2 de septiembre de 2024

Las tierras cubiertas por las Escrituras. Entrevista a Pierre Michon

 


La revista Le Grand Continent publicó el pasado 14 de agosto la conversación entre Florent Zemmouche, por parte de la publicación, y Pierre Michon. En ella, el autor francés evoca Mesopotamia, o mejor dicho, «las tierras cubiertas por las Escrituras», pero también revela, y esa es una estupenda noticia para los lectores, que «ahora estoy trabajando en especial sobre Grecia, estoy escribiendo un libro basado en Homero y sus mitos. Nacieron allí, y Dios estaba a un tiro de piedra, en Mesopotamia».

A continuación, la traducción de la entrevista, de la que el propio Michon escribe el titular: «Quiero hablar de los lugares donde nacieron la escritura, la literatura, los mitos y los dioses de Occidente».

Florent Zemmouche: Cuando eligió el tema de esta entrevista, utilizó la expresión «las tierras cubiertas por las Escrituras». ¿Cuál es la relación con las Escrituras en su obra? ¿Es una relación de causalidad en su escritura, de finalidad, un espíritu global que lo acompaña y lo inspira?

Pierre Michon: Quiero hablar de los lugares donde nacieron la escritura, la literatura, los mitos y los dioses de Occidente. Ahora estoy trabajando en especial sobre Grecia, estoy escribiendo un libro basado en Homero y sus mitos. Nacieron allí, y Dios estaba a un tiro de piedra, en Mesopotamia.

Siempre tengo un ojo en todas las regiones del Libro, si se puede decir así, es decir, Medio Oriente, Egipto, los desiertos, donde germinaron los tres  monoteísmo. 

Hablando de lugares, viajes y turismo, estamos hablando de geografía, ¿no? La geografía es el punto de encuentro entre la geología y la astrofísica, es decir, la estructura del mundo, y la historia, la geohistoria, la historia de la humanidad.

F. Z.: Parece natural que un escritor elija Mesopotamia, sobre todo si se llama Pierre Michon. ¿Qué papel desempeña este topónimo anacrónico en su obra?

P. M.: Como todas las tonterías de la causalidad, estoy obsesionado con lo que llamamos «orígenes». Los orígenes del lenguaje, los orígenes del hombre: en La Grande Beune, por ejemplo, los orígenes del homo sapiens, del bípedo; pero aquí, en Mesopotamia, están los orígenes de la escritura.

Al principio, la escritura no se inventó para la literatura, sino para «el mercado»: para llevar las cuentas, contar el ganado y cobrar impuestos. Cuando la gente se asentó en el Neolítico, almacenó sus cosechas y hubo que contar cuidadosamente el excedente para aumentar la riqueza de los déspotas... y, contra todo pronóstico, esa escritura en cintas de cuero evolucionó hasta convertirse en el canto épico.

P. Z.: Los escritos de Mesopotamia están plasmados en tablillas y son anteriores al Libro. ¿Esto también forma parte del viaje?

P. M.: Claro, las tablillas de ladrillo me interesan —tengo unas cuantas—. Pero las tablillas literarias de esas zonas son extremadamente raras. Siempre son tablillas de aritmética, de contabilidad, los relevos del poder.

F. Z.: En sentido estricto, usted no es un escritor de viajes. El viaje irrumpe en su obra, como en la primera de las Vies minuscules o en la epopeya rimbauldiana. ¿Cómo se articulan las escalas de lo cercano y lo lejano en su escritura, a la escala de su frase?

P. M.: Lo cercano, el lugar donde nos encontramos, es diferente en cada uno de mis textos. He intentado no quedarme en una sola época o en un solo lugar de la tierra; de un texto a otro cambio de lugar y de época. Pero lo cercano siempre es atraído hacia lo lejano: los mitos, la metafísica.

Ha mencionado el primer relato de Vies minuscules, donde África se apodera de André Dufourneau, mi «antepasado». De la misma manera, el libro que estoy escribiendo ahora, sobre Homero, si se quiere, es una novela compuesta de muchos fragmentos autoficcionales que se sitúan a la vez en la leyenda homérica, es decir, en los lugares homéricos, y los pueblos de la Grecia muy arcaica. Las aventuras de Michon con Príamo en Troya, por ejemplo.

F. Z.: ¿Qué queda de su idea de Mesopotamia en el mundo actual? ¿Es Mesopotamia una geografía imaginaria? ¿La conoce a través del mito, la historia, la poesía o incluso los sueños?

