25 de marzo de 2024

Imagen fantasma


Imagen fantasma. Hervé Guibert. Los tres editores, 2023
Traducción de Magalí Seuquera

«Una imagen fantasma es la imagen de una fuente o punto luminoso que se forma en el negativo por culpa de los reflejos en los elementos anterior y posterior de un objetivo compuesto. La imagen fantasma es un tipo particular de flare que se evita utilizando objetivos recubiertos». Diccionario de fotografía y diseño.

La imagen fantasma  (L'Image fantôme, 1981) es un conjunto de sesenta y cuatro textos relativos a la relación del autor con la fotografía, una ocupación que complementó su actividad literaria y periodística. Sin embargo, esa calificación parece bastante inexacta porque, de hecho, no es un libro sobre fotografía; aunque tampoco se trata ni de una biografía ni de una autobiografía ni de una representación: el autorretrato que resulta del texto no se limita a una imagen o a un conjunto de ellas, sino que consiste en una especie de écfrasis, la transcripción de una transcripción,  en la que lo que importa  no es la imagen en sí misma, sino el discurso, el récit implícito.

«La fotografía también es un acto de amor».

La fotografía puede ser la reproducción fiel de la realidad, pero también —¿acaso a la vez?— la hipérbole, la mentira, la ocultación, la detención de un tiempo que no ha existido jamás como tiempo real, una realidad ficticia hecha a medida, un recuerdo imaginario en sentido y forma —nunca recordamos imágenes estáticas, a menos que constituyan el objeto del recuerdo— más próximo a lo que hemos deseado en el momento de tomar la fotografía que a la existencia efectiva: ¿por qué se escoge un cuadro determinado, ese y solo ese, un encuadre preciso? ¿Qué parte de la mente del fotógrafo efectúa esa elección? ¿Por qué y con qué finalidad una imagen determinada merece ser inmortalizada estáticamente? ¿Qué papel juega la técnica en el acto de perpetuar una imagen que provoca emoción? Si esa conjunción es posible, ¿se podría decir que la foto nunca alcanza a la perfección aquello que se quería fotografiar? ¿Existe o no existe —no puede existir— la foto perfecta?

«N. me dio su foto y, por supuesto, no lo reconozco. Solo veo a un chico más lindo y más relajado que él, pero no puedo encontrar nada de su encanto original: su dulce sonrosa, el gesto tímido con que reía. Su dirección aparece en el reverso. Por mucho que me fije en ese rostro, no logro llevarlo hacia el que conocí, reconstruirlo. Y sé bien que ese rostro, el verdadero, va a desaparecer completamente de mi memoria, expulsado por la prueba tangible de la magia. Pero dentro de poco la imagen ya no me evocará nada, y solo podré tirarla o guardarla como el recuerdo cursi de un afecto falaz».

¿Qué sentido tiene visionar retratos antiguos de gente que conocimos en la época en que se tomó la imagen pero que hoy, con el paso del tiempo, son irreconocibles, o han muerto? ¿Acaso intentamos, por encima de todo, recuperar nuestro yo de aquellos años, con todo lo que eso puede significar? ¿Pueden las fotos suplantar a los recuerdos reales? ¿No solo rellenar espacios en blanco, sino también eliminar recuerdos dolorosos y sustituirlos por una nueva formulación, ya sin su carga de angustia?

La visión de las películas familiares, lo más cercano, en imágenes, a la biografía, es la demostración más palpable de las celadas que tiende la memoria, pero también de que el pasado, el propio pasado, es irrecuperable porque es único: ¿cómo podrían esas filmaciones en las que aparecemos nosotros si hubiéramos sido nosotros quienes las hubiéramos filmado? Existen tantos pasados como personas con quienes nos relacionamos en el pasado, y ninguna de estas versiones, incluyendo la propia, es más relevante que las demás, ni más real, ni más verídica.

Una ficción semejante aflora en los autorretratos fotográficos, empezando, la ficción, por los motivos por los que fueron tomados, qué se buscaba con ellos, qué momento se quiso fijar y qué elementos substituir con la propia imagen, qué enseñanzas se pueden extraer en el presente teniendo en cuenta el tiempo transcurrido desde su toma y hasta qué punto se podría cambiar ahora por ese individuo retratado sin que dejáramos de ser nosotros mismos, ¿qué es lo primero que se echa en falta para poder asegurar que ese individuo somos nosotros?

