25 de abril de 2022

628-E8

 

628-E8. Octave Mirbeau. Universidad de Cádiz y Diputación de Cádiz, 2006
Traducción del grupo "Literatura-Imagen-Traducción" 

628-E8 (628-E8, 1907) tiene la intención de ser una especie de reportaje de un viaje en automóvil ―dedicado a Fernand Charron, fabricante del vehículo C.G.V.―, cuya matrícula es el enigmático título del libro, efectuado por Octave Mirbeau a principios del siglo XX a través de Francia, Bélgica, Países Bajos y Alemania. Como curiosidad editorial, el autor incluyó en la primera edición tres textos sobre Balzac, que retiró a petición de la viuda de este, pero que se reproducen en esta edición en su lugar original.

«Este es el Diario de un viaje en automóvil por una parte de Francia, Bélgica, Holanda y  Alemania, y, sobre todo, a través de algo de mí mismo. ¿Se trata realmente de un diario? ¿Acaso es un viaje? ¿No son más bien sueños, ensoñaciones, recuerdos, impresiones, relatos que, la mayoría de las veces, no tienen ninguna relación ni ningún nexo visible con los países visitados, y que, simplemente, surgieron por un rostro encontrado, algún paisaje entrevisto o alguna voz que creí oír cantar o llorar en el viento?»

Ejemplo paradigmático de la escrituta fragmentaria y circunstancial, Mirbeau trata de extraer del texto cualquier pretensión literaria, y es en ese intento de exclusión en el que, paradójicamente, muestra su capacidad para literaturizar el relato; mediante el uso del prototipo naturalista, pero llevándolo hasta el extremo en que pierde sus atributos, agotado por las exigencias literarias que ya no puede satisfacer, teje un texto desde la visión vanguardista más radical; a través del uso casi exclusivo de un punto de vista subjetivo en el que la lógica y las convenciones narrativas saltan por los aires; finalmente, por medio de una errática y jamás justificada selección de temas y de liberación de los códigos narrativos, consigue un libro tan inclasificable como desconcertante, inasible, inasimilable y ferozmente vanguardista. Parece como que Mirbeau quisiera reproducir la libertad, la velocidad y el progreso que representó el automóvil mediante un tratamiento formal equivalente del material literario.

628-E8 es y no es, a la vez, como el mismo autor reconoce, la descripción de un periplo ―en el que se recrean, también, episodios inventados y se citan personajes que no existieron jamás― de un recorrido en automóvil por la geografía, pero también de un viaje por la Europa histórica, anclada aún en el XIX, en su travesía hacia un nuevo siglo tan ilusa en sus esperanzas como asustadiza ante sus temores.

Firme partidario del progreso, Mirbeau echa en falta el reconocimiento a los investigadores y a los descubridores, y reivindica el papel de ese progreso en la felicidad y la libertad de la población; de hecho, el libro le debe más al automóvil que al viaje en sí mismo, porque, caso de haber visitado esos mismos lugares en otro medio de transporte, la obra no existiría ―o sería sustancialmente distinta―: todas lasa digresiones, las contradicciones, las incoherencias, el desorden y las asociaciones caóticas de ideas, además de inherentes a su humanidad, se deben, en gran parte, a esa modalidad de viaje.

«Y no se trata de la velocidad mecánica que conduce la máquina por las carreteras, a través de países y países, sino de la velocidad, de alguna manera neuropática, que lleva al hombre a través de sus acciones y distracciones... Trepidante, con los nervios tensos como muelles, uno no puede permanecer en un sitio, impaciente por volver a marcharse en cuanto ha llegado a algún lugar, queriendo estar en otra parte, siempre en otra parte, más allá de esa otra parte... El cerebro es una pista sin fin en la que pensamientos, imágenes y sensaciones resuenan y ruedan, a razón de cien kilómetros por hora. Cien kilómetros, es el patrón de su actividad. Circula en tromba, piensa en tromba, siente en tromba, ama en trompa, vive en tromba».

El primer lugar sobre el que Mirbeau pone el punto de mira es en la historia gloriosa de Francia, en especial la del Grand Siècle, que no sale demasiado bien parada a medida que avanza el viaje a través de sus vestigios. Sus recriminaciones alcanzan tanto a la vida en los palacios como a la cotidianidad del pueblo llano; a la arrogancia nacional y a la superioridad moral, basadas en las apariencias; y a la estupidez de aquellos de sus contemporáneos que se creen descendientes de aquella grandeur y que no dudan, basándose en ella, en exigir sus presuntamente innatos privilegios.

Pero Mirbeau reserva sus más ácidas invectivas para la vecina Bélgica, especialmente su capital, tierra de falsificadores y reserva de la vieja, decadente y anacrónica Europa ultracatólica, monárquica y corrupta, gris y anodina, refugio de proscritos que destrozan el francés con un acento farandulero, institucionalmente ridículo y poblacionalmente subdesarrollado, con un ambiente contrario a toda creación artística.

El viaje a Holanda representa para Mirbeau el regreso a un lugar donde fue feliz, un retorno al pasado que no siempre es conveniente; pero es el lugar de origen de Van Gogh, de Vermeer, de Rembrandt, y ello es suficiente para que se sienta afortunado. La serena belleza de su paisaje, la simplicidad severa de sus relaciones y la amabilidad de sus habitantes componen una mezcla perfecta para que el viajero se sienta cómodo. Es un país cuidado y amado por sus habitantes, a quienes los grandes espacios ininterrumpidos hacen más tolerantes.

Alemania es el sujeto que merece la mayor admiración de Mirbeau, en contraste con su propio país; por sus perfectas carreteras, las primeras en todo el viaje que parecen construidas para los automóviles; el aire señorial de los campos y la limpieza omnipresente también donde no se la espera. En cuanto a los alemanes, a pesar de la estupidez de la aristocracia y de la dinastía reinante, admira su inquebrantable fe en el progreso, su laboriosidad y prodigalidad, y su visión de futuro.

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