29 de junio de 2020

Matriarcadia

Matriarcadia. Charlotte Perkins Gilman. Ediciones Akal, 2018
Traducción de Celia Merino Redondo
Charlotte Perkins Gilman es conocida por los lectores por La habitación del papel amarillo, el extraordinario relato sobre la obsesión y la locura que le dio notoriedad y que ha sobrevivido en excelente forma al paso del tiempo. De entre el resto de su obra de ficción, Matriarcadia (Herland, 1915) ha sido adoptada por el movimiento feminista de nuestros días como referencia en la reivindicación de los derechos de las mujeres pero, en su época, ese movimiento era un componente más de un conjunto de reivindicaciones —que implicaban a una gran variedad de objetos y eran reclamadas por grupos dispares de sujetos cuyo único nexo de unión eran precisamente esas demandas— agrupadas bajo el nombre genérico de derechos civiles.

En este sentido, el guión al que responde la novela no es, como apunta el abúlico prologuista —desganado pero atrevido, como cuando se atreve a enmendarle la plana, sin la más mínima razón narrativa, a la autora, criticando la elección de un narrador masculino, cómo sería una sociedad compuesta exclusivamente por mujeres sino cómo sería una sociedad sin hombres; y es que Matriarcadia no tendría ningún sentido en el primer caso.

Tres personajes masculinos que encarnan tres tipos de personalidad emprenden una expedición a un lugar remoto de Sudamérica en busca de un legendario País de la Mujer, un emplazamiento conocido por los nativos pero del que no se tiene noticia de que nadie haya  vuelto jamás. En el largo viaje de ida afloran su carácter y sus prejuicios: Terry, un personaje dueño de una opulenta fortuna, es un conquistador nato que piensa que no existe imposibilidad para conseguir aquello que pretende, especialmente a las mujeres, gracias a su dinero; Jeff, médico de profesión, un romántico inocente deslumbrado por las maravillas de las que será testigo e idealista hasta la médula; y Vandick, el narrador, un científico de mente abierta a quien el descubrimiento le llama la atención más desde el punto de vista sociológico que personal; aunque, realmente, "ninguno de nosotros estábamos muy adelantados en la cuestión femenina".

Su bienvenida, no exenta de malentendidos, es oficiada por tres jóvenes que se convertirán en sus cicerones y, en cierto modo, guardianas, y cuya conducta, junto con la visión del asentamiento y de sus alrededores, no valen más que para reforzar los prejuicios de los tres exploradores. 

Una vez retenidos, debe comenzar su educación, no solo en cuanto a la lengua sino, sobre todo, en las costumbres y en la convivencia, diametralmente opuestas a las del lugar de donde provienen. Los tres viajeros insisten en comparar la sociedad de Matriarcadia con la de su procedencia sin apercibirse de que las diferencias de planteamiento las hace incomparables; de ahí que sus anfitrionas no comprendan la mayoría de las explicaciones que les ofrecen. Esta educación, casi una reprogramación, es el sistema del que se sirve Perkins Gilman para desplegar la que podría denominarse parte teórica, la que configura, en principio, el carácter de utopía — aunque algunas características de Matriarcadia, como la reproducción por partenogénesis, anulan el posible efecto teórico ejemplar para trasladarlo a la frontera de la ciencia-ficción— del texto.
La ausencia de hombres ha conllevado la desaparición de los roles masculinos, de modo que ninguna mujer debe suplir ese tipo de papel.
Matriarcadia es una sociedad de dieta vegana, supuestamente inducida por la falta de elementos masculinos y, por tanto de violencia también contra los animales. De hecho, existen pocos animales allí, y los que perviven son el resultado de una especie de eugenesia animal. 
La religión es una mezcla de creencias panteístas de raíz clásica pero, naturalmente, sin deidades masculinas.
El modo de hacer viable una civilización únicamente femenina, a la vez que para controlar la natalidad que evite el colapso por razones demográficas, es mediante recursos de la ingeniería social. En este sentido, la planificación estricta de la reproducción humana las lleva a un antiabortismo implacable.
La crianza de las hijas se hace en común, con lo que desaparecen, excepto en los registros oficiales, los datos de filiación. La educación se basa en "un juicio claro y profundo y una voluntad fuerte y bien empleada", y se rige por el principio de una ética no maniquea.
Más como experimento sociológico que por propia voluntad —y también para experimentar la reproducción sexual —, las tres cicerones acceden a casarse con sus pupilos, pero la conducta de Terry provoca la triple expulsión. La forma de reaccionar ante ese castigo concuerda con los caracteres de los exploradores: Terry, belicoso, apuesta por la huida; Jeff, sensiblero, se queda en Matriarcadia con su nueva esposa; y Van, conciliador, se la lleva a la civilización.

26 de junio de 2020

Una órbita cerrada y compartida

Una órbita cerrada y compartida. Becky Chambers. Insólota Editorial, 2020
Traducción de Alexander Páez y Antonio Rivas
Segundo volumen (A Closed and Common Orbit, 2016), de los tres publicados a día de hoy, de la Saga Peregrina.

Línea temporal: días después de la conclusión de los hechos narrados en El largo viaje a un pequeño planeta iracundo. Línea argumental doble, que se unifica al final: la protagonizada por Lovelace, la IA de la Peregrina, después de su borrado de memoria y reinicio; y la protagonizada por Pepper, en su infancia, la ingeniera que asistió a ese reinicio. 

La IA ha sido instalada en un cuerpo mimético —un "kit corporal", una vestidura humana, momento a partir del cual pasa a llamarse Sidra—, un procedimiento prohibido y duramente castigado por la Confederación Galáctica, después de una avería provocada por un ataque a la nave residente; su proceso de adaptación a ese nuevo periférico cuenta con la ayuda de Pepper, que va rememorando sus años de formación, bajo el antiguo nombre de Jane 23, en una factoría de clasificación y recuperación de chatarra aislada, en régimen de esclavitud.

Una vez planteados ambos puntos de partida, que avanzan de forma simultánea mediante la alternancia de capítulos, Una órbita cerrada y compartida toma la apariencia de novela de formación; en el mundo exterior a su reclusión para Jane 23 —Pepper— a partir de su huida a los diez años, auxiliada y prevenida para su ingreso en la sociedad por una IA que encuentra entre los restos de una nave; y en el mundo real para Sidra —la heredera de Lovelace, la IA implantada en un cuerpo cuya conducta no sabe gestionar e instalada en un mundo real de relaciones con sus semejantes y con otras especies cuyos códigos y conductas ignora. Un intercambio en formación y educación de ida y vuelta —ser vivo auxiliado por IA, IA auxiliada por ser vivo— mediante ingeniosos mecanismos psicofisiológicos. Ambas entidades deben gestionar su supervivencia de formas opuestas, de acuerdo con su origen, pero dirigidas hacia un fin compartido: la adaptación a un mundo ajeno ante cuyos requerimientos no están preparadas; una adaptación que requerirá la decodificación y replanteamiento de su pasado. 

Otros recursos relativos a la Saga Peregrina en este blog:
Notas de Lectura de El largo viaje a un pequeño planeta iracundo

22 de junio de 2020

La suerte de Omensetter

La suerte de Omensetter. William H. Gass. La Navaja Suiza Editores, 2019
Traducción de Ce Santiago
La suerte de Omensetter (Omensetter's Luck, 1966) fue la primera novela publicada del autor norteamericano, escrita a los 42 años. Transcurre en Gilean, una pequeña comunidad rural ficticia del estado de Ohio —la referencia involuntaria a Winesburg, Ohio es prácticamente obligada, al menos para los que no conocemos ni la vastedad ni la variedad del territorio de ese estado; de hecho, el tipo de localización es parecido y el capítulo inicial de la novela de Gass puede recordar la de Sherwood Anderson, pero se trata de un espejismo, tanto ese capítulo de apertura como las posibles correspondencias entre ambos textos— en la década de 1890 y, si convenimos en la existencia de una trama principal, esta se apoyaría en la llegada la comunidad de un forastero, Brackett Omensetter, y de su familia, y su establecimiento en la población. Estructurada en tres partes —un capitulo introductorio que parece buscar su lugar en la disposición final de la novela, la presentación de uno de los personajes principales y el auge y caída del personaje sobre el que gravita la acción, que no es Omensetter sino el reverendo de la comunidad, aunque parece que en una primera redacción ni siquiera aparecía; lo sucedido con el manuscrito original del libro merecería ya una novela por sí mismo—, pone en juego algunos recursos del movimiento modernista, como la multiplicidad de voces narradoras, algunas de ellas inidentificables, el monólogo interior y la dificultad de datar los hechos relatados mediante un tratamiento del tiempo narrativo nada usual.

Brackett Omensetter llegó a Gilean en una atiborrada carreta con toda su familia, mujer,  hijas y enseres, y alquiló una casucha a orillas del río a Henry Pimber —que siente ciertos remordimientos por haber alquilado una casa construida al lado del río, en terreno inundable, y por no haber cegado el pozo de la propiedad en el que cae un zorro que tiene que sacrificar—. Omensetter es un tipo en apariencia excéntrico, algo rudo, bastante asilvestrado, no excesivamente pulcro, pero con una característica insólita: todo parece indicar que se trata de un hombre inusualmente afortunado.
«Brackett Omensetter era un hombre ancho y feliz. Sabía silbar como silba el cardenal rojo en la nieve espesa, o zumbar como zumba el tímido blanco al salir de su refugio, o ser la alondra que ante el cielo sofoca una risita. Conocía la tierra. Metía las manos en el agua. Olía el olor limpio del abeto. Escuchaba a las abejas. Y reía con una risa profunda, fuerte, amplia y feliz siempre que podía, que era a menudo, un buen rato y con alegría».
Si Gass hubiese pretendido encarnar una virtud, un sentimiento o una emoción, con su consecuente psicopatía asociada, en cada uno de los personajes principales, Omensetter personificaría la inocencia y la simpleza, Pimber la avaricia y la paranoia, y Jethro Furber la envidia y la neurosis. Pero ese razonamiento de basa en una suposición de este lector que tiene tantos argumentos a favor como en contra. Sigo, pues.
«[Furber:] "soy el predicador que perjura, solo hacen oídos a mis mentiras"».
Jethro Furber, el reverendo de Gilean, representa la intransigencia de índole religiosa, aunque no solo en este campo, aplicada estrictamente a los demás pero disculpada para sí mismo, torturado por pensamientos impuros hacia Lucy Omensetter, cuya preñez le hace imaginar multitud de escenarios eróticos, reprimidos en acto pero recreados morosamente de pensamiento, y por las niñas que no han alcanzado todavía la pubertad, acerca de cuyo futuro vello púbico especula en cuanto a su espesor y color.
«Ella tenía el ombligo hacia afuera, dulce lugar donde Zeus la había atado. Era tan blanca y reluciente, tan... pálida, aunque más oscura en el contorno de los ojos, oscuros los pezones. Ábrenos al mal. Separó los párpados una rendija. Incendia nuestros corazones. Montones de luz de sol se derramaban por los respaldos de los reclinatorios. Des... nu... dezzzz. Las gotitas se reunían en la punta de su codo y de ahí colgaban, un saco hinchándose hasta que caía y le salpicaba el pie. Des... nu. Envolverla igual que la había envuelto el agua del arroyo. Des... Un cuerpo digno de un amante. Quién fuese piedra. Por favor, fin de las miradas furtivas. Por favor, deprisa. Deprisa. Fuera de mi iglesia».
Su flujo de conciencia es permanentemente invadido por referencias religiosas y sexuales, siempre en pugna; por asociaciones de ideas, no todas deducibles de la información que facilita el autor, que intentan hilvanar un discurso fragmentario pero altamente verosímil.
«[...] es lo que de niño aprendí de Pablo, aunque ya estaba al tanto desde mucho antes. "Un día emite palabra a otro día". ¿Qué sentido tiene? Dios habló aquel día por entre los labios inferiores de Ruth la gordita pero el sentido de su proposición se me escapó. Bueno, incluso Moisés estuvo lento de entendederas con aquella zarza ardiente».
Furber ve a Omensetter como un rival a la hora de conseguir el favor de sus conciudadanos que juega con la ventaja de no depender de un mensaje revelado, de caer simpático entre la población y de tener fama de afortunado. Embrujado por los pasajes más sanguinarios del Antiguo testamento, el reverendo añora a ese Dios traidor y vengativo desde la plataforma elevada del púlpito, frente a su congregación, a quien ve alternativamente como su ejército fiel y como horda enemiga sedienta de sangre, y se debate entre una práctica religiosa estricta y las tentaciones que representan las jovencitas, sintiéndose protagonista de las gestas más valerosas y las conquistas más arduas, mientras intenta hacer compatibles ambas aspiraciones mediante un arsenal de elucubraciones teóricas que le dejan exhausto.
«La suerte de Omensetter, decían. Furber creía que era capaz de distinguir los ruidos de Omensetter de los del resto. ¿De qué servía un muro que ni cegaba ni ensordecía? Podía verlos y oírlos igual de bien que si estuviese en la  playa junto a ellos, humeando como las ramas tiernas que se prenden contra los mosquitos. Palpando la hiedra notaba mucho más sus tactos que si sostuviera con la mano mechones de sus pelos sin cortar. Extraño método de comunicación, saltarse los espacios y contravenir las leyes de la causalidad».
Puesto a buscar excusas para sus transitorias aunque constantes crisis de fe y pretextos para sus pensamientos impuros, Furber descarga su conciencia sobre la persona de Omensetter, cargándole con la responsabilidad de todos sus males y especulando incluso con una posesión diabólica. Sin embargo, cualquier intento para desenmascararlo o ponerlo en evidencia resulta fútil; hasta tal punto llega su neurosis que se imagina sujeto a algo parecido a un usufructo del alma, como si cada contacto con el recién llegado comportara que el alma de este fuera adueñándose, irremediablemente, de la suya en un proceso progresivo imposible de detener, "como una suerte de infección mortífera", al contrario de lo que sucede con el resto de la comunidad, que ve en Omensetter a un vecino generoso, cabal y popular.
«Eso lo ha aturullado. Se han deslizado sus ojos. Qué pensar de esto. Daría cualquier cosa por zafarse. Bueno, ese es mi precio. Yo también llego dos horas tarde a las Nonas. Poca cuenta se da de que soy el archipámpano papal de incógnito. Su masa está cambiando. Oh, Furb el fullero, vigila sus pies, puede que sea grande, pero un púgil no es».
De hecho, la ojeriza de Furber, más que motivada por la belleza del embarazo de la esposa de Omensetter —una belleza que él jamás podrá provocar— tiene su fundamento en la sublime humanidad de este, una cualidad que no está a su alcance porque entra en contradicción con sus principios religiosos —Omensetter nunca va a la iglesia— y con la conducta que estos le prescriben. Furber insiste en una comparación, en realidad incongruente, en la que siempre sale perdiendo: el rol de líder de la comunidad, indiscutible, está concedido desde la llegada de Omensetter, y Furber nunca podrá arrebatárselo.

