2 de septiembre de 2019

Cuadernos. Volumen III

Cuadernos. Volumen III. Georg Christoph Lichtenberg. Hermida Editores, 2017
Traducción de Carlos Fortea
«En lo que concierne a las cosas fundamentales, me he abstenido cuidadosamente de lo que mis adversarios podrían llamar "ocurrencias del ingenio". Porque al que tiene tales ocurrencias le resulta fácil, con un propósito reservado, prevenir la consecuencia, que normalmente es que los que se lo reprochan no se habrían abstenido, salvo que les hubiera forzado a ello incurable impotencia».
Tercer volumen de la edición integral de los Cuadernos del científico y escritor alemán, que incluye la totalidad del "Cuaderno F", escrito entre 1776 y 1779 y publicado, como el resto de su producción aforística, póstumamente.
«Lápidas para libros».
Casi un siglo después de la que podría considerarse como edad de oro del aforismo y de la desaparición de los cuatro insignes representantes del moralismo francés del siglo XVII (François de La Rochefoucauld, 1613-1680; Jean de La Fontaine, 1621-1605; Blaise Pascal, 1623-1662; y Jean de La Bruyère, 1645-1696), Lichtenberg recupera la forma literaria  aunque con variaciones: comparte la brevedad, en la mayoría de los casos, pero también incluye razonamientos de más extensión y cuadros en los que resalta su tratamiento irónico de las cuestiones más variadas para arremeter contra la sociedad de su época con unas sentencias tal vez menos puras desde el punto de vista filosófico, pero más permanentes, porque su punto de mira no está tanto sobre la sociedad como ente autónomo como sobre la naturaleza humana. Este hecho otorga a su obra una intemporalidad de la que, en la mayoría de los casos, carecieron los moralistas, y añade un sutil sentido del humor —Lichtenberg une al genio el ingenio— que le ha hecho merecedor del homenaje de las generaciones posteriores hasta el día de hoy.
«La agudeza es un cristal de aumento; el ingenio, un cristal reductor. Esto último deriva hacia lo general».
A diferencia de sus colegas franceses, Lichtenberg es un moralista sin moral que, en lugar de prescribir remedios, pone de manifiesto las carencias de sus contemporáneos y, a partir de ahí, que cada cual se espabile como pueda; su vigencia, con seguridad, se debe a que, a pesar del idolatrado progreso, no se ha avanzado lo suficiente en los últimos doscientos cincuenta años como para convertir en obsoletas la mayoría de sus reflexiones.
«"Jamás olvidaré esto" es una expresión errónea».
Fruto de su formación científica y de su labor docente, Lichtenberg expone su mirada entre incrédula y abiertamente crítica hacia ciertas aportaciones pseudocientíficas de la época, algunas de ellas enfrentadas no tanto al filtro de la ciencia como encaradas con sentido común. Su constante polémica con los postulados de la fisionomía de Johann Caspar Lavater e, indirectamente, su fijación con la corriente romántica alemana del Sturm und Drang y sus constantes comentarios jocosos sobre Goethe, en general, y sobre el Werther en particular, son la muestra de su escepticismo de corte claramente británico.
«Si se enseña a la gente cómo debe pensar y no, eternamente, lo que debe pensar, se evitará el malentendido. Es una especie de iniciación a los misterios de la humanidad. El que, pensando por sí mismo, tope con un principio singular, sin duda se apartará de él si es erróneo. En cambio, un principio singular enseñado por un hombre prestigioso puede llevar al error a miles que no analizan. Nunca se puede ser bastante cauteloso a la hora de dar a conocer las opiniones propias conducentes a la vida y la felicidad, y en cambio nunca puede uno darse bastante prisa en incitar al entendimiento y a la duda».
Un escepticismo que se acentúa cuando censura la religiosidad acrítica, que adjudica, no sin sorna, a los católicos.
«Hay una clase de ventriloquía trascendente en la que la gente puede dar por hecho que algo dicho en la tierra viene del cielo».
Al igual que en sus Cuadernos anteriores, una de las dianas de sus invectivas es el mundo de la edición en general, pero su censura se ceba particularmente con la crítica, en el peor de los sentidos —la profesional, a la que afea su sumisión a los medios y su volubilidad, aparte de su capacitación; y la aficionada, por inconsciente, indocumentada e injustificada—, y con aquellos que se ponen a escribir porque no parecen tener otra forma mejor de martirizar al público.
«Era un escritor activo y un lector muy celoso de sus propios artículos en las revistas y periódicos eruditos».
Resultado de sus dos prolongadas estancias en Inglaterra, Lichtenberg manifiesta una profunda admiración, llena de respeto, hacia ese país, más como sociedad que, aunque también, tomando en consideración a los ingleses de forma individual; la misma fascinación parece mostrar por Francia, en este caso, sin poder disimular un sentimiento de sana envidia. Todo lo contrario que en el caso de su propio país, al que llega a considerar como malogrado ya que sus contemporáneos, en ningún ámbito social, parecen a la altura de las expectativas que la historia de Alemania ha depositado en ellos.
«Acaba de pasar de la edad de las odas a la de los salmos».
Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura: Cuadernos. Volumen I
Notas de Lectura: Cuadernos. Volumen II

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