31 de julio de 2023

Les Trois Mousquetaires III

 

El 3 de diciembre de 2019, Pascal Quignard y Pierre Michon en la celebración del quinto aniversario del Premio Marguerite Yourcenar, que les fue concedido en 2019 y 2015, respectivamente.

En 2013, Pascal Quignard publica, en Arléa, un pequeño volumen, Leçons de Solfège et de piano, en el que rinde homenaje a aquellos de sus antepasados que, quizá, fueron el origen de su carrera y de su intertés por la música. El origen fue extremadamente azaroso: en un sobre cerrado y sin remitente llegó al despacho de Pascal Quignard en Gallimard una fotografía de un grupo de personas, unos cuantos adultos y bastantes niños, fechada en 1920 y con la relación de algunos de sus protagonistas escrita a lápiz en el dorso; entre esos nombres, figuran algunos que forman parte de la historia familiar del escritor: los adultos son sus tías-abuelas, el niño más pequeño es Jacques, su padre, y el resto son algunos de los alumnos de su escuela de música.

La estrecha relación de Pascal Quignard con la música abarca la práctica totalidad de su biografía: como musicólogo, ha investigado acerca de compositores barrocos como Sainte-Colombe o Marin Marais; como  intérprete, ha sido concertista de violoncello, viola de gamba y órgano; como mánager, fue el artífice del Festival de Música Barroca de Versalles; pero el vínculo más estrecho y que más ha trascendido al gran público ha sido a través de la literatura ―teniendo en cuenta que la música, bajo diferentes tratamientos, aparece con frecuencia a lo largo de su obra―: con Todas las mañanas del mundo, y su versión cinematográfica, contribuyó a la popularización de la música francesa del siglo XVII; con La lección de música, especuló acerca del registro de la voz masculina. Lecciones de solfeo y de piano (Leçons de solfège et de piano, 2013), es un pequeño volumen compuesto por dos textos, "Las lecciones de solfeo y de piano de Louis Poirier, Ancenis, 1919-1929", que se inscribe en ese conjunto de obras en las que la música adquiere el papel protagonista, esta vez asociada a la historia de la familia Quignard; y "Sobre Gérard Bobillier y sobre Paul Celan", apuntes de una conferencia dictada por el autor el 2020.

La recuperación de estos personajes, a partir de esa fotografía caída del cielo, desconocidos, perdidos en la memoria familiar, unas indudables vidas minúsculas, son  el objeto explícito del texto. En todo caso, la intención Quignard parece la de recuperar para el presente esas vidas de sus antepasados, desconocidas para él mismo, irrelevantes para el público, aunque no para su propia historia; una especie de homenaje parecido al que su amigo Pierre  Michon rindió en sus Vidas minúsculas, incluido un pequeño guiño al autor:
«Los lectores son gente maravillosa. Alguien pasa por la calle. Ve en un cubo de basura una vieja foto de la clase de 1920 de las lecciones de las señoritas Quignard. La recoje. La introduce en un sobre con una breve frase. La dirige a mi nombre a las Ediciones Gallimard, quienes me la envían.  
Esta foto está fechada en 1920
No sé por qué me lleva de felicidad citar a los muertos —una lista de muertos que nunca han sido citados.
Y dedico estos nombres que nunca han sonado, estas minúsculas vidas apagadas, a Pierre Michon, que se encuentra aquí, en algún sitio, entre las sillas bajo el claustro.»

24 de julio de 2023

Tres mil trescientas noventa y seis páginas: los Carnets de notes de Bergounioux o la vida de un literato

 

Pierre Bergounioux

Tres mil trescientas noventa y seis páginas: los Carnets de notes de Bergounioux o la vida de un literato  

Christine Jérusalem 

Fue en 2003. Pierre Bergounioux se encontraba en Bari el 24 de octubre de 2003. Por la mañana había hablado de las bellas artes y quería tener la tarde libre. Porque «es cierto —escribe en el tercer volumen de su Carnet de notes— que muchos trabajos universitarios son soporíferos». «He oído —añade— infinidad de ponencias sobre literatura que hablaban menos de literatura que de la propia ponencia, de ideas que extraían su contenido del mundo separado en el que habían germinado mucho más que del mundo exterior, real, formidable, al que se suponía que se referían»¹. 

Así pues, examinaré con humildad y modestia estos Carnets de notes, que se refieren ciertamente a un mundo «exterior, real, formidable», pero también a una ética personal, que llamaré, utilizando el título del ensayo de William Marx, «la vida de un literato». El Cuaderno de notas puede entenderse a través de un conjunto de diferentes puntos focales. Dominique Viart nos ha recordado que el Cuaderno se sitúa en la frontera entre lo íntimo y lo éxtimo: «No es un conjunto cuyo objeto sería el “yo", ya que este no sería más que el receptáculo del mundo»² . Esto es especialmente cierto en el caso de los Carnets de Bergounioux que, como el Journal extime de Michel Tournier o el Journal du dehors de Annie Ernaux, se esfuerza en describir una serie de acontecimientos que remiten a una memoria común más o menos soterrada (manifestaciones contra el Conseiller Principal d’Education, huelgas de la Régie Autonome des Transports Parisiens, la lucha de los trabajadores discontinuos del espectáculo, los atentados del 11 de septiembre, el plan Vigipirate, cuando la Sorbona fue vigilada por las Compagnies Républicaines de Sécurité en 2003, la canícula de ese mismo año, la huelga de los basureros parisinos de octubre de 2010). Los Carnets de notes de Bergounioux se ajustan bien a la definición que Henri Thomas asignó a su diario íntimo: «El diario se suprime a sí mismo en la impersonalidad del lenguaje, la confesión cae bajo el derecho común, un hombre cuenta su historia, y será la historia de todos o la de nadie»³. Pero esta descripción de nuestro mundo está marcada, como ya he dicho, por un «estilo de vida« particular de Bergounioux (la expresión aparece entre Trente mots): una vida de hombre de letras, una vida austera, «concentrada, recluida»⁴ que pide a los libros que le ayuden a vivir. Por eso me propongo describir la especificidad de los Carnets de Bergounioux a lo largo de dos ejes: las características principales de este «estilo de vida» y el talante melancólico que tiñe oscuramente esta existencia ascética. 

«Fue el internado, de tipo carcelario, casi militar, anterior a 1968, el que me reveló el vínculo entre la manera de vivir y las formas de pensar»⁵. 

Esta frase fundamental que se encuentra en Trente mots condensa el modo de vida de Bergounioux: «Ya no espero nada y, si algo me divierte un poco, todavía, es recibir con ciega sumisión el requerimiento que me dirige, desde el fondo de los tiempos, desde los fríos pasillos del instituto de Limoges, un mocoso de diecisiete años. Ha decretado de una vez por todas las leyes de hierro»⁶. Esta severa disciplina, esta «muerte temporal»⁷ , según las palabras de Robert Castel prologando un libro de Goodman, esta vida laboriosa, evocada muchas veces, rige cada día relatado en los Carnets: levantarse al alba, entre las cinco y las seis de la mañana (cuando, excepcionalmente, Bergounioux se despierta a las siete de la mañana, se regaña a sí mismo) y acostarse temprano. La cuestión del tiempo es esencial según W. Marx: «Ars longa, vita brevis. El aforismo no abre el corpus hipocrático por casualidad» y evoca en pocas palabras un «hecho fundamental de la existencia de un literato»⁸. ¿Cómo acomodar la inconmensurabilidad de los conocimientos a adquirir y transmitir con la brevedad de la vida y sus cargas domésticas? «El caso estaba perdido de antemano. Nunca tendría tiempo», se lamenta Bergounioux en las primeras páginas de Trente mots, una de cuyas treinta palabras está dedicada precisamente al tiempo. Sin embargo, el escritor encuentra un antídoto: la solución kantiana (dar a sus días un orden imperturbable), aunque se burle de ella en una entrevista con Jean-Claude Lebrun: «Tenía una vida fácil, Kant, en su lejana Pomerania. Un puñado de estudiantes, sin mujer, sin hijos, un criado llamado Lampe, y una sola pasión, el bacalao, por el que estaba loco»⁹.

Sin criado, con mujer e hijos, profesor universitario, Bergounioux debía estructurar sus días con una puntualidad de metrónomo: el tiempo estaba minuciosamente distribuido, delimitado, dividido, de ahí su fascinación por la  «fatídica minuciosidad de los horarios» ferroviarios¹⁰. En resumen, es preciso domesticar el mundo doméstico en una especie de frenesí taylorista distorsionado, porque se trata de racionalizar el tiempo para acrecentar el capital de conocimiento. Porque antes de leer, Bergounioux hace la compra en el supermercado de Les Ulis, cocina la comida para los «pequeños», prepara verduras que también congela inmediatamente, lava la ropa, la tiende, repara una caldera, las lámparas, los electrodomésticos, vuelve a pintar las contraventanas, acondiciona los aposentos de sus hijos, organiza la estancia de mamá, corrige copias... El sábado 9 de agosto de 1986 (día de vacaciones), constata que le «cuesta defenderse de la sensación emoliente y desmovilizadora de la ociosidad colectiva». Y añade: «Hay un pasaje de Proust que evoca esta pequeña holgazanería semanal, con una repetición cómica: “Es sábado”¹¹. No hay reblandecimiento en la obra de Bergounioux: «Si hoy abandono la mesa de trabajo sin justificación, una voz atronadora, apenas silenciada, me señala que falto a la primera de mis obligaciones y que se trata de un delito capital, sin atenuantes, apelación ni indulto»¹². El escritor siempre consigue así ganar la carrera contra el reloj: «La mejor manera de ganar tiempo es encerrarlo en estrictos hábitos, realizar al minuto las tareas ineludibles, predefinidas, para conceder el resto a la tarea que todo lo consume, aterradora, que consiste en arrastrar la materia en la que estamos envueltos hacia esa claridad que es sólo nuestra y que es la de la mente»¹³. De ahí el magnetismo que ejerce este modelo sobrehumano, desmesurado, fuera de lo común, titánico, excesivo, excéntrico, en el sentido fuerte de la palabra, muy alejado del abandono con frecuencia perezoso o casual que caracteriza lo común de nuestras vidas. Un «proyecto extravagante»¹⁴ de vida, decidido a los 17 años, en 1966, la fecha fetiche que el escritor no deja de desentrañar en su obra.

