1 de diciembre de 2025

Cuando Cécile

 

Cuando Cécile. Philippe Marczewski. Shangrila Textos Aparte, 2025
Traducción de Ester Quirós Damià

Cécile es una joven de veintisiete años que fallece en un accidente aéreo; antes de ese suceso, había mantenido un romance de juventud discontinuo, equívoco, desigual, casi involuntario con alguien que, con el paso del tiempo, apenas dos años, no consigue librarse ni de su recuerdo ni de su presencia. 

«[...] cuando regresó a casa llovía, caía una lluvia incesante, densa y plomiza, que convertía el verano en noviembre y sumía el recuerdo de la luz del sur en un baño de pesadumbre, aquella noche tuvo presente la imagen que había recordado de Cécile, con ese algo que no pertenecía más que a ella, y en él maduró una idea: quiere escribir el recuerdo de Cécile antes de que se desvanezca, antes de que descender a la oscura mina del tiempo se vuelva demasiado arriesgado, cuando al dar golpes con el pico en el olvido petrificado y demasiado duro ya solo se arranquen con dolor fragmentos ilegibles de bordes afilados, porque escribir sobre lo que sabe de Cécile, sobre lo que fue y lo que ya no puede ser, será como admitir de nuevo su muerte y admitir esa muerte hará que se desvanezca el espejismo de una existencia paralela, la ilusión de un fantasma, de un doble, de un regreso, él recuperará la cordura, así que sabe que tiene que escribir esos recuerdos de Cécile para devolverla a la realidad pero no sabe muy bien cómo hacerlo, así que más de una vez se sienta a una mesa con unas hojas en blanco delante o un ordenador con la pantalla en blanco, pero no sabe por dónde empezar [...]».

¿Qué recordamos?
¿Cómo recordamos aquello que recordamos?
¿Por qué recordamos aquello que recordamos?
¿Qué relación tiene aquello que recordamos  con la realidad pasada?
¿Puede modificar aquello que recordamos a la realidad pasada?
¿Qué es, entonces, la realidad, aquello que sucedió o aquello que recordamos que sucedió?
«[...] los recuerdos no pesan nada, unos cuantos nanogramos, son solo una misteriosa red de neuronas que transportan impulsos bioeléctricos, células que intercambian apenas un poco de química, nada más que una leve agitación de la materia oculta en el cráneo que se desintegra con la misma seguridad con que se derrumban las ciudades, e igual que estas la memoria se corrompe y congela, luego van cayendo, piedra a piedra, certeza a certeza, rostros, voces y gestos, y del sabor de las bocas, de la piel tersa de los cuerpos jóvenes y del color de los ojos y de los instantes con olor a yodo, de la frescura de las tardes, no quedan más que cenizas, e igual que las ciudades que hay que reconstruir sin cesar sobre sus propias ruinas, hay que reconstruir la memoria cien veces más para que no se hunda en la tierra, y lo mismo ocurre con nuestros muertos, sus vidas, sus manos sobre nosotros y los retazos de historias que nos contamos a nosotros mismos, esa humilde narración íntima que constituye el esqueleto y los nervios de nuestras vidas [...]».

A veces, una novela —siempre, las buenas novelas— aborda cuestiones que están más allá de lo que relata.  

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