Lo único que importa es el verano. Francesco Pecoraro. Editorial Perférica, 2025 Traducción de Carmen Torres García |
Francesco Pecoraro, arquitecto y escritor tardío —publicó su primer libro a los 62 años—, se dio a conocer en castellano en 2018 con su primera novela La vida en tiempo de paz.
Estamos en Italia en julio de 2001, bajo el segundo gobierno de Berlusconi. El día 20 se celebra la reunión del G8 en Génova, la contestación al cual dio inicio, oficial y públicamente, al movimiento antiglobalización, en cuya manifestación la policía asesinará a Carlo Giuliani. Lo único que importa es el verano es el retrato generacional, irreverente pero fiel, de ciertos jóvenes de la burguesía romana —no tan diferentes de la española—, desubicados, desganados, que aspiran a una identidad concreta que solo existe en su mente y que no saben definir ni concretar debido al exceso de oferta de identidades a su disposición.
«La verdad existe: se llama Carlo Giuliani, muerto de un tiro. Pero ni Giacomo ni Enzo, ni nadie que no se encuentre en ese preciso lugar, sabe aún nada sobre eso. Ellos están a lo suyo, en teoría y quizá en esencia, libres de toda culpa, con su bochorno, su cansancio y su constante tensión por tener que labrarse un futuro, planeando, con resignación, la velada de un viernes que, de antemano, saben que será aburrida pero que esperan que al menos sea entretenida. En este momento, la violencia y la muerte —que aquí también se hallan escondidas en la naturaleza de las personas, de las cosas y de las casas, en el cubil asesino de las familias, en las carreteras de cuatro carriles, en los coches de todo tipo, en las vidas, en el sexo y en las ansias de dinero, poder y éxito— se manifiestan en otro lugar como la erupción lejana de un magma silente que tenemos bajo los pies y que, aquí y allá, sale a la superficie, explota, erupciona, destruye».
Pero esto es solo el escenario; lo que importa de verdad es lo que les sucede a un grupo de amigos a lo largo de ese día y su noche de verano, la estación que define la identidad de los catòlicos medite-rráneos hasta tal punto que lo único que importa es el verano.
Enzo es el primero de esos amigos en aparecer; diseñador gráfico freelance, más o menos precario, geek de manual, simpatizante de los antiglobalización, pero hasta cierto punto —existe una frontera infranqueable entre sus deseos y sus aspiraciones—, y optimista patológico: espera un futuro personal resplandeciente porque no se atreve a cuestionárselo. Junto con Giacomo y Filippo forman una especie de unidad, divisible pero compacta, GEF, uno de cuyos nexos es Biba, el personaje central —o, cuanto menos, el preferido por Pecoraro—, más o menos novia formal de Giacomo, pero con quien se acuestan los tres, una especie de «cuadrilátero de traiciones cuyos vértices solo conoce Biba».
Solo Biba conoce los vértices porque ninguno de los tres hombres sabe que ella se acuesta con los otros dos, aunque lo sospechan; es esa sospecha lo que hace que, con menos frecuencia que si estuvieran al corriente de la situación, surjan disensiones por cualquier motivo.
«Nos obstinamos en interpretar los acontecimientos, en conferirles un sentido sin saber cuál es ese sentido en realidad y si existe fuera de nosotros o no es más que un constructo que nos es indispensable para vivir, es decir, si no es más que una cadena imaginaria de causas y efectos. Resulta difícil para el que narra no ser esquemático. Aun queriendo profundizar, es difícil llegar al inaprensible meollo —si es que existe uno— de la serie de cambios/innovaciones con los que el Capital estaba retomando con firmeza las riendas del mundo para forzarlo a entrar en el Tercer Milenio».
Pero por fin llega el verano, en forma de viernes noche, reunión de los tres amigos, cena kilómetro cero y fiesta en casa de una conocida. Lamentan no haber ido a la manifestación, ahora que los medios de comunicación se hacen eco de ella y de la muerte de Giuliani, que les indigna, claro, pero es que ellos van a una fiesta —en el coche de Biba, por cierto, en cuyos asientos se hacen compañía unas gotas de semen de los tres—; son indignados eximidos, antagonistas pasivos: el dolor, cuando no es físico, desaparece cuando dejas de pensar en él. Enzo es un opositor teórico que encontraría de muy mal gusto bajar a pelear a la arena; Filippo es un eterno no alineado que esconde cierto reac-cionarismo; Giacomo es un excomunista decepcionado, aunque sigue interesado en la política.
«Son tres intelectuales, dos de ellos fallidos, el tercero encaminado, tres humanistas de instituto, criados en la cultura de la sospecha —tal vez del desprecio— de todo aquello que no es literatura o filosofía, incapaces de observar en profundidad el mundo de los objetos, la ciudad, el territorio, incapaces de leer sus señales, la cultura de quien ha pro-ducido el mundo artificial que los rodea».
Las referencias al mundo del propio autor, al igual que en sus dos novelas anteriores, no faltan, y su aparición en el relato nunca es halagüeña, como tampoco lo es el estrato social que, por lo que parece, comparte con sus protagonistas.
