23 de septiembre de 2019

Leopardo Negro, Lobo Rojo

Leopardo Negro, Lobo Rojo. Marlon James. Editorial Seix Barral, 2019
Traducción de Javier Calvo
Después de deslumbrar al jurado del Booker Prize en 2015 con Breve historia de siete asesinatos, Marlon James, el escritor anglosajón de origen jamaicano, ha emprendido el tortuoso y arriesgado camino de reformular la literatura fantástica recogiendo la corriente ascendente de dotar al género de raíz étnica; por suerte, tanto la novelística fantástica como la de ciencia-ficción se están dotando de apellidos que engrandecen el campo de la literatura de género y que parecen, a la vez, el mejor homenaje a escritores de la talla de J. R. R. Tolkien o Ursula K. Le Guin y una más que digna continuación de sus obras. Para ello, ha planeado una trilogía, de la que Leopardo Negro, Lobo Rojo (Black Leopard, Red Wolf, 2019, constituye la primera entrega; un relato -un conjunto de relatos protagonizados por los mismos personajes, historias dentro de historias, relacionadas o independientes, pero con los mismos héroes- que entronca con la tradición oral en el que las historias no se cuentan a medida que suceden los hechos sino que son relatadas por un protagonista o por un testigo tiempo después de que sucedieran.
«Y eso también me lo contó mi tío. Mi abuelo se cansó de matar y se nos llevó a mi madre y a mí de la aldea. Fue él quien abandonó las vacas. Y es por eso por lo que ya en mi infancia mi padre era viejo, viejo como los ancianos de aquí, con sus espaldas jorobadas. De tanto huir se había quedado flaco, en los huesos. Siempre parecía a punto de escaparse. Me dieron ganas de ir corriendo de mi tío a mi padre. A mi abuelo. Ahora mismo el suelo no era el suelo, y el cielo no era el cielo, y las mentiras eran la verdad y la verdad era una cosa movediza y resbaladiza. La verdad me estaba poniendo enfermo».
Un heterogéneo grupo de mercenarios -Fumeli, un excelente arquero y no menos magnífico amante; Ogotriste, una especie de gigante aquejado de multitud de complejos; Sogolon, una bruja de temperamento voluble; Venim, una enigmática niña; y otros personajes que se van encontrando en su camino- comandado por Rastreador, un explorador infalible con olfato y ojo de lobo, circunstancia que le adjudica el sobrenombre de Lobo Rojo, y Leopardo Negro, un ser polimórfico que cambia de especie a voluntad y que vive en lo más recóndito de la selva, incontrolado y libre, emprenden, contratados por un enigmático personaje, la búsqueda de un niño dotado de extraños poderes desaparecido en misteriosas circunstancias años atrás.
«Un año viví en Malakal, antes de mudarme a Kalindar, el reino bajo disputa que había en la frontera con el Sur. Patria de grandes lores jinetes. Cierto, el lugar era más bien una colección de establos con habitaciones para que los hombres follaran, durmieran y conspiraran. Daba igual de qué lado vinieras, a aquella ciudad solo se podía llegar tras una dura travesía por tierra. Era un pueblo amante de la guerra, rencoroso y vengativo en el odio, apasionado y vigoroso en el amor, que despreciaba a los dioses y los desafiaba a menudo. Por supuesto, me afinqué allí».
Esclavistas y abolicionistas, caníbales y vegetarianos, gigantes y enanos, animales metamórficos y seres invisibles, hechiceras y subyugadoras, espíritus bravucones pero inofensivos y discretos pero letales, eunucos y superdotados y todo un conglomerado de seres indescriptibles e inconcebibles que socorrerán o impedirán la tarea de la compañía ante las numerosas pruebas a las que deberán enfrentarse mediante la magia sutil, la fuerza bruta, el ingenio afilado o la pura casualidad, en una fantasía épica, que recoge la tradición de las questes clásicas, en la que dos inadaptados encuentran en su exclusión el motivo para la solidaridad mutua o para la traición encubierta, encargados de misiones imposibles para todo aquel que no disfrute de sus atributos, y en la tarea en la que se afanan la oportunidad de redimirse de una existencia poco ejemplar.
«Vivir en una ciudad era algo nuevo para mí. Siempre he sido un hombre del límite, siempre en la costa, siempre en la frontera. Así nadie sabe si acabo de llegar o si estoy por irme. Nunca tenía más posesiones de las que podía meter en una bolsa para marcharme en menos tiempo del que tarda en vaciarse un reloj de arena. Pero en un sitio como aquel, donde siempre había gente yendo y viniendo, podías estar en el centro inmóvil y aun así esfumarte. Lo cual es conveniente para un hombre odiado por los hombres. Mi posada estaba muy al oeste, en el borde de la tercera muralla. La gente creía que quienes vivían dentro de la tercera muralla eran ricos, pero no era verdad. La mayoría de los ricos vivían dentro de la segunda. Los guerreros, soldados y comerciantes que estaban simplemente pasando la noche en una posada se quedaban dentro de la cuarta, en unos fuertes situados en los puntos cardinales de la ciudad para rechazar a los enemigos. Te cuento todo esto, Inquisidor, porque nunca has estado en Malakal y un hombre como tú no irá nunca allí».
Calificación: *****/***** 

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