23 de abril de 2020

La Comedia humana. Escenas de la vida parisiense. Volumen IX

La Comedia humana. Escenas de la vida parisiense. Volumen IX. Honoré de Balzac.
Hermida Editores, 2019. Traducción de Aurelio Garzón del Camino

Todos sabéis lo que significa el día de Sant Jordi para un librero catalán; personalmente, nunca lo he disfrutado (o padecido) como cliente: antes de trabajar en una librería era de los pocos días del año que era seguro que no visitaba ninguna; después, como es natural, los he vivido siempre dentro del vientre de la bestia, con lo que la dicotomía entre disfrutar o padecer quedaba aclarada.

Este año, la pandemia ha impedido "celebrar" esa efeméride, pero me resisto a dejar pasar el día como si este fuera uno más; con esta idea en mente, y encerrado todavía en casa, me ha parecido que la mejor manera de conmemorarlo es publicando en el blog mis Notas de Lectura de algún libro que mereciera, por encima de gustos o desapetencias, ese honor y, de los que tenía pendientes de leer, he escogido el noveno volumen de La Comedia humana que está publicando Hermida Editores para disfrute y regocijo de los lectores en castellano: todos deberíamos leer a Balzac, y leerlo siempre.

Feliz y fructífero Día del Libro (¿y de la lectura?) a todos los lectores.

La edición de Hermida Editores de La Comedia humana alcanza, con este noveno volumen, el ecuador de la obra magna de Balzac, para disfrute y regocijo de los lectores en castellano.

Esplendores y miserias de las cortesanas


Esplendores y miserias de las cortesanas (Splendeurs et misères des courtisanes, 1838-1847), que podría considerarse como una continuación temática de Las ilusiones perdidas, es una de las novelas mayores del ciclo de La Comedia humana, un compendio de los caracteres de la sociedad parisina de la época, una de las más reeditadas y conocidas y en la que adquiere verdadero significado la calificación de la serie como un efectivo "estudio de costumbres".

«La naturaleza social provee a todas sus especies de las cualidades necesarias a los servicios que de ellas espera. ¡La sociedad es otra naturaleza!»
Cómo aman las cortesanas

Lucien de Rubempré —un personaje citado en varias novelas del ciclo, es uno de los grandes caracteres de La Comedia humana: humillado por el Señor de Châtelet en Los dos poetas, menospreciado por la marquesa d'Espard en Un gran hombre de provincias en París, auxiliado por su hermana Éve y David Séchard en Éve y David; y citado, sin aparición personal, en otros textos—, un joven que ha sufrido diversos encontronazos con la aristocracia parisina, está dispuesto a saldar antiguas cuentas con algunos personajes que le habían menospreciado —damas de firme posición pero frágil moralidad, caballeros encumbrados por fortunas heredadas pero ya desaparecidas, plumillas arrimados al sol que más calienta... —, gracias a un radical cambio de su suerte.


Esa aparente vuelta de la fortuna le abre ciertas puertas que han permanecido cerradas desde siempre; por ejemplo, la Ópera, en cuyo baile de máscaras coincide con sus pocos amigos y sus muchos enemigos, y donde aprovecha para ponerse al día en insultos, bravuconadas y habladurías —un subgénero en el que el ingenio de Balzac se recrea con inigualable maestría—; sin embargo, Lucien ha cometido un error no por involuntario menos fatal: hacerse acompañar por una prostituta, con lo que su propósito de ridiculizar a la sociedad de entresuelo se ha vuelto en su contra. Pero Carlos Herrera, un supuesto sacerdote español —un villano que le viene que ni pintado a la trama, de nombre real Jacques Collin y con un amplio historial delictivo— de intenciones poco transparentes, toma a la pareja bajo su tutela: recluye a la cortesana en un convento para su redención y acoge a Lucien bajo su sotana. Una vez superado ese alejamiento obligatorio, Herrera vuelve a juntarlos y los mantiene bajo su protección con la condición de que su relación permanezca oculta y de que Esther, la cortesana redimida, nunca suponga un impedimento para el proyectado ascenso social de Lucien.


