26 de enero de 2018

El Mesías de Estocolmo

El Mesías de Estocolmo. Cynthia Ozick. Montesinos, 1989
(No consta el nombre del traductor)
Confieso que conocí la literatura de Cynthia Ozick relativamente tarde; además he olvidado si fue la lectura de una reseña o porque me llamó la atención la portada, pero sí que recuerdo perfectamente el libro en cuestión, Cuerpos extraños (Foreign Bodies, 2010), la edición de Lumen de febrero de 2013 de la traducción de su última novela publicada hasta el momento. Después de ese "descubrimiento", he leído algunas obras más pero no toda su producción -en cuanto a novelas, sólo ha publicado seis-, no tanto porque no esté disponible en castellano como para evitar la sensación, cuyo efecto comparte con otros escritores, de que no me queda ya nada debido a su pluma por leer. Sin embargo, esa dilación, que se asemejaría a la "delectatio morosa" de San Agustín, quedó suspendida cuando, efectuando un repaso de los libros pendientes de leer, vi la dedicatoria de El Mesías de Estocolmo (The Messiah of Stickholm, 1987):
"A Philip Roth"
Ozick y Roth comparten, en mi experiencia lectora, la sensación de exigencia intelectual al que se sumerge en sus páginas, no tanto porque sus tramas sean inextricables ni su sintaxis de difícil descifrado como por la atención que me exigen, como lector, para captar todos los matices, explícitos y ocultos, de su prosa.
"No todo el mundo tiene por qué existir."
Lars Andemening es un crítico -y muy literario él mismo- sueco, doblemente divorciado y solitario, autor de una columna de crítica literaria en un periódico de segunda de Estocolmo, afectado por una extraña fijación por Europa Central. Lee solamente autores de esa parte del mundo, y ha decidido, dada su práctica orfandad, adjudicarse un padre: Bruno Schulz.
"No era su hermana; él no tenía hermana ninguna, ni padre, ni vínculo alguno con el apellido de su madre. Se había dado un nombre en secreto: Lazarus Baruch. ¿Quién iba a decirle lo contrario, quién iba a negarle aquellos emparejamientos, aquellos enredos? Y, a través de adivinaciones de diccionario y de desplazamientos cabalísticos: Lars Andemening. ¿Quién iba a impedírselo? Gozaba de la aterradora libertad de elección que sólo tiene el huérfano. Podía convertirse en lo que le diera la gana; nadie podría prohibírselo, podía escoger su propia historia. Podía escoger y podía renunciar. Era aterradoramente, horrorosamente libre."
A partir de esa ficción de filiación, Ozick acompaña a su protagonista en la búsqueda  de datos desconocidos relativos a Schulz: documentos inéditos, testigos presenciales de algunos episodios de su vida y, particularmente, el rastro perdido del texto de la que había de ser su obra maestra, El Mesías. Entre la galería de personajes, lo suficientemente estrafalarios como para que resulten verosímiles, Ozick pone en escena a la señora Eklund, librera de lance de aviesas intenciones, con la que Lars mantiene una pugna, que se convertirá en uno de los hilos principales de la novela,  relacionada con Schulz: ambos encaran la investigación a partir de dos puntos de partida distintos, sino divergentes -en una reproducción de la (pen-)última rivalidad de la crítica académica-: una, es partidaria de rebuscar en documentos personales, declaraciones de testigos, documentos oficiales y cualquier fuente secundaria que dé razón, aunque sea tangencialmente, de Schulz; el otro, en cambio, pretende limitarse  a la información que pueda destilarse de los textos de creación del polaco.

