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Pierre Bergounioux en la École Nationale Supérieure des Beaux Arts, Paris, 2008 |
«La gente como yo ha recorrido el equivalente a quince siglos en una sola vida»
Antoine Spire, Le Monde
Hombre del territorio, escritor del paso del tiempo, Pierre Bergounioux sabe narrar la esperanza y las rupturas provocadas por la modernidad tecnológica y la evolución de las mentalidades. Escrita bajo el signo del cambio, su obra refleja su propia trayectoria, que le vio pasar del mundo agrícola de su infancia al de la literatura.
Antoine Spire: Como Faulkner con el Sur de los Estados Unidos, usted recupera sobre su mesa el desierto y los bosques de la región de Brive-la-Gaillarde. El ritmo languidece a causa de los siglos de campesinado que no le han tomado la medida a la modernidad. Usted constata que el cretinismo rural campa a sus anchas en esta zona recluida que separa Auvernia de Aquitania.
Pierre Bergounioux: Debemos aceptar aquello que nos depare el destino. Fue necesario partir para sentir el peso con que la vieja sociedad agraria cargaba nuestros cuerpos, apesadumbraba nuestros cerebros. De niño, me impulsaba, como a todos los niños, lo que Montaigne llamaba «el deseo natural de saber». En vano pedía a los libros que encontraba que me iluminaran un poco. No disponía de los que habrían podido hacerlo. La región, el grupo al que yo pertenecía, estábamos privados de riquezas materiales y de esos bienes que se llaman del espíritu, que van de la mano. Y eso sucedió durante tanto tiempo que un cierto tipo de actividad material, la economía rural de subsistencia, por ejemplo, quedó instaurada en la región e impidió a sus habitantes afrontar conscientemente el desafío de su existencia, romper la camisa de fuerza de su particularidad. El pájaro de Minerva, decía Hegel, vuela al atardecer. Cuando el día se desvanece, cuando una época llega a su fin, es entonces cuando empezamos a adivinar lo que ha sucedido. A veces la literatura florece en los márgenes. La de Faulkner es a la vez arcaica y futurista. Sus pequeños productores de algodón tienen un ojo puesto en los precios de Wall Street para saber cuándo vender su cosecha. Mi región natal carece de relevo. Pertenece irrevocablemente al pasado. Ha salido de la historia, suponiendo que hubiera entrado alguna vez en ella. Yo transcribo un recuerdo.
Antoine Spire: En los años sesenta, el periodo en el que usted se formó, la población local se encontró con la modernidad. Usted lo ilustra con su experiencia de la velocidad en un Citroën en 1965.
Pierre Bergounioux: La velocidad ha dado un vuelco a la historia en el espacio de una generación. Esto es lo que Marc Bloch previó justo antes de morir. Yo tuve, en mi escala microscópica, esta experiencia en octubre de 1965. Un amigo, que era aprendiz de mecánico, había restaurado un Citroën de tracción delantera, el famoso «15». Vino a buscarme, un sábado, a la biblioteca municipal. Acababa de alcanzar la fabulosa potencia del 77CV, para ser exactos, que entonces era patrimonio de hombres maduros. Cuando yo era niño, todo eran cuarentones —y cincuentones— al volante de un coche. Luego el país se recuperó. Las fábricas volvieron a funcionar a pleno rendimiento. Los muchachos de 18 años empezaron a recorrer las rutas sinuosas, bacheadas, bordeadas de hayas y plátanos homicidas. La tiranía de la distancia había sido vencida. Durante mucho tiempo, la gente se había desplazado a pie, al paso tremendamente lento de los bueyes, al ritmo caprichoso de los caballos. De un día para otro, el motor de explosión, un invento francés que se remonta a 1862, hizo su entrada en los mundos inmóviles. La contrapartida fue que, justo en el instante en que se podía disponer de un medio para afrontar en igualdad de condiciones los troncos hoscos, la tierra engorrosa, los largos caminos, fueron condenados a la discontinuidad. Tierras que había sido imprescindible mantener cultivadas durante milenios para satisfacer las necesidades de la población perdieron de repente su utilidad económica. La Beauce y La Brie bastaban para alimentar a todo el país. Las laderas ácidas, húmedas, del Macizo Central cayeron en desuso. Tomamos la ruta del exilio.
Antoine Spire: Es comprensible que sienta fascinación por las generaciones que vivieron en estas tierras inhóspitas. Pero a la vez que respeta, que conserva la memoria del pasado, ¿no siente nostalgia de ese momento de apertura excepcional que fue su juventud?