P. M.: Soy un gran lector, de todo tipo de lecturas. Por eso conozco Medio Oriente. Recuerdo, por ejemplo, Écrire à Sumer, un libro publicado hacia el año 2000,

Lo único que conozco de Medio Oriente es Líbano. Y un rincón de Israel: fui allí para rodar una película sobre mis libros, en el desierto del Néguev. Mi hija se alojaba en un kibbutz donde acogió al equipo y el resultado fue el largometraje Pierre Michon dans le désert. El desierto me enseñó algo esencial: sólo allí podía nacer la verticalidad absoluta de los monoteísmos. No hay árboles, ni enredaderas, ni laureles detrás de los cuales se esconderían Dioniso o Apolo, nada. Sólo existe la verticalidad solar. La llamada de los grandes monoteísmos, la llamada de lo alto, se encuentra directamente allí.

F. Z.: Me hace pensar en un pasaje de Corps du roi en el que cuenta que Flaubert escribió a Bouilhet desde Palestina: «El desierto es duro, sin la voz de Juan Bautista. El desierto es vagamente ridículo. La Cruz es un cuerpo de madera. Los manzanos normandos son de madera. El mundo es un bosque muerto. ¿Dónde está el follaje, dónde está la Palabra, dónde están los sonidos vagos y profundos que dan sentido a los hombres y hojas parlantes a las copas de los árboles? ¿En la frase perfecta? ¿En la frase imperfecta?».

P. M.: Lo curioso es que ese extracto fue escrito mucho antes de que yo tuviera esa experiencia en el desierto de la que acabo de hablar. Fue una experiencia física que cambió mucho mi relación con el corpus bíblico.

Por desgracia, nunca he estado en Jerusalén, ni en Arcadia, ni en Tesalia. No tengo ningún conocimiento físico de Grecia o de Judea. He estado en Atenas dos o tres veces, entre avión y avión, para hablar de mi literatura. He visto el Partenón iluminado desde abajo. Evidentemente, cuando leo los grandes textos, viajo mejor que cuando estoy allí. Por ejemplo, para esta entrevista hojeé a los geógrafos griegos Pausanias y Estrabón; se aprende mucho más sobre Atenas que visitando el Partenón. En particular, aprendemos que los marineros que desembarcaban en el cabo de Sunio, a unos cuantos kilómetros de Atenas, podían ver la parte superior del casco y la lanza de la estatua de Atenea erigida por Fidias en el Partenón. Sólo en los libros se pueden ver esos detalles, que son la esencia de la realidad de la geohistoria.

F. Z.: Entonces, ¿la Palabra se encuentra en la frase perfecta o en la frase imperfecta?

P. M.: La frase perfecta es una frase coja que se esfuerza por no dejar ver su imperfección.

F. Z.: ¿Qué hace cuando viaja? ¿Escribe o se limita a observar?

P. M.: No escribo sobre la marcha; a veces tomo notas y me acuerdo más tarde, cuando escribo en casa. En Líbano, fui al gran templo de Baalbek. Era perfecto, conocía bien la geología, la naturaleza rocosa de las montañas y, geohistóricamente, estaba en lugares casi bíblicos. Y la epopeya bíblica continuó: a lo largo de toda la carretera había puestos de control, detodos los bandos, Hezbolá, cristianos, banderas negras, banderas con cruces... los monoteísmos siguen enfrentándose allí, después de miles de años. ¡Qué experiencia!

F. Z.: En Couleur punique sobre la obra de Sadika Keskes, usted escribe: «No es poca cosa vivir en Cartago. Ser púnico. Es toda la herencia de la antigua Mesopotamia la que tienes que llevar contigo: los ladrillos sumerios, aquellos en los que se grabaron las primeras escrituras, aquellos con los que construyó sus murallas». ¿No es usted también un poco púnico? ¿No debería todo escritor sentirse púnico?

P. M.: Sí, ¡es una idea maravillosa! Pues sí, yo soy púnico. Se lo explicaré. Mi padre, al que nunca conocí, era tuerto. Siempre he tenido debilidad por los tuertos.

De niño, conocí a Aníbal (que había perdido un ojo) en un poema de Heredia titulado Après Cannes.

Los romanos aterrorizados decían: ¡Aníbal ad portas! (¡Aníbal está a nuestras puertas!) después de ganar la batalla de Cannas, donde aplastó a todas sus legiones. Despreció la idea de tomar Roma de inmediato y se fue a Capua a celebrar orgías, lo que dio a los romanos el tiempo que necesitaban para reconstituir sus tropas y salvar la ciudad. Pero lo más importante es la enfermedad del gran cartaginés, y su fracaso; y lo he comparado con la figura del padre.

Los últimos versos del poema de Heredia dicen: «…por los montes Sabinos esperando el momento de ver como el sol mira, cual un ojo sangriento, al Jefe tuerto a lomos de Grétulo el elefante».

¡El «Jefe tuerto»!

F. Z.: Para hablar de grandes escritores, ha utilizado varias veces la imagen del «elefante»: ¿proviene de la geografía imaginaria de Mesopotamia?


P. M.: En parte, sí. Los púnicos utilizaban elefantes de guerra. Después, los persas y Egipto. El elefante de batalla no fue llevado a Roma por Cartago, sino por Alejandro.

Es un animal fascinante. Por desgracia, nunca he conocido uno. Es un hápax de la zoología. Pienso en su extravagante morfología, su destreza, su inteligencia, su familiaridad con el hombre, su ferocidad también, porque el elefante tiene una violencia inaudita, en la guerra,  bajo el cornaca, es aterrador...

Sí, los grandes escritores son elefantes. Encontré esta metáfora sobre Faulkner. La comparé con un dicho utilizado por los combatientes de la Guerra de Secesión, la primera guerra «moderna», que anunciaba la guerra de 1914: se decía que cualquiera que se hubiera enfrentado a un ataque «de material» había «visto el elefante».

F. Z.: ¿No podríamos decir que usted también busca en sus textos los «colores púnicos perdidos»?

P. M.: Podríamos decir: «los colores del Magreb».

Los púnicos, los cartagineses, nunca salieron del norte de África. Vencidos, pero antepasados de grandes hombres. San Agustín era medio púnico.

Es como Faulkner que, después de la Guerra de Secesión, se sentía culpable de los pecados de los sureños, de los que descendía: en mi opinión, los grandes escritores cargan y luchan contra una vieja culpa, y una vieja conciencia de derrota, como Faulkner, como San Agustín.

F. Z.: ¿Y esa «vieja culpa» puede ser finalmente superada? ¿Existe, al final de las grandes obras, la posibilidad de redención?

P. M.: Sin duda. Además, los pobres cartagineses no necesitaban ser redimidos. Ellos también habían sido feroces; pagaron por ello. Faulkner, en cambio, nunca consiguió librarse de su culpa. Siempre sintió un amor apasionado por el Sur y una repugnancia infinita por el Sur, a causa del crimen de la esclavitud.

F. Z.: ¿Y en el caso de usted?

P. M.: Soy de la Creuse; la Creuse nunca ha tenido un gran pecado en su conciencia. No necesito redención geográfica.

F. Z.: ¿Hasta qué punto les Cards se convierte también en sus tierras sagradas en sus textos? Pienso en particular en Vies minuscules.

P. M.: Es cierto que mi libro sacraliza el Lemosín, aunque, por cierto, no lo nombre. Había abandonado y repudiado esas tierras, y de repente volví a ellas con una emoción arcaica: lo escribí sentimentalmente, como lo habría escrito mi madre.

Pero ahora estoy cansado de que la gente hable de Cards, mi lugar de nacimiento. El hecho de que ya no viva allí —dada su ubicación tan aislada y poco práctica y mi actual condición de discapacitado— me ha liberado. Se había convertido en una especie de monstruoso templo narcisista lleno de muertos y fantasmas. Sin mí, ha vuelto a la vida.

Vivir allí era nocivo para mi trabajo. Era la tierra de mi abuela y allí no podía escribir historias desenfadadas. Su fantasma me habría dicho (en dialecto): «¡Oh, mi pequeño Pierre, no vas a escribir eso!». Me liberé de eso con Les deux Beune, un libro libremente erótico escrito en mi nueva casa.

F. Z.: Cuando uno se ve constreñido por un espacio inmediato, ¿qué papel puede desempeñar una geografía imaginaria, una tierra más o menos lejana, para ayudarle a escapar?

P. M.: Desde que estoy discapacitado, he podido leer como nunca, así que nunca he viajado tanto. Viajar de verdad también es bueno, como decíamos antes.

Se puede escribir cualquier cosa desde un área muy pequeña. Un escritor británico del siglo pasado, Samuel Butler, propuso en 1897 una tesis, tan ingenua como novelesca, titulada La autora de la Odisea. Decidió que todos los lugares descritos en la Odisea procedían de un pequeño rincón de Sicilia donde una mujer que vivía ahí y se aburría había escrito la Odisea tras leer la Ilíada. Qué maravilla.

F. Z.: ¿Cuál es su relación con los mapas? ¿Alguna vez ha querido inventar un país y su geografía?

P. M.: Por desgracia, no, nunca he inventado mapas. Pero me apasionan. Los grandes modelos son, por supuesto, el mapa de Julio Verne en L’Île mystériuese, y los mapas de Tolkien. No he inventado ningún país, ¡ya hay suficientes!

Cómo no pensar también en el gran Borges, que nos dijo que el mapa es el territorio.