Pero, pese a esta imposibilidad, Furber no se dará por vencido con facilidad y desplegará toda clase de recursos a su disposición, lícitos e ilícitos, en la disputa, fantaseando con traiciones bíblicas y venganzas divinas. Sin embargo, todas las estratagemas se revelarán inútiles frente a la suerte de Omensetter.
«Él se levantó despacio, sudor frío reuniéndose en su pecho y por debajo de los brazos, y se puso a deambular. Pronto sentiría hormigueos. Ella no era más que un oído, ni la mitad de viva, reducida a una sola expectación. Cuán vivo estaba él, ¿el grande y rotundo O? Furber se arriesgó a nombrarlo, surcó la corriente del chirrido. O-men-set-ter. Ahora su nombre había entrado en su oído. En cuyos porches vertí el veneno. Ha penetrado hasta su cerebro. ¿Pero? Nada. En blanco. Muerto entonces, para eso. Muerto desde hacía mucho. Aun así vivo en cierto modo, movible. A renqueantes traspiés. Inestable caminar. Andares de oso. Y en el bosque el aliento de los hombres mientras trepan a los árboles, flotará de sus narices igual que siempre. Desapercibido. El espíritu. El Espíritu Santo».
El presunto suicidio por ahorcamiento de Henry Pimber, el casero de Omensetter, y la súbita enfermedad de su hijo, el único macho de su descendencia, hacen que, por un lado, las fuerzas vivas del lugar, capitaneadas y espoleadas por la zizaña dialéctica que va sembrando entre sus conciudadanos el reverendo, comiencen a perderle el respeto hasta el punto de sospechar que él es el asesino; por otra parte, su propia mujer, que le responsabiliza de la dolencia, parece también cambiar su actitud hacia él. Ambas contrariedades, en todo caso, parece que constituyen el disparador que provoca la manifestación de lo peor de ambos, con lo que parece que se ven cumplidas las mutuas sospechas; todo ello mezclado con las dudas de Furber acerca de la preponderancia del bien sobre el mal y sobre el sentido de la libertad, y la incertidumbre de Omensetter acerca del alcance de su suerte.
«Había concebido cada disparate, cada pecado. Ninguna cabra conocía la glotonería como él, ningún gato había sentido su orgullo, ningún cuervo su avaricia. Había pronunciado el salmo contra la envidia, el salmo contra la ira, el salmo contra la pereza y la pérdida de esperanza, pero no suponían defensa alguna. Él había querido mujeres. Las había imaginado en todas las posturas. Había querido hombres. No existía perversión que no hubiese pensado practicar con ellos. Más aún, había querido niñas. Había querido niños. Más que nada se había querido a sí mismo. Había robado. Había blasfemado, Había engañado. Había mentido, su única habilidad. Había sido cruel y despectivo, malicioso y tozudo. Había carecido de coraje, de piedad, de lealtad, de esperanza. Sin moderación ni caridad, sin entusiasmo ni disfrute, había llevado una vida disoluta, despreocupada, egoísta. En ruindad, en tinieblas y en la sordidez de espíritu había pasado el tiempo. Sin fe, había profesado una fe. Sin fe, había predicado».
La suerte de Omensetter exhibe una escritura torrencial que se acerca a la supuesta trama, siempre de forma tangencial, como por casualidad, y se aleja perdida en digresiones que, a menudo, añaden poco conocimiento pero sí significado, como si se abriera el ángulo de visión para mostrar unos elementos que están ahí pero parecen tener poca importancia para la comprensión de lo que sucede, o debe suceder, en la escena principal. Si bien no es difícil atribuir las intervenciones directas a determinados personajes, a menudo, un determinado párrafo que no contiene diálogo se extravía del curso de la narración y hace imposible atribuirle una autoría: una intervención intempestiva del —o de un— narrador, la inmersión en la conciencia de algunos de los personajes, un comentario que alguien ha hecho en voz alta... 
«Las hojas del chopo, vio, habían amarilleado pronto. Omensetter llevaba el dinero en la mano. Había salpicaduras de rojo en los arces. Ahí estaba el dinero y ahí estaba el final. Se lo pondría en la mano y se dirían adiós. Omensetter le daría la espalda y se iría con un gesto. Los robles blancos, todavía verdes, lo engullirían, ausente ya el sonido de suaves que eran sus pisadas en el bosque. Henry se agachó y cogió una bellota. Si hubiese otra manera. Se llenó la mano de bellotas, las volteó distraído. El puño de Omensetter ocultó el dinero y Henry lo agradeció, pero vio que se había recortado las uñas, y Henry se sintió terriblemente contrariado. Trató de encontrar en el rostro de Omensetter una señal más profunda pero ambos se encontraban al parecer en una nube de mosquitos. Henry agitó la mano delante de sus ojos».
En definitiva, un modo de provocar en el lector la sensación de estar escuchando una conversación privada en una habitación distinta de aquella en la que ocurren los hechos, que no identifica con una mínima certeza o tiene lugar un diálogo sobre un tema que no se acaba de concretar y con unos intervinientes que no puede identificar. Numerosas citas y recreaciones textuales se suceden para enredar la comprensión del texto; algunas, entresacadas de la Biblia, a menudo jocosas e irrespetuosas; otras, la mayoría, irrastreables o compuestas por juegos de palabras intraducibles.
«Los Omensetter se habían mudado río abajo —niñas, caballo, perro, esposa y carreta—, nadie sabía bien dónde; y ahora era Israbestis, ya no el doctor Orcutt, quien afirmaba que había sido desde el principio la intención de Henry colgarse de aquel árbol como una baratija, arrojar sospechas sobre Brackett Omensetter. Casi todos afirmaban que con Chamlay tan furioso con él, Omensetter había tenido suerte sin duda de rehuir la culpa. El niño siguió con vida, un resultado enteramente ajeno a la ciencia, dijo el doctor Orcutt, e Israbestis juraba que la suerte de Omensetter se haría legendaria por todo el río, por mucho tiempo, aseguró, quizás por siempre».
Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de lectura de Sobre lo azul
Notas de Lectura de En el corazón del corazón del país

19 de junio de 2020

El largo viaje a un pequeño planeta iracundo

El largo viaje a un pequeño planeta iracundo. Becky Chambers. Insólita Editorial, 2018
Traducción de Alexander Páez
Hace siglos que los humanos ya no residen en la Tierra, de la que escaparon debido a un colapso medioambiental provocado por ellos mismos; condenados a vagar por el universo en busca de un lugar para establecerse, son rescatados por la Confederación Galáctica, una alianza política, económica y militar formada por la mayoría de especies radicadas en el universo.

Con el fin de facilitar la comunicación rápida entre lejanas localizaciones del espacio, se abren puertas dimensionales que se mantienen estables gracias a la tecnología. Peregrina es una nave espacial tuneladora especializada en abrir agujeros de gusano. Su tripulación, formada por ocho navegantes multiespecie y una peculiar IA, y un encargo de gran relevancia que les es encomendado, la perforación de un agujero de gusano des la frontera de la Confederación Galáctica hasta los dominios de una especie muy beligerante y en permanente guerra civil,  son los temas principales de El largo viaje a un pequeño planeta iracundo (The Long Way to a Small, Angry Planet, 2015), primera novela de la norteamericana Becky Chambers, que dio origen a la saga de Peregrina (Wayfarers Series), de la que se han publicado ya tres títulos y un spin-off.

Muy lograda y original la caracterización de los personajes, complejos y múltiples, que se sobrepone quizás en demasía a una trama excesivamente endeble. Ignoro si la intención de Chambers era la creación de una saga cuando escribió El largo viaje a un pequeño planeta iracundo, pero lo cierto es que tiene toda la apariencia de volumen inicial de una space opera clásica.

15 de junio de 2020

Almas y cuerpos

Almas y cuerpos. David Lodge. Impedimenta, 2020
Traducción de Mariano Peyrou
Londres, década de 1950. Campus del University College, una universidad, a diferencia de las más nombradas, no anglicana. Un grupo de amigos, miembros de una Sociedad Católica, a punto de completar sus estudios universitarios: Angela, religiosa de corazón y practicante convencida; Dennis, partícipe de la Sociedad por seguir a Angela; Adrian, otro pretendiente de Angela; Michael, un salido en busca de sexo, exalumno salesiano; Polly, una chica desconcertante pero muy empática; Miles, un recién convertido con una identidad sexual vacilante; Ruth, fea y regordeta, católica por despecho; Edward, católico por inercia, monaguillo; y Violet, retraída, penitente, melancólica. Sus vidas, conectadas por la educación y la religión, desde este momento y hasta mediados de la década de 1970, son el objeto de Almas y cuerpos (How can far you go?, 1980).

