10 de enero de 2022

Taba-Taba


Taba-Taba. Patrick Deville. Editorial Anagrama, 2021
Traducción de José Manuel Fajardo

Los motivos por los que los seres humanos emprenden un viaje son tan múltiples como dispares, pero todos implican, en mayor o menor grado, la condición de búsqueda. Taba-Taba (Taba-Taba, 2017), el sorprendente último libro publicado de Patrick Deville, es, aunque no solo, una indagación acerca de los antecedentes familiares del escritor; no de las raíces, inamovibles y sedentarias, sino de la memoria, dinámica y voluble, tanto en el transcurso como en el lugar, que abarca desde mediado el siglo XIX, la fecha más lejana a considerar para evitar que el recuerdo se transforme en mito, siguiendo las etapas de la historia de Francia, esa historia que es, en este caso, la suma de las historias individuales que se mueven en el espacio del hexágono, y que se resiste a fijarse, como si en la inmovilidad se alojara el germen de la extinción; pero también es la crónica de una soledad, inevitable cuando se convocan tiempos en los que el buscador no estaba presente, pero a los que puede trasladarse, desubicado en el tiempo y en el espacio, pero cuyo carácter de testigo le es otorgado por propia indagación.

El punto de partida de esa búsqueda es uno de los primeros recuerdos conscientes de Deville, emplazado en la niñez transcurrida en un antiguo lazareto, que dirige su padre y que va a permanecer presente a lo largo de su periplo, cuando el chiquillo no sabe aún qué es un lazareto, pero de cuya ubicación es más consciente a través del recuerdo que del tiempo; y de la impresión ―si es que el recuerdo es una impresión y no un reflejo, el resultado de una mirada furtiva al espejo del tiempo― del solitario melancólico ―el sentido de la palabra loco no está todavía a su alcance; hasta tal punto es asumida e incuestionable la cotidianidad en el niño― que repite, dando ritmo a su movimiento estereotipado, un incomporensible y misterioso Taba-Taba/Taba-Taba, como si esa sucesión de sílabas resumiese, conteniéndolo, todo su mundo, o invocara un enigma situado fuera del recinto de la clínica y, también, del transcurso del tiempo.

Existen muchas formas de encierro, el que se materializa entre cuatro paredes no es el peor. Taba-Taba sufre un encierro doble, aunque tal vez no sea consciente de ninguno de ambos: el del lazareto y el de su mundo interior; el pequeño Patrick, debido a una intervención quirúrgica que le somete a la inmovilidad, suma al del sanatorio ―del que tampoco es consciente; el sanatorio abarca también para él la totalidad de su mundo― la reclusión de su convalescencia y, aunque invoque a Taba-Taba, también formula la letanía que le ha de librar de su aislamiento.

«Pero a lo largo del día me dejan a solas con el Caballero Negro dentro, la vista en el techo, maquinando los proyectos más oscuros contra los otros, a veces contra la pequeña Redon, que se sienta en la ventanam de enfrente y siempre está mirándome de reojo los mejillones: un día me pondré mis pantalones cortos, demasiado anchos para mis patas de palillo, y me largaré. Leo en el atlas, paso mi dedo por él, preparo mis expediciones. Atravesaré a pie el desierto de Tassili, desde Argelia hasta Libia, recorreré los uadi secos del desierto de Rub al-Jali, atravesaré las junglas de África, remontaré el río Níger y luego el Mekong. Yo soy el Caballero Negro. Quien se oponga a mi avance será hecho pedazos. Estrangularé con mis propias manos a un cocodrilo, con él me haré unos zapatos y un cinturón. Lucharé contra diez con una simple navaja. Me rodearán en algún paraje lejano. Los indios me clavarán gritando en un poste. Navegaré por los océanos y bailaré sobre la línea del ecuador. Luego regresaré. Mis padres no habrán envejecido. Seguirán habitando en la puerta monumental. Yo saludaré a Taba-Taba, sentado sobre los escalones. Todavía seguiré llevando pantalones cortos demasiado anchos, pero mis zapatos serán de cocodrilo. Ocuparé mi lugar en la mesa de la cocina y canturrearé: "tres veces he dado la vuelta al mundo y los peligros me hacen dichoso"».

Patrick ubica en esa época de doble inmovilización su primera relación seria con los libros, también en una doble faceta: la de lector, no demasiado victoriosa debido a ser una actividad forzosa, ya que su inmovilidad le impedía hacer otras cosas que le apetecían más ―y que implicaban actividad física―, y la de escritor, provocada por la sensación de inmediatez y caducidad de una obra de teatro  representada en el sanatorio y su intención de hacerla duradera; es decir, de convertirla en un libro permanente.

«Los libros son rapaces que sobrevuelan los siglos, cambian a veces de lengua y plumaje en el camino y se lanzan sobre el cráneo de niños deslumbrados».

Después de La alfombra mágica vinieron, en caótica sucesión, El libro de la selva y Moravagine, y la redacción, en proceso, de su propia enciclopedia. Una vez abandonado el lazareto, esos recuerdos, junto con el Taba-Taba, quedaron implantados indeleblemente en su memoria de modo que muchas de las decisiones que tomó en su edad adulta, convertirse en escrito o una singular tendencia al aislamiento, puede que fueran un intento de revivir esas insistentes reminiscencias.

Contra el aislamiento físico, Deville interpone los viajes en busca de las huellas que ha dejado Francia allende sus fronteras y las que dejó su familia en el interior; contra el aislamiento mental, uno de los pocos remedios que salvan de la incomunicación, la escritura; ambos, remontándose a la segunda mitad del siglo XIX, el punto de partida del relato de su familia, el momento en que el mito se convierte en historia.

«La vida de los pueblos, como la de los hombres, no es cronológica, a veces en la duermevela estos se ven de nuevo jóvenes y fogosos, y se entristecen al despertar y descubrirse tan viejos a los ojos de los otros; así, acontecimientos que parecían olvidados bajo el polvo de los siglos actúan de golpe sobre el presente y perturban el porvenir».

El propósito es recorrer los lugares en los que ha transcurrido la vida, revisitar la geografía, perseguir los hitos de cada localización, que sea la historia la que actúe de guía, sobreponiendo ambos procesos en una recreación imposible físicamente y cuya anacronía lo convierte en irreproducible ―ni el lugar es el original ni el visitante es el mismo sujeto que vivía en el pasado―, pero que puede ser materializado a través del recuerdo, directo o indirecto, que crea la falsa ilusión de realidad: el viaje geográfico como viaje en el tiempo.

Esa doble búsqueda, en la Historia de Francia y en la historia familiar, es un intento de sustituir el "qué sucedía mientras" por el "qué sucedía cuando"; no existe un relato principal y otro secundario, sino dos crónicas que avanzan al unísono; las interdependencias y las desconexiones de ambos son los motivos de la indagación. Rastrear la historia de los antepasados es perseguir fantasmas fugaces de los que fueron seres efímeros recluidos en sus circunstancias, cuyo resultado jamás podrá lograr su pretensión ―la del que busca, la del que es buscado― de verdad. Todo ello, punteado por el insistente alejandrino del chiflado melancólico que, en su cabeceo insistente y permanente inmovilidad, ofrece, tal vez y en su propio idioma, la clave oculta del ansia de búsqueda de Deville: Taba-Taba/Taba-Taba...

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