Como es harto frecuente en Balzac, la moral de sus personajes nunca es un elemento a tener en cuenta: un pisaverde cuyas mayores virtudes son su atractivo y su juventud pero sin un real —aunque bajo el mecenazgo de un sujeto poco recomendable—, intenta cazar a una heredera mientras mantiene a una amante que piensa conservar después de su boda; una amante que es pretendida, a su vez, por un barón, cuya edad se acerca peligrosamente a la senectud, convenientemente casado pero con la aquiescencia de su esposa. Y, sirviendo la mesa, un personaje sin escrúpulos dispuesto a todo para conseguir sus oscuros fines, todo ello en medio de intrigas palaciegas, traiciones imperdonables y complicidades inconcebibles; policías corruptos y criados lenguaraces; conquistadores burlados y sacrificios inverosímiles.

«[Carlos Herrera] Obligado a vivir fuera de la sociedad, a la que la ley le prohibía para siempre volver, agotado por el vicio y por furiosas y terribles resistencias, pero dotado de una fuerza de alma que lo devoraba, este personaje innoble y grande, oscuro y célebre, corroído sobre todo por una fiebre de vida, revivía en el cuerpo elegante de Lucien, cuya alma se había convertido en la suya. Se hacía representar en la vida social por aquel poeta, al que prestaba su consistencia y su voluntad de hierro. Para él, Lucien era más que un hijo, más que una mujer amada, más que una familia, más que su vida: era su venganza. Como las almas fuertes tienen en más un sentimiento que la propia existencia, lo había hecho suyo y unido a su vida por lazos indisolubles».
El precio al que los viejos pagan el amor

Una doncella espabilada —o dos—, una joven bella y de moral relajada con aspiraciones sociales y económicas y un plan diseñado al detalle forman la combinación más efectiva para desplumar a un viejo enamorado —mejor si es acaudalado y está felizmente casado; no existe atraco más fructífero y menos sanguinario—. Al igual que en el caso de otros grupos humanos, como la nobleza de provincias en los volúmenes VI y VII, Balzac intercala en la acción —de desarrollo y desenlace previsible— sus fragmentos carateriológicos; en esta ocasión, la diana de sus invectivas la forma el gran capital de nuevo cuño, los verdaderos adalides de la carencia de escrúpulos y sin ninguna habilidad social digna de mención, los especuladores en la Bolsa, los acaparadores de bienes de primera necesidad, los extorsionadores y todos aquellos nuevos ricos instalados en una opulencia que no superaría la prueba de la ética más relajada.
«Las fortunas colosales de los Jacques Coeur, de los Médicis, de los Ango de Dieppe, de los Auffredi de La Rochelle, de los Fugger, de los Tiepolo, de los Cornaro fueron lealmente conquistadas en su tiempo por privilegios debidos a la ignorancia en que se estaba acerca de las procedencias de todos los artículos preciosos; pero hoy, las claridades geográficas han penetrado hasta tal punto las masas, y la competencia ha limitado tanto las ganancias, que toda fortuna rápidamente hecha es o el efecto de una casualidad y de un descubrimiento, o el resultado de un robo legal».
Al igual que el género del nuevo rico agrupa a una pluralidad de individuos diferentes a los distingue solo la procedencia de su fortuna, el estrato de las mujeres mantenidas, cuyo objetivo es su único punto en común, también puede subdividirse en varias especies: la de la mujer, generalmente joven y bella, cuya única ocupación es acumular deudas a la espera del primo que las satisfaga y la haga ascender cuantos escalones mejor en el prestigio social y la disponibilidad económica; la de la que ya ha disfrutado de esas inmejorables disposiciones pero que, por desgracia o por traición, ha perdido a su bienhechor y se boquea entre el destierro social y la indigencia; y, finalmente, la que ha conseguido su mecenas, cuanto más viejo, más rico y más tonto mejor, y disfruta de todas las ventajas de la situación.

Los enfrentamientos entre ambos géneros no están exentos de crueldad pero, por lo general, la fiereza de sus asaltos no comporta más que pérdidas morales; sin embargo, cuando una de esos combates oculta intrigas políticas o furiosas enemistades personales, las consecuencias pueden llegar a ser bastante más cruentas, a menudo sobre individuos inocentes y, con mucha menos frecuencia, sobre los verdaderos culpables de la conspiración.

