26 de abril de 2011

El planeta de los simios

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El señor Boi Ruiz, Honorable Consejero de Sanidad de la Generalitat de Catalunya, en el momento de su declaración al periódico Ara el pasado día 7 de marzo
El pasado día 7 de marzo, el periódico Ara publicaba una entrevista con Boi Ruiz, consejero de Sanidad de la Generalitat, en la que el honorable declaraba lo siguiente: "Si quiere estudiar filología clásica por placer, se lo tendrá que pagar usted. El Estado tiene que facilitar las cosas a quien quiera estudiar por razones de mercado". Pasada la indignación que suscita semejante barbaridad, expresada además con la desdeñosa arrogancia de quien desprecia cuanto ignora, la declaración sirve para exponer una reflexión bastante más problemática que la simpleza en la que se inspira.
En primer lugar, hay que notar que el señor Ruiz acierta a elegir la filología clásica como epítome de los estudios inútiles, es decir, las humanidades. Desde la ya lejana segmentación de la carrera de Filosofía y Letras hasta llegar a la actual evisceración de los estudios humanísticos practicada al dictado del Plan Bolonia, la filología clásica había quedado como el último refugio de las litterae humaniores, a salvo de los intentos del mercado por metabolizar una disciplina por definición inmune a él. Por otra parte, el desprecio por los estudios clásicos es ya, desde hace muchos años, una postura institucional que no escandaliza, por desgracia, a nadie. Tampoco es novedosa -aunque sí sea insólito, tal vez, el descaro con que se plantea- la idea de que la Universidad debe ceñirse exclusivamente a las demandas del mercado, una ecuación que menoscaba la condición intempestiva del conocimiento. Si la educación se imparte sólo en términos mercadotécnicos acaba, irremediablemente, por desvirtuarse y desahuciar a la sociedad a la que se pretender servir: tal es el inquietante uróboros que proponen el consejero Ruiz et alii.
En ¿Qué es un clásico?, una conferencia de 1944, T. S. Eliot reflexionaba sobre la relación que una sociedad establece con el concepto de clásico, que él identificaba todavía con Virgilio. Dejando ahora de lado la caducidad de esa idea, incluso en el momento en que fue formulada y a sabiendas de su autor, las conclusiones a las que llega Eliot al respecto resultan sin embargo inesperadamente iluminadoras para entender el ambiente que ha hecho posible una declaración como la de Boi Ruiz en nuestros días. Sostenía Eliot que, en su época, cuando el hombre parecía más dispuesto que nunca a confundir conocimiento con información e intentaba solventar la vida en términos tecnológicos, empezaba a surgir una nueva forma de provincianismo que no tenía que ver con el espacio sino con el tiempo y para el que la historia es simplemente la crónica de los artefactos humanos; un provincianismo para el que el mundo es sólo propiedad de los vivos y donde los muertos han sido desposeídos de su patrimonio -si lo mereciera, parecería una definición de la actitud del provinciano consejero. Terminaba Eliot diciendo que el resultado de todo ello es que los habitantes del globo acabaríamos siendo, todos juntos, provincianos. Y que aquellos que se resistieran no tendrían más remedio que convertirse en ermitaños.
Por otro lado, la aparente extrañeza que produce escuchar una afirmación de esa naturaleza en boca del titular de Sanidad y no en la del responsable del ramo induce a pensar que la frase es mucho más que una ocurrencia. Hace ya bastante tiempo que la crisis económica se utiliza como excusa para desguazar sin contemplaciones el Estado de bienestar. Lo que realmente se trasluce en las palabras de Boi Ruiz es el clima de opinión que se respira en el seno de la Administración pública. No es casual que la bravata del señor Ruiz haya venido acompañada del silencio cómplice y vergonzoso de sus colegas y en especial de Ferran Mascarell, consejero de Cultura, ex miembro del PSC y ahora incorporado como independiente a ese "Gobierno de los mejores" que prometió Artur Mas, responsable último y verdadero artífice de la afrenta.
Es realmente desolador ver cómo los políticos nacionalistas se llenan la boca de patriotismo para luego desmantelar la res publica y venderla por cuatro cuartos. Haría bien Artur Mas en leerse, por ejemplo, el Discurso fúnebre de Pericles y comprobar hasta qué punto la política que auspicia no va sólo en contra de la paideia sino de los fundamentos de la democracia.
Andreu Jaume. Diario El País, 16/04/2011