«La cámara es un pequeño ser autónomo, con su diafragma, su velocidad de obturación, su cuerpo como osamenta. Pero es un cuerpo mutilado: uno lo tiene que llevar en brazos como a un niño, pesa, llama la atención; se lo quiere como a un hijo inválido que no caminará jamás, pero cuya invalidez le hace ver el mundo con una agudeza que bordea la locura».

Otros recursos relativos al autor en este blog:

Notas de Lectura de Citomegalovirus. Diario de hospitalización
Notes de Lectura d'Els meus pares
Notes de Lectura d'Els gossos
Notas de Lectura de Al amigo que no me salvó la vida
Notes de Lectura de L'home del barret vermell
Notas de Lectura de Suzanne et Louise

22 de marzo de 2024

Encres orphelines

Encres orphelines: Pierre Bergounioux, Gérard Macé, Pierre Michon. Laurent Demanze.
Librairie José Corti, 2008

Tengo la sospecha de que aquellos que hemos experimentado —disfrutado o sufrido, táchese lo que no proceda— las relaciones con una familia compuesta por los dos progenitores estándar —no niego que mi formación en psicología tenga algo que ver con el asunto— no podemos hacernos a la idea de las consecuencias de la carencia, por la razón que sea, muerte o huida, de uno de ellos en la etapa infantil, y de las repercusiones sobre ese mismo individuo ya adulto.

Pero yo hace tiempo que cambié la psicología por la literatura —a nivel de lector, por supuesto—, y al traducir esa sospecha a términos literarios, autoriales, sobre todo, intenté investigar acerca de los efectos sobre su escritura en aquellos autores que habían crecido en esa situación.

Según parece, la incidencia de la orfandad en ganadores de premios Nobel de literatura es ocho veces superior a la de los ganadores en el apartado de Física; si de lo que se trata es de que la población estadística sea menos exquisita, resulta que en el caso de la población general, sólo dos grupos muestran porcentajes de orfandad similares a los ganadores del premio Nobel de literatura: los delincuentes juveniles y los pacientes psiquiátricos depresivos o suicidas (información extraída dde 'Greatness: Who Makes History and why', de Dean Keith Simonton).

Hace relativamente poco que he retomado este estudio, provocado por dos circunstancias: por una conversación con mi colega Jose Valenzuela, que algo sabe del asunto; y porque dos de los autores con los que me he empeñado últimamente comparten esa carencia: Pierre Bergounioux, cuyo padre murió en una etapa en que, según sus propias palabras, su presencia era imprescindible —una cuestión que atraviesa, tangencialmente, su obra de carácter meditativo—, y Pierre Michon, cuyo progenitor huyó cuando él era muy pequeño —incluso en uno de sus libros, 'Rimbaud el hijo', incidió en el hecho de que el padre, Frédéric Rimbaud, también abandonara a su familia; también algunos de los protagonistas de 'Vidas minúsculas' comparten ese accidente—. Además, descubrí que existía un libro que hablaba de ese hecho referido a ambos —y a Gérad Macé, coetáneo, cuyas obras se consideran adyacentes—.

No sé dónde me llevará todo esto, pero está en marcha.

Texto de la contraportada:

«En una época de transmisión demorada y de tradición fragmentada, la literatura contemporánea cuestiona las figuras desaparecidas de la ascendencia. Al mismo tiempo investigaciones genealógicas y reconstrucciones biográficas, los libros de Pierre Bergounioux, Gérard Macé y Pierre Michon están escritos a contracorriente de la amnesia moderna. Porque la modernidad presta poca atención a los días pasados y a la gente menuda, a los legados secretos y a las filiaciones pasajeras. Entre la angustia y la melancolía, estos tres autores se enfrentan a sus pasados familiares incompletos, en una preocupación por la memoria teñida de luto.

»Es la melancolía la que impregna este libro. La melancolía de los escritores que no pueden resignarse a llorar el paso del tiempo. La melancolía, también, de sus narraciones de filiación, en las que se revela la figura finisecular de un individuo perseguido por los fantasmas de su ascendencia y sus deseos insatisfechos. Por último, está la melancolía de una memoria atestada de recuerdos de lectura y del aura de los libros de antaño. Es esta melancolía la que da a este libro su tono fúnebre, y es esta melancolía la que modula la elegía de un mundo desaparecido en los textos de Pierre Bergounioux, Gérard Macé y Pierre Michon. Pero este matiz sombrío, que tiñe sus escritos, no se limita a inflexiones de humor o sombrías cogitaciones. Es también una pasión por la alteridad, que abraza los destinos desheredados de la ascendencia y les devuelve su singular brillo. En esta melancolía contemporánea, está en juego una ética de la literatura.