Este tiempo encorsetado es el precio a pagar para poder leer, escribir, comprender el mundo. Lee innumerables ensayos con una especie de bulimia que contrasta —como se verá— con la complexión casi anoréxica del escritor. En 2008, lamenta haber perdido la capacidad de leer doce o catorce horas seguidas. Paradoja: hay pocos comentarios sobre estas lecturas. Por otra parte, son estas lecturas las que nutren su observación del mundo. Una idea fundacional: la desaparición del campesinado en la segunda mitad del siglo pasado. Numerosas páginas de Trente mots condensan las ideas que salpican regularmente los Carnets. Por ejemplo: «El campesinado había configurado la sustancia del trabajado colectivo durante dos mil años. Había modelado el paisaje, imprimido su lentitud, su color, su sabor al curso de las cosas. Cedió el paso a los productos de la civilización urbana, el francés, las máquinas, los productos manufacturados, la moneda, la educación, los libros y los periódicos cuando llegaron por ferrocarril»¹⁵. Si esta transformación tuvo efectos positivos (libros y periódicos, educación), también produjo, según  Bergounioux, un mundo vulgar, mediocre, estúpido. Esta palabra, «estupidez», remite, por supuesto, a Flaubert, que ocupa un lugar bien conocido en el panteón literario íntimo de Bergounioux. Flaubert también sentía una violenta repugnancia hacia los objetos manufacturados: «Aunque pereciéramos en ellos (y pereceremos en ellos, pase lo que pase), debemos detener por todos los medios posibles la avalancha de mierda que nos invade [...] ¡El industrialismo ha desarrollado lo Feo en proporciones gigantescas! ¡Cuánta gente buena que, hace un siglo, habría vivido perfectamente sin Bellas Artes, necesita ahora estatuillas, musiquilla y novelitas!»¹⁶. 

De manera parecida, P. Bergounioux arremete contra la fealdad, la vulgaridad, la estupidez de nuestro mundo cuando observa a la gente en el transporte público o en los supermercados. En 2005, se declaró impresionado por «el cambio de ritmo y de tono, de pensamiento y de sensibilidad que se ha producido en el espacio de una quincena de años". Define esta «nueva humanidad» en unas pocas notas destacadas: «Sobrepeso ya acusado, voz cansina, «de hecho», risa injustificada, falsa, insulsa estulticia»¹⁷. Pero, ¿se puede seguir hablando de humanidad cuando Bergounioux denuncia una «cultura mercantil» que ha «producido, masivamente, identidades paralelas, vacías, como autistas, con su telebasura, sus teléfonos móviles»¹⁸? El infantilismo, el lenguaje indigente, el cinismo, firman la descomposición del cuerpo social, la ruina de las identidades, de las que las «grandes superficies»  —descritas también, pero de forma muy diferente, por Annie Ernaux en Journal du dehors, La Vie extérieure y Regarde les lumières mon amour— son los  indicadores perfectos. Si bien Bergounioux ya se indignaba en 1985 por la impresión debilitante que dejan los centros comerciales donde todo es sobreabundancia de alimentos, «frívola y ruidosa sección de cosmética», «diversiones mediocres»¹⁹, también traza un análisis político sin concesiones. Así, tras haber soportado involuntariamente la conversación entre dos cajeras (de la que recoge algunos fragmentos en forma de cáustico esbozo), concluye: «Entre otros cambios en las formas de actuar, esta desvergüenza de los grupos de la nueva era que nos infligen, directamente o por teléfono móvil, el relato de vidas llenas de conflictos y complicaciones, dificultades, de sufrimientos, de miserias, que ya no se deben, como no hace tanto tiempo, a la mera dureza de las condiciones de trabajo y de vida, sino, me parece, a la alteración, a las deficiencias del factor subjetivo»²⁰. 

Como se ve, la constatación es pesimista. Ni la escuela ni la política parecen capaces de contener esa desintegración de los valores humanistas. De ahí la profunda melancolía que afecta al escritor, aunque no sea atribuible únicamente a las deletéreas mutaciones de la sociedad, al doloroso sentimiento de desarraigo provinciano o a la pena causada por la pérdida de seres queridos (Jacques Borel, Pierre Bourdieu, Gérard Bobillier y muchos otros muertos, famosos o no). 

Las señales o las consideraciones de este estado de ánimo triste, de color sepia, son múltiples, como el que dice P. Bergounioux en Trente mots, «los clichés de principios del siglo pasado, que muestran a los desaparecidos». El gris bistre, escribe Bergounioux, es «el de la estación tardía, del crepúsculo, de la herrumbre, de las hojas muertas, de las manchas de la vejez, de las fotografías antiguas», e inspira, «incluso en los días buenos, una insidiosa melancolía»²¹. De hecho, la paleta de la melancolía se articula, se matiza, en los diferentes tonos de la austera, fúnebre y fría tierra natal, con «el negro de los bosques de coníferas, el gris de la piedra, el malva del brezo y, sobre este gran catafalco, las lágrimas plateadas de los arroyos»²². En efecto, es este suelo provinciano  de arenisca el que destila, a través de sus imágenes fúnebres, «una melancolía obstinada, imprecisa, las más de las veces, con frecuencia penetrante»²³. Es la «provincia en herencia»²⁴, según el título del bello ensayo de Sylviane Coyault, y con ella, la figura del padre silencioso que nunca dejó de "beber la bilis negra que había mamado con la leche de su madre»²⁵.

Leche negra, envenenada, viscosa, mortífera... ¿Es por esto que Bergounioux parece tener tantos problemas con la comida? El escritor ha optado por la frugalidad, siguiendo los consejos de Quintiliano, que recomendaba ante todo sobriedad y comida ligera. Su cuerpo demacrado parece ajustarse al modelo de San Jerónimo, patrón de teólogos y eruditos. Mientras compara a Cathy  con la diosa romana Ceres, «gloriosa y soberana, con las manos llenas de dones», ocupada en la cocina preparando «un estofado de ternera, los espárragos, una pizza, un brioche y una tarta de albaricoque», él se representa, en el mismo pasaje de este domingo de 2003, como un «mortal famélico»²⁶. Hay muchas notas que indican falta de apetito: «Las comidas apresuradas, los pensamientos oscuros que rumio, también, me han revuelto el estómago»²⁷. O también: «Cathy ha preparado una comida fabulosa pero no tengo hambre. Contaminado por la fatiga del viaje, el alimento casual que trago a toda prisa, en Brive, la emoción, la ansiedad»²⁸. En febrero de 2008, constata con preocupación que ha vuelto a perder peso y que el frío le hiela hasta los huesos²⁹. Pero esta relación con la comida parece estar marcada más por una forma de culpa cristiana que por una moral estoica. En el Lieu Unique de Nantes, se reúne con sus amigos Pierre Michon, Jean-Claude Pinson y Michel Deguy para una conferencia. Se sorprende a sí mismo comiendo ostras y concluye: «Vamos a tener que pagar por todo esto»³⁰. 

Después de un sueño —y los sueños aparecen muy poco en los Cahiers—  se despierta con una «imagen siniestra, la de [su] propia cabeza, en forma de pera golpeada, seca, como momificada, las vértebras visibles bajo la piel apergaminada del cuello, con los tendones como cuerdas, de crin»³¹. Unos años más tarde, con la ayuda de las radiografías de su cráneo, se dio cuenta de que tenía ante sus ojos la imagen que la muerte haría de él: «Los rayos X nos  revelan nuestra propia fisonomía póstuma»³². 

Retrato de un escritor melancólico: las primeras líneas que inician cada jornada de los Carnets están consagradas casi siempre a registrar los caprichos meteorológicos, integrados, como apuntan Alain Corbin o Pierre Pachet, «en el balbuceo de la escritura de sí mismo»³³. Habría mucho que decir sobre este «barómetro del alma». Señalemos simplemente que la escritura de los Carnets se inicia de noche o en la oscuridad del amanecer, ya que Bergounioux, al igual que Jacques Roubaud, se levanta muy temprano para dar brillo a «esa cosa negra». El sábado 28 de junio de 2003, escribe: «Hay una especie de oscura afinidad entre la oscuridad y las impresiones melancólicas que me ha dejado el día de ayer, con el cielo encapotado, entre el influjo de los recuerdos y el anticipo, no muy apetecible, del futuro próximo»³⁴. W. Marx dedicó un breve capítulo a la noche que, al «adormecer todos los sentidos», «permite que el pensamiento adquiera la amplitud necesaria». «Todo el espacio se oscurece —añade—, excepto el de los textos y el de los libros»³⁵. Ya que si la infelicidad del ser, los tormentos (otra de las treinta palabras retenidas por el escritor), están ligados a una opaca memoria ancestral, también tienen que ver con la vida del literato enteramente consagrada al estudio. «Conozco, hoy, una paz relativa, estudiosa y melancólica», escribía Bergounioux en los primeros días de 2004³⁶.

Los vínculos entre melancolía y erudición han sido durante mucho tiempo fuente de indagación y de fascinación. W. Marx lo convierte en el capítulo central de su ensayo, como si el humor negro fuera una «historia inseparable de la de los literatos»³⁷. Montaigne, en sus Essais, siguiendo la convicción habitualmente compartida en su época, alude al riesgo de melancolía que acompaña a toda vida intellectual. «Aquellos que consagran su vida al trabajo literario están expuestos a convertirse en melancólicos», recuerda Jean Starobinski en su estudio Montaigne en mouvement³⁸. Pero fue sin duda Robert Burton quien, en el siglo XVII, en su monumental Anatomía de la melancolía, sobrecargada de referencias enciclopédicas, saturada de citas latinas, demostró que las constelaciones negras de este temperamento estaban ligadas a la acumulación de saberes. «Amor al saber, exceso de estudio» es el título de uno de los capítulos de esta Anatomía. El gusto por los archivos o la cultura enciclopédica conducen a lo que Nathalie Piégay-Gros llama, en su estimulante ensayo sobre L'Érudition imaginaire, el «dolor de pensar»³⁹. También subraya la pasión por la copia, característica de los grandes melancólicos; Flaubert, por supuesto, escenificó formidablemente esta repetición incesante. El trabajo de copia constituye una parte importante de la jornada de Bergounioux: copia el cuaderno de su padre, copia entrevistas y también copia y trabaja lentamente en sus Carnets de notes mecanografiados. A este respecto, el tercer volumen produce un curioso efecto de mise en abyme, ya que comenta la transcripción (en 2009) del diario del año 2006, cuya escritura también se vio afectada por la transcripción del diario de los años noventa. Y observa, en un gesto de burla: «¡Qué triste fantasía! Me paso el tiempo constatando que mi tiempo se pasó constatando el paso del tiempo»⁴⁰. 

