con fotografías tomadas por él mismo y textos manuscritos, con las dos hermanas como protagonistas.

Otros recursos relativos al autor en este blog: 

Notas de Lectura de Citomegalovirus. Diario de hospitalización
Notes de Lectura d'Els meus pares
Notes de Lectura d'Els gossos
Notas de Lectura de Al amigo que no me salvó la vida
Notes de Lectura de L'home del barret vermell

8 de julio de 2019

El todo por el todo

El Todo por el todo. París, calle a calle. Henri Calet. Errata Naturae, 2019
Traducción de Vanesa García Cazorla
Henri Calet, seudónimo del escritor francés Raymond-Théodore Barthelmess —Henri Calet era el nombre que figuraba en el pasaporte falso con el que huyó de Francia tras el robo de la caja de la empresa en la que trabajaba—, publicó en 1948 El Todo por el todo (Le Tout sur le tout), una obra híbrida a medio camino entre la novela y la autobiografía, y cuyo protagonismo comparten él mismo y la ciudad de París.
"Pero, lo digo de nuevo, no me propongo en absoluto consignar aquí mi vida entera. Resulta fatigoso en extremo reconstruir más de cuarenta años paso a paso, me gustaría decir "a contrarreloj", pero ya no estoy seguro del sentido de esta locución deportiva. Corremos el riesgo, además, de pisotearnos un poco a nosotros mismos sin querer, de rehollar nuestro cuerpo, nuestro corazón y hacernos daño en vano."
Las memorias se escriben con tinta negra sobre una hoja en blanco; de lo que se trata, en realidad, es de aplanar la hoja, lijarla con sumo cuidado, bruñirla laboriosamente hasta que su superficie se convierta en un espejo. Las memorias son nuestro rostro reflejado en ese espejo.
"Conozco esta ciudad a fondo. Podría desmontarla piedra a piedra y reconstruirla en otro lugar. Es lo que he hecho cada vez que he tenido que alejarme de ella."
Pero si bien los trazos del protagonista parecen diluirse entre las memorias y la obra de ficción, tampoco la ciudad de París es retratada en su unicidad sino a través de una triple visión complementaria: el París real, el de la cartografía oficial; el París personal, el que figura en ese mapa ideal que todo aquel que ha visitado la ciudad atesora en su imaginación, un París privado cuyas calles son los recorridos realizados y cuyos edificios, tan imponentes e ineluctables como los reales, están construidos mediante los acontecimientos experimentados por cada individuo; y también, como tercer elemento, el París mítico, el que contiene rasgos que integran la Lutecia romana, el esplendor barroco, la luminosidad de los grandes bulevares y las vidas de sus habitantes, algunos de ellos pertenecientes también al territorio de los mitos.

Henri recuerda su niñez ambulante con su madre, mientras su padre, un anarquista irredento —y un poco gamberro, también—, pasa temporadas en prisión, condenado por pequeños delitos de índole económica; sus primeros recuerdos coinciden con el establecimiento, presuntamente definitivo, en la ciudad.
"Cierto es que nuestra esperanza está unida a nuestro cuerpo de manera indisoluble. Hace ya muchos años que caminamos así, de generación en generación, hacia un mundo mejor siguiendo un trayecto prácticamente idéntico. A la postre, me pregunto qué es lo que, desde 1899 y mucho antes de eso, andamos buscando: ese mundo mejor no está al final de una calle, está aquí y ahora. Estamos en él, deberíamos detenernos, tenemos un pie dentro. El mundo somos nosotros. Al final del camino no hay sino una fosa, algo que nadie ignora."
El primer conocimiento de París y, por qué no, el origen de su predisposición al paseo, provienen con seguridad del continuo peregrinaje con sus padres en busca de alojamiento, siendo él una criatura, debido a las dificultades de su progenitor para conservar su empleo.
"Yo sabía leer y escribir. Recuerdo muchas cosas, están registradas en alguna parte. A partir de la rue des Acacias, todo se torna más nítido en mi memoria. Veo a unas señoras con velo y vestidos ajustados en la parte inferior; señores con bigote y bombines, muchísimos bombines... Éramos felices, nos hicimos una segunda serie de fotos en Chamberlin. Aquel día mi madre llevaba una toca de astracán de la que prendía un ramito artificial de violetas de Parma. Casi todo lo relativo a esta parte de mi vida huele bien. Podría relatar mi juventud a partir de los olores: la lejía, el excremento de las caballerías, las violetas... Más adelante, olió mal."
Tampoco el ambiente en el que se mueve Henri, auspiciado por sus padres, es demasiado adecuado para la formación de un muchacho: cafeterías dudosas, bares de mala reputación, burdeles más o menos disimulados... En cuanto a la vida familar: dificultades, privaciones, planificación de delitos e incluso un taller doméstico de falsificación de moneda.

