26 de noviembre de 2009

Mis premios

Mis premios. Thomas Bernhard, Alianza
Traducción de de Miguel Sáenz



Pertenecer a la legión –pues nuestro número es ingente, y nuestro nombre legión- de rendidos admiradores de Thomas Bernhard tiene una recompensa, aunque de carácter estrictamente privado y de sutil materialización, incalculable: el genial cascarrabias austríaco nunca decepciona a sus incondicionales.

“La ministra roncaba, aunque muy suavemente, roncaba, roncaba con el suave ronquido de los ministros, conocido en el mundo entero”.

En conjunto, la obra de Thomas Bernhard pasa por obsesiva y pesimista, es notoria y sobradamente conocida su seriedad, y su carácter agrio hasta la mala educación ha tascendido otras de las muchas cualidades que poseen tanto su prosa como sus obras teatrales, y también su poesía.

Mis premios (Meine Preise, 2009) es una recopilación de artículos breves –breves en su extensión pero, como siempre, amplios en su mala leche- que escribió el autor relatando la concesión de algunos premios a su labor; es Bernhard puro en un contexto literario que no cultivó con asiduidad, el de los relatos cortos, cuya característica más notable es un agudo sentido del humor, a ratos rayano, como siempre en el austríaco, del más crudo cinismo.

Así, la devolución de un traje que había comprado para recibir un premio, y que resulta que le quedaba estrecho, le hace exclamar:

“Quien compre el traje que acabo de devolver no sabrá que ha estado ya en la entrega del Premio Grillparzer de la Academia de Ciencias de Viena.”

El recuerdo de un colega de baraja le hace reflexionar sobre el paso del tiempo:

“… el expolicía Immervoll… venía a diario a mi cuarto para jugar conmigo a las veintiuna, él ganaba y yo perdía, durante semanas ganó él y yo perdí, hasta que él se murió y yo no.”

La refrectariedad de la pompa y el boato de la alta sociedad austríaca tampoco sale indemne:

“Corría peligro de asfixiarme en la atmósfera de aquella sala. Todo estaba lleno de sudor y dignidad.”

Un traje estrecho que echa a perder una ceremonia; el kilométrico nombre de un premio que procura dar por el título correcto entero; el que le permite adquirir una neblinosa ruina perdida en un impenetrable bosque; el que recoge para comprar inmediatamente un Triumph Herald

“… ahora tenía que ir precisamente a ese Ministerio y dejar que precisamente aquella gente a la que detestaba profundamente me colgara un premio que detestaba”;

el portazo de un Ministro ante su mala educación; el que usa para cambiar las contraventanas de su casa

“El ser humano debe aceptar el dinero siempre que se le ofrece sin titubear nunca por el cómo y el de dónde, todas esas consideraciones no eran siempre más que pura hipocresía”:

la reflexión, incluso, de que lo mejor es no dejarse homenajear. Incluso un premio al aprendiz de comercio Bernhard y un discurso que no tuvo lugar…

“No debemos desahogarnos siempre con nuestros grandes ni imputarles con toda vehemencia y griterío nuestra miserable existencia y desamparo”.

Completan el volumen los discursos pronunciados por Bernhard en las ceremonias de entrega. Se trata de piezas cortas, concisas, concluyentes, que dan una idea presumiblemente fiel del Bernhard más próximo, más humano, aunque éste no esté, realmente, tan lejos de los obsesivos protagonistas a los que nos tienen acostumbrados sus obras.

24 de noviembre de 2009

Contrapunto XLII

Me tienta el radicalismo; en cambio, me asusta enormemente el esencialismo. Ante la duda, es preferible escoger lo inútil a lo imprescindible, lo superfluo a lo determinante, lo prescindible a lo necesario.

18 de noviembre de 2009

16 de noviembre de 2009

Amor de Artur

Traducción de Moncha Fuentes y Xavier R. Baixeras
Introducción de Constantino Bértolo

A las 15:33 horas de una sombría y fresca tarde de noviembre me senté en mi sillón favorito, aquejado de un ataque súbito de hedonismo, armado con un estupendo Esplédido de Cohiba, cenicero, tetera con Earl Grey a discreción y una razonable copa de Señor Lustau 1940, con la intención de echarle un vistazo a un libro que no conocía de un autor de quien sólo me sonaba el nombre. A las 19:37 horas, sin haberme levantado ni siquiera para satisfacer ninguna de las necesidades básicas, la copa de brandy intacta, cierro Amor de Artur (Amor de Artur, 1982) con la sensación de que durante esas cuatro horas y pocos minutos o bien he sufrido alguna clase de rara autohipnosis involuntaria, y lo de "sufrir" es literal, o bien he sido abducido por alguna inteligencia, porque algo de inteligencia debe dársele por supuesta, extraterrestre.

Amor de Artur es, para este lector, un descubrimiento sorprendente; uno se vanagloria, al
menos en la intimidad, de ser un tipo leído, vamos, con eso que se llama, pomposamente y alzando con suficiencia una ceja, "cierto bagage", y se considera a salvo de sorpresas; al fin y al cabo, si algo es bueno, realmente bueno, o se parece mucho a algún libro que ya se ha leído -en cuyo caso uno, haciendo gala de una falta absoluta de modestia, encuentra en su memoria la referencia y, con suficiencia, exclama: "Oh, eso no es más que un plagio de... (póngase aquí el nombre de algún clásico o del último transgresor, igual da)"- o ya se conoce -"¿Cómo? ¿Ahora has descubierto a... (lo mismo que en el paréntesis anterior); uff, hace años que lo leí"-. Pues bien: de ahora en adelante, jamás volveré a tener la pretensión de que ya he leído todo lo que vale la pena y de que para disfrutar leyendo tengo que limitarme a releer.

Amor de Artur es un libro que contiene cuatro narraciones cortas cuya lectura estimula esa
parte recóndita del cerebro donde se supone que se halla el placer. Son cuatro relatos, a cuál más sorprendente, escritos desde una maestría en el estilo que parecía extinguida con el último clásico, enmarcados en tiempos distintos y con protagonistas sin relación entre ellos, al menos a primera vista, pero que tienen en común un tiempo de referencia y una tierra mítica, un espacio literario -uno no puede dejar de pensar en La Tierra Media de Tolkien o el Terramar de Le Guin, aunque la temática de Amor de Artur transcienda la fantasía- poblado de historias que conocemos sólo en parte y de la boca de personajes insólitos que arrastran al lector por los caminos que llevan a la buena literatura.

Hagan como yo: búsquense cuatro horas, acomódense y sumérjanse en la lectura de Amor de
Artur
; de hecho, este reseñista está terminando con prisas esta recomendación para volver a
Tagen Ata; ya sé que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, pero ahora mismo sí que
me apetece, al menos, dejar un buen rato mis pies en remojo en el tranquilo remanso de la
corriente que me ha descubierto Méndez Ferrín. Y les aseguro que no será el último rato que
pase en su compañía.