El tema que se pone en discusión es el referente a la herencia, al legado, y la cuestión que pasa a primer plano es la polémica acerca de qué parte de nuestro acervo es heredado, involuntario, nos viene impuesto por una herencia que no hemos escogido; qué responsabilidad tenemos respecto de la preservación y comunicación a las generaciones futuras; hasta qué punto esa herencia es modificable, adaptable al heredero, en definitiva, manipulable, hasta conseguir hacérsela suya; incluso hace intuir la cuestión acerca de quién es el encargado de preservarla, si un familiar directo, aunque no esté interesado en ella, o un individuo ajeno pero con la suficiente preparación para llevarla a cabo. 
"Sobre la Academia, flotando en el cielo nocturno, meciéndose, posado entre los copos de nieve, Lars vio, o casi llegó a ver, el cuerpo de su padre, en absoluto un esqueleto... una aparición incandescente, ondeando en la luz, henchido, pues la luz estiraba la piel de su padre hasta dejarla en la más pálida transparencia. Ese padre-globo, del que se desprendía aquella luminosidad, pues la luz se derramaba por las esquinas de la calle desde su cuerpo hinchado, iba a la deriva, inmerso en un flujo inmaculado, blanco, con el cual se entreveraba. Al principio, un borrón, luego una mancha, luego la blancura: sobre los tejados de la Academia hubo sólo un chorro de puntos y comas de nieve que descendía entre resplandores."
Posteriormente, tiene lugar la aparición de Adela, nombre de un personaje de Las tiendas de color canela, que se presenta como hija ilegítima de Bruno Schulz -por tanto, hermana teórica de Lars- y de una de sus modelos, que está en posesión del único ejemplar del manuscrito de El Mesías, la obra perdida de su padre. Ese encuentro constituye el hilo conductor de la segunda parte de la novela, y las vicisitudes del documento y de los personajes relacionados con este el grueso de la trama.

El Mesías de Estocolmo deviene, finalmente, en un tratado sobre la impostura: Lars, que se considera fraudulenta y conscientemente, hijo de Bruno Schulz, es abordado por Adela, que se reivindica también falsamente como hija del escritor, con la inestimable complicidad de Heidi, una librera también impostada, y de un supuesto Dr. Eklund, nombre también falso bajo el que se oculta un inmigrante centroeuropeo, en el papel de experto en literatura y en manuscritos perdidos, para facilitarle una obra que no existe. De este modo, cada personaje adopta el rol que él mismo se ha atribuido, independientemente de la veracidad de los elementos que componen el fraude, veracidad que todos ellos rehusan pero que acuerdan, implícitamente, para mantener viva la ficción, en un proceso sospechosamente parecido al que se ve envuelto el lector de ficción cada vez que aborda un texto.
"Era su abogado, había tomado partido por él. Aquello era como un juego, como una pieza teatral. Estaba en un teatro. Lars se sintió oculto. Tras un proscenio cubierto por el telón -sólo que el telón estaba sellado y le impedía franquearlo- se desenmarañaba un drama rabioso e ininteligible. Ni siquiera en calidad de testigo podría ocupar un lugar racional dentro de la trama. ¿Qué es lo que iba a ser, ya que no el hijo de su padre? ¿Y ella, la hija, aquella hija falsaria? De pronto, el autor de El Mesías ya no era el padre de nadie. ¡A lo que había renunciado Lars! Una capitulación: se había rendido ante el relato de la hija falsa. Ya no tenía un relato sólido en el cual apoyarse, tan sólo su sangre soliviantada. El de ella era tan probable como cualquier otro en el atroz desierto que fuera Europa cuarenta años atrás. Todos los cuentos tenían su punta de plausibilidad. Lars tenía... ¿qué tenía? Su vieja certidumbre, nacida de su propia carne, como una uña. Se la arrancó. Se había quedado desprovisto de verosimilitud. ¿Que ella no era hija de nadie? Entonces, razón de más, él no era hijo de nadie en absoluto."
La forma en la que se materializa la impostura es el plagio. El plagio chistoso, la cita sin entrecomillar, ese texto cuyo defecto notarán solamente los entendidos, o los implicados, pero que para el común de los lectores o pasará desapercibido o será loado como fruto de la más brillante inspiración, pero que los críticos dudarán si desenmascarar, no sea que remojando el polvo les manchen las salpicaduras del lodo resultante. O el plagio canallesco, el latrocinio premeditado, el engaño inexcusable: atribuirse la creación ajena, el mérito que no se ha merecido, el reconocimiento al que no se tiene derecho.

Pero para un verdadero experto en literatura no es difícil desvelar el fraude, una vez analizados todos sus elementos uno a uno y descartado el afán de descubrimiento, pero incluso ante esa situación, ¿podrá librarse de la pesadumbre, de la esperanza, de la remota posibilidad de que el documento descartado sea genuino?
"Con todo, de cuando en cuando, se daba el caso -aunque no con excesiva frecuencia- de que Lars se entristecía por su vida. No por haber fracasado en su tarea de purificarla. Tampoco a causa de la pérdida de El Mesías. Ni mucho menos por ser un huérfano de avanzada edad, ni por haber elegido al azar, entre las páginas del diccionario, un apellido que le cuadrase [...]. Cuando, cada vez con menor frecuencia, el olor [a quemado] brotaba de las hendeduras y los pliegues matinales, Lars vislumbraba, dentro de los estrechos corredores de su cráneo, al hombre de la levita larga y negra, a todo correr, apresurado, con una caja plana de metal bajo el brazo, a todo correr hacia las chimeneas. Y entonces, a la luz azul de Estocolmo, entre la humareda de las cebras al fuego, se apenaba."
Soberbio texto, uno más, de una escritora imponente, al que ni siquiera una traducción infame consigue restar ni un reflejo de su brillantez.

