18 de abril de 2022

Historia del hijo

 

Historia del hijo. Marie-Hélène Lafon. Minúscula, 2022
Traducción de Lluís Maria Todó

Uno de los comienzos de novela más memorables y determinantes de la historia de la literatura lo escribió León Tólstoi para empezar Ana Karénina«Todas las familias felices se parecen entre sí; pero cada familia infeliz lo es a su manera»; sin embargo, la nómina de protagonistas principales de la novela no incluye a la familia, aunque al actuar como marco del desarrollo de la acción su efecto sobre esta es determinante. Historia del hijo (Histoire du fils, 2020), el libro más reciente de Marie-Hélène Lafon, podría haber empezado, más propiamente incluso que en el caso de Tólstoi, con algo así como: «Todas las familias que esconden un secreto se parecen entre sí; pero cada una sobrevive al efecto de ese secreto a su manera»; y en esta novela, a diferencia de lo que ocurre con la familia en la obra de Tólstoi, el secreto sí es el protagonista, único y absoluto, del texto.

Los principales conductores y afectados por esa alteración en sus vidas que provoca el mantenimiento de ese secreto son Gabrielle, una lugareña que huyó a París ahogada por el localismo de provincias, madre soltera; André, su hijo, educado por sus tíos en ausencia de la madre; y, finalmente, Paul, el hijo de una familia respetable, que llega a convertirse en un influyente abogado en la capital. La novela, escrita en episodios, que abarcan exactamente un siglo (1908-2008),   centrados en cada protagonista, los principales mencionados o multitud de secundarios, narra la historia de ese secreto que, aunque no es el único que sacude la trama, sí que la condiciona y presta cohesión a esos "cien años de soledad" a los que se ven abocados unos y otros. Pero Lafon no solo se detiene en los antecedentes principales, sino que, con un amplio despliegue, extiende la trama a través de las relaciones entre los distintos personajes y las circunstancias, voluntarias o prácticamente fortuitas, en que se ven envueltos: Gabrielle, la decisión improvisada y su huida; André, el pasado sin raíces y la ambivalencia de sentimientos hacia su madre; y Paul, la ambición desatada desde su adolescencia y el lastre familiar al que decide, infructuosamente, sobreponerse. 

La felicidad no puede ser eterna porque su presencia constante es contraria a su naturaleza; la desgracias, en cambio, sí que puede ser perpetua, pero esa circunstancia la haría menos trágica. Sin embargo, la peor situación es la combinada, cuando ambas se presentan en sucesión, reforzándose mutuamente y prestándose sentido una a la otra: la desgracia que da sentido a la felicidad, la felicidad que da sentido a la desgracia.

Cuando el pasado es un fantasma que persigue sin pausa, el arrepentimiento no tiene la fuerza suficiente para imponerse a los remordimientos, y las ocasiones perdidas exigen su cuota de atención con progresiva insistencia. La voluntad que guio las decisiones del pasado flaquea ante la percepción  de la irrelevancia de las ilusiones que se quedaron por el camino, y la posibilidad de otras vidas, descartadas en un proceso que se creía razonado, hiere a través de su renuncia, rechaza la lógica que la inspiró y revela la irremediabilidad del error. Nunca se llega a ser como se quiso, nunca se quiso ser lo que se ha llegado a ser; esa es la razón que justifica el intento de que los descendientes sí que alcancen esa meta, pero ese momento nunca llegará, y a la frustración de no haberlo alcanzado uno mismo se sumará la percepción de que aquellos tienen la suya propia: los descendientes tampoco serán nunca como uno quiso ni querrán ser nunca el remedo de la expectativa de sus progenitores; ellos deberán cargar con sus errores, pero solo con los suyos.

No es cierto que el cerebro pierda facultades con la edad; lo que sucede es que se vuelve selectivo con los recuerdos: los que ayudan a vivir permanecen, mientras que los que cuestionarían la propia  existencia se desechan. Solo así es posible seguir viviendo. Todo aquello que se olvida, desaparece, pero no es lo mismo desaparecer que no haber existido.

"Todas las familias albergan en sus repliegues más íntimos esos pequeños muertos que eran la condena del tiempo, una especie de tributo en carne fresca y tierna que se pagaba a los dioses Lares de pletóricas descendencias".

Otros recursos relativos a la autora en este blog:

Fe de Lectura de Nuestras vidas

Notas de Lectura de Los países

Notas de Lectura de Flaubert for ever

975

No hay comentarios: