El paseo del escéptico. Denis Diderot. Editorial Laetoli, 2016 Traducción de Elena del Amo. Prólogo y notas de Roberto R. Aramayo. Apéndice de Mario Bunge |
La Avenida de los Espinos es un recorrido a través de la religión -principalmente, las tres religiones del Libro, y de forma particular, el cristianismo-. Cléobule la describe en términos militares, incluído el escalafón y el sistema de premios y castigos; muestra su perplejidad acerca de la arbitrariedad de algunas normas y por la permanencia de otras, por el fanatismo por el sufrimiento, por la hipocresía de los mandos, por los sofismas de los teólogos, por las estupideces del Antiguo Testamento, por los cambios en las normas de Jesús y por el charlatanismo de los apóstoles, por las apologías de los Doctores de la Iglesia, por las fantasías de los mártires. Considera a los cristianos cegados por una venda que han adoptado por indicación de sus superiores, y se admira de que solo los que son capaces de librarse de ella de forma definitiva pueden abandonar la Avenida de los Espinos para recorrer caminos más reconfortantes.
En su recorrido por la Avenida de los Castaños, los paseantes descubren a unos habitantes de trato amistoso y cuyas diferencias no provocan violencia alguna sino un sano razonar y discutir: "se construyen sistemas, se escriben pocos versos", y cuyos únicos enemigos son los soldados que provienen de la Avenida de los Espinos. Allí, Cléobule y Ariste se encuentran con partidarios de varios sistemas filosóficos, pero solo de aquellos cuya herramienta de reflexión es la razón: los pirronianos, que dudan incluso de su propia existencia, y que fueron los primeros habitantes; los ateos, escindidos de los anteriores; los deístas, organizados como una secta pero con un soberano muy transigente; los panteístas, que ven a su autoridad en todas las cosas existentes; los idealistas, que niegan toda existencia exterior al individuo; los cínicos, que no se toman en serio ni a sí mismos; y los anticlericales, empeñados en ofender y reprender a los creyentes.
Finalmente, los paseantes se encaminan a la Avenida de las Flores, en la que todo parece dispuesto para halagar los sentidos y perseguir el placer, un jardín encantado reservado para el deleite de la mesa, las conversaciones irrelevantes, la galantería, la seducción, los juegos eróticos; pero en el que también tienen lugar, por contra, las infidelidades amatorias, las mentiras y la doble moral, la sospecha y la desconfianza.
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