Calificación: *****/*****

Otros recursos relativos a la autora en este blog:
Notas de Lectura de El chal
Notas de Lectura de Cuerpos extraños
Fe de Lectura de Cuentos reunidos
Fe de Lectura de Los papeles de Puttermesser

22 de enero de 2018

El Atlas

El Atlas. William T. Vollmann. Editorial Pálido Fuego, 2017
Traducción de José Luis Amores
"Qué decir, pues, salvo que esas campanas marcan los intervalos de nuestras vidas y nada más; que las extrañas desazones que sentimos, "como si algo caminara sobre nuestras tumbas", son simplemente lo que experimentamos cuando se nos recuerda el hecho obvio de que la vida es la única enfermedad para la que hay cura."
En poco autores contemporáneos, a pesar de lo que la crítica académica anda recogiendo por ahí, hambrienta de nuevos paradigmas que aseguren su supervivencia, la línea que, supuestamente, separa la ficción de la no-ficción es más tenue que en la obra de Vollmann; en poco autores, también, esa línea es más inútil y menos significativa. Lo verdaderamente importante es que los hechos sean narrables -"narrativables"-: no todos los objetos constituyen sucesos, pero todos son susceptibles de ser narrados; y en esta cuestión, Vollmann, independientemente de esos sucesos y de sus protagonistas, no tiene rival: no todos los autores son capaces de encontrar el suceso en cada objeto ni de convertirlos en temas para una narración.
"Atravesé el pueblo a pie. El chico de Arviat tenía un pájaro marrón en la mano, un polluelo. Lo dejó ir. Dijo: Si me lo quedo igual la madre se ponía triste. E igual en unos minutos se moría de hambre. Una vez estaba jugando con un polluelo que se murió de hambre muy rápido."
El relato, la historia, el hecho objetivo, pueden ser peculiares debido a su propia naturaleza, pero lo que los dota de entidad y sella su carácter narrativo es la interacción con el observador, las consecuencias de esa interacción y la modificación que provoca en este: la visión de una morgue después de una semana especialmente sangrienta del conflicto de los Balcanes de alguien que ha trabajado en un matadero industrial ha de diferir forzosamente de la de quien no ha pasado por esa experiencia laboral.

El sustantivo "atlas" hace una doble referencia: a Atlas o Atlante, "el portador", el titán condenado por Zeus a sostener el cielo sobre sus hombros, y también al conjunto de mapas que abarcan distintos temas como la geografía física o socioeconómica de un territorio dado -y, por extensión, del mundo-. Recogiendo esa doble definición, El Atlas (The Atlas, 1996, PEN Center USA West Award) es un conjunto de cincuenta y tres historias -numerados del 1 al 26 y del 26 al 1, con un capítulo central que cede el nombre al volumen, que recoge todas las ubicaciones y que funciona, a la vez, como destino y como punto de partida, como lugar al que se llega con el único fin de volver a partir, el omphalos a partir del cual se construye el volumen, en una estructura palindrómica de contenido e inspiradas, conceptualmente, en las Historias de la palma de la mano de Kawabata- que abarcan como escenario lugares de todo el mundo, algunos remotos, otros sorprendentemente próximos -de los Territorios del Noroeste a Madagascar y del Sudeste asiático a Hawaii- , reflejados, a diferencia de los atlas convencionales, a escala 1:1. Esa proporción, que representa el mapa perfecto, permite también la observación en detalle del paisaje y es la única que posibilita la interacción de igual a igual con los individuos que lo pueblan; esa interacción es el objetivo último de Vollmann: no los caracteres físicos del territorio sino los personajes que lo habitan. Un atlas que incluye, también, a todos los vivos que no se puede ver y a todos los muertos que, a pesar de estar ausentes, están incluidos en el paisaje físico, sus huesos amontonados en lomas, los más antiguos, y en las cimas afiladas en las que los estragos de la erosión no han podido actuar aun.