A dónde conducen los malos caminos

Los teóricos de la justicia y del código penal sostendrán que el encarcelamiento iguala a todo el mundo y esta debe ser la aspiración de la sociedad democrática, por supuesto, pero la práctica jurídica y la mera observación disienten de ese principio: no es el tipo de crimen cometido lo que distingue a un preso de otro, ni siquiera la pena a la que han sido condenados, sino la posición social del reo —no solo su nobleza sino, sobre todo, los contactos a los que puede, dado el caso, recurrir y que, a través de una inextricable red de complicidades, pueden actuar sobre su confinamiento— la que determina la calidad y la cantidad —aunque este parámetro esté, en principio, en manos del tribunal, no está sujeto a  la impermeabilidad supuesta de tal instancia— de la pena y de la reclusión.

Esta diferencia en el punto de partida tiene también su reflejo en la actitud de los allegados del preso; mientras que en un caso quedan sumidos en la tristeza por el carácter irreparable de la condena, en el otro se pone en marcha toda la red de influencias —un proceso que puede llegar a reunir con un mismo objetivo a enemistades irreconciliables— destinada a modificar la situación del preso y entre las cuales acostumbra a haber, por razones directas o indirectas pero siempre con intereses particulares, una mujer.

«Las mujeres, las bellas mujeres de prestancia reconocida, como lo es la señora de Sérisy, son los niños mimados de la civilización francesa. Si las mujeres de los demás países supiesen lo que es en París una mujer de moda, rica y con título, pensarían todas en venir a gozar de esta magnífica realeza. Las mujeres dedicadas únicamente al logro de su bienestar, garantizado por esa colección de pequeñas leyes a la que en La Comedia humana se ha llamado con frecuencia el "Código femenino", se burlan de las leyes que han hecho los hombres. Lo dicen todo y no retroceden ante ninguna falta ni ante ninguna tontería, ya que todas han comprendido admirablemente que no son responsables de nada en la vida, excepto de su honor femenino y de sus hijos. Dicen, riéndose, las mayores enormidades. Repiten, a propósito de cualquier cosa, la frase dicha por la linda señora de Bauvan a su marido, en los primeros tiempos de su matrimonio, un día que fue a buscarle al Palacio de Justicia: "¡Date prisa en juzgar y vámonos!"»
Sin embargo, ni todo el poder del mundo concentrado en un punto puede torcer el trayecto del destino, que seguirá su camino, indiferente a sus requerimientos.