Este efecto «Tristam Shandy» queda en cierto modo corregido por el gabinete de curiosidades que es el estudio de Bergounioux. Me refiero a todas las colecciones a las que se dedica el escritor: la pasión por la mineralogía, por la entomología, por las máscaras africanas, por las primeras ediciones, por las palabras raras, por las etimologías (una de las entradas de Trente mots). Por supuesto, el carácter obsesivo del coleccionismo es, como ha demostrado Jean Clair, un «pasatiempo melancólico«⁴¹. Pero hay que recordar también los magníficos análisis de Walter Benjamin, quien, en las numerosas notas dedicadas al coleccionismo, escribe: «El motivo más oculto de aquel que colecciona podría describirse quizá así: acepta comprometerse en la lucha contra la dispersión (Zertreuung). El gran coleccionista, desde el principio, se siente perturbado por la confusión y la dispersión de las cosas en el mundo»⁴². 

Mientras que los objetos de los gabinetes de curiosidades de los siglos XVII y XVIII (siglo en el que se produjeron los cambios epistemológicos que programaron una escisión entre el arte y la historia natural) escapaban a la clasificación, situándose del lado de la mescolanza, de la anomia, los objetos coleccionados por Bergounioux parecen querer responder a una voluntad de ordenar el mundo para comprenderlo mejor. El gabinete de curiosidades del escritor parece más racional que los del siglo XVII, pero lo que se gana mediante la erudición no se pierde para la imaginación, para la parte sensible del mundo. Los minerales o los fósiles se colocan sobre pedestales realizados por el pripio Bergounioux: hay una alianza entre la mano y la mente, el presente y la apertura a tiempos inmemoriales. Y, sobre todo, se establece un puente entre el mundo de los adultos y el de la infancia. El escritor se pregunta al respecto en Trente mots en la entrada «África»: «No sé qué debe la atracción actual hacia estos fetiches, refractarios a los cánones de la anatomía, del parecido, del pudor, a la magia de la infancia, a la capacidad de embrujo que reemplaza a la debilidad o a la ausencia de todos los demás»⁴³. Parece claro, sin embargo, que se tiende un puente entre los «hallazgos» del niño (piedras y fragmentos de metal, huesos y semillas, insectos desecados y mutilados)⁴⁴, hallazgos a los que denomina «fantasmagorías»⁴⁵, y los restos de objetos «encontrados» en los desguaces por el escritor-escultor. Del mismo modo, el asombro ante la «magia» del Larousse estampado con «los vilanos de dientes de león»⁴⁶, fecunda la imaginación de Bergounioux porque las ilustraciones en color emocionan mucho más allá de su finalidad didáctica. Ninguna nostalgia en estas páginas que describen este tiempo perdido, porque la colección permite recogerlo y transmitirlo. Permite un uso feliz de la memoria al reactivar los poderes mágicos de la infancia. 

«Nunca habré sabido nada de lo que ocurría en la Tierra. Habré vivido perdido en mis pensamientos en compañía de mis quimeras», escribe melancólicamente el erudito Bergounioux en sus Carnets de notes⁴⁷. No le creamos. Sabemos que detrás del adulto constantemente ocupado con «Los trabajos y las fatigas de la edad de la razón» se esconde, «a tres pasos de él, la sombra exigua, el contorno del muchacho de cinco añós o de ocho o de catorce cuyo mandato cumple ciegamente»⁴⁸. No olvidemos que el tesauro de las palabras es un tesoro, que Le Premier mot genera al menos Treinta de ellas, y terminemos con esta alegre declaración que se encuentra en Trente mots, verdadero homenaje al diccionario: «El tiempo acaba hurtándonos el sentido de las cosas, pero podemos volver a encontrarlo»⁴⁹.

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Las notas hacen referencia a las ediciones originales.

⁰ En la actualidad, febrero de 2023, Verdier ha publicado cinco volúmenes de los Carnets de notes, que alcanzan las cinco mil quinientas noventa y seis páginas. La relación de volúmenes es: Carnet de notes, 1980-1990; Carnet de notes, 1991-2000; Carnet de notes, 2001-2010; Carnet de notes, 2011-2015 y Carnet de notes, 2016-2020. De todos ellos, solo existe una traducción al castellano de una parte del primer volumen en Cuaderno de notas (Diario 1980-1985), publicado por la Editorial Días Contados en 2015, traducido por Carlos-Wenceslao Lozano.
¹ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, Verdier, Lagrasse 2012, p. 434. 
² Dominique Viart, La Littérature française au présent, Bordas, Paris 2008, p. 73. 
³ Henri Thomas, Il n’y a pas de journal intime, « NRF », oct. 1975, citado por Daniel Oster, Rangements, P.O.L, Paris 2001, p. 9. 
 Pierre Bergounioux, Trente mots, Verdier, Lagrasse 2012, p. 123. 
 Ibid., p. 122.
 Ibid., p. 126.
 Ibid., p. 44. 
 William Marx, Vie du lettré, Minuit, Paris 2009, p. 33. 
 Jean-Claude Lebrun, Écrire, pour faire face à la médiocrité de ce temps, entrevista con Pierre Bergounioux realizada por Jean-Claude Lebrun, «L’Humanité», jueves, 27 de septiembre de 2007.  
¹⁰ Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 48.
¹¹ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 1991-2000, Verdier, Lagrasse 2007, p. 512. 
¹² Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 126.
¹³ Jean-Claude Lebrun, Écrire, pour faire face à la médiocrité de ce temps, cit.
¹⁴ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 1980-1990, Verdier, Lagrasse 2006, p. 413. 
¹⁵ Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 32.
¹⁶ Gustave Flaubert, Lettre à Louise Colet du 29 janvier 1854, in Id., Correspondance, Gallimard, «Pléiade», tomo 2, Paris 1981, p. 518. Ver también: «Je sens contre la bêtise de mon époque des flots de haine qui m’étouffent. Il me monte de la merde à la bouche, comme des hernies étranglées» (ibid., p. 600).
¹⁷ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, cit., p. 597. 
¹⁸ Ibid., p. 647
¹⁹ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 1980-1990, cit., p. 384. 
²⁰ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, cit., p. 336. 
²¹ Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 53.
²² Ibid., p. 75.
²³ Ibid., p. 98.
²⁴ Sylviane Coyault, La Province en héritage, Droz, Genève 2002.
²⁵ Pierre Bergounioux, Le Premier mot, Gallimard, Paris 2001, p. 21. 
²⁶ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, cit., p. 334. 
²⁷ Ibid., p. 384. 
²⁸ Ibid., p. 427.
²⁹ Ibid., p. 835.
³⁰ Ibid., p. 331.
³¹ Ibid., p. 384.
³² Ibid., p. 1226.
³³ Alain Corbin, Le Ciel et la mer, Flammarion, «Champs/histoire», Paris 2014, p. 9. 
³⁴ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, cit., p. 379. 
³⁵ William Marx, Vie du lettré, cit., p. 173. 
³⁶ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 1991-2000, cit., p. 540.
³⁷ William Marx, Vie du lettré, cit., p. 104.
³⁸ Jean Starobinski, Montaigne en mouvement, Gallimard, “Folio Essais”, Paris 1993, p. 58.
³⁹ Nathalie Piégay-Gros, L’Érudition imaginaire, Genève, Droz 2009, p. 143. 
⁴⁰ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, cit., p. 949.
⁴¹ Jean Clair, Mélancolie : génie et folie en Occident, Gallimard, Paris 2005, p. 202. 
⁴² Walter Benjamin, Paris, capitale du XIXe siècle, Le Livre des passages, Les Éditions du Cerf, Paris 2002, p. 228. 
⁴³ Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 29. 
⁴⁴ Ibid., p. 37. 
⁴⁵ Ibid., p. 100.
⁴⁶ Ibid., p. 42.
⁴⁷ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 1991-2000, cit., p. 1163.
⁴⁸ Pierre Bergounioux, Le Grand Sylvain citado por Dominique Viart en Id., La Littérature française au présent, cit., p. 37.
⁴⁹ Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 101. ____________________________________________________________________________

Este artículo es la traducción al castellano del ensayo de Christine Jérusalem «Trois mille trois cent quatre-vingt-seize pages: les Carnets de notes de Bergounioux ou la vie d’un lettré», contenido en el volumen: Coyault, Sylviane (dir.); Jacquet, Marie Thérèse (dir.). Les chemins de Pierre Bergounioux. Nouvelle édition [en ligne]. Macerata: Quodlibet, 2016 (généré le 10 septembre 2020). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/quodlibet/1032>. ISBN: 9788822909800.


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17 de julio de 2023

Carnet de notes 2016-2020


Carnet de notes 2016-2020. Pierre Bergounioux. Éditions Verdier, 2021

Quinta, y por el momento, última entrega, de los Carnets de notes de un Bergounioux ya septuagenario. Un instrumento de observación, que abarca, en su conjunto, más de cuarenta años de la vida del autor —y que, pese a su inspiración e intención, ha aumentado progresivamemnte en extensión—, en la que el escritor —que no es ningún personaje literario, sino un simple individuo— expone la misma materia de su existencia con la economía y minuciosidad acostumbradas, también en sus escasas obras de ficción, y con esa exactitud específica que no admite interpretación y una precisión que alcanza, en esta última entrega, cotas insuperables. A lo largo de las más de tres mil páginas de esa obra que, modestamente, me atrevo a calificar como su obra mayor, Bergounioux transita, temporalmente, por el camino de la escritura que comienza como explicación e inspiración para la búsqueda de todo aquello de lo que carecía —escribir para vivir— y va desplazándose hasta este último volumen, en el que Bergounioux sublima su propia existencia, excluye progresivamente los elementos accesorios y eleva la literatura a su máxima expresión, escribir para no olvidar.

Con motivo de la publicación del quinto volumen de sus Carnets de notes, la revista Lire. Magazine Littéraire, en su súmero de abril de 2021, publicó una entrevista con el autor, cuya traducción transcribo a continuación.


«La palabra escrita nos permite fijar los contornos de nuestros días»


Entrevista con Pierre Bergounioux


realizada por Claire Chazal


Hay que subir las laderas del valle de Chevreuse, cerca de Gif-sur-Yvette, para encontrar a Pierre Bergounioux, en una casa habitada por innumerables objetos de arte africano, máscaras y estatuillas, a las que replican algunas de sus esculturas hechas con chatarra ensamblada con un soldador.


El autor de Miette confiesa que habría preferido ser artista plástico, manipular  la materia, en lugar de triturar incansablemente palabras, para mantener vivas las tierras pobres de las que procede, el campo de Corrèze, que, según él, no tiene cabida en la literatura. Escribir para dar cuenta de la modesta vida de la tierra privada de cultura emancipadora. Este es la razón del trabajo de Pierre Bergounioux. Una amplia obra de sesenta libros, escritos autobiográficos y cuadernos. Una obra política como puesta a prueba permanente de una base de convicciones marxistas.