La capacidad de adaptación -en referencia a la cuestionable distinción entre turista y viajero- al medio es función de la actitud del extranjero más que la extrañeza de ese ámbito, pero por más que este intente camuflarse para hacer imperceptible su condición siempre será un extraño y así será visto, en última instancia, por los aborígenes. Y por más agresivo sea el medio, la hostilidad jamás alcanzará el grado con que afecta a estos: es posible que el peligro no haga ninguna distinción, pero las razones que llevan a padecerlo son distintas; además, el tiempo de exposición es, en unos, inmodificable, mientras que para el extranjero siempre está bajo su voluntad, así como difiere también la cualidad de la huella que deja en ambos individuos.
"Cuando salí era de noche y vi un canal de crecientes aguas grises asaeteado por gotas de lluvia. Vi chicas con uniformes amarillos apuradas por llegar a sus trabajos en salones de masaje, y a un anciano empapado vendiendo periódicos en bolsas de plástico entre coches detenidos (ocho en fondo bajo la lluvia, atravesados por motocicletas lanzadas). Y pensé: da igual quién eres o qué haces, la vida es una guerra."
Ante esa disfunción insoslayable, materializada por la imposibilidad de interacción equilibrada, el visitante puede obviar la mirada prejuiciosa y limitarse a observar y a registrar con la máxima fidelidad todo aquello que está sucediendo, intentando una interpretación que, forzosamente, será  mediatizada; esto es lo que hace Vollmann a pesar de la diversidad de situaciones a las que se enfrenta.
"Estaban perdidos. El conductor del ciclo le introdujo pedaleando en una nueva oscuridad iluminada en destellos por bares esporádicos. Corrieron paralelos a un largo muro de tenues ornamentos en alto y recordó que aquello era el Palacio. Pasaron por un parque rebosante de ranas y se unieron a una iluminada carretera de villas de dos plantas y carteles anunciadores y rejas casi echadas y personas asomadas a balcones tal como él recordaba. De noche muchos cambios se deshacían, y recuperó la esperanza de encontrar a su mujer y de que esta estuviera como antes. La luz y la música habían dejado de molestarle. Tras una loma de basura había una mendiga en cuclillas. De entre sus piernas salía un centelleante siseo de oscuridad. El resplandor de unas latas rojizas se aceite de motor en una ventana le resultó casi reconfortante. Torcieron una última vez y vio la larga espiral de luces del borde del río. Dounia le esperaba allí."
A veces actúa como testigo de sucesos que le conciernen, situaciones en las que se le presta una porción del papel protagonista, en las que su intervención modifica -o parece modificar- de alguna manera el estado de las cosas -aunque cabría cuestionar esa influencia, averiguar si es real o si su efecto sólo está en la mirada del observador-. A veces, en cambio, su papel es el de mero testigo, el del que se limita a levantar acta de los sucesos, y cuya única intervención es el sesgo de una mirada cuya objetividad es solamente un supuesto o una intención.

La miseria, en su sentido más amplio, no tiene fronteras, y el nivel de exotismo sólo es un parámetro a tener en cuenta y no un determinante. El SIDA amenaza con la misma intensidad en Bangkok que en el Tenderloin, y la única diferencia entre una prostituta tailandesa y una californiana es, si acaso, la etnia de sus clientes -y no tanto la suya-, porque lo que hace falta para que un turista japonés o norteamericano "se sienta como en casa" tiene demasiados elementos comunes como para constituir una distinción.

En definitiva, cada región del mundo es feliz a su manera, pero la desgracia acaba vistiéndose con ropajes parecidos; quizás solamente se trate de una cuestión de grado como las diferencias en el coste medio de la vida. Pero lo que más se parece a una puta de Madagascar  es una puta de San Francisco y no una mujer malgache de vida decente; por tanto, no parece que el trato con aquella haya de diferir en demasía con el que se mantiene con la compatriota. Si acaso, paradójicamente, la mayor diferencia que existe sea la que distingue a las mujeres pertenecientes a distintos estratos sociales de un mismo lugar.