«Los tres, con puntos de partida y resultados distintos, son hijos del ciclo evolutivo de la clase media y media baja. Sus abuelos y bisabuelos se partieron la espalda para elevar el patrimonio y la cultura de sus hijos que, a su vez, aunque con menor esfuerzo, pues ya llevaban ventaja, continuaron su consolidación social en cuanto que enraizamiento en la clase social media de la Roma de la segunda mitad del siglo XX, compuesta básicamente de asalariados, comerciantes, profesionales y, sobre todo, de abogados y especuladores inmobiliarios, que garantizaron a su prole buenos estudios y la posibilidad de elegir su futuro porque había medios. Fue así como los vástagos nacidos en los setenta, al rechazar las profesiones liberales de sus padres, acabaron dedicándose a lo superfluo».
El capítulo dedicado a Lavinio sirve para introducir al lector en el lugar de vacaciones donde tiene lugar la fiesta a la que asisten. Playa, monte bajo, bosque; naturaleza masacrada por los romanos bienestantes en la década en la que la riqueza inundó a la sociedad de clase media e hizo posible la segunda residencia junto al mar de Eneas.
Una curiosidad, si se quiere metaliteraria: Giacomo regala a su prima, la organizadora de la fiesta, como castigo, La broma infinita.
«El momento más interesante de una fiesta acontece en el instante en el que entras, lo es-crutas todo a tu alrededor y también te escrutan, con la desesperada esperanza de que ocurra algo y de que tú seas ese algo que ocurre. Pero esto, una vez que uno toma con-ciencia de los espacios, de quién está y de quién no, del nivel socioestético de los invita-dos, suele desvanecerse al cabo de unos minutos. Más por costumbre que por decep-ción. En realidad, la decepción siempre está ahí: tías que a cierta distancia te parecen pi-bones de cerca no lo son tanto. A algunas les basta con abrir la boca y decir algo en ese romanesco veteado de artificialidad posinstituto, típico de algunos jóvenes de ciertos barrios de Roma, para arruinar, en un instante, cualquier posibilidad de constructo mental».
La fiesta es el escenario perfecto para los movimientos de acercamiento y cortejo: una conversación brillante, un tema candente; con frecuencia, intercambio de teléfonos y aplazamiento, no siempre culminado; idealmente, un rincón discreto en la misma fiesta, a última hora, y un polvo cuyas circunstancias y coprotagonista no recordarás al día siguiente. Al final, el único que consigue aparearse es el que tenía menos posibilidades de salir azaroso, o el único que parecía no necesitarlo, o el que teorizó menos sobre ello.
Con cópula o sin cópula, el final de una fiesta siempre contiene algo de tristeza poscoital; ante la duda acerca de dónde pasar el resto de la noche, Enzo ofrece la segunda residencia de sus padres —desocupada, evidentemente— para superar esa resaca física y psicológica.
Biba, la protagonista oculta, es por fin desvelada, aunque el personaje que nos presenta el autor es bien diferente del que nos querían hacer creer sus amantes. Ese fin de semana, que está desaparecida, que ha abandonado a los GEF sin decirles su intención, irá a las manifestaciones de los antiglobali-zación en Génova: la persona más antipolítica del cuarteto es la única en asistir.
«Va a la manifestación porque nunca ha estado en Génova. Y porque le han dicho que esta vez estarán todos. En el periódico ha leído quiénes son esos todos: una miríada de si-glas políticas, parapolíticas, apolíticas y religiosas, una amalgama que aglutina el antago-nismo contemporáneo y mundial, escriben los periódicos, que aún son de papel, que uno compra por la mañana en el quiosco, que te llenan los dedos de tinta y que, para hojearlos, tienes que estirar los brazos. Utilizan esta palabra: antagonismo. Biba también la odia porque no quiere decir una mierda. O, mejor dicho, quiere decir mucho, porque, por un lado, designa a los que no están de acuerdo, sean quienes sean, y, por otro, admite a los que no se autodenominan antagonistas».
Sin embargo, las consignas no alcanzan para todo. Biba pasa de la indiferencia —«¿Qué hago yo aquí?»— a la implicación, y es testigo del intento de masacre de los carabinieri. A pesar de ello, su entusiasmo fluctúa: después de asistir en primera persona a lo más cruento de la manifestación, en lugar de sentir cólera o de escapar corriendo, aparece la lucidez, y es bajo este estado que regresa a Roma.
Regresa y aparece en la villa donde GEF duermen la mona. Ese aparte —bueno, y la sobriedad, a diferencia de sus compadres— le permite esbozar el concepto en que los tiene, uno a uno: sexual, intelectual, afectivamente; y también alcanzar algunas conclusiones —siempre provisionales—. La conciencia de que lo que les mantiene unidos es ella, y que cuando aquello acabe, porque está condenado, GEF desaparecerá.
«Ella, al igual que GEF y muchos de sus coetáneos, también va en busca de firmeza-esta-bilidad-duración, pero es incapaz de reconocerlo. Hasta hace poco tiempo, el futuro se le presentaba como un abanico infinito de posibilidades. Aún hoy, a pesar de haber «encarrilado su vida», como suele decirse, valiéndose de los privilegios de clase media con los que nació y se crio, necesita pensar que sigue siendo así, que para ella no se ha cerrado del todo ninguna puerta, aunque la mayoría de las decisiones de peso, subyacer-tes a las livianas, ya las ha tomado. La relación a tres bandas con GEF servía para con-firmarle que aún contaba con cierto grado de libertad. Pero ya no está del todo segura de que siga siendo así».
Porque el destino de todo lo que contiene este mundo, justo antes de que le suceda a él mismo, es desaparecer.
Notas de Lectura de La avenida.
Notas de Lectura de La vida en tiempo de paz.
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