24 de julio de 2023

Tres mil trescientas noventa y seis páginas: los Carnets de notes de Bergounioux o la vida de un literato

 

Pierre Bergounioux

Tres mil trescientas noventa y seis páginas: los Carnets de notes de Bergounioux o la vida de un literato  

Christine Jérusalem 

Fue en 2003. Pierre Bergounioux se encontraba en Bari el 24 de octubre de 2003. Por la mañana había hablado de las bellas artes y quería tener la tarde libre. Porque «es cierto —escribe en el tercer volumen de su Carnet de notes— que muchos trabajos universitarios son soporíferos». «He oído —añade— infinidad de ponencias sobre literatura que hablaban menos de literatura que de la propia ponencia, de ideas que extraían su contenido del mundo separado en el que habían germinado mucho más que del mundo exterior, real, formidable, al que se suponía que se referían»¹. 

Así pues, examinaré con humildad y modestia estos Carnets de notes, que se refieren ciertamente a un mundo «exterior, real, formidable», pero también a una ética personal, que llamaré, utilizando el título del ensayo de William Marx, «la vida de un literato». El Cuaderno de notas puede entenderse a través de un conjunto de diferentes puntos focales. Dominique Viart nos ha recordado que el Cuaderno se sitúa en la frontera entre lo íntimo y lo éxtimo: «No es un conjunto cuyo objeto sería el “yo", ya que este no sería más que el receptáculo del mundo»² . Esto es especialmente cierto en el caso de los Carnets de Bergounioux que, como el Journal extime de Michel Tournier o el Journal du dehors de Annie Ernaux, se esfuerza en describir una serie de acontecimientos que remiten a una memoria común más o menos soterrada (manifestaciones contra el Conseiller Principal d’Education, huelgas de la Régie Autonome des Transports Parisiens, la lucha de los trabajadores discontinuos del espectáculo, los atentados del 11 de septiembre, el plan Vigipirate, cuando la Sorbona fue vigilada por las Compagnies Républicaines de Sécurité en 2003, la canícula de ese mismo año, la huelga de los basureros parisinos de octubre de 2010). Los Carnets de notes de Bergounioux se ajustan bien a la definición que Henri Thomas asignó a su diario íntimo: «El diario se suprime a sí mismo en la impersonalidad del lenguaje, la confesión cae bajo el derecho común, un hombre cuenta su historia, y será la historia de todos o la de nadie»³. Pero esta descripción de nuestro mundo está marcada, como ya he dicho, por un «estilo de vida« particular de Bergounioux (la expresión aparece entre Trente mots): una vida de hombre de letras, una vida austera, «concentrada, recluida»⁴ que pide a los libros que le ayuden a vivir. Por eso me propongo describir la especificidad de los Carnets de Bergounioux a lo largo de dos ejes: las características principales de este «estilo de vida» y el talante melancólico que tiñe oscuramente esta existencia ascética. 

«Fue el internado, de tipo carcelario, casi militar, anterior a 1968, el que me reveló el vínculo entre la manera de vivir y las formas de pensar»⁵. 

Esta frase fundamental que se encuentra en Trente mots condensa el modo de vida de Bergounioux: «Ya no espero nada y, si algo me divierte un poco, todavía, es recibir con ciega sumisión el requerimiento que me dirige, desde el fondo de los tiempos, desde los fríos pasillos del instituto de Limoges, un mocoso de diecisiete años. Ha decretado de una vez por todas las leyes de hierro»⁶. Esta severa disciplina, esta «muerte temporal»⁷ , según las palabras de Robert Castel prologando un libro de Goodman, esta vida laboriosa, evocada muchas veces, rige cada día relatado en los Carnets: levantarse al alba, entre las cinco y las seis de la mañana (cuando, excepcionalmente, Bergounioux se despierta a las siete de la mañana, se regaña a sí mismo) y acostarse temprano. La cuestión del tiempo es esencial según W. Marx: «Ars longa, vita brevis. El aforismo no abre el corpus hipocrático por casualidad» y evoca en pocas palabras un «hecho fundamental de la existencia de un literato»⁸. ¿Cómo acomodar la inconmensurabilidad de los conocimientos a adquirir y transmitir con la brevedad de la vida y sus cargas domésticas? «El caso estaba perdido de antemano. Nunca tendría tiempo», se lamenta Bergounioux en las primeras páginas de Trente mots, una de cuyas treinta palabras está dedicada precisamente al tiempo. Sin embargo, el escritor encuentra un antídoto: la solución kantiana (dar a sus días un orden imperturbable), aunque se burle de ella en una entrevista con Jean-Claude Lebrun: «Tenía una vida fácil, Kant, en su lejana Pomerania. Un puñado de estudiantes, sin mujer, sin hijos, un criado llamado Lampe, y una sola pasión, el bacalao, por el que estaba loco»⁹.