F. Z.: E inventó su famosa Biblioteca que, por cierto, es imposible de cartografiar...

P. M.: «El Universo, que otros llaman la biblioteca»... dice el comienzo del texto. La Biblioteca de Babel como reproducción del universo infinito en el que nos perdemos con delicioso pavor. Delicioso, de verdad...

F. Z.: Comparada con la tradición orientalista del siglo XIX, ¿cuál podría o debería ser la relación de los escritores europeos contemporáneos con Oriente?

P. M.: No hay ninguna regla. Todavía hay muchos que siguen viajando, yendo allí. Es el caso, en particular, de mi amigo Bernard Wallet, que pasó una temporada en Líbano devastado por la guerra y publicó el hermoso libro Paysage avec palmiers.

Mi búsqueda de los orígenes de los dioses homéricos es libresca. Voy de aldea en aldea sobre mapas de la Grecia micénica. ¿Qué más me aportaría viajar? El viaje de Ulises se ha convertido en un bulevar; no aprendería nada recorriéndolo.

Pero tenemos que luchar contra los destructores del pasado en esas regiones, los islamistas de línea dura, ¡ellos destruyeron Palmira! En ese sentido, hay que seguir siendo orientalista.

F. Z.: ¿Tiene una biblioteca de viajes ideal?

P. M.: Todos los grandes viajeros. Pero empezaré por los que ya he mencionado, los griegos Estrabón y Pausanias, Heródoto en particular. Luego están los escritos árabes, seguidos por el extraordinario florecimiento de los navegantes del siglo XVIII, Cook, y el exquisito Bougainville, que tenía un estilo deslumbrante. Luego, por supuesto, Chateaubriand, Flaubert y Nerval. Hay algunas buenas novelas más recientes. Estoy pensando ahora en el escritor sueco Pär Lagerkvist; en Barrabás se centra en el destino del ladrón que fue condenado en lugar de Jesús y que, según él, acaba convirtiéndose al cristianismo y en un hombre de Dios. Es una bella historia.

Me gustan mucho los libros de Jean-Paul Kaufmann sobre los lugares donde vivió Napoleón, Eylau y Santa Elena, donde pasó unas semanas con su familia.

Ediciones La Découverte publica muchos cuadernos de viaje fascinantes. Por desgracia, no se pueden leer todos.

F. Z.: Después de todo, ¿no podríamos decir que usted también es escritor de viajes?

P. M.: Sí. Me gusta transportarme a otros lugares a través de los escritos, la imaginación y las películas. Creo que es evidente cuando se lee L’Empereur d’Occident, por ejemplo, Abbés, Mythologies d’hiver, La Grande Beune.

Creo que con la tecnología, ahora podemos viajar tanto a través de los libros, internet y las películas como viajando de verdad.

F. Z.: ¿Qué le gusta de los colores púnicos?

P. M.: Me resulta muy difícil utilizar ciertos adjetivos en mis libros, como «carmesí» o «cerúleo». Los colores «púnicos» eran colores primarios. Me gustan los colores primarios. Me gusta verlos escritos. Rojo, amarillo, azul; el azul, que a veces sustituyo por azur. Ahora lo uso mucho para el dios Poseidón, que tenía el pelo azul. Victor Hugo lo llamaba «el monstruo de los cabellos azules», y los griegos lo llamaban «Poseidón, coronado de azur».

F. Z.: Peter Handke dijo que usted escribe «como un cardenal». Me parece que esta imagen le atrae. ¿A qué se debe?

P. M.: Me encanta que lo haya dicho. Pero sí, escribo en rojo cardenal. Como un cardenal, pero como el cardenal de Bernis o los inventados por Sade. Un cardenal con encajes, amante del arte y libertino.

Y luego está la postura cardenalicia: cuando escribo, me levanto el cuello. Tiendo a ver la escritura como una especie de ritual, como una misa, o un ritual sadomasoquista. No soy la misma persona que está hablando ahora. Pero aun así, me dan ganas de reír. Quizá suene a cardenal cuando escribo, pero se ve que al mismo tiempo me estoy burlando de mí mismo. Me tomo muy en serio y muy poco a la vez.

F. Z.: ¿Son las Sagradas Escrituras un modelo para la escritura profana?

P. M.: Por supuesto, el Antiguo Testamento es un modelo para la escritura. El Libro de los Jueces, el Libro de los Reyes y el Libro de Samuel son prototipos de escritura épica, tanto como Homero, diría yo.

Los cuatro Evangelios son cuatro obras maestras. Se podría decir que son la primera novela, porque son los primeros libros en los que el amor es lo primero. Son los primeros libros sobre el amor. Lucas es quizá demasiado enrevesado, pero todos son magníficos, Juan, Mateo es tan sencillo... Pasolini hizo una maravilla.

Por desgracia, nunca he leído todo el Corán. Leo una sura de vez en cuando, para entender otro texto que hace referencia a ella. Pero todo el mundo dice que sólo es bonito en árabe, una poesía extravagante. Hay que oír el texto, y yo no sé árabe.

F. Z.: ¿Cuál es su relación con estos textos? ¿Tiene una disciplina de lectura, los lee a intervalos regulares?

P. M.: No, cuando me apetece, que es muy seguido. Pero no me impongo ningún ritmo en particular. En este momento, estoy aprendiendo el Credo en su forma original, del Concilio de Nicea (celebrado en 325), en latín. Es asombroso. Lo que ocurrió allí, en Nicea, en 325, fue el acontecimiento intelectual que dio forma a Occidente. ¡Menudo viaje!

26 de agosto de 2024

26 de agosto de 1789


Déclaration des Droits de l'Homme et du Citoyen de 1789

Les représentants du peuple français, constitués en Assemblée nationale, considérant que l'ignorance, l'oubli ou le mépris des droits de l'homme sont les seules causes des malheurs publics et de la corruption des gouvernements, ont résolu d'exposer, dans une déclaration solennelle, les droits naturels, inaliénables et sacrés de l'homme, afin que cette déclaration, constamment présente à tous les membres du corps social, leur rappelle sans cesse leurs droits et leurs devoirs ; afin que les actes du pouvoir législatif, et ceux du pouvoir exécutif, pouvant être à chaque instant comparés avec le but de toute institution politique, en soient plus respectés ; afin que les réclamations des citoyens, fondées désormais sur des principes simples et incontestables, tournent toujours au maintien de la Constitution et au bonheur de tous.

En conséquence, l'Assemblée nationale reconnaît et déclare, en présence et sous les auspices de l'Être suprême, les droits suivants de l'homme et du citoyen.

Article 1er

Les hommes naissent et demeurent libres et égaux en droits. Les distinctions sociales ne peuvent être fondées que sur l'utilité commune.

Article 2

Le but de toute association politique est la conservation des droits naturels et imprescriptibles de l'homme. Ces droits sont la liberté, la propriété, la sûreté, et la résistance à l'oppression.

Article 3

Le principe de toute souveraineté réside essentiellement dans la nation. Nul corps, nul individu ne peut exercer d'autorité qui n'en émane expressément.

Article 4

La liberté consiste à pouvoir faire tout ce qui ne nuit pas à autrui : ainsi, l'exercice des droits naturels de chaque homme n'a de bornes que celles qui assurent aux autres membres de la société la jouissance de ces mêmes droits. Ces bornes ne peuvent être déterminées que par la loi.

Article 5

La loi n'a le droit de défendre que les actions nuisibles à la société. Tout ce qui n'est pas défendu par la loi ne peut être empêché, et nul ne peut être contraint à faire ce qu'elle n'ordonne pas.

Article 6

La loi est l'expression de la volonté générale. Tous les citoyens ont droit de concourir personnellement, ou par leurs représentants, à sa formation. Elle doit être la même pour tous, soit qu'elle protège, soit qu'elle punisse. Tous les citoyens étant égaux à ses yeux sont également admissibles à toutes dignités, places et emplois publics, selon leur capacité, et sans autre distinction que celle de leurs vertus et de leurs talents.

Article 7

Nul homme ne peut être accusé, arrêté ni détenu que dans les cas déterminés par la loi, et selon les formes qu'elle a prescrites. Ceux qui sollicitent, expédient, exécutent ou font exécuter des ordres arbitraires, doivent être punis ; mais tout citoyen appelé ou saisi en vertu de la loi doit obéir à l'instant : il se rend coupable par la résistance.

Article 8

La loi ne doit établir que des peines strictement et évidemment nécessaires, et nul ne peut être puni qu'en vertu d'une loi établie et promulguée antérieurement au délit, et légalement appliquée.

Article 9

Tout homme étant présumé innocent jusqu'à ce qu'il ait été déclaré coupable, s'il est jugé indispensable de l'arrêter, toute rigueur qui ne serait pas nécessaire pour s'assurer de sa personne doit être sévèrement réprimée par la loi.

Article 10

Nul ne doit être inquiété pour ses opinions, même religieuses, pourvu que leur manifestation ne trouble pas l'ordre public établi par la loi.

Article 11

La libre communication des pensées et des opinions est un des droits les plus précieux de l'homme : tout citoyen peut donc parler, écrire, imprimer librement, sauf à répondre de l'abus de cette liberté dans les cas déterminés par la loi.

Article 12

La garantie des droits de l'homme et du citoyen nécessite une force publique : cette force est donc instituée pour l'avantage de tous, et non pour l'utilité particulière de ceux auxquels elle est confiée.

Article 13

Pour l'entretien de la force publique, et pour les dépenses d'administration, une contribution commune est indispensable : elle doit être également répartie entre tous les citoyens, en raison de leurs facultés.

Article 14

Tous les citoyens ont le droit de constater, par eux-mêmes ou par leurs représentants, la nécessité de la contribution publique, de la consentir librement, d'en suivre l'emploi, et d'en déterminer la quotité, l'assiette, le recouvrement et la durée.

Article 15

La société a le droit de demander compte à tout agent public de son administration.

Article 16

Toute société dans laquelle la garantie des droits n'est pas assurée, ni la séparation des pouvoirs déterminée, n'a point de Constitution.

Article 17

La propriété étant un droit inviolable et sacré, nul ne peut en être privé, si ce n'est lorsque la nécessité publique, légalement constatée, l'exige évidemment, et sous la condition d'une juste et préalable indemnité.

24 de agosto de 2024

El día que no tuvo lugar

 

Le Massacre de la Saint-Barthélemy (hacia 1572-1584). Museo Cantonal de Bellas Artes de Lausanne

«Se podría llamar a los Essais que escribió Montaigne Atmosphère de Saint-Barthélemy.

Montaigne participó en el olvido deliberado de un acontecimiento monstruoso. Es lo que llamamos hoy en día una «denegación». Un grupo de hombres deseó ser leal al rey. Estos hombres, que se llamaban a sí mismos «humanistas», decidieron desvincular la fecha de la masacre de San Bartolomé. No solo se resolvieron a ello, sino que juraron erradicarla del curso del tiempo.

¿Por qué la página del 24 de agosto fue arrancada del diario de Montaigne, que es, de hecho,  una cronología universal que le regaló su padre, conocido como Beuther, y que se conserva en el aire acondicionado, límpido, luminoso, gélido, de la Reserva de la Bibliopteca Municipal de Burdeos? ¿Quién la arrancó? No fue el tiempo quien la arrancó. ¿Por qué Montaigne movió la mano? ¿Por qué Montaigne arrancó un día? ¿Por qué arrancó ese día de su gran libro de horas? ¿Por qué arrancó el único día del que habría sido necesario acordarse?»

Les heures heureuses. Pascal Quignard. Éditions Albin Michel, 2023

19 de agosto de 2024

Premio literario Giuseppe Tomasi di Lampedusa 2024

 


El día 3 de agosto de 2024 tuvo lugar, en Santa Margherita di Belice, provincia de Agrigento, en Sicilia, donde se encuentra el bello palacio de la infancia del escritor Giuseppe Tomasi di Lampedusa, la concesión del Premio Letterario Giuseppe Tomasi di Lampedusa a la mejor novela internacional publicada en Italia al escritor francés Pierre Michon por la traducción al italiano de Vies minuscules  (Vite minuscole, Adelphi, 2023).

Por motivos de salud, el autor francés no pudo acudir a la concesión, siendo su compañera, la profesora de la Sorbonne Élodie Chamblas-Montel, la encargada de leer el discurso de agradecimiento del laureado.

El texto que sigue es la traducción al castellano de ese discurso. Doy las gracias más efusivas a Élodie Chamblas-Montel y a Mercedes Monmany, miembro del jurado, por su amabilidad al facilitarme el original en francés.


3 de agosto de 2024, en Donnafugata  


Excelencia, permitidme que me dirija directamente a vos: Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, es un honor ser recibido,  al  fin, en vuestra residencia de Donnafugata.

Ante todo, debo decir que estoy encantado. En realidad, ¿no es nuestro encuentro, en sí mismo, un encantamiento? Es un cuento de hadas, estamos entre espíritus. Príncipe, vos sois el sueño de un autor que os hizo morir en paz en 1888 en un hotel de Palermo. Y qué alegría: semioculto tras vuestra colosal complexión, vuestros hercúleos pasos, él también está aquí esta noche, el «viejo gordo», el espectro que os soñó, vuestro  «autor», Su Excelencia el Príncipe Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que también murió en paz convertido en «un montoncito de polvo lívido», en Roma, en 1957, cuando yo tenía doce años.

Y yo, de hecho, que no puedo estar entre vosotros, ¿no soy también un espectro? Toda persona ausente tiene algo de fantasma. Aunque no esté muerto ni sea un Príncipe.

¿Acaso somos algo más que sombras, nosotros mismos, encerradas en un castillo en ruinas, como la literatura, como Sicilia, como Europa?

