31 de enero de 2022

La educación sentimental

 

La educación sentimental. Gustave Flaubert. Alianza Editorial, 2021
Traducción y prólogo de Miguel Salabert

No recuerdo con precisión cuándo leí por primera vez La educación sentimental (L'Éducation sentimentale, 1869), pero debió ser a finales de la adolescencia y por razones que no excluían las literarias; a raíz de la lectura de la reciente antología  de su correspondencia, El hilo del collar, de la recopilación de sus Cuadernos y de la edición de sus Cuentos completos, me apetecía volver a las aventuras, desventuras y desvelos de Frédéric Moreau, ahora ya desde una perspectiva adulta y de una supuesta preparación lectora superior a la de la adolescencia.

1869 fue un buen año para la novela; en esa fecha coincidieron la publicación de La educación sentimental y de La guerra y la paz, dos de las novelas más importantes en la historia de la literatura e incluidas en cualquier canon que se precie. La obra de Flaubert apareció, cronológicamente, después de La señora Bovary (1857)  y Salammbó (1982), cuando el autor era ya reconocido por el público, también a raíz del proceso judicial contra la primera, aunque ninguneado con cierta hostilidad por la crítica. El error de Flaubert fue su intento de hacer un retrato, más que de la educación sentimental de un sujeto en particular, de la educación moral de su generación; el hecho de que sus personajes fueran una evidente representación de la mediocridad no fue aceptado ni por el público ―por la evidente falta, entre otras carencias, de tensión narrativa― ni por la crítica, que no distinguió, como señala Salabert en su interesante prólogo, entre personajes mediocres y novela mediocre; volveré a este punto más adelante.

«¿Por qué este libro no ha tenido el éxito que yo esperaba? Robin ha descubierto quizá la razón. Es demasiado verdadero y, estéticamente hablando, falta en él la falsedad de la perspectiva. Toda obra de arte debe de tener un punto, una cima, hacer la pirámide; o bien la luz debe dar en un punto de la bola. Ahora bien, nada de eso ocurre en la vida, pero el arte no es la naturaleza. No importa. Yo creo que nadie ha llevado más lejos la probidad.» (Correspondance, t. IV, p. 376, Conard, citado por Miguel Salabert en el prólogo.

Ni el público ni la cítica supieron ver la novedad que representaba, los caminos que abría, la influencia que ejercería  sobre la historia de la narrativa una novela demasiado moderna para su época y que elegía al estilo como única e ineludible experiencia estética.

Flaubert ubica temporalmente la acción a lo largo de la década de 1840 y enmarca el núcleo de la acción en el año 1848, año en el que la sublevación popular obligó a abdicar a Luis Felipe y se proclamó la II República Francesa; geográficamente, el centro es París, con trasitorias desviaciones al lugar de procedencia de la familia de Frédéric Moreau, el protagonista, alter ego en algunas características del propio Flaubert. Los desvelos de este joven provinciano trasladado a la ciudad son capitalizados por Marie Arnoux, una mujer casada mayor que él y que comparte trazos con Elisa Schlesinger, el gran amor de la juventud del propio Flaubert. Aunque se encuentre entre sus intenciones principales el retrato de su época, no es justo considerar La educación sentimental como una obra autobiográfica; sin embargo, en su intento de asentar las raíces en la realidad, el escritor toma ciertos elementos de su biografía y a personajes reales contemporáneos a la hora de dar cuerpo ―aunque los verdaderos protagonistas del relato sean los espíritus, con remarcado protagonismo al espíritu de la ética― a la novela.

El grupo de amigos y conocidos de Frédéric, que enmarcan la acción principal  ―aunque sea difícil hablar de acción principal en los términos usuales―, son jóvenes y no tan jóvenes, empleados en trabajos sutilmente relacionados con la actividad intelectual, que sobreviven con sueldos ínfimos y que no tienen más aspiración que seguir viviendo sus irrelevantes vidas y ni siquiera esperan del futuro una mejor posición: son notables representantes del nihilismo de la pasividad, de la negación del desarrollo personal, de la renuncia a formar parte, algún día, de esa sociedad que aborrecen, y que carecen de la ambición necesaria para alcanzar los puestos de poder desde los cuales podrían  transformarla. Mientras sobrevive en este ambiente, sin ninguna aspiración profesional, Frédéric intenta tejer una telaraña de complicidades para acceder al círculo más íntimo de los Arnoux.