Henri es involuntario testigo de los avances de la técnica, con los que mantiene un relación ambivalente: tras una mirada de asombro, no exenta de crítica, aflora la visión sarcástica —el humor acostumbra a acudir en su auxilio— del que sabe positivamente que todo ese proceso le es ajeno y que jamás podrá aprovecharse en su propio beneficio. Incluso la mirada de admiración hacia los grandes personajes, pasados y contemporáneos, parece más una burla que un reconocimiento.
"Mi existencia transcurría con dulzura. Estaba a salvo, al abrigo de la vida. En cuanto vuelvo a rememorar aquellos primeros años de mi infancia, siento un ligero y placentero cosquilleo en el estómago. Tuve a la sazón mi porción de felicidad."
En todo caso, Henri va haciéndose mayor, sus padres se separan —después de más de un episodio violento—, y todo ese proceso desemboca en la primera gran tragedia de un siglo que, a la larga, se mostrará aciago: la IGM. Entre la época del conflicto, con el padre en el frente y la madre encadenando trabajos precarios, y el fin de la guerra, la educación de Henri sale de un enorme paréntesis para, con el padre de regreso del frente, abrirse de nuevo en casas de apuestas, hipódromos y burdeles; toda una educación sentimental, en definitiva.
"Jugaba sin prudencia, de una manera insensata. Muy pronto me convertí en un fullero, uno de esos jugadores que tienen la sangre caliente, como suele decirse de aquellos que se inflaman de inmediato , aquellos que no saben parar y se lo funden todo, aquellos que no se retiran del juego porque no comprenden que más vale pájaro en mano que ciento volando, aquellos que ignoran que no es menos saber guardar que saber ganar, aquellos que, sin tino, juegan con fuego, aquellos que piden la luna, aquellos que se juegan el todo por el todo."
Contando con estos antecedentes, no es raro que, a los veinte años, su iniciación sexual se perpetrara de la mano —bueno, no exactamente— de la prostitución; su bautizo tuvo el precio de un sandwich de jamón, y su rodaje no disfrutó de mejores expectativas. Sin embargo, Henri se muestra satisfecho por la experiencia conseguida con la convicción de que le será de utilidad en el futuro.
"¡Dios mío, debí de pasármelo en grande! Se parecen entre sí, tienen un aire de familia, sus posturas y palabras son siempre prácticamente idénticas, y poseen una inmensa dulzura en todas partes del mundo, dan, a cambio de un  poco de dinero, aquello que las otras te esconden. Me encantan las prostitutas."
A pesar del interminable deambular, Henri circula a partir de un punto fijo, la iglesia de Saint-Pierre, en la que fue bautizado, hizo su primera comunión y se casó, como si tanto movimiento necesitara un puerto seguro a su disposición para cuando se avecinaran dificultades.
"Se puede considerar el mundo como un vasto teatro y a los hombres como actores clasificados en función de sus méritos: algunos de ellos grandes, que emergen en mitad de una multitud de figurantes entre los cuales me cuento. Parece como si, desde la más remota Antigüedad, la obra que se interpreta fuese siempre la misma: una tragedia. Combates, gritos, incendios, hecatombes en similares decorados embadurnados con sangre caliente. Es, en todo caso, el espectáculo que se nos ha brindado a la vista de manera regular y que continúa obteniendo un éxito semejante. Por lo demás, hay que reconocer que, desde los conflictos homéricos, han existido avances sensibles. Avances cualitativos y cuantitativos. ¿Quién negaría que la utilería se ha perfeccionado, que la puesta en escena es más grandiosa? El garrote, la partesana, la ballesta, la cota de malla, el cañón ligero, e incluso el sable y las balas de piedra, han sido abandonados como antes lo fueron la pez fundida y el agua hirviente. ¡Cuántos sorprendentes descubrimientos no habremos hecho! De la dinamita a la melinita y la turpinita, de los gases hilarantes al torpedo volante, del cañón del 75 al avión suicida. Poco a poco, se han ido produciendo mil mejoras para lograr siempre un mayor estruendo, un mayor humo, un mayor número de cadáveres. Pero el olor no ha cambiado."
Su casa se convierte en un mirador desde el cual puede observar los lugares emblemáticos de la capital, pero también la sombra de sus recuerdos, los hechos ocurridos en cada uno de esos lugares y las sensaciones asociadas. 
"No puedo dar dos pasos sin encontrarme conmigo mismo, vuelvo a toparme con mi imagen en esas paredes testigos que son como espejos deformantes en los que me veo bajo, alto, flaco, pálido, extrañamente emperifollado, sin reír jamás, con facha de prófugo. Y sigo mis propios pasos a lo largo de los años y de las calles. Zangoloteo alrededor de mi pasado, del que recojo, aquí y allá, retazos menudos: está rodando un poco por todas partes, trato de reconstruirlo, como si uno pudiera existir una vez más."
La buhardilla, helada en invierno y sofocante en verano, le permite vislumbrar, a vista de pájaro —desde una altura de cuarenta años—, toda su vida pasada; le posibilita   contar, piedra a piedra, las edificaciones que componen los episodios que ha vivido, pero también, porque son inseparables, el pasado, desde el más remoto hasta el inmediato, de esa ciudad fuera de la cual no podría sobrevivir.