18 de marzo de 2024

Madame Bovary, fragmento no conservado

Madame Bovary, fragmento no conservado


Pierre Michon


Mientras tanto, la epidemia prosperaba.


Lo mismo ocurría con Homais.


Estaba al acecho de las gacetas, esperaba que hablaran de él ya que sabía, él, cómo derrotar al mal.


Dado que sus efectos eran similares a los del arsénico, cefaleas, sabor a tinta bajo la lengua y muerte por torsión del plexo, las causas debían ser parecidas; era necesario, por tanto, inmunizar a la población administrando dosis controladas de arsénico, y Bovary lo practicaba ya con sus pacientes. Les recetaba el polvo diciendo que era borraja, para dormir bien en aquellos tiempos de ansiedad.


La idea era una obra maestra. «Simple sentido común», le dijo a Charles, que quedó asombrado. «El sentido común, ya ve, doctor, es la madre de todas las cosas, como postuló  Heráclito, erróneamente llamado el Oscuro». Pero tuvo que dejar allí al viejo griego para amonestar a Athalie, su hija, que había utilizado bicarbonato medicinal para trazar en el suelo su rayuela.


Finalmente, el descubrimiento despertó las mentes médicas; se envió a Yonville una delegación de los mayores talentos consagrados al asunto.


Llegaron un día tórrido, después de la cosecha. La noche anterior habían dormido en Ruán, donde habían cenado; bastante mal, para su gusto, la marea había dejado de subir, el hostelero estaba sumido en la desesperación, menos a causa de la epidemia que del incumplimiento de sus obligaciones: ni siquiera sabía aprovechar estas ilustres presencias para obtener recetas profilácticas. Trajo una res en mal estado; lloró por ella; los médicos permanecieron impasibles. Invocó a Vatel.


Los especialistas, al día siguiente, entraron en Yonville. El cochero, temiendo el contagio, los había descargado descuidadamente al pie de la cuesta. Se abanicaban con sus sombreros; con la protección, era difícil ver sus rasgos; observaban la distancia prescrita; sufrían. El doctor Lacheny era de El Havre, pero la mayoría venían de lejos; incluso el profesor Raoult, que era sanguíneo, procedía de Marsella. Más que cualquier otro, se quejaba de la fatiga; tenía la complexión de un guerrero galo propenso a la apoplejía, el aspecto y la barba feroces; sobre todo, estaba irritado, porque había encontrado por sí mismo un medicamento, incuestionable, a base de quina. Aquel rival normando le exasperaba incluso antes de conocerle. Homais, que le había estado esperando a pie firme, dijo que estos provenzales eran graciosos, y citó el ejemplo del general Mario, a quien los teutones habían masacrado en su tierra de Aix. Mandó a Léon de vuelta a sus garabatos, quien objetó que había sido al revés, para los teutones y para Mario.


Emma acababa de dar las gracias a la criada que la había servido sin protección. Entristecida por esta pobre muchacha, soñadoramente, miraba pasar bajo sus ventanas la comitiva. La epidemia la había afectado poco, pero pensó en el arsénico, esa palabra deslumbrante que se parecía a Rodolphe en el amor, y en Plinio el Viejo que Homais citaba siempre como ejemplo para Napoleón, su hijo. Pensó en Plinio el Joven, que suplantó al Viejo en sus sueños, y, a través del malva de las glicinas, los dos Plinios bailaban en su imaginación con una matrona dispuesta que se le parecía.


Mientras volvía a adormecerse, las glicinias se imponían a Plinio; a través de sus ojos semicerrados, podía verlas marchitarse, indefinidamente.

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Este artículo es la traducción al castellano del escrito publicado por L'Obs nº 2895 del 30 de abril de 2020, incluido en Pierre Michon et el XIX siècle, Cahiers Pierre Michon, Presses Universitaires de Rennes, 2023


La imagen de la cabecera procede de: https://ethic.es/2022/03/tras-la-muerte-de-madame-bovary/

Como todo el contenido de este blog, este artículo está publicado bajo la licencia de Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 España

4 de marzo de 2024

Zugzwang

 

Zugzwang. Eduard Márquez. Quaderns Crema, 1995

«[...]
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor».

