20 de abril de 2020

Los palimpsestos

Los palimpsestos. Aleksandra Lun. Minúscula, 2015
Desterrados de la lengua o exiliados voluntariamente. Por pura supervivencia o por razones estéticas. El fenómeno del escritor que escribe en una lengua que no es la suya es un prodigio extraño y de difícil justificación —al menos para el que nunca se ha planteado una forma de expatriación semejante—. Algo debe saber acerca de ello Aleksandra Lun, la traductora —una forma de extrañamiento lingüístico en sí misma— y escritora de nacionalidad polaca, formación académica en lengua española y autora de este libro, Los palimpsestos, en castellano —y que domina el catalán escrito como pocos aborígenes—.

«La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa»​ es una de las frases más famosas de Karl Marx; dos géneros a los que la seriedad y la circunspección del alemán impidió añadir la comedia. Lun podía haber escogido cualquiera de ellos para escribir acerca del exilio lingüístico pero, por suerte para los lectores, escogió formalmente el último, y compuso un relato de corta duración pero, camuflada en su jocoso desarrollo, con bastante más enjundia que la manifiesta en su superficie. Y para alguien que fue educado de forma impuesta en una lengua distinta de la que hablaba en casa y que tuvo que buscarse la vida para alcanzar un nivel académico aceptable en su lengua materna —y que sigue expresándose, al menos por escrito, mejor en la adquirida que en la propia— pero que, a pesar de ello, no ha desarrollado ninguna fobia especial hacia ninguna de ellas, la ironía desplegada por la autora es un trago de agua fresca después de atravesar un desierto.

En todo caso, ni yo soy Czeslaw Przesnicki ni he escrito una primera novela —un estrepitoso fracaso en todos los órdenes— en antártico; no he pasado por la situación perentoria de estar recluido en un manicomio en Lieja —en Bélgica, un país, por cierto, con dos idiomas cooficiales irreconciliables— en compañía de un cura polaco; no he huido de la Polonia post-soviética ni he tenido que soportar la doble acometida de mis colegas de profesión: de los autores del polo sur por haber escrito una novela en su idioma en lugar de, como le dicen estos, traducir sus obras al polaco para que pudieran influir en una cultura tan secundaria, organizar conciertos folklóricos gratuitos de música polaca o salir en reportajes de cocina autóctona; ni de los escritores de mi lengua materna, que me acusan, con la misma virulencia, de traidor por haber abandonado la lengua de mi patria.

Czeslaw está convencido de que escribir en una lengua extranjera es un fenómeno ineludible. Su psiquiatra, en cambio, pontifica desde su sitial que toda lengua determina una cultura; si se escribe en una lengua extranjera ya no se pertenece a ninguna cultura, y eso es intolerable: "¿os creéis que os podéis inventar lo que os dé la gana, y escribirlo en el idioma que os apetezca"?

Y así pasan los días, en un arresto de duración indeterminada y con dudosa rehabilitación, entre sus lecturas de Enrique Vila Matas, Javier Cercas, Nicanor Parra, Luis Cernuda, Mario Vargas Llosa o José Ortega y Gasset, y las visitas de otros reclusos culpables de su mismo delito: Vladimir Nabokov, Samuel Beckett, Jerzy Kosinski, Émil Cioran, Joseph Conrad, Karen Blixen, Eugène Ionesco o Agota Kristof.

Los palimpsestos en un artefacto bastante más peligroso de lo que parece.

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