24 de abril de 2011

22 de abril de 2011

Bécon-les-Bruyères

Traducción de Anna Casasses Figueres
“Bécon-les-Bruyères amb prou feines existeix.”
En 1927 la revista Europe encarga a Emmanuel Bove un relato de viajes que sería publicado en la colección "Portraits de la France", y el escritor escoge el pueblo donde ha residido recientemente; el resultado es este Bécon-les-Bruyères (Bécon-les-Bruyères, 1927), un escrito a modo de anti-folleto de turismo donde se exponen de forma detallada y anecdótica las razones por las que, tal vez, no haría falta visitar la ciudad.
“Igual que davant d’una persona que ens presenten dient que és molt divertida, i amb la qual de cop i volta et quedes sol parlant seriosament després que l’amic que te l’ha presentat se n’hagi anat, quan arribes a Bécon-les-Bruyères et trobes sumit en la sensació que diu que, a partir del moment que les coses són, deixen de ser divertides.”
Bécon-les-Bruyères es un impersonal asentamiento a la afueras de París, un punto intermedio entre la gran ciudad y el campo, que ejerce como intermediario entre ambos. Los habitantes son como los de otros lugares, pero el enclave en sí mismo carece de personalidad. La importancia subjetiva del lugar de origen de uno, independientemente de que el lugar sea un enclave insignificante, la vida en él, transcurre como en cualquier otro sitio, pero parece no afectar más que a los lugareños. Las fábricas, los descampados, un cementerio para perros, unas pistas de tenis, el Casino...; aunque insignificantes, todas esas cosas contienen vida, la misma vida que una gran ciudad: es cuestión sólo de cantidad.

Detrás de la mirada irónica de Bove no se esconde ningún menosprecio hacia Bécon-les-Bruyères; de hecho, aunque paradigma de la levedad de estilo, Bove ejecuta una obra maestra de la concisión: la pretendida insignificancia del sujeto de la narración parece remitir a una aparente inexistencia de estilo, aunque esa ausencia sea ya una elección estética que requiere una toma de partido, es decir, que la ausencia de estilo es ya una forma de estilo. Cabría decir, asimismo, que el autor trata al enclave con suma ternura, la misma con la que se trata a las cosas insignificantes, pero sin que esa mirada tenga que ver ni con el sarcasmo ni con el cinismo. Una mirada apresurada podría llevar a la conclusión de que los habitantes de Bécon-les-Bruyères forman parte de la hermandad de los excluidos, pero eso sería un error: a fin de cuentas, éste no es tan distinto de multitud de pueblos que se han establecido en un determinado lugar sin ninguna razón, casi con el único fin de recoger los excedentes -pues no otra cosa son las banlieus de las grandes ciudades europeas, antiguamente denominados arrabales y en la actualidad calificados, de un modo más correcto políticamente, como periferia- de las grandes capitales, unos lugares crecidos sin ningún tipo de planificación, y que a menudo comparten la sensación de haber rellenado los espacios vacíos que se encontraban alrededor de una estación de ferrocarril.
“Una estació està més a prop del progrés que qualsevol altre lloc.”
La estación de ferrocarril puede ser el eje vertebrador de una localidad, al tiempo que es su entrada en el mundo: la gran mayoría de viajeros del tren son idiferentes con respecto a Bécon-les-Bruyères; es más, ellos creen que “sólo han pasado” pero, en realidad, por el solo hecho de haber pasado por la estación a bordo del tren, ya “han estado” allí.
“La persona que en un moment de decaïment anés a parar a Bécon-les-Bruyères sentiria que ha caigut tan avall que en marxaria immediatament.”
En todo caso, y esa es una de las conclusiones del retrato que hace Bove, y no necesarimente pesimista, cuando no se tiene ningún valor, lo más prudente es ser siempre consciente de la propia insignificancia.
Y una reflexión final de Bove que tampoco debería despreciarse: tal vez el destino final de Bécon-les-Bruyères, como el de cualquier ser vivo, sea desaparecer, en este caso, absorbido por las ciudades limítrofes. Después de desaparecer la ciudad desaparecerán los habitantes que la recuerdan; después, desaparecerá incluso su recuerdo para, finalmente, parecer que no ha existido nunca, y
“Bécon haurà anat a parar amb el brucs prèviament morts.” 