Pierre Bergounioux: ¿Quién no echa de menos aquel vertiginoso momento, a mediados de los sesenta, cuando todo parecía posible en todos los ámbitos: intelectual, moral, político? La gente de mi clase fue partida en dos por el futuro. Yo procedo, por mi infancia, por mi ascendencia, de una región verde, silvestre, lacustre de la Tierra. El tiempo que siguió me hizo urbanita, estudioso y hogareño. Estructuralmente, estoy abocado a la nostalgia, ese dolor del retorno. Sé perfectamente que el cambio era inevitable. Pero existe el privilegio del origen. Llevo duelo por las amistades rotas, por el país perdido, por los pájaros y por las fuentes.
Antoine Spire: En B-17G, usted fue cautivado por la imagen de este Boeing B-17 cayéndose a pedazos. El acontecimiento terminó justo cuando parecía comenzar. Es como si la imagen condensara los prodigios del siglo, una irrupción extremadamente violenta de la actualidad en el viejo mundo en el que usted estaba inmerso.
Pierre Bergounioux: La historia del siglo XX, desde la Gran Guerra hasta la desintegración de la URSS, en 1991, está marcada por una violencia monstruosa. Esa imagen de un avión en llamas yo la había visto en la televisión en 1965, durante una retrospectiva de la Segunda Guerra Mundial. Condensaba, en su devastadora inmediatez, el poder inaudito, racional, en principio, demencial en su aplicación, de la modernidad. Todo se mueve extremadamente rápido. En el espacio de dos o tres décadas, la conmovedora jaula de pollos de Blériot se ha transformado en un reluciente bólido de metal reluciente, erizado de ametralladoras pesadas, que atraviesa a seiscientos o setecientos kilómetros por hora la antigua morada de los dioses. Quienes recorrían los altos firmamentos con el equivalente del fuego de Zeus en sus manos tenían 18 o 20 años. Habían cruzado el Atlántico para detener a la vieja Europa, devorada por sus demonios, desgarrada por un conflicto suicida. Cuando me preguntaron qué imagen, entre todas las demás, me había impactado, pensé durante medio segundo y me dije que era la de la fortaleza volante en vías de desintegración, a 25.000 pies sobre Alemania, en el transcurso de 1944.
Antoine Spire: Cuando pensamos en escritores vinculados a la naturaleza, pensamos en aquellos que cantaron las alabanzas de la tierra. En Barrès, por ejemplo. Pero su visión de la naturaleza no tiene nada que ver con la visión reaccionaria de la tierra de Barrès.
Pierre Bergounioux: Hay mucha confusión cuando se trata de la tierra. Barrès es un charlatán reaccionario y chovinista, un esteta brillante, un comicastro. Yo soy un cretino rural fuertemente anclado a la izquieda. No considero que ni mi país ni yo tengamos ninguna cualidad especial. Al contrario, siento, sé, lo mal que se les trata. Ya en el Renacimiento, Rabelais se burlaba del pobre «escholier limozin», que imitaba todas las lenguas y no poseía ninguna. En el siglo siguiente, Molière divirtió mucho a la Corte con las ridiculeces de su Monsieur de Pourceaugnac. Las afiladas, las violentas categorías del materialismo histórico, que aprendí de mis compañeros de la región de La Creuse, en el Liceo de Limoges, las apliqué a esto que era yo, entre todos los demás. Me protegían contra el espíritu regionalista, las vanidades locales que engendran el desprecio, la incomprensión de los demás y de uno mismo. Las malas tierras ofrecían pequeñas compensaciones, ligeros antídotos contra el vacío, contra el aburrimiento que te carcomía. Era el contacto galvánico de los cuatro elementos, la gloria intacta de los tres reinos. Nos proporcionaban silenciosas alegrías, oceánicas, alimentaban nuestra curiosidad. Algunos insectos son extraordinariamente bellos, brillantes como pedrerías, modeladas por un orfebre invisible en lo más profundo del bosque. Algunos peces parecen lingotes de plata. He atrapado, vivos, animales de todo tipo, he capturado una víbora de color ladrillo moteado de negro, pájaros multicolores, he soñado sin cesar con el agua capciosa. Hasta una época reciente, pedazos de la Galia peluda permanecían atrapados en la Francia republicana y jacobina. Proporcionaban a los niños cierta compensación por la ausencia de bienes principales como los monumentos famosos, las grandes bibliotecas y los museos, los centros de enseñanza superior, el poderoso rumor de las capitales, la vibración del presente. De todo ello no sospechábamos nada mientras permaneciéramos enterrados en los valles sombríos de la periferia.
