Los Terranautas. T. C.Boyle. Editorial Impedimenta, 2020 Traducción de Ce Santiago |
«La idea era recrear cinco de los típicos biomas de vida autosuficiente del planeta Tierra; un modelo a escala de un ecosistema que permitiera que los seres vivientes, humanos incluidos, medraran en un ambiente hostil: una estación espacial u otro planeta. D. C. [la cabeza visible de la organización, apodado Dios Creador, D. C.] fue uno de los primeros en reconocer que nuestra especie, por la superpoblación, la industrialización y la temeraria quema de combustibles fósiles, iba bien encaminada hacia la destrucción o por lo menos al agotamiento de los ecosistemas globales y que podía necesitar una válvula de escape [...], nuevos mundos, semillas de vida. No olvidéis que era un experimento, no un producto perfeccionado y terminado, y que como en todo experimento existen limitaciones y que las cosas pueden salir mal, que las cosas salen mal; ahí está la gracia. Así es como se aprende, ¿no? Todos estábamos orgullosos y era un privilegio formar parte de la E2 y de sus investigaciones ecológicas y sociológicas, da igual qué otra cosa hayáis podido oír. De ahí que, sobre todo al principio, el tiempo pareciese tan líquido, tan acelerado, igual que los procesos de la vida en cuanto todo quedó tras el cristal».
El primer intento de experimento, la Misión 1, fracasó por un problema médico de una de las participantes, pero existe un insistente empeño entre las entidades organizadoras y también entre los ocho participantes para evitar cualquier posibilidad de fracaso en este segundo intento, por más que parece ineludible que también en esta tentativa la intención de reproducir en la reclusión el modo de vida exterior acabe colisionando con la inevitable realidad de la contaminación debida a los egos personales de los participantes y con la progresiva e ineludible degradación de la convivencia.
¿Es una quimera pensar que una situación no experimentada jamás va a provocar conductas diferentes en individuos procedentes de una sociedad ya establecida? Lo más lógico, y que no han tenido en cuenta los anteriores experimentos de reclusión voluntaria iniciados a partir de diferentes motivos, es que el término de la ecuación que representan los seres humanos acabarán invariablemente actuando e interactuando entre sí de acuerdo con los mismos patrones con que lo harían en una situación convencional —a diferencia de los animales, cuya conducta sí se ve alterada de forma notable debido al cambio de medio—, motivo por el cual el objetivo del experimento tiene muchas posibilidades de acabar fracasando contaminado por los conflictos personales que se producen entre los participantes. Por si fuera poco complicada la convivencia en la ecosfera, la interacción con las personas del exterior —los amigos, los novios, incluso los dirigentes del experimento— es también origen de continuos conflictos que afectan con más fuerza al término más débil de la ecuación: los recluidos.
Los conflictos en el interior de la ecosfera adquieren una magnitud superior que si ocurrieran en el exterior porque el equilibrio interior es mucho más precario ya que no existen los mismos mecanismos correctores, ni en número ni en intensidad, que fuera de ella. Cualquier incidente, nimio en otras circunstancias, contribuye a una progresiva y acumulativa degradación de las interrelaciones entre los miembros del grupo, acentuando las diferencias y magnificando los enfrentamientos hasta extremos que afectan a la misma esencia del experimento.
Incluida entre las novelas que tienen lugar en sistemas cerrados —la referencia inevitable, aun con la diferencia de la voluntariedad, es El señor de las moscas, con varias alusiones explícitas a lo largo del texto—, Los Terranautas explora el efecto del factor humano en las relaciones en entornos aislados. Boyle, un novelista de oficio en el mismo sentido que los grandes novelistas del siglo XIX, erige un texto de construcción casi perfecta, sin fisuras ni interrupciones, cediendo el papel de narrador a tres personajes implicados en la acción: Dawn Chapman, la encargada de animales domésticos, una mujer insegura, susceptible y recelosa; Ramsay Roothhoorp, el oficial de comunicaciones, hipermotivado, dispuesto a cargar con más responsabilidades de las que puede asumir, seductor, tramposo y mentiroso; y Linda Ryu, una de las descartadas en el proceso de selección, conspiranoica, resentida, insegura, peleada con el mundo por su exclusión y con complejo étnico. Esa triple voz, aparte de facilitar tres puntos de vista distintos con respecto a los sucesos dentro y fuera de la ecosfera, a menudo ofreciendo versiones opuestas de un mismo hecho —extremo que impide al lector averiguar qué hay de cierto en cada una de las versiones ofreciendo un ejemplo canónico de una de las circunstancias más excitantes del género novelesco, el narrador no confiable—, escogida entre todas las posibles, manifiesta también una cuestión de economía narrativa y de centralización de la acción que solo puede ser efectiva cuando el autor domina la técnica y es capaz de plegarla a sus deseos, no ya sin que quede afectada la estructura ni la comprensión, sino constituyendo uno de sus mayores méritos.
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