10 de febrero de 2009

Reducción de condena


Reducción de condena. Patrick Modiano. Pre-Textos

Los escritores mediocres necesitan una gran historia para que aquello que escriben alcance alguna transcendencia. Los grandes escritores, en cambio, pueden convertir en una excelente novela el hecho más trivial, la anécdota más prescindible, mostrando cómo la excelencia no está tanto en lo que se cuenta como en la forma de contarlo.

El narrador y su hermano, dos niños, hijos de un padre viajero y de una madre artista de circo, ambos ausentes, son acogidos por una curiosa comunidad de personajes estrafalarios a los que, desde su punto de vista infantil, son incapaces de clasificar: extraños negocios, mujeres intimidantes, coches americanos, idas y venidas nocturnas en una casa sin puertas, risas estentóreas y cuchicheos secretos; y una frase, “la pandilla de la calle Lauriston” que, con su carácter misterioso, obsesiona al protagonista como si se tratara de una contraseña.

El relato avanza entre la memoria real de las calles de París y la memoria imaginada, o tal vez la fantasía, de los recuerdos de un niño incapaz de distinguir qué es real y qué imaginario de unos hechos a los que asiste como mero espectador y que no puede explicarse; al fin y al cabo, él sabe que no pertenece a ese mundo, él es un “imbécil feliz”al que no le está permitida según qué clase de interacción. Años después, el narrador visita de nuevo esos escenarios de su niñez pero, al igual que ésta, los personajes y los lugares son irrecuperables porque la huella que dejaron se encuentra solamente en su interior; todas aquellas cosas y también las personas han seguido el camino de aquellos objetos que “desaparecen de nuestra vida al primer instante de descuido”. Sólo queda por recuperar la memoria de aquella frase enigmática, y la pitillera de piel de cocodrilo regalada al protagonista, precisamente, para que no olvidara.

Patrick Modiano es un escritor de registros infinitos, uno de los grandes novelistas europeos hacia el cual este reseñante no tiene más remedio que confesar su rendida admiración, y que mediante su exquisita narrativa es capaz de llevar en volandas al lector hacia unos mundos que no por próximos son más conocidos. Es precisamente en esa proximidad donde Modiano expone su maestría, mostrando personajes verosímiles –un vecino, un conocido, el propio lector- en situaciones cotidianas; no hay fuegos de artificio en sus libros sino tenues llamas que, a pesar de su insignificancia, alumbran con una suficiencia asombrosa; ni prestidigitación para levantar exclamaciones de sorpresa, sino callada magia que revela lo insólita que puede ser, si sabe contarse, la realidad. Modiano es, en definitiva, como muchos de sus personajes, uno de los nuestros.


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