Un comentario, antes de empezar, relativo al título; Almas y cuerpos traduce el título de la edición americana de la obra (Souls and Bodies), notoriamente diferente del de la edición original en Gran Bretaña. Parece una buena decisión del traductor porque es posible que ¿Hasta dónde puedes llegar?, la traducción literal de ese título, no tendría la misma carga significante en castellano que en inglés. De hecho, el título original hace referencia al límite de los escarceos sexuales adolescentes no tanto desde un punto de vista meramente fisiológico como en relación a la política de la Iglesia católica en este punto: la primera vez que aparece esa expresión es en boca de un alumno en una pregunta a su profesor de religión, sacerdote: "—Por favor, Padre, ¿hasta dónde se puede llegar con una chica, Padre?", una cuestión que ocupa uno de los primeros lugares en las preocupaciones de un adolescente católico.

No es ninguna sorpresa, pues, que la clave que sostiene la novela sea el punto de vista de Lodge sobre la religiosidad, en este caso, católica —en un país mayoritariamente anglicano, la religión católica tiene un carácter tan inusitado como asombroso para la generalidad de la población, que, entre otras cosas, se toma la religión de una manera muy laxa—, desde la adolescencia, una religiosidad elemental, primaria y acrítica, dominada por un desconcertante sistema de premios demasiado inaccesibles, el camino hacia los cuales está plagado de trampas inadvertidas, y castigos discrecionales e imprevistos, en una colectividad formada por individuos en pleno proceso de aprendizaje académico y humano, con intenciones de diferenciación del resto de sus semejantes pero ignorantes aún de su consideración de gueto, hasta la primera madurez, cuando esa religiosidad pierde su carácter de corsé para ir convirtiéndose en un traje a medida.
«Antes de seguir avanzando, probablemente convenga explicar la metafísica o la imagen del mundo que se habían formado estos jóvenes a través de su educación católica. Arriba estaba el cielo; abajo estaba el infierno. El juego de llamaba "Salvación", y consistía en llegar al cielo y eludir el infierno. Era como jugar a la oca: el pecado te enviaba directamente al pozo; los sacramentos, las buenas acciones, los actos de automortificación, te permitían avanzar hacia la luz. Todo lo que hacías o pensabas era sometido a una evaluación espiritual. Podía ser bueno, malo o neutro. Solo ganaban el juego aquellos que eliminaban lo malo y conseguían convertir en algo bueno la mayor cantidad de cosas neutras posibles».
Es la suya una fe relativa, sometida a los vaivenes de la vida, cuyo seguimiento depende de múltiples e inabarcables factores y cuyo origen suele enraizarse en la tradición, en la costumbre, en la conveniencia, en el ansia de pertenencia o en la renuncia a un escepticismo que no acostumbra a alcanzarse hasta edades madurativas posteriores, cuando los requerimientos personales sean otros, cuando puedan hacer la vista gorda ante ciertas transgresiones penalmente sancionables o cuando el sexo no sea el mayor motivo de preocupación.
«El problema de los católicos ingleses, concluyó, era que se lo tomaban todo demasiado en serio. Intentaban cumplir con todas las reglas íntima y sinceramente, no solo en apariencia. Por supuesto, se trataba de un imposible: aquellas reglas iban en contra de la naturaleza humana, sobre todo en lo relativo al sexo».
Las crisis religiosas pueden considerarse el resultado de la falta, por desgaste o por la imposibilidad de responder a las exigencias de la fe, pero a menudo son provocadas por cuestiones no necesariamente religiosas, es decir, por conflictos surgidos entre la vida normal y las exigentes reglas confesionales. En el caso de los católicos —o, especialmente, de las católicas—, la mayoría de esas disonancias tienen que ver con la virginidad. Y, dada la cuestión religiosa, existen pocas posibilidades de perderla —o de sacársela de encima— que no comiencen por el matrimonio —o, en casos excepcionales, que no acaben en él—, al que llegaban completamente inocentes en la práctica y sin que la educación teórica en charlas de taberna, conferencias catecúmenas, instrucciones de oídas y capacidad de deducción bastaran para llegar al momento, después de la tortura de la contención y de años y años de how far can you go, con la mínima información requerida; de hecho, muchos de esos matrimonios acababan consumándose, en su vertiente oficial, espoleados por un embarazo.
«En la luna de miel de Dennis y Angela, por supuesto, hubo gran cantidad de momentos embarazosos y decepcionantes, igual que en las de los demás, aunque la mayoría solo afectaron a Angela. El libro que le había prestado Dennis no la había preparado para la confusión física del acto amoroso, y no experimentó nada parecido a los orgasmos sobre los que había leído tan a menudo. Durante la luna de miel, Dennis mostró un deseo voraz por ella, le suplicaba que hicieran el amor dos o tres veces cada noche, gruñía y blasfemaba extasiado, decía una y otra vez "te quiero, te quiero", pero siempre llegaba al clímax en cuanto la penetraba, y ella apenas sentía nada aparte de un desagradable chorrito entre las piernas, que le manchaba sus camisones nuevos y las sábanas del hotel. Cuando regresaron a casa y se instalaron en un  pequeño apartamento de dos dormitorios, Angela cambiaba la ropa de cama con tanta frecuencia que la factura de la lavandería alcanzaba cifras astronómicas (no tenían espacio suficiente para colgar las sábanas en casa), lo cual provocó su primera pelea; a partir de entonces, Angela adoptó la costumbre de colocar toallas sobre la cama cada vez que lo requería la ocasión. Al cabo de un par de meses, se le retrasó el período y empezó a sentir náuseas matutinas, y supo que debía estar embarazada. Entonces le comunicó a la directora de su escuela que iba a dejar el  trabajo en Pascua».
Una vida en común que seguía, en cuanto a las relaciones sexuales, el único método de planificación familiar autorizado por la Iglesia, el de la temperatura basal, y que conllevaba, invariablemente, una desenfrenada procreación en forma de familia numerosa.