Les dues novel·les van publicar-se amb dos anys de diferència i van ser, ambdues, segons l'opinió unànime de la pràctica totalitat de la crítica, dels medis de comunicació, dels lectors i dels llibreters, èxits editorials sense precedents en la literatura catalana no comercial. Cap de les dues era primera obra, havien publicat altres novel·les i fins i tot llibres de poemes amb un ressò relatiu —per a connaisseurs, vaja, els few més o menys happy que solen llegir poesia contemporània—, però van ser rebuts uniforme i indiscutiblement com la gran esperança blanca de la literatura catalana, el punt d’inflexió, els llibres després dels quals ja res tornaria a ser com havia sigut; dos genis que no havien arribat a la trentena havien dinamitat l’oasi de llibres per a tietes —que se segueixen publicant—, de reconstruccions històriques dubtosament fiables —que segueixen tenint un èxit notable— i de novel·les de presentadors de TV3 —que es limiten a combinar els dos temes anteriors duplicant, doncs, les possibilitats d'èxit—.


Formava part de la meva feina llegir els llibres que venien amb el beneplàcit de la crítica, així que m’hi vaig posar tan bon punt van sortir per poder aconsellar millor als lectors que se n’interessaven; no vaig dubtar ni un moment en cap dels dos casos. El primer, era un llibre inarticulat i desmanegat amb ínfules d’originalitat dirigit lectors veterans dels grans èxits d’Edicions 62  pels qui és una revolució literària que els personatges es tuteigin, i neolectores amb esperit de Lara Croft, que és el que més s’acosta, entre allò que coneixen, a una aventura; el segon, el globus inflat que va revolucionar a lectores  cinquentones lúbriques a la recerca d’excitació —per l’autor, no pel text… o potser també— i joves lectors —masculins— de sexualitat vacil·lant —sense que això es correspongui necessàriament a un determinat nivell de competència lectora— . Es tractava de dues descarades i històriques estafes amb embolcall lluent que, a més a més, van assolir l’èxit, quina casualitat, al ser publicats per la mateixa editorial, en procés de franca regressió literària. 


Ara, aquest darrer any, els dos autors —masculí genèric— han publicat nou llibre, han merescut el general homenatge del medis públics, privats i concertats, i he pogut comprovar que ambdós llibres, descarada i injustament  promocionats per la totalitat del gremi, confirmen el que vaig considerar en el cas dels dos anteriors: lluny de tractar-se de noves obres mestres, no eren més que exercicis de marqueting molt ben dissenyats i que, en el fons, del que es tractava era de flatus vocis però, això sí, amb una gesticulació colosal. En vendran una pila. Tindran molts premis (ja en tenen uns quants). Sortiran a TV3 (una altra vegada perquè, naturalment, ja han sortit). Seran el grans èxits del proper Sant Jordi. A Frankfurt es rifaran els drets de publicació. I la literatura? Ni hi és ni se l’espera.


No, qualsevol temps passat no fou millor —encara que el que diu realment el poeta és que això és el que ens sembla; em confesso afectat de manriquisme—, però ahir a la tarda vaig rellegir Zugzwang, el llibre de relats d'Eduard Márquez  que l'any vinent complirà trenta anys, i vaig comprovar com, en una sola pàgina, es pot escriure més literatura que la que són capaços de promocionar l'editorial més cool, el ressenyista més courageous i el lector més openminded.


Lectors, no feu mai cas del que us recomanen; molt menys, encara, del que us recomano jo. 

Chaminadour


Chaminadour. Contes, nouvelles et récits. Chaminadour. Marcel Jouhandeau.
Éditions Gallimard, 2006 y 1953

Marcel Henri Jouhandeau (Guéret, Rueil-Malmaison, 7-4-1979)  es, probablemente, uno de los últimos ejemplares de la extensa lista de escritores franceses malditos. Autor prolífico, su obra, compuesta por más de sesenta libros, se extiende desde 1921 (La Jeunesse de Théophile) hasta 1972, siete años antes de su fallecimiento (Azaël); mención aparte merecen los veintiocho volúmenes de sus Journaliers (desde 1957 hasta 1974). Ese conjunto conforma una de las cumbres de la literatura francesa marginal del siglo XX. El conjunto de esa obra dejó una huella indeleble en la narrativa francesa del siglo pasado, un rastro presente en multitud de autores contemporáneos. 