No. Nosotros no estamos bailando ninguna danza macabra: nuestro encuentro encantado demuestra, aquí, al contrario, que nada está en ruinas, ni la literatura, ni Sicilia, ni Europa.

Por supuesto, no podremos derrotar la insensata idea de Nación. No restauraremos la aristocracia de la virtud, si es que alguna vez existió. Ninguno de nosotros tres mejorará a la humanidad.

Pero hemos podido y podremos siempre conmoverla. Porque somos escritores. Multiplicadores de emociones. El corazón de cada uno  latirá más deprisa cada vez que evoquemos nuestro vals con Angélica, a la que no hemos podido expresar nuestro amor. Cada uno reirá tristemente cada vez que pongamos en escena a una clase social que asciende al poder, a los indignos y desafortunados advenedizos. 

A veces incluso encontramos nuevas formas o nuevos temas para emocionarnos. La literatura sigue llena de habitaciones inexploradas, tanto en el pasado como en el futuro; y como vos dijisteis, don Fabrizio Salina, «un palacio en el que se conocieran todas las habitaciones no sería digno de ser habitado».

Dejemos que Salina sueñe con bailar un vals o con cazar perdices. Me gustaría decirle solo a usted, Giuseppe di Lampedusa, lo que ya sabe, que las Vies minuscules no alcanzan las alturas monumentales de su Gattopardo. Sin embargo, creo que compartimos algunos rasgos.

Tenemos gusto por una ruralidad arcaica. No importa que este gusto esté sociológicamente alejado debido a nuestros respectivos nacimientos y a la lucha de clases: usted se inclina por los señores, yo por los siervos, los advenedizos. Eso no nos separa: compartimos la idea de que la opinión es una forma de miopía.  

Compartimos un uso eufórico, exaltado, de la literatura. Usted dice «llorar lágrimas de belleza» cuando lee los versos más hermosos. A mí me pasa lo mismo.

Pero nuestro eclecticismo como lectores es tan total que puede manifestarse perfectamente como asentimiento a todo lo que se ha escrito o como indiferencia.

Seamos lectores o autores, reconocemos un estilo por su corpulencia: usted prefiere los textos que llama «magros», secos y vívidos, como los de Stendhal, a los «gordos», adjetivados y metafóricos, como los de Proust. Estoy de acuerdo en este punto, pero lo cierto es que nos gusta tanto Ptoust como Stendhal, a usted y a mí.  

Usted deplora que Il Gattopardo sea un libro gordo, igual que todo Shakespeare, es cierto. Y como Vies minuscules, aunque yo sea físicamente delgado.

¿Quizá sea porque nuestro arte absorbe las influencias opuestas, tanto las de los flacos como las de los gordos?

Tenemos, sobre nuestras obras, el mismo criterio  mudable. Pasamos de una vanidad burlesca, que nos hace proclamar «habiendo escrito esto, somos dioses», al disgusto más profundo de una confesión: «nuestra literatura es una porquería».

Sobre todo, usted lo ha dicho a menudo del Gattopardo lo mismo que yo de Vies minuscules: se trata de libros escritos «en estado de gracia», como independientemente de su autor, suspendidos, venidos de lo más profundo de la especie o de más allá de la especie. Nos jactamos, indudabemente, de ello.

Pero silencio. Mi mensajera nos lleva de la mano. Unámonos a Salina bajo la «sublime normalidad de los cielos» y saludemos a todos nuestros amigos aquí reunidos para beber marsala a nuestra salud  de espectros.

12 de agosto de 2024

En ese jardín que amábamos


En ese jardín que amábamos. Pascal Quignard. El cuenco de plata, 2021
Traducción de Carlos Schilling

«Even inanimate things have their music. Listen to the water dropping from a faucer into a bucket partially filled». Simeon Peace Cheney, Wood Notes Wild.

Pascal Quignard tiene un problema de índole psicológica con una época concreta del año, los días que van desde mediados de noviembre hasta diciembre, que le provocan un insoslayable sentimiento de depresión; pero él mismo ha desarrollado una terapia: escribir. Escribir para derribar los muros que desarticulan la unión entre el pasado y el presente y, de este modo, traerlo todo al hoy, desde donde puede gobernarse, manipularse, para encaminarse a la eternidad. Escribir para burlar al tiempo.

En el año 1989, esa terapia se materializó mediante el Monsieur de Sainte-Colombe, de quien recreó su vida en Todas las mañanas del mundo; en 2016 se centró en el reverendo Simeon Pease Cheney, un oscuro y desconocido pastor norteamericano que anotó todos los sonidos que le rodeaban, especialmente los cantos de los pájaros que acudían a su jardín, entre 1860 y 1880, en Wood Notes Wild, un libro que publicó a sus expensas Rosemund, su hija. El resultado de este proceso es En ese jardín que amábamos (Dans ce jardin qu'on aimait, 2017).