Aunque el protagonismo efectivo, más allá de los personajes tomados individualmente, corre a cargo de actores que dedican su vida a la espera, transformando la novela en un tratado de procrastinación moral: careciendo de habilidad alguna, sin pretensiones concretas, dotados de una inteligencia pobre e ineficiente, su vida se reduce a la expectativa de mejora, diríase espontánea, porque entre las cualidades que podrían entresacarse de su mediocridad no se encuentran la búsqueda de este cambio de fortuna, convencidos de que su mera existencia les hace acreedores de ella; que cualquier movimiento que pudieran  realizar para alcanzarla significaría un menosprecio a su merecimiento. Inmersos en su complaciente medianía, verán pasar las oportunidades a las que su ambición se aferraría, si en realidad tuvieran alguna, como quien es testigo de un fenómeno de la naturaleza ante el cual su insignificancia se desvela inútil y desproporcionada. 

¿Cómo se traslada esa mediocridad a la novela? ¿Cuál es el efecto que intenta imprimir a su estilo para que este contribuya, junto con la trama, a reflejar este ambiente general? Formalmente, en primer lugar, mediante la precisión: por ejemplo, con un ajustado uso del punto y coma para señalar la pausa exacta que debe detener la lectura, mayor que una coma, menor que un punto; no se trata tanto de un recurso ortográfico como de una indicación musical, una pura cuestión de ritmo esencial, sobre todo, en la lectura en voz alta  ―un recurso que, por lo que ha trascendido, utilizaba a menudo para calibrar la musicalidad de la frase. Pero también mediante descripciones en movimiento: aunque describa una situación estática, el ritmo de la prosa se impone a la quietud de lo descrito y hace perceptible la movilidad de la mirada en su desplazamiento a través de los objetos y de las personas. 

Al final, como casi siempre en Flaubert, el estilo se impone a la trama, y es través de aquel que el lector percibe  el pulso de la novela y puede seguir, insisto, casi sin argumento en el sentido clásico, las evoluciones del pisaverde que espera el próximo encuentro fortuito para conquistar a la hermosa burguesa; del aprendiz de revolucionario convencido de que el alzamiento popular, en el que, no obstante, le da pereza participar, es inminente; de la cocotte dispuesta a desplegar sus abundantes encantos la próxima vez que se cruce con el acaudalado burgués; del especulador arruinado a la espera del próximo golpe de suerte; del eterno aspirante, inquieto por esa herencia que va a recibir en breve; del usurero que espera que un movimiento erróneo de su acreedor le haga entrar en posesión de esa finca que lleva tanto tiempo ambicionando; del cobarde que aspira a la heroicidad pero que retrocede, atemorizado, ante el desafío más asequible; del candidato a político sin principios que modifica su discurso para conseguir el favor de los votanres; del duelista que cuenta con sobrevivir al enfrentamiento por la mala puntería de su oponente; en definitiva, del asno que muere de hambre porque no logra decidirse entre la alfalfa y las zanahorias. Todos ellos con una falta de disposición que desconcierta y una ceguera ante la realidad que les incapacita para apercibirse de las burlas de que son objeto, precisamente por parte de aquellos a quienen pretendían desbancar.

El mundo en que se mueve y al que aspira Frédéric es como los decorados de un teatro: atrayentes y perfectos vistos desde la platea, pero que revelan su engaño y muestran sus imperfecciones cuando se miran de cerca. La mirada de Flaubert es tan inclemente como la de Balzac y consigue el mismo efecto que este omitiendo la invasiva intervención del narrador; le basta con la simple exposición de los hechos, neutral, y con el punto de vista de Frédéric, cuya censura hacia aquello a lo que aspira, sea la posición social, sea Marie, no le representa ningún impedimento a su pretensión. La educación sentimental es una novela extensa y compleja que apuesta por las circunstancias más que por los hechos, que avanza lentamente con ausencia de intriga y que se centra más en la moral de una sociedad ―uno de los elementos más llamativoxs es el comportamiento del matrimonio Arnoux, tanto la falsedad del marido como la absoluta frialdad de Marie, maravillosamente expuesta por Flaubert― que en los sentimientos del protagonista: Frédéric es un sujeto socialmente irrelevante y sentimentalmente atrofiado que ve convertir sus aspiraciones en fracasos, transformado en ese antagónico rey Midas que arruina todo lo que toca y que sucumbe a la angustia provocada por una indecisión a la que es incapaz de poner remedio.

La educación sentimental es una novela perfecta.

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