Antoine Spire: Me parece que su relación con la naturaleza contrasta con la relación con la tierra de varios escritores regionalistas por su gusto por la tecnología y el bricolaje. Su idea, por ejemplo, cuando era joven, de poseer una rueda de locomotora; o el acero que manipula como escultor.
Pierre Bergounioux: Nos interesamos mucho más cuando percibimos la mediocridad de las fuerzas productivas de la sociedad rural. Yo he visto trabajar a los bueyes bajo el yugo, emplear herramientas que se remontaban a la Edad de Hierro, la azada, la hachuela, la gran sierra multiusos, el pique-pré, una especie de gran hacha merovingia utilizada para sangrar los pastos y evitar que se encharcaran. He medido la irrisoria potencia del hombre, que es del orden de una doceava parte del caballo de potencia. El motor de automóvil más pequeño da 75 u 80. Se ha producido, en el espacio de unos pocos años, un salto cuantitativo y cualitativo equivalente a la estremecedora intrusión de las formaciones de Boeing B-17 en el corazón de la Alemania nazi. Creo haber asumido la humildad ligeramente desesperada de los campesinos de los viejos tiempos frente a la tierra ingrata, las inaccesibles arboledas, las terribles fuerzas de la naturaleza. La aparición prometeica de las máquinas, de los motores, me fascinaba. Deseaba poseer algún símbolo de esta revolución mecánica, un emblema de la liberación. Un día surgió la oportunidad. Era amigo del hijo del jefe de estación de Brive. Me ofreció amablemente una rueda motriz de locomotora de vapor que estaba siendo desmantelada con un soplete. Era mía, si quería, si podía. Yo contaba con colgarla en la pared de mi habitación, con absorberme en su contemplación pura y desinteresada. Pero no podía. Pesaba dos toneladas. Todavía la echo de menos.
Antoine Spire: Así que está usted en todos los frentes: en el mundo agrícola de anteayer con la naturaleza, en el mundo obrero de ayer con la naturaleza transformada, las herramientas y la fascinación por la mecánica, y en el mundo de hoy como el brillante intelectual en el que se convirtió tras graduarse en la École normale supérieure.
Pierre Bergounioux: La gente como yo ha recorrido el equivalente a quince siglos en una sola vida. Empezamos, más o menos, con la «parcela» feudal. Llegamos, a toda velocidad, al final del Antiguo Régimen, adivinamos más que vimos el triunfo del capitalismo y de la industria pesada, pusimos pie en el siglo XX, descubrimos, consternados, las formas de conciencia universal de las que habían sido cuna las capitales europeas. Se nos brindó la precaria, formidable oportunidad de subirnos en marcha al carro de la historia, de quemar las etapas escalonadas en el largo camino que lleva de las sociedades precapitalistas a la posmodernidad. Exigía una atención agitada, un trabajo duro. Veníamos de lejos. Me viene a la mente de algún modo, el aspecto demacrado que muestran aquellos que desembarcan al alba en un país desconocido, entornando los ojos, tras una larga y dura travesía.
Antoine Spire: Convertido en profesor, usted se ha propuesto como misión iniciar a los niños en la comprensión del mundo, en la comprensión de las tres capas del mundo. ¿Cómo ve la difícil iniciación al francés que ofrece a sus alumnos?
Pierre Bergounioux: Enseñar es una tarea apasionante. Cada niño posee un grado supremo de inteligencia en estado puro, virginal. Lo más hermoso que conozco es la inteligencia de los niños. Cuando sabes cómo llegar a ella, esté donde esté, es como encender una lámpara. A veces, claro, la corriente no funciona tan bien. Son las cuatro de la tarde. Seis o siete colegas me han precedido. La tensión y los niveles de atención bajan. Pero también hay momentos de gracia. Por ejemplo, en invierno, cuando la noche profunda y helada de la mañana bloquea la ventana y llevamos fuego y luz a los alumnos que nos confía la República. Las cosas muy complejas, el conocimiento reflexivo de la lengua, los arcanos de la alta literatura, son accesibles a las mentes de quince años. Verlos progresar en estos ámbitos es una experiencia conmovedora. Que sea difícil se debe a la división de la sociedad en clases. Los bienes del espíritu están tan desigualmente distribuidos como la riqueza material. El tour de force que llevan a cabo día tras días los profesores, mis colegas, consiste en mantener unido lo que, fuera de los muros de la escuela, se excluye, se combate. Por un lado, están los que cuentan con la holgura y la seguridad, con una familiaridad de toda la vida con la cultura escolar, y por otro, los que no cuentan con nada de eso. Estas poblaciones, por lo general, no viven en los mismos barrios, en las mismas calles. Yo deseaba proporcionar a los niños aquello que, de niño, esperaba de mis profesores y no siempre recibía. Me siento bien en una sala de profesores, no sólo porque cada hombre esté ciegamente prendado de su destino, sino porque encuentro en estos hombres y sobre todo en estas mujeres —ellas son mayoría en la enseñanza secundaria— las virtudes genéricas del servicio público. El amor por su trabajo, una cierta rectitud, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, una generosidad que no se encuentra necesariamente en todos los universos socioprofesionales.