Pero llegaron los años sesenta a la Iglesia católica: Juan XXIII, el Concilio Vaticano II, los cambios en la liturgia pero también en el cuerpo doctrinal, con la apertura de una etapa más permisiva en materia sexual que coincidió con la liberación de las costumbres y con la comercialización de la píldora contraceptiva, y que provocó, en el seno de la comunidad católica, auténtica estupefacción. Pero esta revolución afectó a los protagonistas con diez años de retraso: prácticamente todos estaban casados, habían engendrado varios hijos y su libido, comparada con la de su época universitaria, había tomado el camino del desfallecimiento.
«[...] el acontecimiento del año fue indudablemente la publicación, el 29 de julio, de la muy esperada encíclica papal sobre el control de la natalidad, la Humanae Vitae. Su mensaje: nada iba a cambiar [...] La omnisciencia de los novelistas tiene sus límites, por lo que no intentaremos trazar el largo proceso de dudas, debates, intrigas, miedos, plegarias ansiosas y motivaciones inconscientes que finalmente dio lugar a dicho documento. Es tan difícil ponerse en la piel de un papa como debe de serlo para un papa ponerse en la piel de, por ejemplo, una joven madre de tres niños que yace en una cama de matrimonio y que, al notar que su marido comienza a acariciarla, experimenta un conflicto entre el deseo de girarse hacia él y el miedo a un  nuevo embarazo».
En todo caso, no pueden evitar el sentimiento de haber llegado tarde, cuando la fiesta ya agoniza, y de haberse perdido lo mejor. Además, la pérdida de poder de la Iglesia —ese mismo poder que cuestionaban pero sin cuyo influjo se sentían huérfanos— les abrió los ojos a circunstancias desconocidas y, como consecuencia, empezaron a dudar, si no de su fe, sí de los efectos perjudiciales de sus creencias sobre su vida.
«Todos se mantuvieron fieles a la fe, pero también notaban cómo los antiguos dogmas y las viejas certezas se desvanecían ante ellos y cómo se debilitaban las bases sobre las que se asentaba su vida; esta sensación les resultaba gratamente estimulante y, al mismo tiempo, ligeramente irritante. Y es que a todos nos gusta creer en algo, aunque solo sea en los cuentos, ¿verdad? La gente que considera que las creencias religiosas son absurdas con frecuencia se molesta cuando un novelista destruye la ilusión de realidad que ha creado en su obra [...] Pero, en cuestiones relacionadas con las creencias (como en las que atañen a las convenciones literarias), resulta de lo más interesante preguntarse hasta dónde puedes llegar [How can far you go?], en este proceso, sin descartar nada que sea vital».
Cada personaje sigue una evolución en la que lo único que se mantiene inalterable es su nexo con la fe, pero sus vidas respectivas toman caminos que parecen tener muy poca relación con sus deseos y sus aspiraciones de juventud. El mundo cambia a una velocidad que ellos no pueden alcanzar —ni ellos ni la Iglesia católica—, así que deben resignarse a impedir que la desventaja aumente hasta niveles intolerables. Una carrera que, en todo caso, emprenden con un lastre que les impedirá cualquier posibilidad de éxito.
«"No somos inmunes". Al decir "somos" se refería a su círculo, al grupo de cristianos cultivados y liberales del que formaban parte; y, al decir que no eran "inmunes", se refería a que sus valores y creencias no les proporcionaban ninguna clase de protección mágica contra el fracaso de las relaciones personales. Anteriormente, todos coincidían en que no había nada más sólido e indestructible que el matrimonio de Dennis y Angela, pues estaba basado en un compromiso sumamente largo durante el cual ambos se habían mantenido fieles, y había resistido golpes muy crueles y había superado pruebas durísimas; y, sin embargo, al final había sucumbido ante el más banal de los accidentes matrimoniales».
Lodge, cuya formación bajo el catolicismo —él mismo fue alumno del University College, fue en esa institución donde conoció a su futura esposa, y de una sociedad católica semejante a la que describe en la novela— afectó a su desarrollo y a su vida personal de modo muy parecido a los protagonistas de Almas y cuerpos, despliega su ingente poderío y su indiscutible oficio mediante un narrador socarrón, marca de la casa, que observa a esa juventud con la mirada de la experiencia y con la seguridad que le confiere conocer qué será de ellos en el futuro; un narrador que, aunque no lo explicita, sospechamos que tuvo que seguir un trayecto parecido a los de sus personajes. Lodge es un tremendo especialista en el simple pero arduo arte de contar lo que pasa.

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Notas de Lectura de Un hombre con atributos

12 de junio de 2020

París-Brest

París-Brest. Tanguy Viel. Acantilado, 2011
Traducción de Carlos Ollo Razquin
«—Pero yo —le dije—, yo no hago esto para hacer el mal. Al contrario, lo hago para borrar el mal.—Y recuerdo que, en el momento preciso en el que dije la expresión "borrar el mal", de un papitotazo envié mi colilla a quemarse en la chimenea».
Los lugares, además de ser circunscripciones espaciales, pueden llegar a convertirse en elementos que determinan el futuro para aquellos cuya residencia ha sido lo suficientemente prolongada o intensa como para darles tiempo de imprimir su huella, un rastro que se concreta en una visión particular del resto del mundo o en una forma establecida de relacionarse con los demás; o como un ecosistema aislado donde la la posibilidad de que suceda algo imprevisto, si fuera el caso, sería sepultada bajo acometedores  derrumbamientos de monotonía y hastío.
«Y para ella ese lugar era como su caparazón, donde no había que temer la menor nota de polvo del exterior, donde se encontraba entre la gente de su mismo mundo, con las mismas ropas y las mismas ideas políticas, garantizando a cada uno la tranquilidad del prójimo, de ese tipo de prójimo al que ninguno de ellos le cuesta amar como a uno mismo, ya que es él mismo».
La circunstancia de caer bajo la influencia —a cualquier edad, en época de formación o ya adulto; el influjo  del lugar es tan intenso que puede moldear como si fuera barro la roca del granito más sólido— en un lugar con ese poder de dominio puede afectar incluso al modo en que Louis, el narrador y protagonista de París-Brest (Paris-Brest, 2009), hilvana —o, tal vez, debería decir enreda— el discurso mediante el cual nos informa de sus correrías: un alegato redundante y obsesivo —a ratos, berhardianamente obsesivo—, dislocado y tenso, irónico y escrupuloso, tan intrigante que hace dudar al lector no ya de su neutralidad, deseable pero no exigible, sino incluso de su verosimilitud. De hecho, el lector va apercibiéndose, a lo largo de la novela, de que nada de lo que sucede en ella hubiera sucedido si no lo hubiera hecho en Brest.

Según esa orientación, el lugar sería como un ser vivo que, impelido hacia su propia supervivencia, expulsa a aquellos elementos dañinos o residuales, aquellos que no puede asimilar o que representarían un tropiezo en el camino de la implantación de su supremacía; un exilio que puede ser permanente, para casos desahuciados, o temporal, con un reingreso aceptado una vez purgados sus pecados o reeducados en su doctrina. Siguiendo esta lógica, el padre de Louis es expulsado no por ser culpable del desfalco en un equipo de fútbol sino porque ese equipo lleva el nombre del lugar; un exilio tanto más duro en cuanto que el destierro —que representaría la penitencia— es en el Languedoc-Roussillon, el extremo diametralmente opuesto a la Bretaña en el mapa de Francia y, en la dialéctica de los lugares, una némesis absoluta. 
«La verdad es que ya no se oyó hablar más de la alta sociedad desde el día en que mis padres pusieron rumbo al Languedoc-Rosellón, siguiendo la costa atlántica, detrás de un pesado camión de mudanzas, leyendo fijamente durante horas, con los ojos llenos de lágrimas, las letras escritas en negro en las puertas traseras: LAS MUDANZAS BRETONAS».
Ese exilio conlleva una nueva formulación de la unidad familiar de Louis, que ahora queda reducida a su abuela, que acaba de heredar una fortuna de un matrimonio contraído en la vejez; la señora Kermeur, su ama de llaves, heredada en el mismo testamento; y su hijo, un joven grosero y maleducado cuya tarea principal parece consistir en incordiar al protagonista.