Bergounioux acaba de publicar el quinto volumen de este diario que lleva desde 1980. Un volumen que incluye el confinamiento decretado el 17 de marzo de 2020. Una crisis sanitaria que sumirá al escritor en el temor de perder a algunos de sus seres queridos. Los relatos son sencillos, dan testimonio de la fragilidad del narrador, de sus viajes de ida y vuelta en RER a la capital, de sus madrugadas tras noches en vela, de su amor por la familia (su compañera de toda la vida, sus hijos, sus nietos) y de sus alegrías pasadas. Todo cambió, dice, cuando su madre dejó este mundo en 2015, la misma noche de los atentados. Una madre que le había rodeado con su benevolencia y había aprobado toda su vida casi incondicionalmente. Pierre Bergounioux escribió su diario incluso antes de publicar su primer libro, Catherine, en 1984, a la edad de 35 años. Su escritura ajustada, precisa, cincelada, acabó por imponerse. Da cuenta de una búsqueda incesante de la verdad de las sensaciones. Es la inmersión en el corazón de lo existente de William Faulkner lo que le inspira, pero también la de Claude Simon. Si toma la pluma cada mañana, es para preservar su memoria, para protegerse de la confusión. Y para dar testimonio de un orden social inmutable.


Claire Chazal: Usted publica el quinto volumen de sus Carnets, obra iniciada en 1980. ¿Es una forma de dar testimonio del paso del tiempo, de no perder la memoria?


Pierre Bergounioux. Yo tengo dos enemigos: el olvido y la confusión. Soy el beneficiario, como usted y el resto de la especie pensante, de la invención de la escritura, que es, sin duda, el acontecimiento más importante de la aventura humana. Cuando descubrí que había una forma de defenderse del monstruo que nos pisaba los talones, llevando la cuenta de los días, me puse manos a la obra. Desde entonces no he parado. Mi segundo enemigo es la confusión, la sensación de vaguedad, de imperfección, porque te atrapan las prisas. La naturaleza del soporte de la palabra escrita permite fijar, precisar, los contornos de nuestros días.


Claire Chazal: En estos relatos de la vida cotidiana, se percibe cierta fragilidad física, incluso usted escribe: «Lo he tenido todo, ya puedo irme». Es como si usted avanzara esperando desaparecer en cualquier momento y que la escritura sirviera para retrasar ese momento...


Pierre Bergounioux: Retrasar, no, más bien hacer el inventario de lo que nos habrá mantenido vivos, incluida la proximidad del final. Nuestra mente está presa de los que no tienen vida. Mantener los ojos abiertos hasta el final, no rendirse, no dejarse caer... Para afrontar lo que venga, sea lo que sea. Llevar esta claridad, que sería la conciencia, lo más alto posible.


Claire Chazal: ¿Es también «remontarse al tiempo inconcebible de la infancia y hacer balance de la felicidad pasada»?


Pierre Bergounioux: Sí, la felicidad siempre es retrospectiva. Aquello que ha llenado de felicidad nuestro corazón solo se nos presenta en su plenitud con posterioridad a los hechos. Yo he sido profundamente feliz, sobre todo de niño. Tuve el privilegio de tener una madre cariñosa e inteligente. Nuestras madres nos salvan en la medida en que nos perdonan; cuando creemos haber agotado todo el crédito que se nos concedió al nacer, descubrimos que  permanece intacta en el caos esa imagen que persiste grabada en el corazón materno. Podemos volver a intentar parecernos a esta imagen que se nos ofrece: la salvación.


Claire Chazal: ¿Escribir es para usted una forma de dar testimonio de la vida intelectual de una época? 


Pierre Bergounioux: Sí. Soy el primero de mi linaje en poder escapar de la  provincia de la Galia peluda, donde una burlona maldición me hizo nacer, y respirar el aire liberado de la capital. Allí descubrí la enseñanza superior. Citando a Giono, sí, París goza de cierta estima a nuestros ojos. Daría mucho por disponer de un comentario preciso sobre el pequeño mundo que dejé, la Auvernia. Si alguien lo hubiera hecho antes, yo estaría ahora sentado junto a mi piscina y no allí, inclinado como un labriego, sobre mi papel. No había nadie entre mis compatriotas que planteara a aquellas cosas enigmáticas, a veces hostiles, la comprometida pregunta de qué eran, qué querían de nosotros. Pregúntale al mundo; si haces la pregunta correcta, él te responderá, pero no se puede encontrar un predecesor que haga inventario y nos proporcione el pequeño volumen en rústica en el que descubrimos lo que nos faltaba. Es una reivindicación importante que dirijo a los poderes tutelares de nuestro destino.


Claire Chazal: Vivimos el confinamiento a través de su libro, ¿fue un periodo angustioso para usted?


Pierre Bergounioux: El confinamiento no significó ningún cambio para mí, sobre todo desde que me retiré de la enseñanza. Por otra parte, lo que sí que me afectó fue el número de personas a las que esta enfermedad no perdonó. El ritmo era aterrador.


Claire Chazal: ¿Tenía miedo por sí mismo, estaba enojado?


Pierre Bergounioux: Fui prudente. Si tengo que partir, que sea de otra manera.


Claire Chazal: Dice que se levanta temprano después de noches cortas, ¿la mañana es propicia para escribir?


Pierre Bergounioux: Sí. Proverbio alemán: «Las horas de la mañana tienen oro en la boca». Se está fresco en ese momento. Se dispone de fuerzas vigorosas después de una noche a menudo laboriosa. Es por la mañana cuando uno tiene una posibilidad, no necesariamente infructuosa, de arrancar a las potencias enemigas la ventaja que pretende. Así ha sido desde que mi profesor de bachillerato de Brive-la-Gaillarde me envió a un internado. Fue  mi camino a Damasco. Descubrí allí que no era del todo imposible casar la cosa y la idea que se tiene de ella en la claridad nupcial de lo evidente.


Claire Chazal: Este Carnet que estamos descubriendo, una vez que lo empieza por la mañana, ¿no vuelve a él durante el día?


Pierre Bergounioux: En absoluto. El único cualificado para juzgar el momento es el que lo vive, es él quien se ve afectado por el acontecimiento, la agitación por la que se ve embargado es parte integrante del mundo en el que vive en ese momento. Si retomara este texto, ¡ya no sería sincero! Sería una descripción fría, imparcial, objetiva, inapropiada para lo que hemos vivido.


Claire Chazal: Este estilo inmediato de los cuadernos, que tiende a una narrativa sencilla, contrasta con su estilo habitual, más pulido...


Pierre Bergounioux: No me apetecía reproducir esta escritura cincelada. En estos cuadernos, se trata de mi vida, del polvo de los acontecimientos que subyace a los hechos. Pretender elevar la mirada más allá del círculo extremadamente exiguo de la vida ordinaria que llevo y cuestionar a los poderes que se elevan sobre mi cabeza y mis hombros y prescriben tiempos distintos de los que se les asignan, es arrogancia. Cuando evoco acontecimientos colosales —puesto que me siento responsable de todo lo que haya podido ocurrir en un momento u otro de la historia del país o del mundo— debo mantenerme a la altura de las circunstancias ante aquello que domina el paisaje, que llena el horizonte. En ese momento, tengo un estilo diferente, que no creo que pueda o deba adoptar cuando hablo de hacer la colada, la compra...


Claire Chazal: Volvamos a su vida cotidiana con sus familiares. ¿Aceptaron aparecer en sus cuadernos?


Pierre Bergounioux: Mis hijos permanecieron en casa durante veinte años sin sospechar que su padre, por la mañana, anotaba el contenido del día anterior, así que quedaron un poco decepcionados. No hablamos de lo que escribo. No sé si se han acostumbrado. Saben que su padre es un gran maniático que lo anota todo. No hay nada más terrible que ser juzgado por alguien cercano, es como jugar con cartuchos de dinamita con la mecha prendida o ver cómo se desprenden las sierras circulares de sus ejes. Esto forma parte de los peligros de la literatura que no están donde se les esperaría. Lo digo con toda sencillez: mantengo una relación conciliadora tanto con la altocorreciana con la que me casé como con los arrabaleros a los que dio a luz.


Claire Ch Chazal za: ¿Entiende que esto puede herir?


Pierre Bergounioux: Perfectamente, pero eso no me disuade de escribir porque, al mismo tiempo, siento la necesidad de estar seguro de lo que ha ocurrido. Que hasta mi último momento sea consciente de lo que ha  sucedido, como el niño que acaba de nacer.


Claire Chazal: ¿Ha conservado usted su amor por la naturaleza?


Pierre Bergounioux: Sí, pero esto es cosa de paletos ¿Qué sentido tiene inquietarse por el estado del cielo cuando esto no tiene ninguna clase de incidencia? Es una pequeña alegría, pero lo tomo como lo que es: un defecto. Es lo contrario de lo que dice Danton: uno lleva la tierra de su país en la suela de los zapatos. A menudo me hago esta reflexión, sobre todo cuando estoy en ciertos barrios parisinos: me invade el sentimiento de indignidad que todos los habitantes de estos departamentos desfavorecidos sentimos cuando oímos «lo dijeron en la radio», «lo vimos en TF1». En el mundo se utilizaban dos lenguas: la nuestra, que sólo era válida dentro de los límites de la provincia, y la lengua oficial, la de la capital,  de existencia posicional. Imagínese la angustia de sospechar que todo lo que decíamos no se ajustaba a la naturaleza de las cosas, cuando no teníamos acceso a la fuente de la que éstas derivaban su naturaleza.


Claire Chazal: De los cinco años descritos en este último volumen de sus Carnets, ¿cuál fue el más memorable?


Pierre Bergounioux: El único acontecimiento dramático que aún no he superado es la muerte de mi madre en 2015, la misma noche de los atentados. Después, el cielo parecía menos azul, más oscuro. Nuestras madres se atreven a dejarnos, a abandonarnos. Mientras ella estuvo allí, yo me acomodé a vivir con unos pensamientos que podían adjudicarse a un niño de seis años. Perdí para siempre su mirada benevolente.


Claire Chazal: ¿Sintió este requerimiento como padre?


Pierre Bergounioux: No. Un día, uno de mis hijos me confió que pensaba que yo era muy severo, yo no era consciente de ello.


Claire Chazal: Ha escrito sobre los lunes de la infancia, ¿hay algún día favorito en este Carnet?