Antoine Spire: ¿Las desigualdades a las que se ha visto enfrentado le han llevado a pensar hoy en día que las dificultades habían aumentado, que la tarea era más compleja que ayer y que, de hecho, le tocaba a usted intentar hacer algo de lo que el sistema social debería haberse ocupado por sí mismo pero no lo hizo?
Pierre Bergounioux: Hay una carencia de acción política al más alto nivel. Pierre Bourdieu, cuya desaparición me ha apenado mucho, llamaba «mano izquierda» del Estado al servicio público, a la asistencia social, a la educación, a la medicina, a la policía, a la justicia. Trabaja lo mejor que puedas para reparar los daños causados por el liberalismo triunfante. Los dominados están condenados no sólo a fracasar, sino a interiorizar muy profundamente su fracaso. Uno de los efectos más perniciosos del sistema escolar actual es que está formalmente abierto a todo el mundo hasta los 16 años; los chavales que son incapaces de sacar el menor provecho del sistema educativo actual pasan años en la inmediata vecindad de los que, en cambio, tenían todas las posibilidades de triunfar. Cada día se convencen más de su indignidad. No habrá necesidad de usar, más adelante, la violencia física para mantenerlos en el estado de subordinación y explotación al que están destinados. He oído a crías y críos de catorce años decir algo terrible: «Somos unos inútiles». Estaban confirmando su destino objetivo. La escuela no libera. Contribuye, de manera decisiva, a legitimar la desigualdad. Todo esto quedó magistralmente establecido por Bourdeieu ya en 1964, en Los herederos. Los estudiantes y la cultura.
Antoine Spire: A los ojos de los niños, ¿se mezcla a veces el escritor Pierre Bergounioux con el profesor¿ ¿Perciben que miran al escritor junto al profesor que les introduce en la gran literatura?
Pierre Bergounioux: Michel Eyquem solía decir que Montaigne y el alcalde de Burdeos existían a la vez. Está el profesor que ejerce quince horas a la semana y el tipo que se adelanta a la aurora para manchar, a escondidas, un papel. En el aula, soy el alcalde de Burdeos; en mi pequeño reducto, soy Montaigne. No puede haber confusión. Los alumnos saben que, a veces, escribo libros. Yo no quiero saberlo. A los quince años, por muy inteligentes que pudieran ser, no podrían imaginar qué clase de monstruos nos vemos obligados a bajar al subsuelo para enfrentarnos con ellos, los espectros feroces, los engendros a los que disputamos la luz que tanto se empeñan en negarnos. El oficio de educador tiene un contenido preciso, unos objetivos, un ritmo, unas limitaciones, tanto externas como internas. Lo que hago en mi aula se parece a lo que ocurre al otro lado del tabique, en la habitación de al lado. Mientras que la invención de la literatura es esencialmente indeterminada, angustiante y singular, aventurera. Por un lado, así pues, está lo que confío con mano temblorosa, muy insegura al papel; por otro, lo que libero públicamente con voz oficial y perentoria. La esquizofrenia sólo es el efecto inducido de las contradicciones que atraviesan el mundo.
Antoine Spire: Esta esquizofrenia que parte su existencia en dos, ¿no es preocupante en la medida en que le impide testificar ante los jóvenes acerca de una literatura que se escribe en el presente? Usted renuncia, al seguir estricta y rigurosamente las instrucciones ministeriales, a transmitirla en su forma más actual.