Quignard hace uso de la escritura teatral para, con la ayuda de un recitador, generar una especie de cuadros en los que escenifica diversos episodios de la vida del reverendo Cheney.

«Esta historia doble —la de un viejo músico apasionado por la música espontánea de la naturaleza indiferente a los hombres y el destino de una mujer soltera que desea difundir a toda costa la obra ignorada de su padre— adquirió en mí no la forma de un ensayo ni de una novela, sino de una serie de escenas amplias, tristes, de acción lenta, refinadas, tranquilas, ceremoniosas, muy cercanas al teatro del mundo japonés de antaño».

El punto de partida, ausente de la trama pero presente a lo largo de la obra, el gatillo que dispara tanto la novela como la extraña propensión del protagonista, es la muerte de su esposa al parir a su hija y el depósito de sus cenizas en el estanque de ese jardín que tanto amaba, que tanto amaban; un jardín que rememora y celebra el jardín primigenio, el jardín del Edén, cuyos restos ha intentado conservar, aun sabiendo que la muerte de su esposa significaba su definitiva e irrevocable expulsión.

«Los sueños no son solo deseos que se liberan de los obstáculos del día, 
 o que engañan el hambre que uno no puede sentir mientras duerme y que amenaza con despertarnos, 
o que alejan la sed de la garganta, 
o que burlan los impulsos repentinos, las impaciencias inexplicables que surgen del cuerpo. 
¿Qué son los sueños? 
Los sueños son sobre todo regresos, 
extrañas recurrencias en las que aquello que se ha vuelto invisible reaparece como visible sin por eso alcanzar la realidad o el día».

La vida cotidiana con su hija, el seguimiento de su desarrollo, le recuerdan constantemente a su esposa y representan, a la vez, el culmen de la felicidad  y de la tristeza, por lo que tiene, Rosemund, su descendiente, la viva imagen de su mujer, y por lo que le falta, ella, Eva. Esa ambivalencia afecta al sentimiento del reverendo hacia su hija: ama a Rosemunde por encima de todos los seres vivos, pero la desprecia porque es la causante de la muerte de Eva. Esa profunda tristeza toma la forma de una expiación en la parte que no es la causa del nacimiento de su hija, porque fue él mismo quien, ante la disyuntiva planteada por el médico, escogió la vida de su hija a la de su mujer.

«La naturaleza es más profunda que los miles de dioses que nacieron de ella en otros tiempos. 
La naturaleza se sostiene en el fondo de Dios. 
Pues es lo que fuimos antes, los gatos, las musarañas, las mariposas, las abejas, las flores  —nos consuela de todo. 
Es nuestra fuente que nos consuela cuando lo contemplamos. 
La mujer que he perdido la recuperé en la fuente, en el interior de sus piernas largas y pálidas,  
en la fuente profunda. 
¿Quién no se protege en el origen? 
El verdadero nombre de Dios es el comienzo. 
El comienzo comienza antes que el propio Dios...»

Simeón envejece y va perdiendo la vista; su hija, que había sido expulsada de su casa, vuelve porque ya no puede oir la música de piano y se ha visto obligada a dejar sus clases. El único consuelo del padre es su libro, compuesto a lo largo de los años de la ausencia de Eva, que nadie quiere publicar; el libro en el que ha anotado el canto de los pájaros que sobrevuelan y se posan en su jardín, que no es más que un homenaje a quien pasaba sus horas en él y cuya presencia el tiempo no ha borrado todavía; y es que esos pájaros son los testigos del primer jardín y siguen cantando en él igual que lo hacían porque, a diferencia de los hombres, ellos jamás fueron expulsados.

«El pasado refluye con los días que se acumulan, arranca violentamente las algas de las mareas más grandes, arrastra los caparazones, erosiona los fragmentos, deshace los huesos de jibia blanquísimos,,
amontona la arena que produce.
Es necesario comprender ese mundo».

Wood Notes Wild habla de todo eso, del canto de los pájaros, del jardín y de Eva, y el reverendo Cheney no tuvo más remedio que elaborarlo, pero le estaba vedada su publicación —igual que Moisés con la tierra de Canaán—; esta quedó en manos de su hija, que lo hizo a sus expensas, cerrando, a su modo, el círculo que rompió cuando, al nacer, asesinó a su madre.

«La hiedra imposible de arrancar que crece sobre la tumba,
cuanto más la arrancamos, más la cortamos, más la podamos, más gruesa se vuelve, y más oscura, polvorienta, sofocante, densa.
Esa hiedra es como el tiempo».

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