11 de mayo de 2020

Ensayo sobre el loco de las setas

Ensayo sobre el loco de las setas. Peter Handke. Alianza Editorial, 2019
Traducción de Isabel García Adánez
«¡Indeseables, dejad los bosques en paz!»
El bosque es uno de los principales espacios mitológicos que se registran en los anales de la humanidad, un microcosmos vivo al que se le adjudica voluntad e intencionalidad. Aparte de las culturas que no dejaron testimonio escrito, desde los fenicios, pasando por los hebreos, los egipcios y los hindúes, hasta llegar a los griegos, a los romanos, a los celtas y hasta bien avanzada la Edad Media, el espacio simbólico como manifestación de lo sagrado que se ha otorgado al bosque ha constituido un lugar común de gran parte de la culturas.

El alejamiento progresivo e imparable del campo y la instalación del hombre en las grandes conurbaciones, aparte de las consecuencias nefastas de carácter demográfico y social, ha comportado también el abandono gradual del mundo rural y de la naturaleza como espacio literario; en la actualidad, cuando la acción de una novela se ubica en el campo, es debido al papel distintivo que posee este con respecto a la ciudad como escenario particular en el cual tienen lugar ciertos acontecimientos cuya ocurrencia en aquella sería inverosímil: falsos y amanerados intentos de reedición del beatus ille horaciano; el campo visto con el sesgo rousseano como lugar auténtico en contraposición a la artificialidad de la ciudad; los espacios naturales como reserva; con frecuencia, como un lugar amenazante —salvaje: no cultivado, no domesticado, áspero, primitivo, no civilizado— del que no se controlan las coordenadas, lleno de peligros; el lugar pintoresco, habitado por personas rústicas e ignorantes. Un lugar cuya rudeza puede hacerlo asimilable a la juventud en contraposición a la moderación urbana de la edad adulta, una vez superado el proceso de maduración.
«El movimiento de las copas de los árboles al viento, en sí un sonido, como esferas revueltas, lo vivía él como un precepto o como la otra ley; aquel movimiento lo transportaba al cielo, a los cielos. Y, al mismo tiempo, era una historia en sí misma, una historia de copas de árboles meciéndose al viento y nada más, una historia de nada y de todo».
Peter Handke, uno de los escritores galardonados últimamente con el premio Nobel más incuestionables —si más no por razones literarias—, posee, a pesar de mantener un estilo perseverante a lo largo de su prolífica bibliografía, una asombrosa capacidad de registros, desde el intimismo más profundo y la reflexión más introspectiva hasta la literaturalización de la aparentemente más vana cotidianidad. En cuanto a los escenarios en que se desarrollan sus narraciones, la naturaleza libre, sin importar su calidad paisajística, los asentamientos rurales y las pequeñas aldeas se cuentan entre sus favoritos. En este Ensayo sobre el loco de las setas (Versuch über den Pilznarren. Eine Geschichte für sich, 2013) coinciden ambas circunstancias: siguiendo la línea iniciada en 1989 con su Ensayo sobre el cansancio, Handke especula con elementos tomados de la más inane cotidianidad, buscando aquellos que pueden romperla sin alterarla; y ubica la acción en plena naturaleza, centrando su mirada en la relación de esta con el hombre. El resultado es una brillante narración de exaltación del medio natural que no sucumbre a la mixtificación y que se mantiene a una prudente —y deseable— distancia de las corrientes ecologicistas que dominan el discurso sobre la naturaleza en nuestros días. 

El instrumento del que se sirve Handke para esa elegía es el recuerdo, rememorado de forma fragmentaria y deliberada, de un amigo de la infancia del narrador, un simple buscador de setas, para el que esa actividad, que comienza como un juego y un recurso para conseguir algunas monedas, representa, con el tiempo y la experiencia, una forma de vida que transforma su existencia, su relación con la sociedad —un lugar del que debía desaparecer para permanecer vivo— y su nexo con el bosque —otro lugar en el que desaparecer no supone ningún esfuerzo—, un entorno que es capaz de captar como un lugar mágico y revelador. Esa búsqueda de setas —que podría interpretarse como sustitutivo, a la vez alegoría y caricatura, del retorno a la naturaleza—, abarca desde el campesino para quien representa un ingreso de vital importancia para su sustento hasta el cazador urbano con suficiente dinero para comprarlas pero que satisface su instinto depredador cogiéndolas él mismo como deporte, como oxigenación hebdomadaria de la tensión urbanista; en la novela de Handke, ambos tipos se funden en un solo individuo.