Pierre Bergounioux: Hay horas que superan a todas las demás, sobre todo el regreso al tiempo de la infancia. Me equivoqué de carrera porque, si hubiera seguido mi inclinación natural, me habría convertido en artista plástico. Lo digo sin vanidad. Pero, ¿cómo se puede llegar a ser artista plástico cuando se procede de una prefectura del suroeste? La causa se perdió incluso antes de las alegaciones. Cuando regreso a mi país, puedo volver a inmolarme por esas pasiones arcaicas. He frecuentado a verdaderos artistas durante unos quince años. Me equivoqué de puerta: no era como profesor como debía haber entrado a la Beaux-Arts de París. Me di cuenta, gracias al trabajo de algunos colegas, de que el mundo ya no era el mismo. Como profesor, sólo puedo cambiar la perspectiva del pensamiento. La reflexión es una agonía. Pensar es un tormento. Un artista plástico conoce alegrías que la escritura o la lectura no procuran. Me encanta leer porque otra persona se ha tomado la molestia de interrogar al mundo enemigo y extraer de él la palabra adecuada. Leer es un placer mientras que escribir es un dolor con una mezcla de desesperación porque no se puede evitar percibir el abismo entre todo lo que rodea la mente y la fragilidad, la precariedad. Cuando estoy inclinado sobre mi papel con mi bolígrafo, me dan ganas de llorar.


Claire Chazal: En estos Carnets descubrimos que es usted un gran lector que picotea, que va de un libro a otro...


Pierre Bergounioux: Aplico los principios de la utilidad decreciente de la teoría neoclásica de la economía. Por la mañana, cuando no tengo papel para emborronar, tomo prestados libros difíciles que me plantean dificultades casi inexpugnables. Mis fuerzas decaen, me doy cuenta de que ya no estoy en condiciones aceptar el desafío del autor con el que he estado luchando, recurro a otras lecturas como George Sand, que me inspira una gran simpatía. Hay figuras que me son espontáneamente simpáticas y otras que me son espontáneamente hostiles... y a la inversa. Me he confundido muchas veces.


Claire Chazal: ¿Era usted lector de correspondencia, de diarios como los de Proust, por ejemplo?


Pierre Bergounioux: Sí. La literatura ha sido esencialmente la obra de personas que han estado libres de las tristes preocupaciones de la vida ordinaria. Si nos fijamos en la gran literatura francesa o extranjera del siglo XX, la mayor parte es obra de grandes burgueses.


Claire Chazal: ¿Escribir a diario le ha ayudado a escribir el resto de su obra?


Pierre Bergounioux: Sí. Empecé llevando un registro de mis días antes de escribir historias.


Claire Chazal: ¿Ha pensado alguna vez en abandonar? 


Pierre Bergounioux: Sí, la tentación de dejar que sean otros los que saquen a la luz el contenido la cuestión es enorme. De niño, me di cuenta de que aquellos que podrían haberse pronunciado sobre lo que nos ocurría se desinteresaban completamente de lo que pasaba en nuestro rincón. Desde que aprendí a leer, todos los libros que leía hablaban de hecho sobre personas que no conocía, que eran totalmente diferentes de cuanto yo había conocido hasta entonces. Intenté «cumplir con la tarea», hablar de lo que yo conocía, sabiendo que no era necesariamente una buena opción. Es tan difícil pronunciarse sobre la pobre campiña como sobre París, que es, a mis ojos, una ciudad legendaria.


Claire Chazal: En efecto, es difícil escribir bien... 


Pierre Bergounioux: Resulta difícil hablar, sea de lo que sea. Sabiendo que las cosas ya han sido decapadas, pulidas por nuestros predecesores. Me siento como un superviviente del campo que tiene la descabellada idea de someterlo al mismo trato que a las ciudades. Me parece que el tiempo y el lugar imprimen a nuestra experiencia una coloración, unas particularidades, que son, principalmente, lo mismo que se siente cuando se da un paso atrás y se descubren esas invariantes de una misma condición humana. Hay cosas que encuentro, pasados cinco siglos, en Montaigne, y que buscaría en vano en la pluma de Saint Simon.


Claire Chazal: Su escritura es muy elaborada y puede parecer difícil de leer. ¿Es usted consciente de ello?


Pierre Bergounioux: Daría cualquier cosa por hacer frases más sencillas, pero tengo la sensación de que las cosas y las controversias que podemos sostener  con ellas nos obligan a atacar en diagonal, por la retaguardia o por los flancos. Forma parte de la estrategia si, realmente, se tiene la pretensión de llegar al fondo con el pesamiento de aquello que se le opone malévolamente.


Claire Chazal: Ha dicho en el pasado que se ha sentido aplastado por grandes autores, en particular por William Faulkner, ¿sigue siendo así?


Pierre Bergounioux: Con Faulkner, accedemos a una verdad que ha escapado a la raza humana desde el momento en que ha habido hombres que han intentado dar cuenta de los actos de otros hombres. Hay dos tipos de relatos: Homero, que corresponde al estilo racional, entendemos los actos de Ulises. Luego viene Faulkner, que despoja al narrador de su soberbia, que todo lo sabe y todo lo entiende. Son hitos en el camino de la humanidad. Son inevitables.


Claire Chazal: ¿Los encuentra en la literatura contemporánea?


Pierre Bergounioux: Pienso que aquellos cuyos textos me hablan han tomado nota, como yo, de que existían, en el largo trayecto, figuras que no se pueden soslayar y que nos recuerdan que tras su paso ya nada es igual.


Claire Chazal: ¿Claude Simon es uno de ellos? 


Pierre Bergounioux: Claude Simon es un seguidor de Faulkner. Lo que lo hace poderoso es que por primera vez tenemos una visión de los vencidos. No hay pueblo más bíblico que nosotros. Desde la Galia prerromana, nunca hemos dejado de importunar a nuestros vecinos.


Claire Chazal: ¿Le parecen interesantes los autores jóvenes?


Pierre Bergounioux: Sí. Las mujeres han entrado masivamente en liza, ¡ya era hora!

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Este artículo es la traducción al castellano de la entrevista «L’écrit permet de fixer les contours de nos jours», realizada por Claire Chazal, publicada por la revista Lire. Magazine Littéraire en su número de abril de 2021, y reproducida en https://editions-verdier.fr/wp-content/uploads/2021/04/bergounioux_2021-04_lire.pdf

Como todo el contenido de este blog, este artículo está publicado bajo la licencia de Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 España

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Otros recursos relativos al autor en este blog:

https://jediscequejensens.blogspot.com/search?q=Pierre+Bergounioux&max-results=20&by-date=true

10 de julio de 2023

Yo no tengo palabras. Yo garabateo.


La revista de sociología Savoir/agir publicó, en su número 30, correspondiente al mes de diciembre de 2014, una entrevista que realizaron a Pierre  Bergounioux dos de sus redactores, los sociólogos Gérard Mauger y Louis Pinto.

Entrevista con Pierre Bergounioux 

Yo no tengo palabras. Yo garabateo 

Pierre Bergounioux, escritor, escultor y profesor de literatura 

Entrevista realizada por Gérard Mauger y Louis Pinto

Savoir/agir: Sociólogos, podríamos empezar esta entrevista con el Pierre Bergounioux lector de sociología... ¿Qué efectos tiene esta disciplina sobre su concepción de la literatura? 

Pierre Bergounioux: Son considerables, aunque sin reciprocidad. El nacimiento de las ciencias sociales fue potencialmente perjudicial para la literatura. El auge prometeico de las fuerzas productivas, la diversificación de la actividad, condujeron a la formación de un cuerpo de especialistas que aplicaron a los temas humanos el método descriptivo, interpretativo, al que se habían sometido los tres reinos desde el Renacimiento. Este desfase cronológico parece deberse al hecho de que las ciencias de la naturaleza no tienen repercusiones sobre la vida social. Formamos  parte de un orden diferente. Nuestro destino escapa a la evolución natural. «El hombre es un animal político». Pero si toda sociedad, desde el principio de la historia, está dividida entre explotadores y explotados, opresores y oprimidos, a los primeros les interesa mantener en las oscuridad o disimular esta verdad. Cubren su dominación con diversos pretextos, con orígenes divinos, con una sangre especial, azul, tanto en el pasado como ahora mismo, con capacidades «innatas», con talentos «naturales», que un examen racional, científico, disiparía como ficciones interesadas, como puro humo.

Cualquiera que se crea o quiera ser escritor ya no puede dejar de oír las frases homicidas escapadas, un día, de la boca de los sociólogos —«pequeños profetas designados por el Estado», según Max Weber; «pequeños productores de mitologías privadas», según Pierre Bourdieu. No se puede alegar ignorancia acerca de la rotunda desautorización que ha recibido o puede recibir quien se atreve a hablar descuidadamente de la vida de la gente. Se ha confundido. No es de ellos de quienes habla, sino de las relaciones imprudentes en las que se encuentra atrapado. La tarea de escribir ya es difícil, debido a la especificidad del medio que supone la herramienta gráfica. Cuando cae sobre el papel la fría claridad, desapasionada,  irrecusable, de la sociología, el caso roza casi lo imposible. Los sociólogos han  desvirtuado profundamente el texto que ha acompañado a la vida humana desde la aparición de los primeros imperios hidráulicos esclavistas en Mesopotamia. Reivindican el dominio —la ciencia— de los significados que nosotros implicamos en el oficio de vivir y en el de escribir, que puede derivar del primero. Tal es la incomodidad, tal es el miedo en el que vivimos desde que los se entrometieron en la partida Si no tenemos nada que objetar, es porque compartimos sus premisas últimas. Estamos comprometidos con los axiomas y preceptos de la cultura racional de la que Europa es cuna. Weber, Elias, Vernant, Braudel y otros han detectado su despertar,  en la antigua Grecia, han seguido su curso obstinado, impetuoso. Con la globalización, es decir, con la europeización del mundo, esa cultura racional se ha extendido a todo el mundo. 

Savoir/agir: ¿Habría tenido usted la tentación, en algún momento, al descubrir esas inmensas perspectivas, de ejercer la sociología?  

Pierre Bergounioux: Sólo la tentación, una inclinación inmediatamente corregida, replicada por la elección que ya había hecho, y que era irreversible, de estudiar literatura y, tal vez, en secreto, de ejercerla, de utilizarla para el proyecto de descubrimiento y de liberación que, no menos secretamente, me había impuesto. Era ya demasiado tarde cuando me di cuenta de lo que podían aportar las ciencias sociales. Yo tenía veinte años, que es la edad, según Kant, en la que nuestro horizonte debe haber sido delimitado. Y lo había sido. Pero nunca he dejado, desde entonces, de inclinarme sobre su hombro para leer lo que, desde su punto de vista,  decía. Frecuento a los sociólogos tanto o más que a los escritores. 

