Un hombre de talento. Emmanuel Bove. Editorial Pasos Perdidos, 2018 Traducción de Mercedes Noriega Bosch |
Maurice Lesca, el protagonista de Un hombre de talento, representa la imagen arquetípica del perdedor irredento maltratado por la vida y con un oscuro porvenir, pero a quien su situación le preocupa solo de tarde en tarde; de hecho, nunca prestó atención a todo aquello que podía haber mejorado estado porque nunca le pareció lo suficientemente importante.
«Los hombres de talento, los hombres inteligentes y, en especial, los hombres de carácter, todos tenían éxito en la vida. Si de joven hubiese seguido el camino que se abría ante él, si hubiese sido más paciente, si se hubiese contentado con ser un poco más rico cada año, un poco más respetable que el año anterior, hoy sería tan feliz como el profesor. Viviría en una buena casa. Tendría una criada. Tendría una esposa elegante que hablaría de él en los círculos sociales. Pero, por desgracia, todas esas cosas siempre la habían parecido ridículas».Lesca, hijo de un suicida y huérfano a los doce años, vive en un piso minúsculo del centro de París con su hermana, Emily, con la que mantiene una extraña relación fraternal que oscila entre la indiferencia y la dependencia, un amor debido y un odio injustificado sobre los que se asienta un vínculo de mutua subordinación que ambos necesitan y rechazan a la vez; hubo un tiempo en que estuvo casado, pero su mujer se divorció de él de mala manera. A menudo, se consuela convencido de ser objeto de una conspiración universal, pero acepta indolentemente que nunca ha hecho nada para evitarla. A veces adopta el papel de personaje grotesco, ganándose la displicencia de la gente; otras, el de una persona que no ha podido imponerse a las circunstancias adversas, en cuyo caso acostumbra a despertar la simpatía de sus semejantes. Pero, en el fondo, parece ser una buena persona que si, en algún momento, actúa incorrectamente, es debido a la fatalidad. La parte negativa es que la actitud con que se toma la vida suele atraer a personas cuya situación es peor que la suya, y en esas circunstancias no hay modo de progresar porque jamás va a rehuir echar una mano a alguien que esté más necesitado que él. Pero una cosa es el deseo o la intención y otra bien distinta es llevarlo a la práctica, y Lesca siempre se siente impedido a actuar, como si hacerlo desbaratara el frágil equilibrio del mundo. Permanentemente decepcionado consigo mismo, es incapaz de poner remedio a su frustración y su arrepentimiento posterior, siempre presente, y no consigue hacer cambiar su comportamiento futuro más allá de inculparse por nuevos arrepentimientos y nuevas decepciones.
«Todo aquello en lo que se embarcaba Lesca, incluso cuando su objetivo era absolutamente desinteresado, se acababa volviendo contra él».Pero si Lesca es presentado como un tipo extraño, sus pocos contactos no lo son menos: su hermana Emily, en primer lugar; la señora Gabrielle Maze, librera, con la que sostiene extensas y equívocas conversaciones; una familia de sastres, los Olivetti, con una relación que parece trascender lo comercial; y su familia política, su exsuegro y el nuevo marido de su exmujer. Su más explícita extrañeza es una aparente volubilidad de carácter que hace dudar de si habla en serio o está tomando el pelo o burlándose de sus interlocutores; una actitud que, no obstante, no puede permitirse con su hermana que, a pesar de desconocer la mayor parte de sus actos, no pierde ocasión de censurarle por su comportamiento y sus intenciones y que descubre a las primeras de cambio su mala disposición. El tratamiento que le otorga el narrador —un narrador que hace dudar de su veracidad—, más que desentrañar esa duda, ahonda en la indefinición y provoca en el lector la sensación de que le oculta algo trascendente que, incluso, podría cambiar la idea que se hace este de Lesca y de las circunstancias que le acompañan.
«—No me ha dejado terminar, querida [señora Maze]. Estoy loco. Iba a decirle que estoy loco, Jamás, jamás, jamás habría ido a ver a ese hombre. ¿Cómo ha podido creer que lo haría? Usted me conoce. Yo hablaba..., hablaba como un hombre razonable. Nunca lo he sido. Lo sabe de sobra. Hay que dejar las cosas como están. Hay que vivir. Hay que amar. No debemos pensar en todos los errores lamentables que hemos cometido, ¿no es así, Gabrielle? Pero qué le voy a hacer, a veces pienso que soy una especie de Don Quijote. No puedo soportar que se atente contra las personas que me son queridas. Lo malo es que paso la mayor parte de mis días solo. Mi hermana, mi hermana... es como si no estuviera. Por eso no paro de pensar, y llego a la conclusión de que siempre me han engañado, que siempre se ha puesto en solfa el bien que he querido hacer y que, al final, he llegado donde he llegado».Ante la corazonada de que la gente se burla o se aprovecha —a menudo, ambas cosas— de él o de sus cómplices implicaciones, que a menudo toman la forma de sesudas propuestas de solución siempre en beneficio de los demás, formula continuos propósitos de enmienda, negándose a seguir con sus desinteresados consejos, renegando de sus amistades y reflexionando acerca de métodos que le permitan aprovecharse de los demás. Pero, cada vez que le asaltan pensamientos de esa índole, acaba descartándolos porque su inclinación en ayudar al prójimo siempre pesa más en su ánimo que la indiferencia hacia sus problemas o el sentimiento de venganza.