En su infancia, su primera locura por las setas, el buscador utiliza el dinero conseguido por la recolección para comprar libros, no de narrativa sino de divulgación: utiliza y trueca el producto del conocimiento natural, una habilidad adquirida casi de forma involuntaria en el entorno en el que se desenvuelve, por un conocimiento reputado como útil pero artificial, importado, aunque imprescindible para abrir su horizonte y poder escapar, de forma imaginaria o real, de un monótono y asfixiante ámbito que se ha convertido en una amenaza al no poder abarcarlo cuando, espoleado por su propio deseo de sabiduría, ese entorno no es capaz de responder a las preguntas que se plantea —esa es su visión de la limitación, eso cree, sin caer en la cuenta de la verdadera naturaleza del conflicto: no la falta de respuestas sino la improcedencia de las preguntas—; una escapada que el narrador —de cuya fidelidad e imparcialidad comenzamos a dudar— bautiza como el fin de la primera fase de la locura de las setas.
«Es posible que aquella pesadilla no fuera lo único que lo salvó de su primera fase de locura por las setas, la de su juventud. Con todo, aquel sueño, y de eso estaba él bien seguro, contribuyó de un modo decisivo y más que ninguna otra cosa —como, por ejemplo: ir a estudiar en escuelas fuera de la región, en ciudades lejanas, los primeros amores, la experiencia de otras amistades más allá de la del hijo de los vecinos— a que dejara el mundo de las setas de lado, o al menos del otro lado del horizonte, detrás de las siete montañas de las que ambos éramos oriundos, en cuanto el dinero de las setas le alcanzó más que de sobra para comprarse todo lo que anhelaba su corazón, por entonces aún muy modesto».
Pero esa huida —abandono de su afición micológica y evasión del entorno, como si uno fuera consecuencia de lo otro o, mejor aún, como si no pudiera darse el uno sin el otro— en busca de una nueva vida no le provee del resultado imaginado: el pasado, en la peor de sus formulaciones, acosa con insistencia, el presente es decepcionante y el futuro inconcebible, y no hay manera de librarse de su influencia. Incluso su antiguo afán de conocimiento se convierte en un hastío fastidioso, vacío e inútil; las preguntas seguían siendo erróneas y, por tanto, las respuestas inadecuadas.
«Su existencia: un constante juego entre el ansia de conocimiento, sociabilidad y misterio; misterio que, por otra parte, no incumbía a nadie y que no compartió siquiera conmigo, su único amigo, hasta mucho más adelante. De otro modo, tampoco habría llegado a tener la influencia que alcanzó en los años posteriores, y así sería durante media vida, hasta la irrupción de su locura, de la que esta vez sí que llegó a ser consciente».
Los hitos ubicados en el recorrido planificado desde la comodidad del lugar seguro pueden quedar en meras intenciones —o en estimaciones sin ninguna posibilidad— o, en el peor de los casos, en puntos a evitar una vez comenzado el recorrido; desvíos excitantes, sendas indescifrables, obstáculos infranqueables —cansancios repentinos, miedos súbitos, accidentes imprevisibles, encuentros inesperados—, acaban trazando un mapa por caminos ignotos propicios al descubrimiento, con independencia del deseo o de la voluntad, o próximos al extravío: no importa tanto conocer el destino final del itinerario como saber, a cada momento, la ubicación exacta del caminante. Asumir ese papel no comporta el dominio de la escena sino considerarse parte de ella.
«Contaba en especial cómo, siempre que iba a emprender una búsqueda en serio —claro, siempre en aquellos bosques tan cuestionables—, con el tiempo se había acostumbrado a recorrer a propósito un trecho, un trecho considerable por zonas donde podía estar seguro de que no crecía nada de lo que esperaba encontrar o no había nada más que árboles y arbustos. Caminando por allí y mirando sin cesar al suelo, donde sabía que todo era arena y lodo entre las hojas caídas, la mirada para captar los anhelados fenómenos se le agudizaba sin necesidad de hacer nada más; del mismo modo en que se echaba a andar, se echaba a mirar donde no había nada especial que ver; y así luego el caminante tenía los ojos preparados, cuando llegaba a sitios donde sí cabía esperar algo».
La relación del hombre con la naturaleza es estrictamente individual, no cabe incluir en ella la experiencia compartida que la contamina al multiplicar los elementos y vulnerar la biunivocidad. La presencia del otro altera el intercambio en modo de vasos comunicantes interrumpiendo el flujo, reorientando artificialmente la circulación o, en el peor de los casos,   provocando un efecto sumidero que deja la intercomunicación paralizada. 
«Por lo pronto, su pasión lo curó de lo que él describía como "enfermar, padecer del tiempo", y no fue una curación puramente aparente: la recuperación del sano sentido del tiempo se transmitió durante cierto tiempo a esa vida cotidiana que antes, durante tantas y tantas horas que se resistían a pasar, le resultaba fastidiosa, por momentos del todo anodina; gracias a aquella pasión, el tiempo en la tierra dejó de hacérsele largo o, al menos no era así en algún momento puntual, al menos parecía que las horas se resistían un poco menos a pasar. En realidad, su pasión no hacía que el tiempo se le pasara más deprisa o se le hiciera más ameno, pero, aunque solo fuera durante un intervalo sensible, lo convertía en algo provechoso. Gracias a ella y precisamente por su naturaleza excepcional, mi amigo veía el tiempo de vida que le tocaba vivir en este planeta traducido a materia».
Tampoco es la misma si esa relación se lleva a cabo en un entorno modificado por la civilización, un "parque natural", un "parque nacional" o un "paraje de especial interés paisajístico"; la mano del hombre, en el afán por imprimir su huella —como el animal que marca su territorio—, modifica sin remedio el elemento natural hasta conseguir trasladarlo a la escala humana; domestica lo indómito, altera el equilibrio que le ha excluido de la ecuación y proporciona una concepción falsa de lo salvaje: el bosque cartografiado ya no es bosque, la cima hollada por el camino artificial —y con los "caminos adaptados" y los "caminos inclusivos"— ya no es cima, el páramo atravesado por la pista ya no es páramo, el lago de alta montaña encerrado con una presa ya no es lago.
«¿Espantosa? Sí. Y, al mismo tiempo, casi a diario experimentaba su momento de éxtasis durante la búsqueda; lo uno era condición para lo otro. El éxtasis se producía incluso cuando ni siquiera encontraba nada, aunque eso era cada más más infrecuente: y el éxtasis le demostraba, en su opinión, que era un hombre libre, "el más libre de todos, y vosotros, los demás, sois mis esclavos, los esclavos de mis iguales". ¿De sus iguales? Sí, ahora, sin su profesión, era completamente libre, también para ir en busca de sus iguales, de otros elegidos: buscadores, exploradores, investigadores, de aquellos que en su imaginación era los últimos hombres como él»- 
La huida del mundo conocido en busca del conocimiento y la lucidez había concluido con un sentimiento de inutilidad y de ausencia —en contraste con un éxito social tan indiscutible como envidiable—, un insólito extrañamiento de aquello que se dejó atrás con ira y sin lo cual no se puede alcanzar la paz de espíritu; ese momento en el que se cree que la única opción viable es el regreso al origen y que el beneficio que reportará ese rebobinado podrá compensar el dolor incrustado de la vuelta con la esperanza —o el deseo— de que todo aquello que colmaba la vida en el pasado sea capaz de rellenar el vacío producido por aquello que lo sustituyó.
«Dice al respecto la inspiración del momento —o lo que sea o quien sea que lo diga— que lo más maravilloso, en el peor de los casos, es lo más real de todo, lo necesario. Aire, agua, tierra y fuego por cuanto que son los cuatro elementos, más el momento "cuento", que es el quinto: el elemento añadido. Para una historia sobre el mundo de las setas —al menos para esta—, con tano veneno como corre a diario en forma de rumor, con los días de lluvia tóxica de verano y de invierno, con las llamadas de atención, año sí, año también, a las centrales tóxicas internacionales, y con tanto veneno como se cuece todo el tiempo en todas partes, al fin y a la postre, lo maravilloso —como dijimos— tiene su espacio».
Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de Los avispones
Notas de Lectura de La noche del Moldava
Notas de Lectura de Ensayo sobre el lugar silencioso
Fe de Lectura de Los hermosos días de Aranjuez
Notas de Lectura de Una vez más para Tucidides
Fe de Lectura de Lento en la sombra
Notas de Lectura de La Gran Caída
Fe de Lectura de Handke y España
Notas de Lectura de Contra el sueño profundo
Notas de Lectura de La ladrona de fruta

