29 de junio de 2009

Manituana

Los Wu Ming, seudónimo literario de un grupo de escritores italianos que trabajan de forma colectiva, después del genial Q y de la original pero prescindible 54, vuelven al ataque con una nueva vuelta de tuerca, una novela de aventuras clásica.

La acción si sitúa en la década de 1770 en las todavía colonias británicas en el continente americano, y los protagonista centrales son Las Seis Naciones, las tribus aborígenes que, después de haber jurado fidelidad y luchado a favor de la metrópoli en la guerra franco-británica, se encuentran en el dilema de seguir apoyando a la corona británica o a las colonias insurrectas en la guerra por la independencia. Afectados y recluidos por la primera contienda en una estrecha franja de terreno comprendida entre el futuro estado de Nueva York y la zona de los grandes lagos, su fidelidad al rey Jorge III les costará definitivamente su libertad y ser diezmados hasta la aniquilación por una maquinaria y una concepción de la guerra a la que no pueden hacer frente.

Novela de aventuras clásica-clásica, con acción trepidante, estilo cinematográfico, personajes entrañables y multitud de historias que corren paralelas a la acción, que sigue la estela de los autores del género, y que tiene una de sus mejores bazas en tomar partido por los perdedores, aquello que la Historia en mayúsculas nunca se ha podido permitir.
Un consejo: recorran los enlaces marcados en este escrito, porque constituyen una novela por sí mismos.

25 de junio de 2009

El final del desfile

El final del desfile. Ford Madox Ford. Random House Mondadori
Traducción de Miguel Temprano García
Una vez había oído decir que la humanidad se componía de intelectos exactos y constructivos por un lado y por el otro de carne de cañón para llenar los cementerios.

El viejo continente está a punto de saltar hecho pedazos con el riesgo, que el futuro confirmaría, de arrastrar en su caída al civilizado mundo occidental, mientras la clase media inglesa, los terratenientes, los exalumnos de Oxford y las piezas de la inextricable burocracia ministerial siguen preocupados por sus amantes, sus carreras de caballos y los movimientos en el escalafón. El mundo conocido está a un paso de sucumbir e Inglaterra no es que mire hacia otro lado sino que está a punto de caer hipnotizada por su propio ombligo. Incluso una vez ha estallado el conflicto y los protagonistas se ven irremediablemente envueltos en él –recordemos que es la primera contienda denominada, contemporáneamente, “La Gran Guerra” y “Primera Guerra Mundial” con posterioridad-, no es el patrotismo lo que los lleva al frente; antes bien, la movilización, a menudo voluntaria, no es más que un modo justificado y raramente censurable de escapar de los acreedores, de una amante desechada… o del propio aburrimiento.

El final del desfile (Parade's End, 1924-1928) no es tanto un libro antibélico –por más que sea uno de los mejores textos sobre la Primera Guerra Mundial, complemento imprescindible de esa otra gran obra de Ford Madox Ford, El buen soldado (The Good Soldier, 1915)- como una sátira despiadada de una clase social que cree entonar su último lamento, su postrer canto de sirena creyendo salvar a la patria, cuando en realidad es el último clamor ante su desaparición.

21 de junio de 2009

Una calificación

Tomo prestada de David Foster Wallace la nueva calificación para el espectador mediático posmoderno, o para el espectador de la posmodernidad mediática, o incluso para el espectador de la posmodernidad artística: terminal no-inteligente.

13 de junio de 2009

¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo de patio?


¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo de patio?
Georges Perec, Ediciones Alpha Decay.
Traducción de Marisol Arbués y Hermes Salceda

¿Para qué en estos tiempos, y con la que está cayendo, en el sector del libro y en todos los demás, se edita un Perec, por más que se trate de un inédito?

Esto no es una respuesta, es simplemente el primer párrafo de ¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo de patio?, pero puede ayudar a responder a la pregunta: “Había un tío, lo llamaban Karamanlis, o algo así. ¿Karatoro? ¿Karavaca? ¿Karagüevo? Bueno, Karaalgo. En todo caso, no era un nombre cualquiera, era de esos que se te quedan, que no olvidas así como así.”