Savoir/agir: Pero la literatura, de la que —si hemos de creer a Wolf Lepenies— se deriva, en parte, la sociología, ¿no es también —a su manera «mucho más reveladora»— un «proyecto de descubrimiento y liberación»? 

Pierre Bergounioux: En esta etapa del movimiento histórico en que nos encontramos, ¿puede la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos, de nuestros semejantes, de nuestros «hermanos humanos», llegar a una comprensión más clara de sí mismos que la que le ofrece la literatura? El nivel de instrucción general es aproximadamente el del bachillerato. Esto no es suficiente para entrar de lleno en el difícil trabajo de los sociólogos. La literatura nació en el segundo milenio antes de nuestra era. La leyenda de Gilgamesh, rey de Uruk, que fue en busca de la planta de la juventud a la tierra de las Aguas de la Muerte y los Hombres Escorpión. Desde entonces y hasta el siglo XIX, los hombres sólo pudieron  representar lo que eran y lo que hacían mediante de las ficciones. En este sentido, la literatura ha sido irreemplazable, única. Pero la versión de la realidad que ofrecía  se vio afectada por la división del trabajo, por la incapacidad de los actores —aristócratas, guerreros— para utilizar los recursos simbólicos disponibles. Unos hombres especiales, muy a menudo discapacitados, lisiados, sufrientes, al margen de la vida, de la acción, los autores, informaban de lo que otros habían hecho. Algunos ejemplos. Homero era ciego, como más tarde Milton, Joyce, Borges; Flaubert y Dostoievski, que fueron contemporáneos, epilépticos; Cervantes, Cendrars, mancos; Baudelaire, De Quincey, Michaud, la Generación Beat, opiómanos; Faulkner, alcohólico;  Proust, asmático; Kafka, tuberculoso... Estos hombres —las mujeres estaban  condenadas a la insignificancia de la vida doméstica, al silencio— ocupaban una posición marginal, apartados de los instantes, de los lugares en los que se concebía lo real en medio de «el ruido y la furia», del trabajo productivo, de la plaza pública y de la asamblea, del campo de batalla. Escribieron fuera de los patrones colectivos, en la duración inmóvil, reversible, nocturna, del pensamiento. 

De este modo, se les hacían presentes hechos, se les hacían perceptibles significados que escapaban, por la fuerza de las circunstancias, a las personas afectadas. Estos últimos estaban tan comprometidos en cuerpo y alma con la vida que eran incapaces de dar testimonio de ella. La invención de la escritura, en Sumeria, hacia el año 3200 a. e. c., condujo a una segunda división, simbólica, de la humanidad, con la aparición de la restrictiva,  cerrada, casta de los escribas, por un lado, y la masa de analfabetos por el otro. Sólo mucho más tarde, con los decretos Jules Ferry de 1880-82, se eliminó, en nuestro país, esta separación original. Hasta las dos revoluciones, la industrial, inglesa, y la política, francesa, que vieron el triunfo de una clase de origen urbano, la burguesía, fue la nobleza terrateniente la que construyó la historia y dominó el mundo. Los griegos que se dispusieron a asediar las murallas de Troya eran propietarios de tierras, experimentados en el uso de las armas, pero analfabetos. Dejaban el significado de sus acciones a los aedos, a los rapsodas, que las impregnaban de la medida, el brillo, del hexámetro dactílico, al que añadían la durabilidad, la ubicuidad divina de la escritura. Una escritura que arranca la palabra del flujo del tiempo, libera el pensamiento de su anclaje corpóreo, lo independiza de nuestra condición mortal. 

A lo largo de mucho tiempo, las sociedades no encontraron un reflejo más fiel que el que los poetas, los escritores, les ofrecían. Con el capitalismo, la racionalización de la producción, de la existencia, de la reflexión, la ciencia se ha apoderado del mundo social, y la luz que arroja sobre él empaña, cuando no eclipsa, el único foco de atención que había sido la literatuta, desde el principio. La gente de mi clase ha sido constantemente infeliz desde la aparición de la sociología. Nos obliga a desconfiar de nosotros mismos continuamente. Pone una duda recurrente sobre todo lo que se puede decir. Aquello que nos ocupa no tiene, al parecer, otra existencia que la que nse ofrece bajo nuestra mirada. En el esquema general de las cosas, es muy diferente y puede que ni siquiera exista. Tal es la formidable complicación que el despertar y auge de la sociología han introducido en la literatura, que, realmente,  no le hacía ninguna falta. 

Savoir/agir: Los sociólogos no resultan menos afectados por la doble separación de la que usted habla que los escritores—la condición escolástica. Sólo se puede intentar liberarse de ella mentalmente mediante un esfuerzo de reflexividad. En este sentido, no veo por qué la literatura no podría ser, también, reflexiva... 

Pierre Bergounioux: Sí, la literatura contemporánea se diferencia de sus estadios anteriores por el mayor grado de reflexividad que le han impuesto el curso de los acontecimientos y la aparición de los vocabularios académicos. Pero eso no es todo. Estos últimos proyectan, retroactivamente, una sombra de indiferencia sobre los textos del pasado, reducen aún más la proporción de los que sobreviven, época tras época, al tiempo que les dio origen. No sólo se ha modificado nuestra relación con el presente, sino también con el legado del pasado. Se nos abren los ojos a unas simplicidades que nos hacen abandonar del libro que, sin ustedes, los sociólogos, leeríamos hasta el final. 

Me preguntaron si no había estado tentado de unirme a ustedes, de unirme a su cofradía. Era demasiado tarde para cambiar de opinión. Si seguí mi camino, fue, sería, porque a las alienaciones genéricas con las que estaba equitativamente equipado, se añadieron algunas privaciones más particulares, localizadas puntualmente, regionales, que exigían un trabajo un tanto singular, marginal, coherente con mi condición. 

Son los grupos centrales, instalados en el poder y la opulencia, los que ocupan, casi en exclusiva, el foco de las narraciones que acompañan la marcha de las sociedades históricas. Hasta los años sesenta del siglo pasado y algo más allá, el grueso de la población de mi patria chica, es decir, el campesinado autosubsistente del suroeste, siguió balbuceando un dialecto occitano —un patois, una lengua torpe. Nunca me crucé, en los años de mi juventud, con un solo hombre que pidiera a los libros que le ayudaran a vivir, ni siquiera entre la escasa parte culta de la población que constituían los profesores de instituto. Era —y esto solo me quedó claro más tarde— como si fueran ajenos a lo que nos estaban enseñando. Las condiciones materiales, geográficas, demográficas, sociales, no les permitieron asimilar realmente, hacer suyos, practicar, movilizar, para sus propios fines, esos contenidos de pensamiento de procedencia remota. 

Entre las intuicions directas, está ésta: los libros hablaban invariablemente de cosas que ni yo, ni nadie de mi entorno, habíamos experimentado. Los lugares, las gentes a los que se refieren nos eran ajenos, mientras que la realidad próxima, el universo familiar, nunca aparecía. Y esto provoca una precoz y dolorosa perplejidad. La explicación que se nos dio no se ajustaba a los contornos, no iluminaba el contenido de la vida cotidiana.

Naturalmente, era incapaz de explicarme por qué era incapaz de explicarme. Visto en retrospectiva, atribuiría las reticencias que la cuestión me inspiró, en principio, a lo que los etnógrafos denominan, me parece, aculturación. En lugar de dejar la escuela, como era costumbre, a los doce o trece años, después del certificado de estudios primarios, algunos de nosotros fuimos al instituto. Estábamos inclinados, todo el día, sobre manuales escolares, sobre antologías de fragmentos escogidos de literatura y, al no encontrar en ellas el reflejo de la vida que llevábamos, de sus fundamentos, de su problemática concreta, de nuestras opiniones o de nuestra carencia de opiniones, no podíamos dejar de constatar que había otra versión de la  realidad, no solo legítima sino también más asequible, rigurosa, brillante, satisfactoria. Tal vez fue en ese momento cuando me vino a la mente el propósito criminal de atraer a ese registro el pequeño mundo apagado, mudo, que me había sido asignado.

Esto es lo que yo había buscado, sin decírselo a nadie, en los anaqueles de la biblioteca municipal, el librito escrito por un compatriota, muerto o vivo, que me hubiera dicho lo que éramos en realidad, fuéramos lo que fuéramos. No pude encontrarlo. Al principio supuse que había buscado mal, antes de rendirme a la evidencia. El momento aún no había llegado. La nota aclaratoria seguía en el tintero. Como sentía una extrema necesidad de ella, pensé, con una encantadora  audacia, una increíble ingenuidad, en extraerla, más tarde. 

Percibí, veladamemnte, la gravedad del déficit simbólico que padecíamos en las «tierras menos buenas» de la economía política. Un hecho llamará sin duda la atención de los dos sociólogos a los que me dirijo. Mi subprefectura natal ocupaba el centro de un vacío universitario de cuatrocientos kilómetros de diámetro. Había que recorrer cincuenta leguas de estrechas carreteras tortuosas o tomar un ferrocarril que se detenía cada cinco kilómetros para llegar a Clermont-Ferrand, al este, a Burdeos, al oeste, a Toulouse, al sur. París, a quinientos kilómetros, al norte, tenía la consistencia quimérica, impalpable, de los sueños. 

Para aprender, era necesario romper, materialmente, con el lugar, con el pasado, del cual era un enclave, más o menos inalterado, la vieja oscuridad, la «sencillez campestre», e ir a recoger, lejos, de la boca de los sabios de discurso afilado, las verdades que nos concernían pero que nos exigían que saliéramos de nosotros mismos para conquistarlas.

Savoir/agir: En otras palabras, hubo un efecto de campo... ¿Saben todos los escritores que existe una ciencia social o ha universalizado usted su caso? 

Pierre Bergounioux: Yo he cedido frívolamente al error que usted dice, generalizando lo que parece lejos de ser la regla. Y estoy enfadado con aquellos que no tomaron nota del hecho de que hay dos discursos recientes, además de influyentes, a ambos lados de la antigua voz de la literatura. El primero, es el materialismo histórico y dialéctico, la filosofía marxista de la historia. El otro, es la sociología. 