Notas de Lectura de Hasta que el día os separe

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Joan:
Lo que admiro de ti, en relación con Handke, es tu lealtad inquebrantable, y esa capacidad de sacrificio y entereza ante el sufrimiento que demuestras leyéndolo una y otra vez, una y otra vez.
Sé que te sostienen los largos periodos de terapia a los que te sometes luego leyendo literatura francesa.
Pero tu abnegación merece de mi parte también alguna compensación. No puedo prometer nada, pero intentaré resarcirte de tanto dolor auto-infligido, quizá, con algún nuevo Rezzori, o con otra cosa del alemán que, por un tiempo al menos, te libere de la corona de espinas que aprisiona tu rala pero venerable cabellera de motero.
Un abrazo
José Aníbal Campos

Joan Flores Constans dijo...

Agradezco enormemente tu preocupación, y más que te la agradeceré si, como dices, contribuyes a la terapia de deshabituación con una nueva dosis de Rezzori.
Un abrazo, compañero.

Anónimo dijo...

Haré lo que pueda, mi admirado amigo. De todos modos, como ya te comenté, creo que antes de que yo pueda darte mis fehacientes muestras de afecto con un Rezzori, ya habrán traducido el nuevo libro de Handke, algo "con una espada". Un crítico ya prefiguraba y presentía, al comentar la novedad, que estaremos quizás ante un nuevo "éclat" de esa vertiente CNN-medievalista-caballeresca del Figura Triste de Chaville. Así que, como amigo te digo: haz acopio, por favor, de literatura francesa o inglesa que no hayas leído aún. No te sometas en menos de un mes al mismo ejercicio de paciencia.
Te abrazo desde Viena
Aníbal