Sin criado, con mujer e hijos, profesor universitario, Bergounioux debía estructurar sus días con una puntualidad de metrónomo: el tiempo estaba minuciosamente distribuido, delimitado, dividido, de ahí su fascinación por la  «fatídica minuciosidad de los horarios» ferroviarios¹⁰. En resumen, es preciso domesticar el mundo doméstico en una especie de frenesí taylorista distorsionado, porque se trata de racionalizar el tiempo para acrecentar el capital de conocimiento. Porque antes de leer, Bergounioux hace la compra en el supermercado de Les Ulis, cocina la comida para los «pequeños», prepara verduras que también congela inmediatamente, lava la ropa, la tiende, repara una caldera, las lámparas, los electrodomésticos, vuelve a pintar las contraventanas, acondiciona los aposentos de sus hijos, organiza la estancia de mamá, corrige copias... El sábado 9 de agosto de 1986 (día de vacaciones), constata que le «cuesta defenderse de la sensación emoliente y desmovilizadora de la ociosidad colectiva». Y añade: «Hay un pasaje de Proust que evoca esta pequeña holgazanería semanal, con una repetición cómica: “Es sábado”¹¹. No hay reblandecimiento en la obra de Bergounioux: «Si hoy abandono la mesa de trabajo sin justificación, una voz atronadora, apenas silenciada, me señala que falto a la primera de mis obligaciones y que se trata de un delito capital, sin atenuantes, apelación ni indulto»¹². El escritor siempre consigue así ganar la carrera contra el reloj: «La mejor manera de ganar tiempo es encerrarlo en estrictos hábitos, realizar al minuto las tareas ineludibles, predefinidas, para conceder el resto a la tarea que todo lo consume, aterradora, que consiste en arrastrar la materia en la que estamos envueltos hacia esa claridad que es sólo nuestra y que es la de la mente»¹³. De ahí el magnetismo que ejerce este modelo sobrehumano, desmesurado, fuera de lo común, titánico, excesivo, excéntrico, en el sentido fuerte de la palabra, muy alejado del abandono con frecuencia perezoso o casual que caracteriza lo común de nuestras vidas. Un «proyecto extravagante»¹⁴ de vida, decidido a los 17 años, en 1966, la fecha fetiche que el escritor no deja de desentrañar en su obra.

Este tiempo encorsetado es el precio a pagar para poder leer, escribir, comprender el mundo. Lee innumerables ensayos con una especie de bulimia que contrasta —como se verá— con la complexión casi anoréxica del escritor. En 2008, lamenta haber perdido la capacidad de leer doce o catorce horas seguidas. Paradoja: hay pocos comentarios sobre estas lecturas. Por otra parte, son estas lecturas las que nutren su observación del mundo. Una idea fundacional: la desaparición del campesinado en la segunda mitad del siglo pasado. Numerosas páginas de Trente mots condensan las ideas que salpican regularmente los Carnets. Por ejemplo: «El campesinado había configurado la sustancia del trabajado colectivo durante dos mil años. Había modelado el paisaje, imprimido su lentitud, su color, su sabor al curso de las cosas. Cedió el paso a los productos de la civilización urbana, el francés, las máquinas, los productos manufacturados, la moneda, la educación, los libros y los periódicos cuando llegaron por ferrocarril»¹⁵. Si esta transformación tuvo efectos positivos (libros y periódicos, educación), también produjo, según  Bergounioux, un mundo vulgar, mediocre, estúpido. Esta palabra, «estupidez», remite, por supuesto, a Flaubert, que ocupa un lugar bien conocido en el panteón literario íntimo de Bergounioux. Flaubert también sentía una violenta repugnancia hacia los objetos manufacturados: «Aunque pereciéramos en ellos (y pereceremos en ellos, pase lo que pase), debemos detener por todos los medios posibles la avalancha de mierda que nos invade [...] ¡El industrialismo ha desarrollado lo Feo en proporciones gigantescas! ¡Cuánta gente buena que, hace un siglo, habría vivido perfectamente sin Bellas Artes, necesita ahora estatuillas, musiquilla y novelitas!»¹⁶. 

