Tota literatura auténtica es disidente
Pierre Bergounioux
Toda literatura auténtica es disidente. A las versiones oficiales, interesadas, de la realidad, opone una interpretación diferente, herética, que hace explícito el significado oculto de la experiencia. No ha habido ninguna obra literaria importante, durante medio milenio, que no haya llevado al registro de la expresión hechos inadvertidos, dudosos, impugnados, peligrosos, que el discurso dominante no se esforzara en omitir o desmentir.
La crítica lleva a un segundo nivel la conciencia que la literatura toma de la realidad. Se arriesga y corre verdadero peligro.
El rasgo principal de los últimos treinta años es la derrota, en este país y en todo el mundo, de las fuerzas del progreso, la generalización del espíritu de lucro y del estilo de vida que lo acompaña, la búsqueda desenfrenada del beneficio, el consumismo global, el culto regresivo al cuerpo, el cretinismo deportivo, el aumento de la tolerancia de las desigualdades, el deterioro del factor subjetivo.
Los grandes libros, aunque hayan sido creados por la mano de un solo individuo y lleven el nombre de una persona en la portada, siempre están respaldados por un proyecto colectivo. El autor no es más que lo social individualizado, la historia encarnada.. La ausencia de alternativa y de esperanza, de un gran propósito, no puede afectar a su mera posibilidad. La lógica comercial, combinada con la imposición de las formas del pasado o la dificultad —todo es lo mismo— de los textos innovadores, contemporáneos, tienden a hacer de la literatura una ocupación trivial, «un cuarto de hora de pasión sin daño ni consecuencia», como decía Montaigne en otro contexto.
No se puede esperar que los críticos identifiquen, a ciencia cierta y al instante, las obras en las que se plasma la enigmártica fisonomía del presente. Es preciso que haya pasado el tiempo, que la agitación y la conmoción se hayan disipado, para que se reconozcan los textos en los que ha cristalizado el espíritu de una época. Pero se espera que distinga, como mínimo, entre las obras ejecutadas según procedimientos acreditados y, por tanto, anticuados, conservadores, y las empresas azarosas, oscuras, cuestionables, que aspiran a formular lo desconocido o a desafiar al orden establecido. En este sentido, crítica y literatura están inextricablemente unidas. El poder revelador, y por tanto liberador, que se asocia a esta, no podría sobrevivir al dominio de aquella que puede verse en la mayor parte de la prensa, de los medios de comunicación e, incluso, de la escuela.
Existe un gusto estandarizado, unos criterios formales y unos temas impuestos por la actividad editorial con ánimo de lucro. Si, como es de temer, esto prevalece, con el apoyo de grupos financieros, unos políticos en gran medida incultos —y, por cierto, desinhibidos— y un sistema educativo asolado por la desigualdad, se perderá lo mejor de lo que tuvimos antaño. «Francia —escribió el ensayista alemán Robert Curtius hacia 1930— es el país donde la literatura ha sido elevada al rango de religión». Durante algún tiempo, todavía, sabremos, recordaremos, que es la que lleva el sentido del mundo a su más alto grado de exactitud y esplendor. Lo que la amenaza ya no es la censura o el calabozo del Ancien Régime, ni los tribunales del Segundo Imperio, que denotaban, a su manera, una atención apasionada, sino la cultura mercantil, la degradación en la que hemos caído.
Procedencia del artículo: Le Tiers Livre, François Bon
Foto: Lendemain de tempête sur le pays du Meaulnes, Pierre Bergounioux
Febrero de 2009
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https://www.tierslivre.net/spip/spip.php?article1670
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