La última encarnación de Vautrin

Un suceso inesperado —una muerte no natural siempre lo es— concerniente a una persona con complejas imbricaciones en el tejido de la buena sociedad provoca una alteración de tal magnitud —en un grupo que aborrece las perturbaciones, excepto las desencadenadas por determinados miembros que tienen adjudicado y reservado el papel de provocadores—, que los movimientos necesarios para recuperar la estabilidad implican a un número incalculable de elementos y pueden prolongarse en el tiempo mucho más de lo razonable. Sin embargo, el sistema siempre recupera el equilibrio perdido y, además, acompañado de una extraña amnesia con respecto al suceso perturbador.
«La amable filantropía moderna cree haber adivinado el atroz suplicio del aislamiento, pero se engaña. Desde la abolición de la tortura, el tribunal, en su deseo bien legítimo de tranquilizar las conciencias, ya bastante delicadas, de los jurados, había adivinado los recursos terribles que la soledad presta a la justicia contra el remordimiento. La soledad es el vacío, y la naturaleza moral siente por él tanto horror como la naturaleza física. La soledad solo es habitable para el hombre de genio, que la llena con sus ideas, hijas del mundo espiritual, o para el contemplador de las obras divinas, que la encuentra iluminada por la claridad del cielo y animada por el soplo y por la voz de Dios. Fuera de estos dos hombres, tan cercanos del paraíso, la soledad es a la tortura lo que la moral es a lo físico. Entre la soledad y la tortura existe la misma diferencia que de la enfermedad nerviosa a la enfermedad quirúrgica. Es el sufrimiento multiplicado por el infinito. El cuerpo toca al infinito por el sistema nervioso, del mismo modo que el espíritu penetra en él por el pensamiento».
Pero si el seno de la sociedad parisina es campo abonado para cultivar los influjos y hacer florecer las conspiraciones y las traiciones, el interior de la cárcel, en contra de lo que la reclusión provoca, es el verdadero campo de batalla porque allí lo que está en juego no es una reputación más o menos amañada o un ajuste de cuentas de carácter económico sino la misma vida; y si en la sociedad abierta la red de influencias y complicidades es enrevesada, en prisión es indescifrable.
«"¡Helas ahí, a esas gentes que deciden de nuestros destinos y del de los pueblos —pensó Jacques Collin, que se encogió de hombros cuando los dos amigos hubieron entrado en la alcoba—. ¡Un suspiro lanzado de través por una hembra les vuelve el seso como si fuera un guante! ¡Pierden la cabeza por una mirada! Una falda que cae un poco más alta o un poco más baja, y corren por todo París desesperados. ¡Los caprichos de una mujer influyen en todo un Estado! ¡Oh! ¡Cuánta fuerza adquiere un hombre cuando se sustrae, como yo, a esas tiranías de niño, a esas probidades deshechas por la pasión, a esas maldades cándidas, a esas astucias de salvaje! La mujer, con su genio de verdugo y su talento para la tortura, es y será siempre la pérdida del hombre. ¡Fiscal, general, ministro, helos ahí, ciegos tofos, violentándolo todo por unas cartas de duquesa o de niña, o por la razón de una mujer que estará más loca en su sano juicio de lo que lo estaba privada de razón! —Se echó a reír con soberbaia—. Y me creen —se dijo—; obedecen a mis revelaciones y me concederán ese puesto. Yo seguiré reinando sobre ese mundo que desde hace veinticinco años me obedece..."».
Los comediantes

Un inocente pueblerino del Midi se ha trasladado a París para seguir un pleito en el que es parte interesada. Su primo, un pintor famoso, le pone al corriente de la diversidad de la fauna capitalina que es, en realidad, un catálogo concentrado de los principales tipos que pululan, con diversos antecedentes y fortuna, por la ciudad y, al mismo tiempo, un inventario del elenco de personajes que van apareciendo a lo largo de La Comedia humana algunos de los cuales, por cierto, convenientemente estimulados, pueden hacer caer el veredicto del pleito a su favor
«No conocéis nada de París. Pedid aquí cien mil francos para realizar la idea más útil al género humano, para ensayar algo análogo a la máquina de vapor, y moriréis como Salomon de Caux en Bicêtre; pero, si se trata de una paradoja, se harán matar por ella y darán su fortuna. Pues bien, ocurre con los sistemas como con las cosas. Los periódicos no viables han devorado aquí millones en estos últimos quince años. Lo que hacía que vuestro pleito fuese tan difícil de ganar es que tenéis razón».
el policía corrupto que complementa su sueldo con trabajos parapoliciales de dudosa moralidad y franca delincuencia; el variado censo que compone el elenco artístico de la Ópera; el artesano con ínfulas de renovador del mundo de la moda; la empeñadora sobre cuyos préstamos contra prenda descansa gran parte de la sociedad parisina; el portero que pone remedio circunstancial a la falta de liquidez de sus inquilinos; el usurero que desea limpiar su reputación entrando a lo grande en la buena sociedad y deseando reproducir en público las actitudes que, en privado, no pierde ocasión de censurar; el peluquero pretencioso que cree esculpir una obra de arte en cada esquilada; el artista que excusa su fracaso en la nula preparación del público para apreciar su arte; la vieja adivina que predice los acontecimientos más notables de la vida pasada; el diputado consciente de su insignificancia pero atento a cualquier conspiración contra sus adversarios político o contra sus compañeros de partido; y, finalmente, los asistentes a una fiesta galante en la que el paisano experimentará, en sus propias carnes, la compleja red de influjo y el poder supremo del personaje más influyente en el París de la época: la cocotte.
«—Yo ya desconfiaba bastante de esta gran pécora de ciudad; pero desde esta mañana ¡la desprecio! La pobre provincia, tan mezquina, es una muchacha honrada; pero París es una prostituta, ávida, embustera, comedianta, y yo estoy muy contento de no haber dejado aquí nada de mi piel...»
Un príncipe de la bohemia