Pierre Bergounioux: Una cosa son las directrices ministeriales, eufemísticas y demagógicas, y otra la sociedad de clases en la que se inserta la escuela. Somos portadores de un mensaje con pretensión universalista. Está muy bien dirigirse a un grupo de 25 o 30 alumnos sin hacer la menor distinción de origen social, de sexo, de confesión, de color de piel, sin tener en cuenta nada más. Este idealismo declarado, este voluntarismo abstracto, confieren su eminente dignidad a nuestro magisterio. También es lo que lo hace tan terriblemente difícil. Nos enfrentamos, a cada momento, a la realidad del mundo social, a las distinciones, al orgullo, al desprecio, a l rencor, a los odios cruzados, al racismo, a la desigualdad concreta. Este es el obstáculo que encontramos a cada paso, y que complica el trabajo, y la vida, de los profesores. La disparidad original de los niños difracta, en consecuencia, el principio unitario, igualitario de la comunicación educativa. Para los más dotados, es la totalidad de lo que enseñamos lo que se asimila, lo que completa la riqueza de la que eran depositarios incluso antes de cruzar las puertas de la escuela. Pero nos damos cuenta de lo extremadamente difícil que es para los niños procedentes de medios desfavorecidos, dominados, entrar en la maravillosa esfera de la cultura erudita, libres de cualquier expectativa de beneficio material, incluso de interés temporal. Esta es la clave de las dificultades a las que se enfrenta la educación nacional. Cómo mantener vivo el maravilloso patrimonio que, como ciudadanos de la República Francesa, hemos heredado de una historia brillante, de una literatura en la que cada hombre ha podido reconocer una parte de su humanidad, un persa, un hurón, un escholier limozin, al que conozco bien, e incluso los caníbales caros a Michel de Montaigne, del que hablábamos.
Antoine Spire: ¿En qué medida las instrucciones del Ministerio de Educación contribuyen a agravar esta situación?
Pierre Bergounioux: En tanto sugieren que esas instrucciones bastarían para resolverlo, en tanto quieren convencer a los interesados, a los profesores, al público, de que las medidas técnicas, los «proyectos» educativos, los ordenadores, la reorganización de los horarios y el peso de las mochilas escolares podrían resolver la crisis orgánica de un sistema educativo que lleva en su carne, y en su espíritu, el sello de la desigualdad.
Antoine Spire: ¿No han pedido algunos ministros a los profesores que tengan en cuenta esta desigualdad? Estoy pensando en alguien como Jean Zay, que estaba en el cargo en la época del Front Populaire, y en otras personas en posiciones de poder que no creían que la pedagogía iba a cambiarlo todo...
Pierre Bergounioux: Jean Zay fue un hombre admirable. Sus acciones bajo el Frente Popular, sus iniciativas en materia de enseñanza técnica, en particular, contribuyeron a aliviar la miseria de los más miserables, a ofrecer un cierto número de oportunidades a quienes no podían acceder a ninguna. La milicia petainista no se equivocó y le asesinó brutalmente. La posguerra estuvo marcada por una serie de convulsiones. La Universidad se abrió, bajo la presión de la demanda económica, a sectores que durante mucho tiempo había mantenido al margen. Pero no he visto ninguna reforma que haya arañado siquiera la superficie del problema. Ninguna decisión política, acompañada de las medidas económicas adecuadas, ha permitido a las masas acceder a la cultura erudita, que consiste en una relación estrecha con los contenidos del pensamiento elaborado, marcada por la exactitud, la autenticidad, la universalidad. El hecho de que sea costosa, difícil de crear, no es excusa. Lo excelente, decía Spinoza, es siempre difícil.
Desde las leyes de Ferry hasta 1950, el nivel de educación general siguió siendo elemental. Yo he llegado a conocer, de niño, a personas analfabetas, sobre todo mujeres. Llevamos cuarenta años de paz. Podemos concentrar considerables recursos en la educación y la cultura. Habríamos podido quemar etapas, pasar sin transición de la secundarización a la superiorización de la población. Eso habría requerido una voluntad de hierro, revolucionaria, que, que yo sepa, jamás ha estado en la mente de los gobernantes. Viviríamos entre sujetos cartesianos, entre almas rousseaunistas, entre corazones cornelianos. Lo que podría haber sido yace latente en el limbo, no por no sé qué insuficiencia inherente a la escuela, que hace lo que puede y más, sino por la debilidad interesada de una política obsesionada por la preocupación de preservar el orden establecido. ¿Cómo no pensar en los tribunos del año II que cambiaron la vida ofreciendo a todos la libertad formal y, a muchos, la oportunidad de instruirse, de salir del pozo de ignorancia en que estaban enterrados? Mientras tanto, tenemos TF1, Disneylandia y la telerrealidad.
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Este artículo es la traducción al castellano de la entrevista Les gens de ma sorte ont parcouru en une vie l’équivalent de quinze siècles, realizada por Antoine Spire y publicada por Le Monde de l'Education en su número de abril de 2002.
La imagen de la cabecera procede de: https://www.bridgemanimages.com/en-US/michel-lunardelli/portrait-of-pierre-bergounioux-writer-at-the-ecole-nationale-superieure-des-beaux-arts-in-paris-2008/photograph/asset/4371098
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