Pero, al final, y fatalmente, el propio Louis es expulsado, aunque él crea que se trata de una huida voluntaria, y se traslada a París, la gran ciudad. En su caso, la penitencia que se le impone es escribir la historia de su familia.
«Entonces puede que aquel día, más que ningún otro, comprendiera que yo también, cuando me tocara, dejaría la región para vivir en un lugar de verdad, una ciudad de verdad, como por ejemplo París, que solo en esas condiciones yo podría vivir con normalidad y puede que concentrarme con normalidad y por lo tanto escribir con regularidad, que si no me fui al sur, repetía yo incansablemente a Kermeur hijo, fue primeramente por eso, para estar en paz conmigo mismo y que solo en estas condiciones, pacíficas, podría escribir libros, como había previsto desde los nueve años, desde que había comprendido que no sería ni futbolista, ni piloto de aviación, esas cosas que se comprenden muy claramente a los nueve años, que es mejor comprender a los nueve años porque después es demasiado tarde».
El resultado del retiro espiritual —con posterioridad sabremos cómo se financió— es un manuscrito de ciento setenta y cinco páginas —a estas alturas, el lector, mosqueado por ese intento de paratextualidad, se llega a preguntar cuántas páginas tendría el manuscrito de París-Brest— que, una vez redactado en París —por un inconveniente de incompatibilidad manifiesta, jamás habría podido ser redactado en Brest—, se convierte en el acompañante de Louis —la flor de lis tatuada en el hombro, la letra escarlata, la marca de la infamia—, y que, para cerrar el círculo del perdón —¿propósito de enmienda?—, debe llevar allí con la esperanza de retomar la historia donde la dejó.
«Me pregunto qué es lo que vivimos en la vida normal, porque no tiene nada que ver con esos momentos, los momentos en la vida en los que ocurre algo de verdad, en los que el mundo calla de golpe, o incluso en el interior de uno mismo todo se detiene, el tiempo se detiene, el pensamiento, los nervios, y todo está cerrado, apagado como si fuera falso, sí, como si fuera falso cuando en realidad es lo único cierto».
Pero este es un regreso que incomoda a todo el mundo; es decir, a los personajes reales que viven en Brest, pero también a la versión de ellos mismos que protagonizan la novela familiar —"las cosas sobre nosotros"—, porque tanto unos como los otros temen un desenmascaramiento que va a revelar su verdadera personalidad; porque mediante la escritura Louis se ha deshecho de sus demonios estrenando un nuevo carácter, pero sus padres, la señora Kermeer y su hijo y su hermano futbolista —no tanto la abuela, que como tiene poco que esconder también tiene poco que perder— saben que van a desaparecer sustituidos por la nueva realidad que representa la "novela familiar".
«[¿En la novela hablas de mí?] —Un poco —dije—, bueno, de hecho, mucho, pero no exactamente de ti, porque a pesar de todo es una novela, y he cambiado cosas. —Y le miré, y añadí con una mirada más bien vacía—: Al mismo tiempo, sí, de puede decir que habla de ti».
El hecho de que ese relato familiar de ciento setenta y cinco páginas haya sido escrito en formato de novela no quita que Louis, el autor, no se contente con reflejar la verdad de lo sucedido aunque, quizás, no coincida con sus intereses —igual que, sospecha el lector, Louis, el narrador, manipula lo sucedido para poner a aquel de su parte a la vez que oculta, sibilinamente, aquello que no tiene intención de que se sepa, movido por ocultos, favorables e inconfesables réditos; de hecho, esa duplicidad de fuentes despierta en el lector la duda de quién es el Louis real, el narrador de la novela o el protagonista de la historia familiar; o ambos; o ninguno de ellos—. Como era de esperar, ambas historias se solapan, se complementan y se corrijen, y el conjunto de ambos hilos narrativos compone el sorprendente texto de París-Brest.  
«"Todo el mundo debería poner punto final a su historia familiar —pensé—, y en particular un 20 de diciembre, es decir, un día en que es importante tener algo a lo que agarrarse ante la prueba de ir a pasar la Navidad en familia, incluida la gente que dice estar contenta de ir a pasarla en familia, mientras que en el fondo de sí mismos, como todo el mundo, sueñan con escribir una novela sobre su propia familia, una novela que acabe así, en vísperas de Navidad y con los paréntesis sin cerrar"».

11 de junio de 2020

El sexo y el espanto. Crónica de un desencuentro


Pascal Quignard me disculpará por usar el título de unos de sus libros para encabezar este comentario; aunque, a pesar de su nula implicación en el hecho motivo de esta comunicación, el origen de la incidencia sí que tiene relación con el autor francés.

Como algunos participantes en esta red sabrán, soy autor de un blog, Je dis ce que je’n sens, en el que voy publicando, desde hace más de diez años, unos comentarios que he dado en llamar Notas de Lectura relativos a los libros que voy leyendo, o una breve Fe de Lectura para aquellos libros de los que me interesa, solamente, dejar constancia de su lectura. Ese blog tiene una importancia muy relativa y una audiencia bastante limitada, pero lo mantengo porque no es más que la traslación a la red —y, por tanto, el acceso a una audiencia más amplia— de las notas de lectura privadas que suelo tomar al leer cualquier tipo de libro. Con el fin de ampliar el público, o simplemente de darlo a conocer a lectores que no suelen seguir bitácoras, hace ya algunos años que cuelgo en mi muro de facebook enlaces a los posts del blog a medida que los voy publicando, con una pequeña explicación que, en teoría, debería estimular al lector a visitar las Notas de Lectura correspondientes.

El pasado 8 de junio colgué en mi muro una Fe de Lectura relativa a ‘La noche sexual’, el libro de Pascal Quignard, con este texto: 

“El confinamiento de las novedades editoriales es una excelente oportunidad para la relectura. «Yo no estaba allí la noche en que fui concebido».
El día en el que podemos fijar nuestro origen, es decir, de dónde venimos, estuvimos ausentes. En ese mismo instante, en el que se forjó nuestro destino, es decir, a dónde vamos, no estábamos presentes. Somos depositarios de un secreto que nunca podremos desentrañar.
La existencia puede cartografiarse a través de tres noches: la noche uterina, aún no, invisible y temporal, gobernada por Eros; la noche infernal, ya no, oscura y eterna, bajo la égida de Tanatos; y la noche terrestre, "to sleep, perchance to dream", estrellada y periódica, replegada bajo en manto de Hypnos. 
Esa noche terrestre se convierte en la noche sexual, el nocturno de la pintura en el que el ser se debate entre la existencia y la no existencia, que tiene su reflejo animal, el instinto reproductor que esa imagen revela, el color, encubriendo, la oscuridad, una mezcla de vergüenza, prudencia y pudor.
La noche sexual (La Nuit sexuelle, 2007) es un catálogo comentado de algunas de esas imágenes —que no solo son pinturas, son también historias, leyendas, mitos, teodiceas, religiones... — del acto primordial que la civilización apellidó con el sobrenombre de eróticas.”

El apunte incluía un enlace al post: https://jediscequejensens.blogspot.com/2020/06/la-noche-sexual.html y, como siempre, una foto de la portada utilizada por la Editorial Funambulista, que consiste en un detalle del fresco  ‘Los condenados’ de Luca Signorelli, el pintor del Quattroccento italiano, que puede verse en la capilla Brizio de la catedral de Orvieto. El mencionado fresco, como la mayoría de representaciones pictóricas de la época, incluye algunos desnudos parciales, entre los cuales se encuentra una mujer que enseña los pechos.

Este apunte fue eliminado por facebook y mi cuenta suspendida por tres días porque:

“Tu publicación no cumple nuestras Normas [sic para la mayúscula] comunitarias sobre desnudos o actividad sexual.”

Por supuesto, mi queja mediante el Servicio de Ayuda, sección Bloqueos de Facebook, ni ha tenido respuesta ni ha conllevado ninguna rectificación.

Decía antes que no me importa el hecho de la suspensión en concreto si no es por el mensaje que subyace al bloqueo que dicta, sin posibilidad de réplica, la red social: la mojigatería beata, el puritanismo hipócrita, la malhadada corrección política, el conservadurismo naftalínico, el revisionismo histérico y, más y peor que los anteriores, la supina ignorancia de quien se atreve a promulgar Normas que permiten confundir un desnudo o una actividad sexual —como si esto fuera algo intrínsecamente nocivo o maligno; pero esta es una cuestión que requiere más espacio y una amplitud de miras que la red social no puede plantearse ni en sueños— con una de las obras maestras de la pintura renacentista. La incultura es una circunstancia que se nutre del desconocimiento, de la desconfianza y de la ineptitud, y su dominio conduce al oscurantismo y a la barbarie; los ejemplos, a lo largo de la historia y hasta nuestros días, sobran; apunten ustedes en la lista a la compañía del niño de White Plains.