De manera parecida, P. Bergounioux arremete contra la fealdad, la vulgaridad, la estupidez de nuestro mundo cuando observa a la gente en el transporte público o en los supermercados. En 2005, se declaró impresionado por «el cambio de ritmo y de tono, de pensamiento y de sensibilidad que se ha producido en el espacio de una quincena de años". Define esta «nueva humanidad» en unas pocas notas destacadas: «Sobrepeso ya acusado, voz cansina, «de hecho», risa injustificada, falsa, insulsa estulticia»¹⁷. Pero, ¿se puede seguir hablando de humanidad cuando Bergounioux denuncia una «cultura mercantil» que ha «producido, masivamente, identidades paralelas, vacías, como autistas, con su telebasura, sus teléfonos móviles»¹⁸? El infantilismo, el lenguaje indigente, el cinismo, firman la descomposición del cuerpo social, la ruina de las identidades, de las que las «grandes superficies»  —descritas también, pero de forma muy diferente, por Annie Ernaux en Journal du dehors, La Vie extérieure y Regarde les lumières mon amour— son los  indicadores perfectos. Si bien Bergounioux ya se indignaba en 1985 por la impresión debilitante que dejan los centros comerciales donde todo es sobreabundancia de alimentos, «frívola y ruidosa sección de cosmética», «diversiones mediocres»¹⁹, también traza un análisis político sin concesiones. Así, tras haber soportado involuntariamente la conversación entre dos cajeras (de la que recoge algunos fragmentos en forma de cáustico esbozo), concluye: «Entre otros cambios en las formas de actuar, esta desvergüenza de los grupos de la nueva era que nos infligen, directamente o por teléfono móvil, el relato de vidas llenas de conflictos y complicaciones, dificultades, de sufrimientos, de miserias, que ya no se deben, como no hace tanto tiempo, a la mera dureza de las condiciones de trabajo y de vida, sino, me parece, a la alteración, a las deficiencias del factor subjetivo»²⁰. 

Como se ve, la constatación es pesimista. Ni la escuela ni la política parecen capaces de contener esa desintegración de los valores humanistas. De ahí la profunda melancolía que afecta al escritor, aunque no sea atribuible únicamente a las deletéreas mutaciones de la sociedad, al doloroso sentimiento de desarraigo provinciano o a la pena causada por la pérdida de seres queridos (Jacques Borel, Pierre Bourdieu, Gérard Bobillier y muchos otros muertos, famosos o no). 

Las señales o las consideraciones de este estado de ánimo triste, de color sepia, son múltiples, como el que dice P. Bergounioux en Trente mots, «los clichés de principios del siglo pasado, que muestran a los desaparecidos». El gris bistre, escribe Bergounioux, es «el de la estación tardía, del crepúsculo, de la herrumbre, de las hojas muertas, de las manchas de la vejez, de las fotografías antiguas», e inspira, «incluso en los días buenos, una insidiosa melancolía»²¹. De hecho, la paleta de la melancolía se articula, se matiza, en los diferentes tonos de la austera, fúnebre y fría tierra natal, con «el negro de los bosques de coníferas, el gris de la piedra, el malva del brezo y, sobre este gran catafalco, las lágrimas plateadas de los arroyos»²². En efecto, es este suelo provinciano  de arenisca el que destila, a través de sus imágenes fúnebres, «una melancolía obstinada, imprecisa, las más de las veces, con frecuencia penetrante»²³. Es la «provincia en herencia»²⁴, según el título del bello ensayo de Sylviane Coyault, y con ella, la figura del padre silencioso que nunca dejó de "beber la bilis negra que había mamado con la leche de su madre»²⁵.

Leche negra, envenenada, viscosa, mortífera... ¿Es por esto que Bergounioux parece tener tantos problemas con la comida? El escritor ha optado por la frugalidad, siguiendo los consejos de Quintiliano, que recomendaba ante todo sobriedad y comida ligera. Su cuerpo demacrado parece ajustarse al modelo de San Jerónimo, patrón de teólogos y eruditos. Mientras compara a Cathy  con la diosa romana Ceres, «gloriosa y soberana, con las manos llenas de dones», ocupada en la cocina preparando «un estofado de ternera, los espárragos, una pizza, un brioche y una tarta de albaricoque», él se representa, en el mismo pasaje de este domingo de 2003, como un «mortal famélico»²⁶. Hay muchas notas que indican falta de apetito: «Las comidas apresuradas, los pensamientos oscuros que rumio, también, me han revuelto el estómago»²⁷. O también: «Cathy ha preparado una comida fabulosa pero no tengo hambre. Contaminado por la fatiga del viaje, el alimento casual que trago a toda prisa, en Brive, la emoción, la ansiedad»²⁸. En febrero de 2008, constata con preocupación que ha vuelto a perder peso y que el frío le hiela hasta los huesos²⁹. Pero esta relación con la comida parece estar marcada más por una forma de culpa cristiana que por una moral estoica. En el Lieu Unique de Nantes, se reúne con sus amigos Pierre Michon, Jean-Claude Pinson y Michel Deguy para una conferencia. Se sorprende a sí mismo comiendo ostras y concluye: «Vamos a tener que pagar por todo esto»³⁰. 