Una de sus obras más conocidas es el ciclo de Chaminadour, compuesto, originariamente por tres volúmenes (Chaminadour I (1934), Chaminadour II (1936) y Chaminadour III (1941)), posteriormente publicados en un solo volumen, Chaminadour. Contes, nouvelles et récits. En él se recogen distintas obras que tienen en común el escenario ficticio de Chaminadour, una pequeña ciudad de provincias: «Chaminadour es la vida espectral e irradiada, hace cien años, de una pequeña ciudad gris poblada por artesanos, funcionarios y habitantes del campo. Chaminadour es un "árbol de rostros"», expresión extraída de su libro L'Arbre de visages (1941), y parece que está inspirado en Guéret, el municipio de la Creuse, en la región de Nueva Aquitania. Las obras incluidas en el volumen, de 1540 páginas, son: La Jeunesse de Théophile (1921), Les Pincengrain (1924), Les Térébinthe (1926), Prudence Hautechaume (1927), Ximénès Malinjoude (1936), Le Parricide imaginaire (1930), Le Journal du coiffeur (1931), Tite-le-Long (1932), Binche-Ana (1933), Chaminadour (1934), Chaminadour II (1936), Le Saladier (1936), L'Arbre de visages (1941), L'Oncle Henri (1943), Les Funérailles d'Adonis (1948), Un monde (1950), Cocu, pendu et content (1960), Descente aux enfers (1961)y el documento Vie et ouvre, un conjunto de imágenes recogidas por el propio Jouhandeau. Sus Diarios (Journaliers) ocupan veintiocho volúmenes y abarcan el período comprendido entre 1956 y 1974. La atención que ha merecido el autor en España se limita a la meritoria publicación por la Editorial Impedimenta de Tres crímenes rituales (Trois Crimes rituels, 1962). Eso es todo.

Richard Millet, otro autor francés fundamental —también sin traducción al castellano—, dice en el prefacio de este volumen, titulado «Un personaje infernal»:

 «Chaminadour es la vida espectral e irradiada, hace cien años, de una pequeña ciudad gris habitada por artesanos, funcionarios y campesinos. Chaminadour es un "árbol de rostros". Un ramillete de almas puras, una zarza de almas malditas, una proliferación de hechos y gestos, cómicos o trágicos, resplandecientes, infames, arrancados al secreto. 
"Yo necesito las pasiones, las manos amarillas, los corazones rojos de Chaminadour", dijo magníficamente René Crevel. Las necesitamos más que nunca, nosotros que, en estos tiempos sombríos, deprimidos, desencantados, pedimos a la literatura no que nos entretenga, sino que nos libere de las restricciones  sociales, que nos devuelva la memoria de los siglos, que nos dé toda la medida del hombre sin el discurso humanista, insustancial o psicologizante, y que nos llene de asombro en los peores tiempos».

La localidad que Jouhandeau nombra como Chaminadour corresponde, según parece, al barrio de  Guéret, la ciudad de la Creuse, donde nació; precisamente en esa población alberga la Association des Lecteurs de Marcel Jouhandeau et des Amis de Chaminadour.


Esta asociación organiza, anualmente, Les Rencontres de Chaminadour en Guéret. Sus inicios se remontan al año 2006 y se deben a dos creusois notables: un escritor y un lector, Pierre Michon y Hughes Bachelot, a quines se unieron, más tarde, Pascal Quignard, Jean Echenoz, Olivier Rolin, Sylvie Germain, Patrick Deville, Maylis de Kerangal, Mathias Enard, Arno Bertina, Mathieu Riboulet y otros. Cada año, estas jornadas rinden homenaje a un escritor de otro siglo cuyo legado puede apreciarse en los escritores actuales.


Las reglas de los Rencontres dictan que «una vez elegido el escritor, si ha aceptado ser el invitado de honor, y una vez elegido un escritor de otro siglo que pueda servir de ejemplo, comienza la búsqueda de autores, traductores, académicos, editores, críticos, libreros y bibliotecarios que tengan una profunda afinidad con ese escritor. Los organizadores se ocupan de que participe todo el gremio del libro. Esta elección ha dado lugar a un enfoque interdisciplinario que es el sello distintivo de los Rencontres, aportando perspectivas complementarias nuevas y muy enriquecedoras. Los debates surgidos de estos encuentros se recogen en los Cuadernos».