Por cierto, la portada pecadora está disponible en la página web de la Editorial Funambulita http://www.funambulista.net.

8 de junio de 2020

La noche sexual

La noche sexual. Pascal Quignard. Editorial Funambulista, 2014
Traducción de Paz Gómez Moreno
«Yo no estaba allí la noche en que fui concebido».
El día en el que podemos fijar nuestro origen, es decir, de dónde venimos, estuvimos ausentes. En ese mismo instante, en el que se forjó nuestro destino, es decir, a dónde vamos, no estábamos presentes. Somos depositarios de un secreto que nunca podremos desentrañar.

La existencia puede cartografiarse a través de tres noches: la noche uterina, aún no, invisible y temporal, gobernada por Eros; la noche infernal, ya no, oscura y eterna, bajo la égida de Tanatos; y la noche terrestre, "to sleep, perchance to dream", estrellada y periódica, replegada bajo en manto de Hypnos. 

Esa noche terrestre se convierte en la noche sexual, el nocturno de la pintura en el que el ser se debate entre la existencia y la no existencia, que tiene su reflejo animal, el instinto reproductor que esa imagen revela, el color, encubriendo, la oscuridad, una mezcla de vergüenza, prudencia y pudor.

La noche sexual (La Nuit sexuelle, 2007) es un catálogo comentado de algunas de esas imágenes —que no solo son pinturas, son también historias, leyendas, mitos, teodiceas, religiones... — del acto primordial que la civilización apellidó con el sobrenombre de eróticas.

Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de Sobre la idea de una comunidad de solitarios
Notas de Lectura de Pequeños tratados
Notas de Lectura de Las lágrimas
Notas de Lectura de La vida no es una biografía
Notas de Lectura de Albucius

5 de junio de 2020

Cuadernos. Volumen IV

Cuadernos. Volumen IV. Georg Christph Lichtenberg. Hermida Editores, 2019
Traducción de Carlos Fortea
Cuarto volumen de la edición integral de los Cuadernos del científico y escritor alemán, que incluye la totalidad del "Cuaderno J", escrito entre 1789 y 1793 y publicado, como el resto de su producción aforística, póstumamente.

A medida que va haciéndose mayor, Lichtenberg evidencia una evolución tangible en su pensamiento: conserva un profundo y contrastado optimismo a pesar de la depravación que observa a su alrededor —este Cuaderno J está redactado en lo más álgido de la Revolución Francesa y, aunque residente en Alemania, Lichtenberg hace gala de estar muy bien informado—, un optimismo muy personal y poco antropológico que no le impide censurar de forma implacable todo aquello que considera reprobable, incluyendo a algunos escritores y pensadores contemporáneos, a los que trata con una dureza extrema. Confeso partidario de la Ilustración y enemigo implacable del Romanticismo, particularmente el alemán, y de las organizaciones religiosas, exhibe un sólido escepticismo y no se inhibe a la hora de tomarla irónicamente contra la religión cuando esta pretende imponerse a la razón.
De los más de 1000 aforismos contenidos en el volumen, he escogido, a título de muestra, algunos relacionados con los libros y la escritura:

«Si enseguida me doy cuenta de que muchos reseñistas no leen los libros que reseñan tan modélicamente, no veo qué daño puede hacer leer el libro que hay que reseñar».
«Un librito de ayuda en caso de emergencia para escritores podría venir bien».
«Sus libros eran todos muy amables, por lo demás tenían poco que ver entre sí».
«Ese libro primero hay que trillarlo».
«En los poemas líricos suele indicarse el pie así: _ ____ _︱. Si se indicaran los pensamientos con "uno" y los sinsentidos con "cero", a veces la frase tendría este aspecto: 000︱000︱000︱»
 «En vez de traducir, las cabezas que no saben hacer nada deberían dedicarse a hacer registros».
«Puede que las normas acerca de cómo escribir versos sean buenas en sí y revelen conocimientos, pero a mí siempre me parecen como la receta de los cangrejos del por lo demás excelente sir Kenelm Digby: hay que coger algunos cangrejos viejos, picarlos y echar agua por encima».
 «Poner el vino de otros en botellas, achisparse un poco y creer que le pertenece a uno. Algo así hacen la mayoría de los escritores alemanes».
«Los malos poetas y novelistas dejan algunas cosas al curso de la naturaleza, y la disposición del lector es la que tiene que explicarlas. Ellos ponen las meras experiencias, que el verdadero conocedor del corazón humano explica».
«Tenía la peculiaridad de que nunca leía libros malos, pero en cambio los escribía, prueba segura de que, o no había entendido lo que había leído, o no tiene que haber entendido lo bueno como tiene que ser entendido».
«Considero las recensiones una especie de enfermedad infantil que más o menos ataca a los libros recién nacidos. Hay ejemplos de que los más sanos perecen de ella, y los débiles la superan a menudo. Algunos no llegan a sufrirla. Se ha intentado a menudo prevenirla con amuletos tales como prefacios o dedicatorias, o incluso inocularla mediante juicios propios, pero no siempre sirve».
«Hay deposiciones que parecen pliegos superpuestos. Algunos escritores parecen hallar gusto en el método inverso, y escribir libros que presentan como deposiciones».
Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura: Cuadernos. Volumen I
Notas de Lectura: Cuadernos. Volumen II
Notas de Lectura: Cuadernos. Volumen III

1 de junio de 2020

Una juventud

Una juventud. Patrick Modiano. Editorial Anagrama, 2015
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia
De entre todos los trazos comunes que se encuentran en las novelas de Patrick Modiano, la ciudad de París, más que una localización, adquiere con frecuencia el rol de personaje; a pesar de ubicar el presente narrativo lejos de la capital, Una juventud (Une jeunesse, 1981) cumple con esa condición ya que es en París, presumiblemente en la década de los años 60 del pasado siglo, donde se localiza la acción principal. En cuanto al resto de protagonistas, completan el trío Louis y Odile, una pareja en la mitad de la treintena, que viven en una estación de esquí alpina con sus dos hijos, y cuya marcha de la capital, la ciudad donde se conocieron y vivieron en su juventud, parece que fue más una huida que un cambio de residencia.

Cada época de la vida tiene sus hechos y sus circunstancias, pero también sus paisajes que, cuando forman parte del pasado, se ven alterados por los mecanismos del recuerdo: no solo cuenta lo que fuimos sino también dónde lo fuimos porque ambas eventualidades se solapan y se cumplimentan de forma inseparable. El pasado de la joven pareja es el lugar donde se desenvuelve la trama de Una juventud.