La sordidez de los bajos fondos se contagia mediante un sistema de infección distinto del que procede para los demás componentes de la vida social, con mucha mayor rapidez y efectividad, como si en las sociedades receptoras del virus existiera una predisposición específica, un campo preparado para la siembra, esperando la semilla que arraiga con mucha más facilidad que el progreso y la riqueza y con mucha menos que la resignación.
"La puta se puso de manos y rodillas en la aceras y silbó como un tren. Comenzó a gatear hacia él. Él se irguió y el sonido de sus pasos sobre la dura acera nocturna levantó ecos luminosos. La mujer le sujetó por los tobillos, riendo. Él le retiró las manos con suavidad y la tendió sobre el suelo. Ella exclamó: ¡Pasajeros al tren! Sus ojos se convirtieron en faros. El tren avanzó despacio entre arcenes de balasto y vallas y cruzó el puente rumbo a la mañana que, con un leve tono óxido, dejó atrás el río de aguas pardas."
La presencia de la muerte es una constante a lo largo del texto, ya sea como venganza, ya sea como liberación; la muerte como ese desconocido estado que pretende igualar a todos los individuos pero no consigue resarcirse de su carácter personal: hay quien muere como puede y quien muere como quiere, y esa distinción no es trivial; hay quien deja la memoria negra de su desaparición pero también quien sigue vivo, aunque siempre muriendo, en el enfriado recuerdo de los supervivientes, sosteniendo conversaciones sin respuesta y llamadas inútiles con un fantasma generado por la culpa por omisión -todo aquello que pudimos hacer y no hicimos, todo aquello que debimos decir y callamos- y el remordimiento de afilados colmillos; una muerte que, no obstante, tiene el mismo rostro y acarrea la misma guadaña en cualquier latitud.

Con independencia de los sucesos en los que el visitante se ve envuelto -y que, pasado a papel, dará lugar a un libro de viajes del montón pues su interés se verá limitado por el exotismo del escenario o por lo insólito de la aventura-, lo que interesa de veras es hacia dónde dirige su mirada y su capacidad para trasladarla al lector.
"La contemplación excesiva de cualquier objeto, con independencia de la reticencia de la mirada, puede revelar un secreto. Mejor cambiar de punto de vista tan a menudo como sea posible."
En este sentido, El Atlas aspira a ser el Libro del Todo que contiene no la totalidad de lo existente sino la totalidad del continente: todo lo que sucede lo hace en El Atlas y nada ocurre fuera de él. El  Atlas es la única forma de obtención de una foto fija del lugar en el que suceden los acontecimientos. Pero El Atlas funciona también como una réplica del cuerpo humano, con sus zonas heladas y sus zonas tropicales, elevaciones y depresiones sucediéndose ininterrumpidamente, sus llanuras y sus simas, sus cuevas inexploradas y sus bosques frondosos, los ríos que recorren su subsuelo y los latidos subterráneos del magma en ebullición.

A principios de los años 90, ese cuerpo ha sufrido la acometida  del SIDA, que se ha incorporado, junto a las enfermedades venéreas y las manifestaciones hemofílicas, a los daños colaterales de la prostitución y la drogadicción pero, a diferencia de aquellas, acabará traspasando la barrera de las clases sociales convirtiéndose en un síndrome global, lo más parecido a una plaga bíblica de dimensiones universales y cuya propagación, individual y colectivamente, adquirió los atributos de una venganza divina; aunque los pobres, las putas y los drogatas serán los que se lleven, como siempre en lo malo, la peor parte.
"Se dice que estamos hechos de polvo y arcilla. Y quizá en la pobreza, donde no se nace con salud, educación, cobijo y seguridad, el alma no sea un derecho de nacimiento.¿Podría ser que estos hombres que he conocido y que son como animales no posean yo, no tengan nada dentro del cráneo salvo brutalidad, no abriguen sentimientos por otros seres humanos salvo temor y deseo y codicia; o aun si sienten amor, sólo lo experimenten como un perro o un caballo, sin comprenderlo? ¿Es que en estos insensibles sólo tienen vida el polvo y la arcilla?"
Como en Historias del mariposa e Historias del arcoíris, Vollmann se sumerge en el subsuelo más sórdido, en los peores antros de la prostitución, en los abismos de las adicciones a las drogas más terribles, y relata los avatares de los condenados del mismo modo que lo haría en una fiesta de Beverly Hills, haciéndose cómplice de sus inalcanzables esperanzas y acompañándolos en sus intentos fallidos; todo ello sin mostrar -ahí radica la peculiaridad del autor- ni piedad ni condescendencia, con la fidelidad -"nihil prius fide"- de un notario, aunque con intermitentes atisbos de una inevitable complicidad.
"¿Qué es peor, estar protegido demasiado a menudo, y por consiguiente olvidar los sufrimientos ajenos, o sufrirlos uno mismo? Hay, quizá, un término medio: estar en el mundo exterior lo bastante para endurecerse, pero tener refugio suficiente para mantener a raya la brutalidad y la miseria. Por supuesto también podría decirse que hay algo deprimente y hasta degradante en la moderación; cuán revelador que uno de los sinónimos de medio sea mediocre."
Vollmann, como casi siempre, consigue remover las tripas del lector y dejar exhausta su capacidad de reacción.