La literatura se encontró de pronto atrapada en una pinza, hace un siglo y medio, entre los exabruptos del profeta renano que garabateaba, en un rincón de la mesa, a los veintinueve años, su Manifiesto —«La historia de las sociedades», desde los orígenes de la historia, es la historia de las luchas de clases»—, y el lenguaje, más comedido pero no menos incisivo, ajustado, extremadamentre racional, de los eruditos de origen burgués, de un hijo de rabino alsaciano, Émile Durkheim, o de un diputado del Reichstag, Max Weber. Si la sociología tiene el objetivo inconfesado, inconfesable, de contrarrestar la teoría con la que acababa de armarse el proletariado obrero, me abstendré de opinar al respecto. Sin embargo, queda abierta la cuestión de si una ciencia rigurosa de la sociedad no exige, inevitablemente, cambios tales que puedan calificarse de revolucionarios, porque dice, sencillamente, lo que es real, lo que no puede permanecer desenmascarado. Bachelard: «La verdad es un error corregido». Max Weber se definió a sí mismo como «un burgués consciente de serlo». Solo sentía aversión y desprecio por los dirigentes de los partidos obreros. Escribió sobre ello. Con eso, consecuente consigo mismo, con su principio de neutralidad ética, empezó a aprender ruso, a una edad avanzada, para seguir las acciones de los bolcheviques, después de que hubieran establecido el primer Estado socialista en la tierra. Ocupan un lugar destacado en sus Ensayos políticos

Los sociólogos franceses, hasta Bourdieu, pero no incluido, proceden de la burguesía, pricipalmente de París. La imponente fuerza de la obra de Bourdieu se debe, en gran medida, en mi opinión, a su pertenencia de clase. Tal vez era necesario salir del sector asalariado agrícola, y del suroeste, para experimentar personalmente la dominación y, si era posible, trascenderla. En el principio de Les Héritiers, de La Reproduction, está ciertamente el oficio de sociólogo, un dominio completo del método, de los instrumentos que controlan el acceso a la realidad, el sentido de la verdad. Pero sigue siendo necesaria también, tal vez, la discrepancia evidente, en la enseñanza secundaria y superior a la que uno acaba de acceder, la primera en su línea, entre nuestra forma natural, originaria, de sentir, de hablar y de actuar —la primera preocupación de Bourdieu, al llegar a París, fue deshacerse de su acento— y la del universo lejano, cerrado, exótico, esotérico, en el que se acaba de entrar. 

Las ciencias sociales, en los años cincuenta, eran una disciplina universitaria, con todo lo que ello implicaba en términos de prudencia y de reserva, de decoro, un poco aburrida y subalterna, como Bourdieu habría dicho. En aquella época, las ciencias sociales llevaban una existencia incruenta, institucional, de aula y de  despacho, tras la desaparición de Halbwachs, en los campos nazis, y de Mauss, en 1950. Una anécdota. Un día le pregunté a Bourdieu quién impartía esa asignatura cuando realizaba sus primeras investigaciones como etnólogo en Argelia. Se lo pensó tres segundos, él que tenía una mente aguda, antes de decir: «Georges Davy».

Un intelectual burgués es una contradicción en los términos. Como intelectual, es forzosamente de origen burgués. Porque se apropia del excedente de trabajo, del tiempo y de la vida de las clases trabajadoras, la burguesía es la única que, por sí sola, puede financiar el dilatado ocio estudioso de sus hijos. Estos últimos, llegado el momento, y por el efecto casi mecánico de la reproducción, no pueden evitar la tentación de pensar en términos de su interés de clase, de detenerse cuando una verdad que tocan es manifiestamente contraria al mismo. Pero existe, por otra parte, «la necesidad del espíritu» —la fórmula es de Caillois— o incluso el mandato de la Ilustración, el eco de la voz del viejo Kant: «Atrévete a saber». Prescriben no mirar más allá de la naturaleza de los hechos, no observar más leyes que las del entendimiento. Sus consecuencias prácticas, por desagradables o perjudiciales que sean, no pueden tenerse en cuenta. Si uno se detiene ahí, no habrá sido un sabio. Habrá seguido siendo un burgués. 

Los sociólogos no se han librado por completo del control que el objeto ejerce  sobre los sujetos cuando estos se ven implicados por primera vez. Cuando Durkheim, por ejemplo, se aventura a sugerir la restauración de los gremios como remedio para las patologías sociales documentadas, me resulta difícil seguirle. 

Savoir/agir: Al igual que la literatura, la sociología es un ámbito y posee una historia. Lo mejor que puede esperarse de ella es, de rectificación en rectificación, una visión algo menos ingenua e «interesada» del mundo social. Pero, ¿no se aplica esto también a la literatura? 

Pierre Bergounioux: El umbral de tolerancia de la ingenuidad, en la literatura, pero también en otros ámbitos, disminuye con la repercusión de los poderosos lenguajes generados por los movimientos, las luchas históricos. Es consustancial con las instituciones, con su opacidad, su autarquía, sus rutinas. El escritor puede ceder a las modas, prestar atención a las distinciones, a las gratificaciones que otorgan los organismos públicos o privados, los periódicos, los jurados, las academias. Pero si puede romper la carcasa de las convenciones, liberarse de los conformismos a los que invitan el pasado, la Escuela, el Estado, el orden de las cosas, entonces nos libera con él. Nos hace más ricos en el mundo (como diría Heidegger), aumenta nuestra alegría. Un ejemplo, que invoco a menudo. En la primera página de À la Recherche du temps perdu. Proust dice que acaba de dormirse tras dejar el libro y apagar la vela. Sueña que prosigue su lectura, piensa que ya es hora de buscar el sueño y este pensamiento le despierta. Leí estas líneas cuando tenía dieciséis años; descubrí, primero, que era algo que me había sucedido a mí, pero también que, contrariamente a lo que había creído, no estaba condenado a permanecer cautivo en los tenebrosos confines donde tenía su morada, sino que podía emerger, palabra a palabra, en toda su gloria, en la superficie del papel, y por tanto, finalmente, que yo podría, tal vez, un día, preguntar su nombre a los enigmáticos poderes que había encontrado inclinados sobre mis despertares. 

Savoir/agir: ¿Y la filosofía? 

Pierre Bergounioux: Es una especialidad extranjera que no se puede descuidar, por razones de proximidad, pero también en aras de la generalidad en la que se incribe nuestra pequeña aventura. La filosofía es alemana. Y fue un filósofo alemán que ya hemos mencionado, Marx, quien relacionó la fortuna que ha conocido, al otro lado del Rin, con el atraso político del país, con el mosaico de principados, ducados, en que consistía hasta la unificación de Alemania, bajo dominio prusiano, en 1871. Impotente para actuar en la escena mundial, donde los Leviatanes, los grandes Estados-nación, España, Francia, Inglaterra, se disputaban la supremacía, se vio  reducida a intentar comprender lo que hacían los demás. El pensamiento, como sabemos, nace del fracaso. Es, según Alexander Bain, un gesto retenido, una palabra refrenada.

¿Difiere la sensibilidad alemana de la nuestra? Esto, con toda evidencia, tiene que ver con la historia, con la política. Fue a finales del siglo XV cuando se estableció,  aquí, un Estado centralizado que impuso sus leyes, su moneda, sus pesos y medidas, su modo de hablar — el dialecto de Île-de-France, el francés— a una vasta  unidad territorial integrada. Todos tenemos en mente las magníficas investigaciones de Norbert Alias sobre las dinámicas de Occidente y la civilización de las costumbres. El hombre moderno, la interioridad reflexiva, son hijos del Estado. La conciencia reflexiva es el eco de su formidable poder. 

Me gustaría trazar un paralelismo entre la labor de exploracion llevada a cabo, casi simultáneamente, en los estratos profundos de la mente, por Proust y por Husserl, cada uno con sus propios medios, literarios o filosóficos, que proceden de sus tradiciones nacionales respectivas. Por extraño que parezca, la prosa compacta, compleja, concatenada, de Husserl, me proporciona un placer comparable al que obtengo de la literatura pura. Un profesor alemán, un protestante estricto, aunque tenga orígenes judíos, un mayordomo elegante, abre de un empujón, una tras otra, para mi infinito deleite, las puertas de la morada del sentido, que es mi morada, y de la que yo no tenía las llaves. No puedo dudar de que el mundo es, al menos en parte, «una representación subjetiva», «un problema egológico de carácter universal». 

Savoir/agir: Según usted, ¿no hay nada que salvar en la filosofía francesa? 

Pierre Bergounioux: Sólo tenemos cuatro filósofos: Montaigne, Descartes, Pascal y Rousseau. 

Savoir/agir: ¡Y Malebranche! 

Pierre Bergounioux: Un alumno de Descartes, que a su vez lo fue de Louis de Rouvroy, duque de Saint Simon y par de Francia, lo que explica la visión aristocrática y filosóficamente elevada de este cortesano «de estilo ardiente y rígido». 

Savoir/agir: ¡Y Bergson!

Pierre Bergounioux: Bergson nos habla desde la Sorbona, con todo lo que eso significa, mientras que Montaigne, a mis ojos, soporta la prueba del aire libre. Tuvo que hacer frente a las atrocidades de la guerra civil y a las dificultades de los asuntos del ayuntamiento de Burdeos. Descartes, por su parte, recorrió el mundo ligero de equipaje, a caballo, y Rousseau, plebeyo, a pie. 

Cuando uno abre el libro de un filósofo francés, no se sabe exactamente a qué se enfrenta. ¿Podría ser literatura? Habla, como ella, muy cerca de la vida. Descartes, en una de sus Meditaciones, parece estar ocupado jugueteando con un pequeño trozo de cera. Uno sonríe, antes de darse cuenta, muy rápidamente, de que lo está utilizando para establecer el segundo pilar de su sistema, para establecer la categoría de la extensión, nada menos. 

Savoir/agir: ¿Cómo definiría lo que usted ha hecho? 

Pierre Bergounioux: Yo no tengo palabras. Yo Garabateo. Por las mismas profundas razones históricas que he invocado a propósito de la filosofía, de los Estados-nación europeos, los provincianos de mi condición siempre se vieron  reducidos a la triste necesidad de depender de otros para saber lo que eran. Y este enorme para-otros, en ausencia de la conciencia propia, del para-sí, era inevitablemente denigrante. Es el «escholier lymozin» del capítulo sexto de Pantagruel, el Monsieur de Pourceaugnac, «caballero de Limoges», de Molière... Si el axioma de la filosofía de la historia es que la totalidad del pasado está presente en las estructuras del mundo material y en las estructuras mentales de los agentes que hacen la historia, yo he interiorizado la de mi pequeño país. Soy el punto de aplicación temporal de un pasado de miseria y silencio. «Las generaciones muertas pesan en el cerebro de los vivos». Yo no tenía capacidad, ni vocación, para hacer juicios públicos, para publicar juicios. Eran otros los que detentaban, en exclusiva,  ese poder y, como vivían lejos, la última de sus preocupaciones era ilustrarnos sobre lo que nos ocurría, o no, en nuestra imprecisa región. Fuimos privados del texto que, virtualmente, acompaña, ilumina, influye, en la vida de las sociedades. Sentí el alcance, la crueldad de nuestra desgracia. Estaba dispuesto a considerarlo, a soportar el despecho, la humillación que acompañarían a su descubrimiento, a su reconocimiento. Pero, como ya he dicho, el aviso, cuando intenté, a mi vez, la aventura, quedó inédito. 

