8 de diciembre de 2025

Una

 

Una. Jose Valenzuela. Mutatis Mutandis, 2025

Cuando la lectura de un libro no conduce al lector a plantearse preguntas, a ir más allá del simple desciframiento e interpretación de caracteres impresos, ha sido una lectura estéril, vana, simple entretenimiento. Con esto no quiero menospreciar la lectura como pasatiempo, pero sí dejar constancia de que se trata de dos maneras de leer no equiparables. Y esa afirmación no tiene nada que ver con géneros literarios ni con opciones narrativas; cada una de esas visiones puede contener, en su medida, su fracción de trascendencia. 

Pocas modalidades de novela, por más que se empeñen los censores, están más habilitadas, paradójicamente, para hablar de lo real que las novelas de la denominada ciencia-ficción; y del presente, claro; también del futuro, pero no solo del futuro de la humanidad, sino del futuro del ser humano, de cada ser humano, de cada uno de nosotros —de lo que seremos, o no seremos, mañana, cuando ya no seamos pero sigamos siendo—. Y de los retos que deberá afrontar la civilización para alcanzarlo, si es que no ha de dejar de ser civilización, al menos esta nuestra, para lograrlo. También de viajes en el tiempo para corregir aquello que la historia descuidó, de motores de impulso compuestos por reactores de fusión termonuclear contenidos por campos de fuerza, de naves de ataque en llamas más allá de Orión y de rayos C brillando en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Pero Jose Valenzuela Ruiz, que reúne en su currículum disciplinas tan dispares —aparentemente— como la ingeniería y las humanidades, no ha escrito ni la enésima secuela de Regreso al futuro, ni el guion de un episodio de Star Trek ni una nueva versión de Blade Runner; uno diría, leyendo la contraportada del libro, que lo que sí ha escrito es una novela de ciencia-ficción. Es posible, porque habla de un mundo ligeramente distinto del que habitamos y hacia el que parece que nos encaminamos, pero a este lector eso, la forma que ha decidido el autor utilizar para explicar una historia —uno sospecha que haciendo uso de los conocimientos adquiridos en la primera de sus competencias—, no le concierne porque, en este caso, el texto permite otra lectura —otras lecturas, pero quiero ceñirme a una— que aportan más recompensa especulativa: la que, probablemente, ha utilizado las pautas de la otra competencia de Valenzuela, las humanidades.

Así que lo que viene a continuación se limita a ser una especulación, personal y motivada por las obsesiones de este redactor —sí, voy a aprovechar estas Notas de Lectura del libro de Valenzuela para hablar no del libro, sino de lo que me dé la gana—, acerca de aquello que me ha sugerido la lectura de Una —por cierto, la novela se llama Una, artículo indeterminado que expresa unidad, pero también adjetivo para la primera de una serie—; en cuanto al contenido explícito, a la historia, en el enlace de la cabecera se puede leer el resumen que ha confeccionado la editorial, yo no tengo nada más que decir. Lo que sí voy a decir, o sea, el contenido de este post desde aquí hasta el final, no interesará a nadie que no haya leído la novela, y los que sí la hayan leído no estarán de acuerdo. Pero esto son mis Notas de Lectura.

Adelante con el excurso.

Aunque las pretensiones especulativas, muy a menudo fundadas en razonamientos que no son más que humo, de nuestra época nos adjudican el talento de cuestionar elementos que han formado parte de nuestra civilización prácticamente desde su fundación, existen tres conceptos filosóficos básicos cuya crisis es tan ancestral como su formulación:

1. La Realidad, que fue puesta en cuestión por Parménices (siglo V a. e. c.); lamentablemente, la ontología crítica derivó hacia la metafísica, y todavía estamos debatiéndonos entre los lodos que provocaron aquellos polvos.
2. La Verdad no disfrutó de mejor suerte; también en pleno siglo V a. e. c., Protágoras, con su regla de medir, propinó el primer ataque sistemático a la idea de una verdad única y universal; posteriormente, el nihilismo epistemológico de los sofistas intentó administrarle el golpe de gracia, en ello anda todavía el relativismo posmoderno.
3. La Identidad; en este caso, fue el río de Heráclito (siglos V-IV a. e. c.) el que formuló el cuestionamiento radical de la identidad como permanencia, es decir, nada permanece siendo lo mismo. Luego vino Platón, claro, y lejos de nuestras fronteras culturales, el budismo dio otra vuelta de tuerca al cuestionar la identidad personal.

Una —el libro, no la persona conocida con este nombre; bueno, ella también, pero solo como representación; volveré sobre ello— levanta el dedo intentando intervenir, pero yo no he finalizado todavía mi excurso: tienes que esperar.

La generalidad de estos tres conceptos obliga a dejar de lado los grandes sistemas filosóficos para descender —o ascender, depende del punto de vista— al nivel individual; en esta categoría, entra en el campo la psicología.

1. La Realidad, como instancia concebida a través de las condiciones formales de la experiencia, es accesible a través del registro de los Sentidos.
2. La Verdad, como correspondencia entre una proposición y los hechos, es el campo del Pensamiento.
3. La Identidad, como concepto de una naturaleza que se mantiene a sí misma y, sobre todo, que se distingue de las demás, es el ámbito de la Conciencia.

Ahora no es solo Una quien quiere intervenir; sale al estrado el Autor, que responde como activado por un resorte cuando oye la palabra Conciencia, y también exige participar. No, lo siento, debéis tener paciencia. Voy a seguir ampliando la tríada: dejemos momentáneamente filosofía y psicología y ensayemos con la semiótica —sí, Una, Autor, vamos acercándonos al núcleo, a la comunicación, en definitiva, a donde quiero llegar, al libro, pero quedan aún unos pasos previos—.