Calificación: *****/*****

Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de La Familia Real
Notas de Lectura de Historias del mariposa
Notas de Lectura de Historias del arcoíris
Fe de Lectura de Para Gloria

19 de enero de 2018

Parpadeo

Parpadeo. Theodore Roszak. Editorial Pálido Fuego, 2017
Traducción de José Luis Amores
Estupenda novela confeccionada a base de pura intriga y con los flecos sueltos de la historia del cine, eminentemente norteamericano, pero no sólo. Personajes dibujados con acierto y desenlace gradual. Una lectura de evasión reconfortante.

Calificación: ****/*****

15 de enero de 2018

Pórtico

Pórtico. Frederich Pohl. Ediciones B, 2017
Traducción de Pilar Giralt y María Teresa Segur
Cualquier intento de repaso de la literatura de ciencia-ficción producida en el último medio siglo, al menos en el ámbito occidental, debería incluir Pórtico (Gateway, 1977), un título imprescindible y completamente actual a pesar de los cincuenta años transcurridos desde su primera publicación; las referencias a la antigua civilización de los Heechee dio lugar a una de las series más exitosas e innovadoras de la literatura de anticipación, pero Pórtico, la primera secuencia -y, originalmente, independiente- de la serie, es una novela perfectamente cerrada y autosuficiente y uno de los hitos del género.

La acción de Pórtico se desarrolla en dos escenarios interrelacionados. En un pasado que se adivina reciente, Robinette Broadhead, un minero sin futuro, consigue, gracias a un premio de lotería, viajar a Pórtico, un asteroide en el que los Heechee, una civilización técnicamente avanzada, dejaron, en un pasado remoto, una serie de naves capaces de viajar a velocidades superiores a la luz e instrumentos evolucionados, la mayoría de ellos de valor y utilidad desconocidos y carentes de las instrucciones precisas. La Corporación, una empresa multinacional, explota Pórtico y contrata a los Prospectores para que viajen con las naves y se ocupen en hallar restos que puedan ser útiles; después de muchas dudas, Rob se asocia a una expedición tremendamente arriesgada. El otro escenario es la consulta de Sigfrid von Shrink, un psicoanalista cibernético, a cuya psicoterapia acude Rob y en cuyas sesiones, además de pasar revista, no demasiado airosa, a todos los tópicos freudianos, debe superar su sentimiento de culpabilidad por una acción terrible que cometió en la que fue su última expedición.

Lejos de las space operas y de la ciencia-ficción hard, Pohl introduce, en un cóctel armado a la perfección, el humor y la ambición para dar lugar a una de las más grandes novelas del género que he tenido la oportunidad de leer. Imprescindible para los aficionados, muy recomendable para los lectores en general.

Calificación: *****/*****

12 de enero de 2018

Recitativo

Recitativo, o la educación del poeta. James Merrill. Vaso Roto Ediciones, 2017
Traducción de Mario Domínguez Parra
Recitativo (Recitative, 1986) es un repaso detallado y razonado de los motivos y antecedentes de la obra del escritor norteamericano James Merrill, así como un volumen de reconocimientos de sus mentores poéticos, un verdadero homenaje a sus maestros: esclarecedoras entrevistas, realizadas en diferentes épocas, en las que se puede seguir su trayectoria estética -asombrosamente, más homogénea de lo esperable-, sus opiniones acerca de sus contemporáneos, y detalles de su juventud y sus inicios como escritor, unos fragmentos que, convenientemente editados, constituirían una magnífica autobiografía.

El punto en el que el texto alcanza sus mayores cotas de interés, al menos para este lector poco dado a los placeres de la poesía, son sus ensayos literarios, en los que Merrill combina asombrosas dosis de conocimiento y un afilado espíritu de análisis, y en los que es capaz de combinar nociones críticas de alto nivel intelectual -y estilístico- con una gran capacidad didáctica. Mención aparte, de entre las obras de creación incluidas en el volumen, para "Conductor", un relato extraordinario.

