Estaba el otro día mirando las noticias cuando vi el reportaje de un incendio en la zona de Ventalló, en la comarca del Alt Empordà; como siempre, las imágenes eran terribles, a pesar de ser una zona con poca vegetación boscosa y, debido a la colonización, poco explotada por la agricultura y la ganadería; las consecuencias de ese desastre sobre el paisaje se prolongarán durante décadas.
Sin embargo, mi primer pensamiento no fue ni para los escasos agricultores ampurdaneses ni para los habitantes de los pequeños núcleos habitados, sino para los verdaderos colonizadores, aquellos que llevaron la cultura y la civilización a ese rincón rudo y salvaje, azotado por la tramontana y por las tormentas de levante; aquellos que, abandonando las comodidades de sus áureas residencias en el Upper Diagonal, sacrificaron durante tres meses sus níveas y rústicas moradas hivernales ceretanas para arriesgarse en la conquista y repoblación, cual Jaume I El Conqueridor ―o el Cid Campeador, para otros lares―, de esa tierra deprimida, perdida para la cristiandad; que trocaron la pertinaz pestilencia bovina por el volátil perfume Cagolinegueganuyorc, el rudimentario ruido del campanario por las sutiles melodías de sus Bang & Olufsen, los toscos sacos de arpillera per le sac Loewe, las camisetas de Lidl por las camisas Versace, los férreos Land Rover Defender por el isabelino Jaguar F-Pace: los pijos, que ahora, con ese incendio tan proletario, veían peligrar sus residencias en pleno parque natural o, los menos pudientes, en selectas urbanizaciones con guardias de seguridad y barreras en la puerta de entrada.
Como homenaje a su infravalorada pero insistente labor de civilización y como muestra de solidaridad hacia su precaria situación, pero también para que los mortales comunes podáis conocer los afanes, preocupaciones y proyectos de esa clase superior, he confeccionado una ruta literaria, sin pretensiones de exhaustividad, con incursiones en otros tiempos ―el pijerío no es una novedad del siglo XXI― y en otras culturas ―hay que ser cosmopolita; espero que algún lector madrileño, por ejemplo, sepa traducir el Upper Diagonal por el barrio de Salamanca y el Alt Empordà por Sotogrande o Zahara de los Atunes, yo qué sé, reconozco el sesgo barcelonés de la ruta―, ―con algún que otro infiltrado―, que espero que contribuya a su justa y desprejuiciada valoración y a su definitiva entronización entre las elites elegidas para llevarnos, en ordenada y perfumada peregrinación, hasta las más altas cotas del refinamiento.
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