Vermillon. Anne Lise Broyer, photographies, et Pierre Michon,texte. Verdier-Nonpareilles, 2012 |
«En Les Cards, mirando por la ventana, en junio, entre la niebla, a las siete de la mañana: los iroqueses están a este lado, los hurones a aquel; a veces se oyen silbar las flechas perdidas (y, por supuesto, los tambores de la guerra). A veces son, en lo profundo del bosque, las legiones aulladoras, en las Panonias. Abro las persianas para ello».
En 2010, la fotógrafa francesa Anne Lise Broyer acaricia la idea de realizar un reportaje fotográfico en una remota localización al suroeste de la Creuse, un departamento situado en el centro de Francia perteneciente a la región de Nueva Aquitania. En esa localización se halla Les Cards, una aldea que alberga, en sus proximidades, la casa donde nació, el 28 de marzo de 1945, Pierre Michon, un autor al que admira desde hace más de diez años. Superando la reticencia inicial del escritor, consigue su permiso para tomar imágenes del entorno; con posterioridad, durante los meses de julio, agosto y noviembre de 2010 y enero de 2011, después de numerosas comunicaciones, consigue que le abra la casa y puede tomar fotografías también del interior.
«En aquellos días de julio, agosto, noviembre de 2010 y enero de 2011, en Les Cards, ese remoto rincón del suroeste de la Creuse, me sentí extrañamente rodeada de gris. Un gris pesado, agobiante, húmedo, la luz nunca llegaba, nunca llegaba del todo. Incluso en pleno verano, el cielo se abatía. Un escritor nació allí en 1945, Pierre Michon. Ese gris que identifiqué con el gris del texto, sus libros y sus palabras, que intercambiamos durante casi diez años por cable (únicamente), correos electrónicos, mensajes de texto, palabras que vuelan. Esta serie que se despliega ante sus ojos es el resultado de esta correspondencia con el escritor, uno de mis favoritos. Entrecruza su mundo y mi experiencia como lectora, se nutre de nuestros intercambios y de las notas que me enviaba. Es en gris y en rojo. Es gris y bermellón. Está manchada de pequeñas heridas, de pequeñas señales... Las piernas están arañadas por la maleza que rodea la casa. Es el rojo del rasguño, el rojo de la edición original del Gilles de Rais de Georges Bataille sobre la que Michon escribió en las Vidas minúsculas, el rojo de «Lucky Strike», el borde rojo de la colección blanche de Gallimard, el rojo de los cuadernos donde a veces la escritura se resiste a llegar, el rojo de las bayas, el rojo de las luces del Golf, la sangre del conejo que matamos voluntariamente por despecho o sin motivo, el rojo de las zinnias, el rojo... La casa se convirtió en un tótem alrededor del cual me movía incansablemente en una especie de danza fotográfica en sandalias o botas de lluvia. Las imágenes evocan el pasado, el suyo, el mío. Sueños de indios, de la guerra de Troya... El paseo se convierte en una cruzada. La casa es solo un exterior, la puerta no se abrirá. La búsqueda (del tiempo perdido) es precisa, minuciosa, explora la materia misma de los textos: la materia gris, las palabras, las cosas, los paisajes, se mezclan para dejarnos entrever, a través de las imágenes, el murmullo del lenguaje». Anne Lise Broyer
Fruto de ese trabajo de búsqueda y elaboración, Broyer publica Vermillon (2012), un álbum de algunas de las fotos que tomó en el emplazamiento, que fueron expuestas en La Galérie Particulière en 2012; el volumen incluye, a modo de entrevista y bajo el título de Le chant du coucou est le cri de la mère morte, una selección de las comunicaciones mantenidas entre la fotógrafa y el autor en torno al propio reportaje fotográfico, pero también, relativas al escritor, a la significación, a la historia del lugar y a la importancia en su obra y, particularmente, en Vidas minúsculas.
En ese texto, Michon convoca los recuerdos de su niñez en Les Cards, primero feliz, más aciaga después, cuando tuvo que abandonarla tras la huida de su padre, y a la que acudía, con su abuela, solamente unas semanas al año, en verano. Posteriormente, la casa cayó en la ruina, y Michon tuvo que esperarse a que le llegaran los derechos de autor de Vidas minúsculas —una curiosa paradoja—para restaurarla y volver a hacerla habitable. Desde entonces, pasa en ella un par de meses, en verano, en compañía de su niñez, pero también de todos los recuerdos y todos los muertos que atesora.
«Existe un proverbio, creo que siberiano, que leí hace poco y me pareció que expresaba exactamente lo que intento decir. Es el siguiente: «el canto del cuco es el llanto de la madre muerta». Sí, el canto del cuco mueve el aire, y el corazón, como lo hace para mí la evocación de esta casa, como lo hacen sus imágenes. Ya sabe: estás ahí, quiero y maravillado en la mañana de primavera, y de repente la llamada del cuco pone fin a tu alegría, y sin embargo te hace estremecer. El canto del cuco es brillante pero apagado, quebrado, como si viniera del invierno. El cuco es la primavera en persona, el apogeo de los buenos días, pero está quebrado como el invierno, al que recuerda. Todos los muertos te reprochan, a través de su voz, que disfrutes de una nueva primavera».
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Los fragmentos citados en este artículo son la traducción al castellano de parte del original francés detallado en el encabezamiento, disponible en: https://www.annelisebroyer.com/
La imagen inserta en el texto procede de: https://www.facebook.com/elodie.chamblasmontel
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