Calificación: ***/*****

8 de enero de 2018

El bosque oscuro. Trilogía Los Tres Cuerpos II

El bosque oscuro. Trilogía Los Tres Cuerpos II. Cixin Liu. PRH, 2017
Traducción de Javier Altayó y Jianguao Feng
En el segundo volumen de la aclamada Trilogía Los Tres Cuerpos, la Tierra avanza en los preparativos para enfrentarse a la invasión extraterrestre con graves disensiones entre los distintos países y sin unanimidad en la política de defensa, mientras los aliados terrícolas de los invasores, la Organización Terrícola Trisolariana, les preparan el terreno con métodos mesiánicos.

Debido a la capacidad de penetración de los trisolarianos en las comunicaciones, la estrategia defensiva se deja en mano de los Vallados, individuos que la desarrollarán en su mente, sin ningún soporte físico, y a los que se concede carta blanca en cuanto afecte a su cometido, que se centra en tres estrategias: la fabricación de una bomba estelar de hidrógeno, el desarrollo de un cerebro humano cibernético, y la emisión al espacio de una maldición. A partir de ese planteamiento, los preparativos para el enfrentamiento final toman dos caminos: la carrera científica y armamentística para desarrollar armas cada vez más potentes para encarar con algunas garantías la Batalla del Día del Juicio Final y la tarea de mantener en secreto las estrategias planeadas por los Vallados mediante la simple ocultación o con el uso de las más avanzadas técnicas de contraespionaje y desinformación.

Pero cuando todo parece preparado, Trisolaris ataca con lo que parecía una sonda enviada en misión de paz, aniquilando las defensas de la Tierra y anticipando la completa derrota de la Humanidad. La única oportunidad de supervivencia para la especie parece centrada en dos expediciones lanzadas más allá del Sistema Solar que han podido escapar de la debacle; pero también en la Tierra se mantiene viva la llama de la supervivencia como resultado de una estrategia tan imaginativa como inverosímil.

El bosque oscuro es literatura de pura evasión, pero de una factura excelente.

Calificación: ****/*****

Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de El problema de los tres cuerpos. Trilogía Los Tres Cuerpos I

5 de enero de 2018

Leyendas desde el pantano

Leyendas desde el pantano. Guadalupe Plata. Antonio J. Moreno, El Ciento.
Bandaàparte Editores, 2017
Uno, que lleva ya unos cuantos años en este negocio, recuerda con ternura los diversos apocalipsis del mundo del libro que preclaros profetas han ido vaticinando: que si un formato poco eficiente, que si ocupa mucho espacio, que si son muy caros, que si envejecen... La llegada de internet tenía que acabar de una vez por todas con los libros, igual que el vídeo mató a la estrella de la radio: que si textos en la nube, que si reproducción fácil y gratuita, que si multiplataforma, que si una nueva narrativa en ciernes... Y aquí siguen los cuadernillos de papel cosidos, igualito que en el siglo XV, disfrutando de una mala salud de hierro. 

Y me diréis qué tiene que ver esa reflexión -¡parrafada!- con la novela gráfica que encabeza este post. Pues que los libros, esos objetos caducos y anacrónicos, han sido los responsables de que haya llegado a mis manos. Como algunos sabéis, trabajo en una librería de Barcelona; a través de una cliente conocí a Nacho Reig justo en el momento después de haber creado una editorial, Dirty Works, que me acercó al trabajo un ejemplar de ese libro inaugural; algo después, en la presentación de uno de los títulos de la editorial en otra librería de Barcelona, Gigamesh, cerveza y whiskey mediante, como no podría ser de otro modo, conocí a Javier Lucini, traductor y la otra media naranja de los Dirty. Resulta que Nacho Reig, afincado últimamente en Andalucía e ignoro por qué complejas afinidades más allá de las de catálogo, conoce a una tal Marga Suárez, editora de Bandaàparte Ediciones, una editorial andaluza que acaba de publicar una novela gráfica en la que la música, los bares y la carretera tienen un papel principal; además, el ilustrador es un tal Antonio J. Moreno, El Ciento, que es el dibujante de las portadas de los libros de Dirty Works. Nacho recuerda que hay un librero en Barcelona interesado en estos temas y le pasa el contacto a Marga, que se pone en comunicación con él, para enviarle un ejemplar... que llega puntualmente a mis manos y en el que descubro a un grupo musical de Jaén, Guadalupe Plata, del que no había oído hablar en mi vida -ahí sí que internet funcionó: para ver algunos vídeos y escuchar canciones del grupo-. Ahora, intenten imaginar esto pero, en lugar de libros -ya saben, esos objetos caducos y anacrónicos-, con archivos de bits bajados al lector electrónico.