Louis, hijo de un ciclista famoso y de una bailarina de music-hall, ambos fallecidos, recién finalizado el servicio militar, conoce a un oscuro personaje, mezcla de espía y agente comercial, que se hace cargo de su manutención a la espera de entrevistarse con un amigo importante que le ofrecerá trabajo. 
«Desde aquellos días interminables que había pasado en la enfermería del cuartel, no había perdido la costumbre de escuchar su transistor con funda de cuero verde. Acostado y mirando al techo, pensaba en el porvenir, es decir, en nada, mientras se iban sucediendo las noticias, las canciones y los concursos telefónicos. De vez en cuando, fumaba un cigarrillo, pero intentaba que le durase el paquete, porque aquellos cigarrilos eran caros. Ingleses y en cajas metálicas. Se habían metido mucho con él por eso en el cuartel, pero no le gustaba el tabaco negro».
Odile, hija de padre desconocido y de una mujer de vida irregular con problemas durante la guerra que murió en el exilio, es reclutada por un cazatalentos musicales después de haber dejado un trabajo horroroso en una perfumería.
«Se le había olvidado comprar algo de comer, pero de todas formas no le quedaba casi nada del último sueldo. Desde que había dejado de trabajar en la perfumería de la calle Vignon se pasaba los días en el Palladium, igual que se queda uno mucho rato en la bañera. Puso un disco en el tocadiscos que estaba en el suelo, al pie de la cama. Luego apagó la lámpara de cabecera. Oía la música, tendida en la oscuridad, y enfrente tenía el cuadrado de la ventana, algo más claro. Como al radiador le faltaba la llave para regularlo, no se podía bajar la temperatura y siempre tenía abiertas de par en par las dos hojas de la ventana».
Ambos desarrollan una especie de dependencia, tanto económica como emocional, de esas dos amistades, pero con la sospecha de que esos desinteresados mecenas, al tiempo que les ofrecen una especie de refugio, un lugar de descanso situado al margen del discurrir de los acontecimientos, como si les prepararan para sobrellevar unos sucesos que les van a ocurrir irremediablemente —en una ciudad llena de peligros pero cuyo deambular no puede evitarse, como si ambos estuvieran hipnotizados por un mentalista que los coloca, fuera de su voluntad, al borde de un abismo—, tienen algo que ocultar. El primer encuentro de los dos jóvenes tiene lugar en un bar, en ausencia de sus protectores y por azar pero en una situación personal excepcionalmente dispuesta para ello, en uno de esos momentos en que una soledad solo puede encontrar remedio juntándose con otra, pues eso es lo único que tienen ambas para compartir.
«Para no pasar demasiada hambre, dormían y se quedaban tendidos en la cama cuanto era posible. Perdían la noción del tiempo y si Brossier [uno de los mecenas] no hubiera vuelto no habrían vuelto a salir de aquella habitación ni de aquella cama donde oían música e iban poco a poco a la deriva. La última imagen del mundo exterior eran los copos de nieve que se pasaban todo el día cayendo en el marco de la ventana».
A veces, el devenir, un camino que avanza sin remedio, delinea también, paradójicamente, trazos del pasado, un paraje acaso nunca transitado, como si solo a la mitad, y solo entonces, del recorrido de un puente colgante se materializara la parte del puente ya superada, la que lo une a la tierra firme que, no se sabe cómo, se ha dejado atrás. Sin embargo, a pesar de la posibilidad de ser visualizado, ese lugar no puede revisitarse porque, como siempre sucede con el pasado, ya no tiene existencia real más que en la mente del que recuerda, ya no está allí para responder a las preguntas ni para ayudar a comprender quiénes somos, y debe ser manipulado con mucho cuidado para que no se convierta en un sumidero cuya corriente nos haga desaparecer. Un lugar no visitable que es, sin embargo, el sitio donde fuimos forjados.
«Lo movió la curiosidad por el sitio en el que había trabajado su madre y buscó las señas de Le Tabarin, pero en ese número de la calle de Victor-Massé se encontró ante una fachada ciega. Habían debido de convertir el antiguo music-hall en salón de baile o en taller de automóviles. Era una aventura igual a aquella en que iba por primera vez bulevar Grenelle abajo y se disponía a contemplar el Velódromo de Invierno en recuerdo de su padre. Así que los dos lugares que habían sido algo así como los centros de gravedad de la vida de sus padres ya no existían. Una sensación de angustia lo dejó clavado en el suelo. Se desplomaban despacio sobre su padre y su madre lienzos de pared, y esa caídas interminable levantaba nubes de polvo que lo asfixiaban».
Pero es posible que a medida que se va descubriendo ese pasado su contenido genere una inefable sensación de rechazo que puede extenderse, como una mancha que avanza imparable, hasta el mismo presente, un repudio que implica un cambio profundo en las predisposiciones y las actitudes: es la negación de uno mismo, y el cambio radical que demanda puede dirigirse a un destino cuyo éxito no está garantizado.

En todo caso, pueden entrar en juego algunas circunstancias que presten cierta consistencia  a ese equilibro tan inseguro, si bien es imprescindible asumir que cualquier movimiento inesperado puede dar al traste con esa estabilización, como ese castillo de naipes tan firme  en su inestabilidad pero susceptible de derrumbamiento ante la más mínima variación del aire.
«Estaban viviendo uno de esos momentos en que siente uno la necesidad de aferrarse a algo sólido y pedirle consejo a alguien. Pero no hay nadie. Salvo esas siluetas grises de las carteras negras que cruzan la calle de Réaumur bajo la lluvia, se meten en el café, toman algo en la barra y se van, y su trasiego aturde a Odile y a Louis. El suelo sube y baja».
El estado perentorio en que se encuentran Louis y Odile, en la veintena, sin oficio ni beneficio y con unas perspectivas poco halagüeñas, les obliga a aceptar el padrinazgo de un individuo de dudosa moralidad que les consigue trabajo y medios de vida; es una época que se toman como un paréntesis en sus vidas, seguros de que no les sucederá nada memorable, y en la espera, ciertamente indolente y nada activa, de que un cambio en sus circunstancias, descartada variación de fortuna, acabe por otorgarles un destino que ellos mismos no son capaces de fijar.
«La luz de la lámpara iluminaba crudamente a Odile y a Louis y, en el sofá, estaban los dos muy juntos. Axter y Harold los observaban. Dos mariposas inmóviles pinchadas en una tela a las que contemplaban unos aficionados».
Es ese mismo ennui, esa falta de perspectivas, lo que les lleva a aceptar la acción ilegal que les propone su mecenas, no tanto por inconsciencia de la gravedad que supone transgredir la ley como por indiferencia: en el momento, tal vez el primero de su vida adulta, en el que deben tomar una decisión trascendente, se dejan llevar por la inercia que, si bien no les conviene en absoluto —y bien conscientes que son de ello—, tiene un componente de comodidad que les apetece. Estar fuera del tiempo, en unas inesperadas vacaciones, y fuera del espacio, al sur de Inglaterra, es una situación inmejorable para su estado de ánimo, como un paréntesis o un compás de espera hasta que llegue el tiempo de las ineluctables decisiones.
«—Me pregunto qué estamos haciendo aquí —dijo Louis. Desde hacía unos momentos notaba en aquella habitación la misma sensación de dependencia y de asfixia que se había adueñado de él en el internado y en el ejército. Los días van pasando y uno se pregunta qué hace ahí y cuesta trabajo creer que no se va a quedar preso para siempre».
¿Cómo es posible que personas con las que te has cruzado por azar, cuya amistad no has buscado y cuya ayuda jamás has solicitado, personas que has frecuentado durante un período de tiempo corto y sin ninguna significación, como una pesadilla, y que después desaparecen de tu vida súbitamente, con la misma premura con que aparecieron, acaben dejando una huella tan marcada que el resto de tu vida parece derivar de la relación mantenida con ellos? ¿Es debido a que esa relación contuvo instantes irrepetibles o a que coincidió con una predisposición personal que le abrió las puertas? ¿Es una cuestión de puro azar?
 «Algo acerca de lo que se preguntó más adelante si no habría sido sencillamente su juventud, algo que había llevado como un peso hasta entonces, se estaba desprendiendo de él, igual que un trozo de roca cae despacio hacia el mar y desaparece entre un surtidor de espuma».
Quien busque tramas absorbentes o fuegos artificiales estilísticos, se equivoca de autor. Leer Modiano no es el reto de salir en busca de aventuras, es volver a casa después de una larga ausencia.

Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de Un circo pasa
Notas de Lectura de La hierba de las noches
Notas de Lectura de El horizonte
Notas de Lectura de Dora Bruder
Notas de Lectura de Calle de las Tiendas Oscuras
Notas de Lectura de Barrio perdido
Notas de Lectura de Trilogía de la Ocupación
Notas de Lectura de Flores de ruina. Perro de primavera
Notas de Lectura de En el café de la juventud perdida
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Notas de Lectura de Un circo pasa en Lecturas de Abril
Notas de Lectura de La hierba de las noches en Lecturas de agosto
Notas de Lectura de Para que no te pierdas en el barrio