Después de un sueño —y los sueños aparecen muy poco en los Cahiers—  se despierta con una «imagen siniestra, la de [su] propia cabeza, en forma de pera golpeada, seca, como momificada, las vértebras visibles bajo la piel apergaminada del cuello, con los tendones como cuerdas, de crin»³¹. Unos años más tarde, con la ayuda de las radiografías de su cráneo, se dio cuenta de que tenía ante sus ojos la imagen que la muerte haría de él: «Los rayos X nos  revelan nuestra propia fisonomía póstuma»³². 

Retrato de un escritor melancólico: las primeras líneas que inician cada jornada de los Carnets están consagradas casi siempre a registrar los caprichos meteorológicos, integrados, como apuntan Alain Corbin o Pierre Pachet, «en el balbuceo de la escritura de sí mismo»³³. Habría mucho que decir sobre este «barómetro del alma». Señalemos simplemente que la escritura de los Carnets se inicia de noche o en la oscuridad del amanecer, ya que Bergounioux, al igual que Jacques Roubaud, se levanta muy temprano para dar brillo a «esa cosa negra». El sábado 28 de junio de 2003, escribe: «Hay una especie de oscura afinidad entre la oscuridad y las impresiones melancólicas que me ha dejado el día de ayer, con el cielo encapotado, entre el influjo de los recuerdos y el anticipo, no muy apetecible, del futuro próximo»³⁴. W. Marx dedicó un breve capítulo a la noche que, al «adormecer todos los sentidos», «permite que el pensamiento adquiera la amplitud necesaria». «Todo el espacio se oscurece —añade—, excepto el de los textos y el de los libros»³⁵. Ya que si la infelicidad del ser, los tormentos (otra de las treinta palabras retenidas por el escritor), están ligados a una opaca memoria ancestral, también tienen que ver con la vida del literato enteramente consagrada al estudio. «Conozco, hoy, una paz relativa, estudiosa y melancólica», escribía Bergounioux en los primeros días de 2004³⁶.

Los vínculos entre melancolía y erudición han sido durante mucho tiempo fuente de indagación y de fascinación. W. Marx lo convierte en el capítulo central de su ensayo, como si el humor negro fuera una «historia inseparable de la de los literatos»³⁷. Montaigne, en sus Essais, siguiendo la convicción habitualmente compartida en su época, alude al riesgo de melancolía que acompaña a toda vida intellectual. «Aquellos que consagran su vida al trabajo literario están expuestos a convertirse en melancólicos», recuerda Jean Starobinski en su estudio Montaigne en mouvement³⁸. Pero fue sin duda Robert Burton quien, en el siglo XVII, en su monumental Anatomía de la melancolía, sobrecargada de referencias enciclopédicas, saturada de citas latinas, demostró que las constelaciones negras de este temperamento estaban ligadas a la acumulación de saberes. «Amor al saber, exceso de estudio» es el título de uno de los capítulos de esta Anatomía. El gusto por los archivos o la cultura enciclopédica conducen a lo que Nathalie Piégay-Gros llama, en su estimulante ensayo sobre L'Érudition imaginaire, el «dolor de pensar»³⁹. También subraya la pasión por la copia, característica de los grandes melancólicos; Flaubert, por supuesto, escenificó formidablemente esta repetición incesante. El trabajo de copia constituye una parte importante de la jornada de Bergounioux: copia el cuaderno de su padre, copia entrevistas y también copia y trabaja lentamente en sus Carnets de notes mecanografiados. A este respecto, el tercer volumen produce un curioso efecto de mise en abyme, ya que comenta la transcripción (en 2009) del diario del año 2006, cuya escritura también se vio afectada por la transcripción del diario de los años noventa. Y observa, en un gesto de burla: «¡Qué triste fantasía! Me paso el tiempo constatando que mi tiempo se pasó constatando el paso del tiempo»⁴⁰. 