Reconozco que la ilustración no es mi fuerte; de hecho, cuando ojeo algún libro ilustrado, tengo tendencia a leer las partes escritas, incluso los bocadillos si es un tebeo clásico, y pasar bastante por alto los dibujos como si se tratara de información adicional o intrascendente. No lo hago a propósito; al contrario, supongo que es debido a un entrenamiento de muchos años leyendo libros convencionales, de los que sólo tienen letra; así que para poder apreciar un texto ilustrado -alguno ha aparecido en este blog-, tengo que obligarme a cambiar el ritmo de lectura y "leer" las ilustraciones como si formaran parte del texto, que es lo que son en realidad.

¿Qué cuenta Leyendas desde el pantano? Pues, de Úbeda a Clarksdale (Mississippi), desde la fundación, con un origen harto curioso, de Guadalupe Plata; algunas actuaciones memorables de sus inicios; su vida en la carretera, mezclando -espero- la realidad con la ficción; la visita a una tienda en Austin buscando la guitarra perfecta; el peregrinaje en reconocimiento a un representante del Blues del Delta -con alguna que otra estrella invitada-. ¿Y cómo lo cuenta El Ciento? En un álbum oscuro como una tumba en el que texto y dibujo, siempre blanco sobre negro, se combinan para dar lugar a un relato tenebroso y gamberro lleno de guiños al blues. 

Quién iba a decir que Andalucía estuviera tan cerca de Luisiana.

Calificación: ****/*****

1 de enero de 2018

R.U.R. Rossum's Universal Robots



R.U.R. Rossum's Universal Robots. Karel Capek. Editorial Males Herbes, 2017
Traducció de Núria Mirabet
El mot robot, actualment d'ús universal, deriva de la paraula txeca robota, que significa, literalment, treball; amb aquest nom es designava, tradicionalment, el període de treball que un servent atorgava al seu amo, generalment 6 mesos l'any. El Diccionari de l'Institut d'Estudis Catalans defineix "robot" con aquella "màquina que pot realizar automàticament una sèrie de moviments i tasques que normalment fan les persones"; aquesta re-definició té l'origen en l'obra de teatre de Karel Capek -tot i que el nom, segons la seva pròpia confessió, va ser una aportació del seu germà Josef- R.U.R. Rossum's Universal Robots, estrenada el 1921.

La literatura i el cinema han explotat amb tanta abundància -i, cal dir-ho, amb més o menys encert- la paradoxa dels éssers mecànics que, a aquestes alçades, algú podria tenir la temptació de titllar R.U.R. d'anacrònica; seria una errada imperdonable com menysprear per la mateixa raó Metropolis de Fritz Lang o Frankenstein de Mary Shelley: els textos fundacionals mai perden el seu valor i, a més a més, han de ser revisitats amb freqüència. No tinc constància de cap traducció al català, al menys en el circuit comercial, de R.U.R., i les castellanes fa temps que no estan disponibles; Males Herbes, tan atents a l'actualitat com respectuosos amb el passat, paga el deute que el món editorial tenia amb els lectors en català.

El tema principal de l'obra parteix de la concepció dels robots com a imitació de la natura, el mite de Pigmalió o de Prometeu de crear un ésser humà, la definitiva igualació de l'home amb Déu. Una aspiració que es dilueix davant la possibilitat de fabricació industrial de rèpliques humanes destinades a ser força de treball -"cada robot substitueix dos obrers i mig"- barata d'elaboració i de manteniment.

A mesura que els robots es fan més hàbils -aquí apareix una altra paradoxa que segur que deu tenir nom...-, esdevenen imprescindibles; des d'aquest moment, tenen la batalla guanyada: l'ésser humà passa a ser superflu. Entre aquestes noves habilitats hi ha la bèl·lica, que els robots utilitzen per a la lluita oberta amb els humans. Contra aquest enfrontament, l'home té dues alternatives: rendir-se i confiar en la clemència dels robots o lliurar-se a l'optimisme antropològic i resistir en nom de l'espècie, sigui quin sigui el resultat del conflicte.

La lliçó està servida: l'obtenció de poder per part de la classe desafavorida condueix a la rebel·lió, i la dependència que han desenvolupat els dirigents els fa vulnerables i els condueix a la derrota; però hi ha grans dosi de glòria en aquesta derrota perquè els robots, els indiscutibles vencedors, acaben enfrontats amb les seves pròpies limitacions, i només la contribució dels supervivents por donar una mica de llum a un futur de tenebres. 

La lectura política és, com podeu suposar, inevitable.

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Notes de Lectura de La guerra de les salamandres