Esta larga historia contamina la idea que me hago acerca de lo que elaboro cuando estoy inclinado, lápiz en mano, sobre mi papel. El desarrollo desigual impidió a mis predecesores desentrañar lo que sucedía y les concernía —Wittgenstein: «El mundo es todo lo que es el caso»— cuando llegó el momento, su momento. Las demoras se han acumulado, el retraso se ha agravado. Estoy vivo, creo, y aún he visto trabajar al ganado, a los bueyes virgilianos bajo el yugo, he oído hablar patois por todas partes, sufrido privaciones que ya no se pueden imaginar. Formalmente, soy de mediados del siglo pasado, de hecho, del XIX, del Ancien Régime, de los tiempos merovingios. Fue preciso que recorriera, a marchas forzadas, quemando las etapas, las épocas amontonadas a las que la luz de su tiempo no había alcanzado, que atravesara las espesuras de un pasado irresoluto para llegar al presente. Nuestros gestos, nuestros pensamientos, revelan la influencia del entorno, nuestra relación con la tarea, la evidencia, la relativa facilidad de una costumbre arraigada o la torpeza, la gigantesca incertidumbre de la novedad absoluta. En la década de 1880, un trabajador agrícola, en mi región, cobraba cincuenta céntimos al día. Pero era alimentado y alojado, generalmente en el establo. Necesitaba sudar durante ocho días para conseguir una novela de Anatole France, La Rôtisserie de la reine Pédauque o Les Dieux ont soif, que costaban cuatro francos. Pero se ahorró este gasto. No hablaba más que occitano y era analfabeto. 

Miro con un viejo resentimiento de plebeyo, de campesino, una determinada imagen del escritor, imperceptiblemente distraído u ostensiblemente ajeno al mundo profano y a sus habitantes, despeinado por «las tormentas deseadas» y pintado por Girodet, o adoptando posturas, de Barbey d'Aurevilly a Montherlant, pasando por Barrès, Malraux y otros, todavía, del mismo tipo y que es superfluo nombrar. Gentes instaladas en los barrios acomodados y bellos de la capital, exentas de las preocupaciones ordinarias, y que pueden hacer un caso infinito de las cosas más nimias, escriben novelas psicológicas, fábulas heroicas, que me excluyen a mí, y a tantos otros, pura y simplemente. 

Savoir/agir: Montaigne y Proust... 

Pierre Bergounioux: Puede ocurrir que un hidalgüelo del Périgord o un retoño de la banca parisina y de la Facultad de Medicina superen la suma de prejuicios asociados a su condición social, respondan a la necesidad de un espíritu que compita con el interés de clase. Esto que digo suena a la peor clase de idealismo —la determinación por el concepto. A menos que se admita que el determinismo económico, cuando es extremadamente ventajoso, proporciona a sus beneficiarios la posibilidad, la libertad, de dar cabida a pensamientos que, en primera instancia, les son ajenos, opuestos. Tal vez sea admisible, en determinadas condiciones, muy raras —pero los escritores muy grandes son pocos—, ignorar todo y decir lo impensable. Usted ha mencionado a Montaigne. Era un noble, un rico terrateniente, primer magistrado de Burdeos, un hombre extraordinariamente cultivado, tan exquisitamente refinado como se puede ser en el Renacimiento. Esa es la razón, sin duda, para que su mirada fuera diferente de la de sus sus compatriotas, menos eruditos y reflexivos, menos confortablemente asentados, con respecto a los tres tupis guaraníes que acababann de ser desembarcados en Le Havre. Montaigne detecta, por lo pronto, que los indígenas sólo conciben las relaciones entre ellos —y, por tanto, políticas— de forma igualitaria, cuando no se le escapa que unos, aquí, incluido él mismo, rebosan de riqueza mientras otros se mueren de hambre a su puerta. Y, como se ha tomado cierta distancia de sí mismo y, por extensión, de las costumbres y procedimientos imperantes, puede incluso fingir retomarlos para desligarse mejor de ellos. «Pero —concluye sobre estos caníbales— no llevan calzas». 

Aquellos que, a través de las épocas, confiscan en beneficio propio el producto sobrante, pueden, por sí solos, dar plena expresión a su humanidad, elevarse a ese grado de discernimiento del que ya decía La Bruyère que «justo después vienen los diamantes y las perlas». 

Savoir/agir: Vuelvo a su trabajo... Me parece que puede verse como un intento de restaurar algo de la verdad de este mundo mudo o «hablado por otros», como dice Bourdieu, y un esfuerzo por comprender lo que ocurrió. 

Pierre Bergounioux: Sí, sería algo parecido al el trabajo de un historiador, pero poco fiable, precientífico, un tanto místico, como, en el pasado, Michelet descendiendo al reino de los muertos, con la vara de oro en la mano, para dar la palabra a aquellos que nunca la tuvieron. Se consideraba investido de la misión de facilitarles el acceso al significado para encontrar la paz. Hablando en serio, me interesaron las investigaciones de la psicóloga rusa Bluma Zeigarnik sobre la persistencia en la memoria de lo que no se ha consumado. Yo he tenido un escolarización completa. He comprobado, como sostiene Jack Goody, que el descubrimiento de la escritura es el acontecimiento más importante de la aventura humana. La utilicé para ahuyentar del «país de mi alma» a esos enemigos inmemoriales que son la ignorancia y el olvido. 

La reconquista concierne también a esos individuos agazapados en nuestro interior, el chiquillo excluido, el adolescente asustado que, dominados por las circunstancias, desbordados por el acontecimiento, reclaman en voz baja al adulto en que se convertirán que disipe los enigmas a los que se enfrentan ya que él tiene la explicación, caso de que la haya conseguido. Pienso en la famosa fórmula de Freud: «Allí donde estaba, es donde debo aparecer». Ocurrieron cosas que escapaban a nuestra comprensión. Pero se pierde nada. Cada uno de nuestros instantes es la suma o el resultado de todos los precedentes, y la necesidad de razón suficiente, que inherente a nuestra cultura, no nos deja descansar ni renunciar hasta que la hemos satisfecho. 

Cuando surgió la posibilidad de comprender algo sobre el asunto, cuando yo tenía unos diecisiete años, resolví dedicarle el resto de mi tiempo, feliz si, en el último momento, podía adivinar su final. Hubiera preferido que lo hiciera un tercero. Me habría bastado con extender la mano para leerlo. Pero el pequeño fajo de papeles que me dieron estaba deseperadamente en blanco, y por eso me habré pasado la vida garabateando. 

Savoir/agir: Escribir, pero también enseñar... 

Pierre Bergounioux: Cuarenta años de enseñanza, el cumplimiento aplazado del deseo de unos abuelos a los que no conocí y a los que la oscuridad de los tiempos, los suyos, no permitió a mi padre cumplir. En virtud de la ley de conservación de la energía (social), cayó sobre mí, llegado el momento, y como yo había sido preparado para ello, contemplé la opción, el ejercicio de esta profesión, como una vocación. Recuerdo el entusiasmo con que empujé, a los veinticinco años, la puerta del aula. Además de a los alumnos reales que tenía enfrente, era también al chico decepcionado, desilusionado que había sido yo mismo, a quien se dirigía el profesor en el que me había convertido. Yo era un activista político. No me hacía ilusiones. Había leído Rapport pédagogique et communication, Les Héritiers. Comprobé, inmediatamente, el impacto del origen social en el rendimiento escolar, participé, sin quererlo, en la consagración de los privilegios. Intenté, en la medida de lo posible, atenuar la brutalidad de los veredictos escolares, la estigmatización con la golpeamos, con un bolígrafo rojo, a los malos alumnos, es decir, a los hijos de las clases populares. Tenía la posibilidad, en medio de la batalla, de derribar algunas de las barreras que limitan su alcance. Alumnos a los que todo predestinaba a no comprender, a no oírme, quedaron atrapados en el juego, descubrieron que «era de ellos de quien trataba la fábula», para usar las palabras del viejo Horacio. Siguen siendo grandes placeres que iluminan mi extensa carrera. En cuanto a los que intenté atraer hacia mí, que se abrieran a sí mismos, sin éxito, la sociología de la educación me enseñó que, aun con la mejor voluntad, no se podía hacer. De lo contrario, se habría producido la igualdad efectiva de oportunidades, el fin de la injusticia, y ésta nunca ha sido, más bien al contrario, la contribución que se espera del sistema educativo en una sociedad de clases. 

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Este artículo es la traducción al castellano de la entrevista Je n'ai pas de mot. Je gribouille, publicada por Cairn.Info, Matières à réflexion en https://www.cairn.info/revue-savoir-agir-2014-4-page-79.htm  

La imagen de la cabecera procede de: https://france3-regions.francetvinfo.fr/nouvelle-aquitaine/correze/documentaire-pierre-bergounioux-passion-ecrire-1569320.html     

Como todo el contenido de este blog, este artículo está publicado bajo la licencia de Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 España

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Otros recursos relativos al autor en este blog:

Traducción al castellano de: Pierre Bergounioux, «Bon dieu!»Traducción del ensayo «Claude Simon» del libro L’invention du présent.

Traducción del ensayo «La invención del presente» del libro L’invention du présent. 

Traducción del Postfacio de Pierre Simon del libro B-17G

Traducción del ensayo «Michon» del libro L’invention du présent

Traducción de la conferencia «La escritura como revelación y liberación», transcrita en Les Actes de Lecture n°107

Traducción del Prefacio del libro Exister par deux fois

Notas de Lectura de Le corps de la lettre 

Notas de Lectura de Le grand sylvain

Notas de Lectura de El río de las edades

Notas de Lectura de La huella

Notas de Lectura de Un poco de azul en el paisaje

Notas de Lectura de Cuaderno de Notas. Diario 1980-1985

Notas de Lectura de Una habitación en Holanda

Notas de Lectura de Carnet de notes 1980-1990

Notas de Lectura de Carnet de notes 1991-2000

Notas de Lectura de Carnet de Notes 2001-2010

Notas de Lectura de Carnet de Notes 2011-2015

Notas de Lectura de B-17G

Notas de Lectura de La casse