Un insólito y estrambótico grupo de amigos, que suelen compartir pantaguélicas comilonas y etílicas y ahumadas sobremesas, tienen que acudir en ayuda de un conocido, amigo a su vez del propietario de ese petit vélo à guidon chromé au fond de la cour del que nos habla el título, que no quiere ser movilizado para la campaña de la guerra de Argelia que promueve el general De Gol (sic). Teniendo en cuenta las particularidades de los componentes del grupo, no es de extrañar que la batería de soluciones sean absolutamente desquiciadas, aunque la propia disparidad de opiniones facilita una vía de solución que, a pesar de no contar, en principio, con el favor del interesado, es validada por la mayoría de la asamblea. La ejecución y consecuencias de esa solución se resolverá en un sorprendente e hilarante final digno de los hermanos Marx.

Perec es un escritor anacrónico, de otro tiempo, que no tiene nada que ver ni con el mercado bestselleriano ni con la binarización de la cultura -1, todo; 0, nada-: es un escritor de matices, de un gusto exquisito aunque frecuentemente se sirva envuelto en modesto papel de estraza; leer a Georges Perec es, sobre todo, divertido y hasta orgiástico porque el parisino es un gamberro es su acepción más literal, un autor que escapa a cualquier intento de clasificación porque sobrevive a los intentos de escasillarlo escurriéndose de entre las pinzas de los asépticos canonistas con una puñetera sonrisa de despedida. Sin embargo, ahí quedan, para la verdadera posteridad y para escarnio de rankings, además de otras joyas de pequeño formato, un Prix Renaudot a los 29 años por Las cosas (Les choses, 1965), un imposible e inigualado tour de force alfabético en El secuestro (La disparition, 1969) y una de las novelas mayores del siglo XX, magna síntesis de su poética, La vida: instrucciones de uso (La vie: mode d’emploi, 1978).

Si son lectores de Perec, corran a por esta escurridiza joya de envoltorio tan modesto y de título tan fantástico; si no lo son, no cabe duda de que este petit vélo es una excelente introducción al peculiar mundo, aunque decir universo sería más justo, de uno de los últimos escritores geniales (de genio: inteligencia o talento extraordinario, que produce creaciones artísticas, literarias o científicas, originales y de excepcional valor) de la vieja Europa.

Por cierto, mi respuesta a la pregunta del primer párrafo es la siguiente: para solaz de los lectores que se lo merecen. Es posible que para el editor no sea suficiente, pero lo indudablemente cierto es que pocos autores ofrecen una recompensa del mismo calibre que la lectura de Perec.

9 de junio de 2009

Contrapunto XXXVII

Prefiero tener que enfrentarme a un enemigo fuerte que a uno débil porque esa debilidad, que puede constituir su verdadera fuerza, es más fácil que pueda confundirse con que sea inofensivo, y en este hecho puede radicar la mayor amenaza.

5 de junio de 2009

El sentido del pasado

El sentido del pasado. Henry James, Ediciones del Cobre
Traducción de A. López Tobajas y M. Tabuyo

A todo el que se proponga leer esta reseña, una advertencia previa: mi incondicional admiración por Henry James, autor de una de las mejores nouvelles de la historia de la literatura occidental, Otra vuelta de tuerca, y de alguna de las novelas más admirables, Retrato de una dama, por ejemplo, me impide ser imparcial. Lo que sigue, pues, es pura admiración.

El sentido del pasado es una novela inacabada; la edición de El Cobre presenta unos cuantos capítulos igualmente inacabados y una serie de notas que James dejó dictadas y que constituyen el plan de la obra, un borrador extremadamente interesante por lo que representan de inmersión –tal vez cabría hablar incluso de “invasión”, ya que el destino de esas notas no era ser publicadas- en la cocina literaria del autor anglo-norteamericano. A pesar de ello, El sentido del pasado es James al ciento por ciento: vocabulario preciso, acción contenida hasta el límite, diálogos absorbentes y, como es usual, sintaxis diabólicamente intrincada. Como ejemplo, las ciento cincuenta páginas del “Libro Cuarto”, una entrevista entre cuatro personajes en una situación claustrofóbica, angustiosa, opresiva, donde cada participante es llevado al límite de su tolerancia y, alguno de ellos, de su inteligencia. Magistral.

La trama, apenas en estado de esbozo, tiene que ver con la inmersión –otra vez esa palabra… ¿por qué se asocia Henry James con la “inmersión”?- en el pasado del protagonista debido a la visión de un cuadro antiguo, y con las relaciones con los personajes de ambas épocas. Pero siendo James, ¿a quién le importa la trama?