Este efecto «Tristam Shandy» queda en cierto modo corregido por el gabinete de curiosidades que es el estudio de Bergounioux. Me refiero a todas las colecciones a las que se dedica el escritor: la pasión por la mineralogía, por la entomología, por las máscaras africanas, por las primeras ediciones, por las palabras raras, por las etimologías (una de las entradas de Trente mots). Por supuesto, el carácter obsesivo del coleccionismo es, como ha demostrado Jean Clair, un «pasatiempo melancólico«⁴¹. Pero hay que recordar también los magníficos análisis de Walter Benjamin, quien, en las numerosas notas dedicadas al coleccionismo, escribe: «El motivo más oculto de aquel que colecciona podría describirse quizá así: acepta comprometerse en la lucha contra la dispersión (Zertreuung). El gran coleccionista, desde el principio, se siente perturbado por la confusión y la dispersión de las cosas en el mundo»⁴². 

Mientras que los objetos de los gabinetes de curiosidades de los siglos XVII y XVIII (siglo en el que se produjeron los cambios epistemológicos que programaron una escisión entre el arte y la historia natural) escapaban a la clasificación, situándose del lado de la mescolanza, de la anomia, los objetos coleccionados por Bergounioux parecen querer responder a una voluntad de ordenar el mundo para comprenderlo mejor. El gabinete de curiosidades del escritor parece más racional que los del siglo XVII, pero lo que se gana mediante la erudición no se pierde para la imaginación, para la parte sensible del mundo. Los minerales o los fósiles se colocan sobre pedestales realizados por el pripio Bergounioux: hay una alianza entre la mano y la mente, el presente y la apertura a tiempos inmemoriales. Y, sobre todo, se establece un puente entre el mundo de los adultos y el de la infancia. El escritor se pregunta al respecto en Trente mots en la entrada «África»: «No sé qué debe la atracción actual hacia estos fetiches, refractarios a los cánones de la anatomía, del parecido, del pudor, a la magia de la infancia, a la capacidad de embrujo que reemplaza a la debilidad o a la ausencia de todos los demás»⁴³. Parece claro, sin embargo, que se tiende un puente entre los «hallazgos» del niño (piedras y fragmentos de metal, huesos y semillas, insectos desecados y mutilados)⁴⁴, hallazgos a los que denomina «fantasmagorías»⁴⁵, y los restos de objetos «encontrados» en los desguaces por el escritor-escultor. Del mismo modo, el asombro ante la «magia» del Larousse estampado con «los vilanos de dientes de león»⁴⁶, fecunda la imaginación de Bergounioux porque las ilustraciones en color emocionan mucho más allá de su finalidad didáctica. Ninguna nostalgia en estas páginas que describen este tiempo perdido, porque la colección permite recogerlo y transmitirlo. Permite un uso feliz de la memoria al reactivar los poderes mágicos de la infancia. 

«Nunca habré sabido nada de lo que ocurría en la Tierra. Habré vivido perdido en mis pensamientos en compañía de mis quimeras», escribe melancólicamente el erudito Bergounioux en sus Carnets de notes⁴⁷. No le creamos. Sabemos que detrás del adulto constantemente ocupado con «Los trabajos y las fatigas de la edad de la razón» se esconde, «a tres pasos de él, la sombra exigua, el contorno del muchacho de cinco añós o de ocho o de catorce cuyo mandato cumple ciegamente»⁴⁸. No olvidemos que el tesauro de las palabras es un tesoro, que Le Premier mot genera al menos Treinta de ellas, y terminemos con esta alegre declaración que se encuentra en Trente mots, verdadero homenaje al diccionario: «El tiempo acaba hurtándonos el sentido de las cosas, pero podemos volver a encontrarlo»⁴⁹.

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Las notas hacen referencia a las ediciones originales.