12 de abril de 2011

Intervención en Nostromo





Hace unos días fue requerida mi presencia por Carmina Roig, productora, para grabar una pequeña intervención destinada al programa Nostromo de La 2 de Radio Televisión Española dedicado a los relatos breves; la grabación tuvo lugar en la librería La Central del Raval, en Barcelona. A continuación, transcribo el guión de la intervención.


Opinión general acerca del relato breve.
El relato breve es la solución formal que adopta un escritor cuando el tema de la narración lo exige; cualquier juicio sobre la superioridad estética de la novela con respecto al relato o al revés es inútil: ni el Quijote podría ser un cuento, ni "Continuidad de los parques" una novela.


Un autor de relatos breves que recomendaría.



David Foster Wallace (1962-2008). Escritor estadounidense que, a pesar de poseer una obra no demasiado extensa, se ha convertido en escritor de culto. Forma parte de una generación que, inspirada por autores consagrados como Thomas Pynchon, Don DeLillo o Kurt Vonnegut, ha alumbrado grandes talentos creativos: Jonathan Franzen, William Vollmann, Dave Eggers o Jonathan Lethem.


DFW es el escritor que ha retratado con mayor fortuna las miserias de la postmodernidad: la tecnología deshumanizadora, la alienación de la sociedad mediática, el ennui del tardocapitalismo, las adicciones físicas y psíquicas, el exceso de información y la soledad del individuo.


A pesar de ser autor de varias novelas, como La broma infinita (Infinite Jest, 1996) 



y de reportajes literarios de no ficción, como Hablemos de langostas (Consider the Lobster, 2005), creo que donde alcanza su mayor maestría es en el relato breve: La niña del pelo raro (Girl with Curious Hair1989)) o Extinción (Oblivion: Stories, 2004).


Los relatos breves de DFW cuentan con unos recursos técnicos infinitos que permiten radicalizar hasta el extremo el planteamiento del lenguaje narrativo. Mediante una prosa no-lineal sino tentacular, con esquema de red, consigue dar a sus temas un tono satírico pero trágico, humorístico pero amargo, todo ello desde el absurdo, ya que, según parece, el realismo ya no serviría para retratar nuestra civilización.


Cita un relato breve especialmente recomendado.



Más que un cuento, me parecen especialmente recomendables los integrantes de la serie "Entrevistas breves con hombres repulsivos", incluidos en el libro del mismo nombre (Brief Interviews with Hideous Men, 1999). La primera impresión ante su lectura es de perplejidad, ya que la serie se compone de un conjunto de entrevistas a personajes marginales que sufren un extraño pavor a las mujeres, pero los relatos poseen una constricción formal inusual: sólo podemos leer las respuestas, ya que las preguntas no aparecen. Este hecho provoca que, realmente, lo que leemos sean autorretratos de los entrevistados, y que nos demos cuenta de que, como en La parada de los monstruos (Freaks, 1932), lo grotesco no tiene por qué ser divertido.

10 de abril de 2011

Autoabsolución

"Podría pensarse que tengo prejuicios. Quizás los tenga. Me avergonzaría de mí mismo si no los tuviera".
Samuel Langhorne Clemens, conocido por el seudónimo de Mark Twain (1835-1910)

2 de abril de 2011

La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad

Traducción de Nicolás Valencia Campuzano


Bernard-Marie Koltès es un autor universalmente reconocido por sus obras dramáticas en su día claramente “alternativas”, pero en la actualidad imprescindibles en el panorama teatral contemporáneo. La Noche justo antes de los bosques (La Nuit juste avant les forêts,  1978) y En la soledad de los campos de algodón (Dans la solitude des champs de coton (1985)) son dos de sus obras más conocidas y, en parte, responsables de que Koltès sea unos de los autores dramáticos franceses más influyentes y representados. La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad (La fuite à cheval très loin dans la ville, 1984) es su única novela que, a pesar de la importancia del autor y de esa singularidad, jamás había sido editada en castellano. Igual que en el resto de su obra, La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad hunde sus raíces en la dicotomía comunicación-incomunicación, y en la forma en que condiciona las relaciones entre los seres humanos; si en el teatro se explora a través de los mecanismos de la soledad, en esta novela se lleva a cabo, principalmente, desde la alucinación, la paranoia, hasta el punto de que el tono narrativo parece inspirado desde una irrealidad fáctica y concreta, desde los mismos márgenes de la conciencia.