"Los recuerdos son como lianas: es preciso estar atento para no dar un traspiés a cada paso."
El París del que habla Calet es el París modesto de los barrios periféricos, habitados por personas cuyas familias han vivido siempre ahí, o por individuos cuya fortuna, a medida que ha ido menguando, los expulsaba de los barrios céntricos —cada revés más centrífugo— hacia ese París de aluvión, donde la ciudad va perdiendo su nombre y se diluye entre vías de ferrocarril, arroyos hediondos y edificaciones precarias: un lugar donde el futuro no es sino una amenaza.
"Durante la primavera nada es más agradable que instalarse allí en un banco. Vas allí sin asearte; los ancianos llevan incluso las zapatillas de estar por casa; te repantingas y por fin te quitas la chaqueta. Las mujeres se han puesto sus vestidos ligeros, sus zapatos blancos, muestran las piernas, hacen punto o remiendan unos calcetines. Los niños juegan en el suelo. Te relajas, te tiendes con actitud de abandono, te aburres. La existencia parece aceptable. Es nuestro oasis. ¡Oh, no es para nada exuberante! No, solo un puñado de metros cuadrados de césped y dos docenas de árboles polvorientos. Pero es digno de aprecio tener la naturaleza así, a nuestra puerta."
Ocupado en sobrevivir en la escasez material y rodeado de un ambiente de pobreza, acentuado por los efectos de las dos guerras del siglo, la actitud de Henri, a pesar de ello, es la de buscar los resquicios para poder vivir, motivado por su propia ciudad y por los habitantes que comparten su situación. La degradación del barrio, la desaparición de sus vecinos, los cambios en las modestas tiendas de productos de primera necesidad no actúan sino de acicate para permanecer allí sin preguntarse por un futuro en el que parece no tener ninguna oportunidad. 
"Me fui por la escalera. Y mi excursión finalizó de manera confusa: la place du Combat ha recibido otro nombre, la estación de metro Aubervilliers se ha convertido en Stalingrad, en conmemoración de una gran batalla que parece sobremanera lejana. Las grandes batallas se suceden unas a otras, un combate ahuyenta a otro, los hombres mueren en ellos, solo la historia se enriquece y engorda."
Es allí donde transcurren hechos que pertenecen  por entero a la vida cotidiana, sin ningún rastro de heroísmo o de exclusividad, aunque para sus conciudadanos los incidentes irrelevantes, los pequeños hurtos o las insignificantes estafas constituyan los hechos notables que distinguen un día de otro.
"Acababa mal su jornada, en la comisaría; comenzaba mal su vida. Y cuando empiezas mal, por lo general, continúas de la misma manera; encuentras las mayores trabas del mundo para volver a hallar el camino recto, cuyo trazado siempre es incierto. Hablo de ello por experiencia. Ir del correccional a la cárcel es algo que acaba convirtiéndose en una bola de nieve, como se suele decir."
Permanentemente ajetreado, moviéndose siempre con un propósito relacionado con la supervivencia, Henri no pierde ocasión de ejercer sus dotes para la observación y la especulación acerca de todo aquello que ve; en ese imaginar existencias ajenas es donde se apoya para hacer más llevadera su existencia o, incluso, para recrear su propio pasado, presente aún en el paisaje aunque lejano en el tiempo.
"Heme aquí desde mucho tiempo atrás deseando volver a ver la rue Lacordaire. No había conservado de ella sino unas imágenes imprecisas (pero violentas) e ilusorias. Los nombres de Grenelle, la rue Lacordaire, el mercado de Saint-Charles, donde me perdí una mañana, la rue de Javel, por donde fluía un agua acidulada y opaca como la absenta, el hospital Boucicaut no han dejado de emocionarme. Siempre me han acompañado a todas partes, están dentro de mí. Tal vez se deba a que mis padres me han hablado de ellos largo y tendido. A fuerza de ponerle ribetes de su cosecha con paciencia, habían conseguido hacer de la rue Lacordaire —que era una verdadera olla de grillos— un lugar idílico. Por allí deshojaron los años más bellos de su vida."
Sus paseos no son paseos de descubrimiento —el París que interesa a Henri tiene poco que descubrirle— sino visitas de control, actualizaciones, para que los espacios ligados a sus recuerdos no cambien tanto como para convertirse en irreconocibles y acaben aislados de estos hasta el punto de que la desaparición —o la conversión, que es una especie de desaparición por etapas— de una calle o de un edificio provoque la volatización del recuerdo y, al mismo tiempo, de la porción de vida asociada. Se trata de paseos en busca de sí mismo de un individuo que si pierde su pasado acabará también desaparecido.
"Pues bien, estoy contento de haber tenido tiempo para relatar esta historia. Quizá alguien la encuentre inconexa, fragmentaria, pero ya he mencionado que mi propósito no era relatar mi vida. Por lo demás, son todos estos retazos los que, ensamblados, forman mi existencia a la manera de un mosaico. Viví a la ligera porque el porvenir no me parecía seguro. Y, ahora, siento mi alma más ligera, como si ya no tuviera alma en absoluto. Estoy tranquilo, ya no hago planes. Es sobre todo por esta razón por la que he vuelto a repasar cuanto he vivido. El pasado es una certeza, ha sucedido; en cambio, ¿a qué se parece el futuro?
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