Inclemente retrato de la bohemia parisiense, una actitud de pose vacía y estúpida, preocupada únicamente en hacer brillar una inteligencia que luce por su ausencia y un escaso ingenio consistente en reírse de los demás por poseer aquello de lo que se carece y no se conseguirá jamás; individuos cuyas aspiraciones sociales y económicas se hallan a años luz de su ubicación real y de sus disponibilidades dinerarias; y que suplen con mala educación lo que piensan que es, en el trato con los demás, privilegio de clase, especialmente con las mujeres que sufren la desgracia de caer en sus redes. Para ello, Balzac utiliza el recurso de la novela dentro de la novela y el de una escritora que reniega, de cara al exterior, de todo aquello que pagaría por conseguir a cualquier precio.
«La bohemia no tiene nada y vive de lo que tiene. La esperanza es su religión, la fe en sí misma, su código, y la caridad está reputada de ser su presupuesto. Todos esos jóvenes son más grandes que su desgracia; están por debajo de la fortuna, pero por encima del destino. Siempre a caballo sobre un , ingeniosos como folletines y alegres como gentes que deben, porque, ¡oh!, deben tanto como beben».
Gaudissart II

Balzac efectúa un repaso al tipo del dependiente de las tiendas de artículos especialmente destinados a las mujeres, a la variedad de estrategias comerciales de que deben hacer gala para conseguir su objetivo y a la cantidad de maniobras que entran en el juego de eso que se llama ahora comunicación no verbal, que alguien ajeno al asunto sería incapaz, no solo de traducir sino, incluso, de percibir. Para que el dueño del establecimiento consiga el éxito comercial, sin embargo, no debe fiarlo todo al proceder de un solo dependiente, sino tener especialistas no tanto en el género que vende como en el trato con cada tipo de clienta que entre en su tienda.
«—¡Ah, señor!, reconocí al instante su carácter de mujer excéntrica que gusta de ser notada. Cuando ha visto que todo el mundo miraba su mantón, me dijo: "Decididamente, quedaos con vuestro coche, señor; os compro el mantón". Mientras que el señor Bigorneau —añadió señalando al dependiente novelesco— iba desdoblando mantones para enseñárselos, yo examinaba a mi cliente, que os estaba mirando para averiguar qué idea os formabais de ella, y advertí que se ocupaba mucho más de vosotros que de los mantones. Las inglesas tienen una falta de gusto (no se le puede llamar un gusto) particular; no saben lo que quieren, y se deciden a comprar las cosas más bien por una circunstancia fortuita que por propio deseo. He conocido en esta a una de esas mujeres aburridas de sus maridos y de sus hijos, virtuosas a pesar suyo, a la caza de emociones, y siempre en actitud de sauce llorón...»
Pierre Grassou

El certamen de pintura en el que un jurado escogía los cuadros a exponer, y que después el público podía votar, conseguía reunir obras infinitamente mejores que la nueva edición, en la que no había ninguna elección previa: las buenas obras, si las había, se extraviaban entre la ingente cantidad de cuadros mediocres o directamente execrables,
«Cuando, doce años antes, La cortesana de Ingres y la de Sigalon, la Medusa de Géricault, La matanza de Scio de Delacroix, El bautizo de Enrique IV de Eugène Devéria, admitidos por celebridades a quines se tachaba de envidiosos, demostraban al mundo, no obstante las denegaciones de la crítica, la existencia de paletas jóvenes y ardientes, no surgía protesta alguna. Ahora, que el más insignificante pintorzuelo puede enviar su obra, no se habla más que de genios incomprendidos. Donde ya no hay juicio, deja de haber cosa juzgada».
todo ello certificado por una crítica voluble y desvergonzada que, con tal de justificar su propia existencia, era capaz de las calificaciones más aberrantes. 

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La Comedia humana. Escenas de la vida privada. Volumen V
La Comedia humana. Escenas de la vida de provincia. Volumen VI
La Comedia humana. Escenas de la vida de provincia. Volumen VII
La Comedia humana. Escenas de la vida de provincia. Volumen VIII

Es de suma utilidad la consulta puntual al recurso de la Lista de Personajes de La Comedia humana

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