"Félice descargó sus paquetes, se sentó y miró sin moverse la gran bola de humo negro, que vigilaba más allá de las puertas del cementerio."
La novela no es de lectura fácil; a trechos, parece que el maldito narrador, si es que se puede hablar de narrador, al menos en el sentido clásico del término (curiosa esta reflexión, como si fuera fácil buscar clasicismo en Koltès, un autor al que su anti-clasicismo ha convertido en clásico; paradojas... ) nos niegue la comprensión, a menudo con inacabables digresiones metafóricas continuas y reiterativas hasta la extenuación que, en lugar de puntear la acción, acaban substituyéndola, convirtiendo el lenguaje narrativo en una suerte de combinación larsvontrierana de plano-contraplano cinematográfica.
La experiencia teatral de Koltès se hace patente, también, ante la utilización de sus recursos: la alteración del tiempo narrativo mediante el uso del pasado para las descripciones y del presente para la acción, desligando temporalmente ambos ámbitos; la omisión deliberada de detalles (la descripción clásica, jamesiana, o ha muerto o está en hibernación); el tratamiento intencionadamente elidido de la voz narradora; y, sobretodo, el ritmo narrativo, sincopado, a modo de rap, compuesto por diálogos, o mejor dicho, monólogos sucesivos (y ahí, la referencia a La Noche justo antes de los bosques es ineludible), a menudo con anacronismos que nos obligan a una atención constante, y asépticas y telegramáticas enumeraciones, más que descripciones, de lo que les acaece a los protagonistas, en una prosa deslavazada que intenta dar homogeneidad a sucesiones surrealistas de escenas, surrealistas en sí mismas, cuya conexión es más que sospechosa. El recurso al simbolismo parece evidente a primera vista, pero no creo que Koltès, rompedor en tantas facetas, pretendiera dar ese salto hacia atrás, a menos que fuera para desacreditarlo mediante la ironía, sino que tal vez las poliadicciones de los personajes, con unas vidas al otro lado de cualquier lado y, en en cualquier caso, con tan pocos puntos de conexión con la realidad, se traspasen a la voz narradora, redundando en un tono entre alelado y onírico que me parece, a pesar de su dificultad en términos de inteligibilidad para el lector, uno de los aciertos máximos de la novela.
“Un movimiento subterráneo y los ruidos tropezaban con ellos a ratos: llegaba de frente, se agrietaba y chorreaba sobre ellos, como una tierra anegada que los hacía tambalearse. Eran como una burbuja corriente arriba.”
La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad es una novela nocturna; la fascinación por la oscuridad, y no sólo la real, es constante en unos personajes permanentemente expuestos a peligros, ora reales ora imaginarios, ocupados constantemente en una subsistencia basada en desesperados intentos de escapar, siempre hacia zonas oscuras. Es cierto que la oscuridad esconde amenazas, pero es en ella donde los personajes se ponen a salvo de las otras amenazas, las procedentes del mundo de la luz, esas sí peligrosas pues son visibles; el día, a diferencia de la noche, muestra a nuestros enemigos en todo su esplendor; en cambio, cuando las amenazas no se ven, se puede actuar como si no existieran.
“La noche avanzaba con el paso lento de la prostituta, espesa, cargada de sombras y relieves incomprensibles. Se instalaba con todo su peso, pesada y segura, desvelaba su monstruoso rostro de andrógino y abría sus brazos al vacío.”
El tratamiento y la caracterización de los personajes merecería una reseña aparte... Tanto los cuatro protagonistas principales como otros accesorios que entran y salen de la acción discrecionalmente constituyen un completo catálogo de inadaptados, un conjunto de criaturas de la noche, a medio camino entre el moderno okupa y el clochard más clásico, que se mueven a voluntad por habitaciones míseras y lugares cerrados, ambientes claustrofóbicos y amenazadores, imaginativa metáfora hiperrealista del mundo en que intentan desenvolverse, obligados a alocadas carreras hacia ninguna parte en las que no importa tanto a dónde se va si no de qué se escapa;
“Cassius no volvió a abrir los ojos, no hizo ningún esfuerzo para mantenerse en pie, sintiendo confusamente que esta negación obstinada lo protegía como una ausencia.”
en definitiva, personajes insólitamente paradójicos viviendo en mundos paralelos como si fuesen el mundo real, que interactúan oníricamente con otros personajes marginales, a veces reales, a veces imaginarios.
“Apaciguado, Cassius se inventó una noche.”
Una auténtica apología de la autodestrucción, más de sus efectos que de sus causas, una maravillosa y aterradora pesadilla de la que sólo se despierta cuando se cierra el libro, de lectura imprescindible.