⁰ En la actualidad, febrero de 2023, Verdier ha publicado cinco volúmenes de los Carnets de notes, que alcanzan las cinco mil quinientas noventa y seis páginas. La relación de volúmenes es: Carnet de notes, 1980-1990; Carnet de notes, 1991-2000; Carnet de notes, 2001-2010; Carnet de notes, 2011-2015 y Carnet de notes, 2016-2020. De todos ellos, solo existe una traducción al castellano de una parte del primer volumen en Cuaderno de notas (Diario 1980-1985), publicado por la Editorial Días Contados en 2015, traducido por Carlos-Wenceslao Lozano.
¹ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, Verdier, Lagrasse 2012, p. 434. 
² Dominique Viart, La Littérature française au présent, Bordas, Paris 2008, p. 73. 
³ Henri Thomas, Il n’y a pas de journal intime, « NRF », oct. 1975, citado por Daniel Oster, Rangements, P.O.L, Paris 2001, p. 9. 
 Pierre Bergounioux, Trente mots, Verdier, Lagrasse 2012, p. 123. 
 Ibid., p. 122.
 Ibid., p. 126.
 Ibid., p. 44. 
 William Marx, Vie du lettré, Minuit, Paris 2009, p. 33. 
 Jean-Claude Lebrun, Écrire, pour faire face à la médiocrité de ce temps, entrevista con Pierre Bergounioux realizada por Jean-Claude Lebrun, «L’Humanité», jueves, 27 de septiembre de 2007.  
¹⁰ Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 48.
¹¹ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 1991-2000, Verdier, Lagrasse 2007, p. 512. 
¹² Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 126.
¹³ Jean-Claude Lebrun, Écrire, pour faire face à la médiocrité de ce temps, cit.
¹⁴ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 1980-1990, Verdier, Lagrasse 2006, p. 413. 
¹⁵ Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 32.
¹⁶ Gustave Flaubert, Lettre à Louise Colet du 29 janvier 1854, in Id., Correspondance, Gallimard, «Pléiade», tomo 2, Paris 1981, p. 518. Ver también: «Je sens contre la bêtise de mon époque des flots de haine qui m’étouffent. Il me monte de la merde à la bouche, comme des hernies étranglées» (ibid., p. 600).
¹⁷ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, cit., p. 597. 
¹⁸ Ibid., p. 647
¹⁹ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 1980-1990, cit., p. 384. 
²⁰ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, cit., p. 336. 
²¹ Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 53.
²² Ibid., p. 75.
²³ Ibid., p. 98.
²⁴ Sylviane Coyault, La Province en héritage, Droz, Genève 2002.
²⁵ Pierre Bergounioux, Le Premier mot, Gallimard, Paris 2001, p. 21. 
²⁶ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, cit., p. 334. 
²⁷ Ibid., p. 384. 
²⁸ Ibid., p. 427.
²⁹ Ibid., p. 835.
³⁰ Ibid., p. 331.
³¹ Ibid., p. 384.
³² Ibid., p. 1226.
³³ Alain Corbin, Le Ciel et la mer, Flammarion, «Champs/histoire», Paris 2014, p. 9. 
³⁴ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, cit., p. 379. 
³⁵ William Marx, Vie du lettré, cit., p. 173. 
³⁶ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 1991-2000, cit., p. 540.
³⁷ William Marx, Vie du lettré, cit., p. 104.
³⁸ Jean Starobinski, Montaigne en mouvement, Gallimard, “Folio Essais”, Paris 1993, p. 58.
³⁹ Nathalie Piégay-Gros, L’Érudition imaginaire, Genève, Droz 2009, p. 143. 
⁴⁰ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 2001-2010, cit., p. 949.
⁴¹ Jean Clair, Mélancolie : génie et folie en Occident, Gallimard, Paris 2005, p. 202. 
⁴² Walter Benjamin, Paris, capitale du XIXe siècle, Le Livre des passages, Les Éditions du Cerf, Paris 2002, p. 228. 
⁴³ Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 29. 
⁴⁴ Ibid., p. 37. 
⁴⁵ Ibid., p. 100.
⁴⁶ Ibid., p. 42.
⁴⁷ Pierre Bergounioux, Carnet de notes, 1991-2000, cit., p. 1163.
⁴⁸ Pierre Bergounioux, Le Grand Sylvain citado por Dominique Viart en Id., La Littérature française au présent, cit., p. 37.
⁴⁹ Pierre Bergounioux, Trente mots, cit., p. 101. ____________________________________________________________________________

Este artículo es la traducción al castellano del ensayo de Christine Jérusalem «Trois mille trois cent quatre-vingt-seize pages: les Carnets de notes de Bergounioux ou la vie d’un lettré», contenido en el volumen: Coyault, Sylviane (dir.); Jacquet, Marie Thérèse (dir.). Les chemins de Pierre Bergounioux. Nouvelle édition [en ligne]. Macerata: Quodlibet, 2016 (généré le 10 septembre 2020). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/quodlibet/1032>. ISBN: 9788822909800.


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