«Al dia siguiente, por la tarde, salió con la intención de ir a ver al profesor Peix [su exsuegro]. "Es una visita de lo más indicada en estas circunstancias. Le pediré doscientos francos. No he podido elegir mejor momento". Pero de camino cambió de opinión. La perspectiva de mantener una conversación con alguien que no fuera Emily le causaba una terrible ansiedad. Al salir de su casa había visto al portero bajo el techo abovedado del portal. Solo por no saludarle se había quedado unos minitos en la escalera, fingiendo buscar algo en su cartera. "Debería haber imaginado que al final no iría a ver al profesor. Así me habría ahorrado todo este viaje", dijo al llegar al boulevard Raspail [su casa]. Se fue a pasear a los jardines de Luxemburgo».La tristeza de Lesca tiene raíces profundas: la carencia de vida familiar en la niñez, un matrimonio fracasado, una carrera profesional malograda, unas relaciones sociales superficiales, una fraternidad conflictiva con su hermana, una desasosegante decepción con respecto a sus aspiraciones; en definitiva, una sensación general de frustración personal. Todo este conjunto de reproches lo llevaron a abandonar el ejercicio de la medicina y a dedicarse a los más variados menesteres, algunos relacionados tangencialmente con su profesión, otros de dudosa legalidad, que conllevaron una renuncia expresa a sus capacidades intelectuales, dejándose llevar por la paranoia y el desequilibrio psíquico, cada día más imprevisible y susceptible, además de afectado por extrañas dolencias físicas. Después de recuperarse, pero habiendo renunciado definitivamente a la medicina, se instaló en su piso minúsculo en el que, poco tiempo después acogió a su hermana.
Pero ni siquiera Emily es capaz de desentrañar la compleja personalidad de Lesca, de discernir cuándo está hablando en serio o cuándo está mofándose de ella, o de disociar al Lesca sincero del Lesca hipócrita.
«—[...] Hay momentos, Gabrielle, en que tengo la impresión de que voy a perderlo todo. En este estado de enajenación soy completamente incapaz de conservar a las pocas personas que me tienen afecto. Quiero hacerlo todo y no sé qué hacer. Eso es lo que me pasa con usted ahora. Siento que tengo razón y enseguida me digo que estoy equivocado. En este momento ya no sé qué decirle, Gabrielle. No puedo darle ningún consejo. Y me he obcecado de tal manera que, haga usted lo que haga, tendré la impresión de haber actuado mal. Es incréble, pero es así».Inmovilizado por su eterna indecisión, Lesca parece incapaz de tomar ninguna resolución: no consigue salir del círculo vicioso de la valoración de ventajas e inconvenientes; cuando se inclina por algo, siempre encuentra dificultades para llevarlo a cabo, pero la naturaleza de esos impedimentos, que tampoco valora acertadamente, no es suficiente para convencerle de que se abstenga. En el caso de que en este proceso de valoración intervenga alguien externo —la señora Maze o su propia hermana—, el proceso de decisión es aún más difícil porque desconfía de la ecuanimidad de los consejos ajenos y tiende a ver motivaciones ocultas o intenciones perniciosas. Es más, convencido siempre de la bondad de sus propósitos —que no siempre son desinteresados; de hecho, casi nunca lo son—, atribuye siempre a la mala fe de los demás los descalabros cuya responsabilidad es suya y solo suya. En definitiva, el tiempo que no emplea en dudar acerca de lo que debe hacer se le va arrepintiéndose de lo que hizo —o de lo que no hizo—.
«Miraba todos los relojes. El tiempo no avanzaba. A veces incluso retrocedía, cuando, habiendo visto la hora hacía poco, sus ojos tropezaban con un reloj que atrasaba. "Tengo que esperar a que den las diez", decía de vez en cuando. "Eso de no poder hacer inmediatamente lo que uno ha decidido después de mucho dudar es una especie de suplicio. Habría sido preferible seguir dudando un poco más, esperar al menos poder actuar antes de tomar una decisión».Hipocondríaco en grado superlativo, una extraña enfermedad, al parecer crónica y de origen desconocido, es el instrumento del que se sirve para manipular a su hermana, salirse siempre con la suya y, en definitiva, burlarse de ella; aunque esta parece haberle tomado la medida y, la mayor parte de las veces, no responde a las provocaciones. Cuando sucede así, se desatan agrias escenas de violencia verbal que siempre terminan con ella marchándose y encerrándose en su habitación, una huida que provoca una respuesta aún más airada de Lesca, que simula ser víctima de un ataque paralizante, un arrebatamiento que agoniza por falta de contrincante.
«Siguió acostado un día entero. "Cuando te has recuperado ya nadie se ocupa de ti". Pero era natural, pues siempre bajaba los ojos cuando Emily pasaba a su lado, o, internamente, le decía groserías cuando se acercaba. "A medida que los hombres envejecen se van pareciendo más. La gente no ve grandes diferencias a menos que te haya conocido antes de hacerte viejo. Uno puede ser rico o no serlo, en el fondo es lo mismo. Hay que tomárselo con resignación. No hay que sentirse ofendido, ni ser demasiado exigente. ¡Y menos cuando estás enfermo! Entonces es cuando uno recoge lo que ha sembrado, como suele decirse. Lo ideal habría sido hacer amistades en los años mozos, hacerse querer. Después, la gente recuerda que no te has ocupado de ella y hace lo mismo contigo. Era un error creerse tan fuerte. ¡Qué tragedia"»Otros recursos relativos al autor en este blog:
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