1. La Realidad percibida por los Sentidos es codificada mediante un signo icónico, la Imagen.
2. La Verdad discernida por el Pensamiento se manifiesta como estructura significante, la Forma.
3. La Identidad intuida por la Conciencia conquista el significado, el Concepto.

El Padre, dejando por un momento a la Hija en el sofá, inmóvil y alelada, se une a la protesta: ¿dónde queda el devenir, bajo qué formas se expresa? ¿O es que no sucede nada? Porque si no sucede nada, él no tiene papel en esta historia. Tranquilo, sí que suceden cosas, Una es una novela, y en una novela siempre suceden cosas. ¿No? 

Sigo derivando/divagando.

1. La Realidad, percibida por los Sentidos y codificada mediante la Imagen, se ocupa del estado de las cosas, un concepto estático, de lo que es, de los Hechos.
2. La Verdad, discernida por el Pensamiento y manifestada como Forma, tiene como objetivo los cambios localizados y puntuales que comportan una modificación significativa, lo que irrumpe, los Acontecimientos.
3. La Identidad, intuida por la Conciencia y generadora del Concepto, se ocupa de las dinámicas extensas, de cómo los hechos se encadenan y cómo ciertos acontecimientos llegan a ocurrir, de lo que deviene, de los Procesos.

Y por fin llegamos al libro; a estas alturas el estrado rebosa de personajes: Una, el Padre, la Hija (con sus diversos avatares), el Autor (también múltiple), un Coro que parece una agrupación de cuñados... Incluso aparece Jose, en un rincón, casi ni se le ve, acompañado de una mujer muy atractiva, con una chiquilla de la mano y un crío en brazos. La expectación se podría cortar con un cuchillo.

Allá voy. Y cierro.

1. La Realidad, percibida por los Sentidos, codificada mediante la Imagen y ocupada en los Hechos, se manifiesta literariamente mediante la Descripción.
2. La Verdad, discernida por el Pensamiento, puesta de manifiesto como Forma y encargada de los Acontecimientos, toma la vía de la Narracióm.
3. La Identidad, intuida por la Conciencia, generadora del Concepto y dedicada a los Procesos, se expresa mediante la Argumentación.

Una —voy llegando... — es un texto centrado, delimitado y focalizado en el tercer elemento de esa incontenible tríada —más que elemento, secuencia—, que ahora ya puedo enumerar sin intermediación sintáctica: Identidad-Conciencia-Concepto-Proceso-Argumentación, ICCPA para los acronimófilos. El estado de crisis que comenté para la primera tríada puede extenderse a los cuatro elementos —CCPA— que acompañan a la identidad; Una, además de una novela, es la manifestación ficcional del cariz y la extensión que puede alcanzar esa crisis, no en el sentido de estado dañino que afecta a su propia naturaleza, sino en la posibilidad de mutación, de cambios profundos y de consecuencias imprevisibles —consecuencias con las que el carácter ficticio de la narración puede permitirse especular— de esos conceptos. 

Volviendo al principio, insisto en el papel principal que tiene la noción de identidad en la novela de Valenzuela. Una se pregunta, refiriéndose a su madre, si un transtorno —en el sentido de una perturbación de las funciones psíquicas y de la conducta— puede convertir a una persona en alguien completamente distinto de quien fue. La pregunta es sustanciosa y puede suscitar distintas réplicas, pero  la respuesta es no, y ella, a través del proceso protagonista de la novela. es el mejor ejemplo: no se es antes y después del transtorno, se es antes, después y durante el transtorno, que forma parte de la identidad, de una sola identidad —lo que puede cambiar es la percepción que se tenga de ella; Una exige, en este punto, la implicación del lector, y no solo como receptor pasivo—, aunque puede que de dos conciencias —o de una conciencia desdoblada, aunque no soy muy partidario de apellidar ese sustantivo—; esto, de forma patente, trasciende el género novelístico. ¿Cuántas capas posee esa instancia que llamamos identidad? ¿Están todas las capas en la misma dimensión? Otro griego, este del siglo III a. e. c., Crisipo de Solos, acude en mi ayuda con su «árbol de bifurcaciones causales»: aunque todo parece determinado por la cadena causal, existen posibles alternativos ligados a cada una de las elecciones que tomamos, cursos potenciales disyuntivos ligados a cada elección, tanto con respecto a la opción tomada como a la descartada; ese árbol de destinos condicionados o de bifurcaciones causales no desmiente la mayor, que solo un curso es real, el que ocurre, pero abre la posibilidad de otros cursos subjuntivos, que no existen, pero que son posibles y completos —una idea que ha recogido la mecánica cuántica a través de la hipótesis del multiverso cuántico, los muchos mundos, según la cual cada posibilidad o cada decisión cuántica da lugar a un nuevo universo—, y que, en el sentido que nos interesa, podrían albergar las distintas capas de identidades de un mismo sujeto. 

Por su parte, la conciencia, la instancia vertebradora de la identidad, se empeña en integrar toda la experiencia subjetiva como perteneciente a un mismo sujeto, pero esa supuesta unidad, que sí que lo es en el campo físico, es una instancia frágil y voluble cuya fiabilidad, uno mismo, voluntaria o involuntariamente, no importa, no cesa en poner en cuestión.

Valenzuela ha roto algo. Todavía puedo oir el eco del ruido de los fragmentos desmoronándose. Lo que no sé es qué ha roto.

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