11 de mayo de 2016

Shakespeare

Este año de 2016 se celebra el cuarto centenario de la muerte de William Shakespeare; esta efeméride, que coincide con la publicación en castellano de la traducción del primer volumen del proyecto Hogarth Shakespeare, es una excelente ocasión para ponerme al día con un par de ensayos sobre el bardo pendientes de lectura y con la relectura de la obra original que ha versionado el primer escritor del proyecto mencionado. Por supuesto, este post se limita a dejar constancia de esas lecturas pero no contendrá ningún asomo de juicio de valor sobre la obra de Shakespeare más que este, el de ser el mayor narrador de ficción de la historia de la literatura universal.
El espejo de un hombre. Vida, obra y época de William Shakespeare. Stephen GreenblattDebolsillo, 2016. Traducción de Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda Gascón
Tenemos algunos datos, aunque es cierto que dispersos, poco precisos y menos concluyentes, acerca de la vida de William Shakespeare; en cambio, y para nuestra suerte, podemos afirmar que, seguramente, poseemos, si no toda, la mayor parte de su obra. Esa carencia se extiende también a los datos de Shakespeare como autor y de su poder creativo teniendo en cuenta, siguiendo a Harold Bloom, que, después de Dios, el bardo ha sido el mayor creador.

Con esta premisa, Greenblatt es de la opinión de que la mayor aportación de Shakespeare a la literatura y a la cultura en general es el uso del lenguaje y el tratamiento lingüístico que es capaz de prestar a una serie de historias, la mayoría plagiadas de otras ya existentes. Obligado por las circunstancias pero espoleado por la devoción, Greenblatt aporta muy pocas novedades pero, aplicando el punto de vista del neo-historicismo, especula ingeniosamente remarcando aquellas circunstancias familiares y hechos históricos documentados que sucedieron a lo largo de la vida de Shakespeare, aventurando el nivel de su participación directa y acerca de la influencia que pudieron ejercer sobre su propia vida y sobre su obra.

Calificación: ***/*****


Shakespeare. Los fuegos de la envidiaRené GirardAnagrama, 1995
Traducción de Joaquín Jordá
Teniendo en cuenta que la única manera de abordar la obra de William Shakespeare es desde el más reverencial respeto, sostengo que solamente existen dos lecturas pertinentes, que aunque parezcan claramente opuestas -de hecho, una corriente crítica nació como reacción a la otra- no son sino complementarias, de las obras de un gigante de la literatura de su talla: la lectura neocrítica, la close reading del artefacto, teniendo en cuenta únicamente los componentes lingüísticos y literarios, y obviando cualquier otra consideración; y la lectura neohistoricista, la large reading, poniéndolo en relación con sus circunstancias. Defiendo la validez de ambos criterios porque, a) son los únicos que toman la obra en su totalidad y como producto completo y terminado: el objeto del análisis es la obra en sí; y porque, b) rehuyen cualquier tipo de interpretación, qué es lo que quería expresar el autor. Cualquier otro acercamiento -feminista, psicoanalista, formalista, o esa plaga llamada "estudios culturales"...- queda invalidado por su parcialidad y su sectarismo.

Decía Julien Gracq en su Capìtulares: "psicoanálisis literario, crítica temática, metáforas obsesivas, etc. ¿Qué decirles a esas personas que, como creen que tienen una llave, no paran hasta darle a la obra de uno forma de cerradura?". Por otro lado, pontifica la faja que se adjunta al libro de Girard que se trata de "una lectura tan polémica como apasionante"; cabría preguntarse si es polémica porque es apasionante o si es apasionante porque es polémica -tal vez haría falta también una redefinición de estos términos...-. Uno diría que la crítica literaria, sometida por las urgencias académicas -hay muchas cátedras que rellenar, muchas tesis doctorales que dirigir y muchos papers que publicar para que no pare la máquina, aunque el resultado de la suma de estos trabajos sea cero- y obligada a no cesar en su búsqueda de la originalidad, es capaz de abrazarse a cualquier farola teórica -o a construir la suya propia- con el fin de salir en las enciclopedias, organizar simposia y publicar libros.


Shakespeare, los fuegos de la envidia (Shakespeare, les feux de l'envie, 1990) es una elucubración fantástica y sectaria acerca de las supuestas -para el autor, evidentes, una vez ha hallado el desatascador que nadie antes que él había descubierto- motivaciones últimas de la obra del bardo; la supuesta llave es la teoría mimética, un constructo teórico de flamante embalaje y nulo contenido que interpreta el mundo de las relaciones interpersonales en función de la imitación, aquí mediante el deseo mimético provocado por la envidia.


Hace años, cuando todavía asistía a representaciones teatrales de obras de Shakespeare, el Teatre Lliure de Barcelona, tan ejemplar en otras ocasiones, nos obsequió con una versión de Troilo y Crésida, una de las obras más intrigantes del bardo, en la que el escenario era un bar musical, con piano y todo, y el papel de Aquiles lo representó una actriz con una minifalda de cuero y vestuario de inspiración sado-maso. Realmente, es mérito de Shakespeare, y hondo motivo de pesar para sus admiradores, el que puedan perpetrarse tal cantidad de barbaridades tomando como excusa las obras del mayor genio de la historia de la literatura, aunque nos quede la opción de no entrar en ese juego; ni, por supuesto, en el de Girard, para quien parece que la originalidad lo permite todo: un tomo de casi quinientas páginas inútiles llenas de elucubraciones de quien no ha entendido nada que no puede leerse, siquiera, como un libro de humor.


Calificación: 0/*****


Alucinaciones y autohipnosis aparte, para aquellos neófitos o simples aficionados interesados en profundizar en la obra de Shakespeare, existen dos grandes estudios que abordan la producción del bardo desde la admiración y el respeto:


Trabajos de amor dispersos. Conferencias sobre Shakespeare. W. H. Auden. Crítica, 2003. Traducción de Gonzalo G. Djembé


Shakespeare. La invención de lo humano. Harold Bloom. Anagrama, 2002

Traducción de Tomás Segovia
El cuento de inviernoWilliam ShakespeareEdiciones Austral, 1999
Traducción de Ángel Luis Pujante
The Winter's Tale. William Shakespeare.  Bloomsbury Arden Shakespeare, 2010
"Dreams are toys: Yet for this once, yea, superstitiously, I will be squared by this."
Este homenaje a Shakespeare debía contar, como es lógico, con la lectura de alguna obra; por motivos que detallaré con posterioridad, y por ser una de las poco representadas (se incluye en la extraña categoría de Romances, en compañía de, por ejemplo, La Tempestad, dada la dificultad de considerarla tragedia, comedia o drama histórico, obviando la injusticia y el error de esa categorización), he elegido El cuento de invierno, una obra extraña y fascinante, la penúltima de las obras de Shakespeare en publicarse, justo antes de La Tempestad. En versión original he escogido la edición de Arden Shakespeare, fiel y cuidada y con un armazón de comentarios y notas al pie muy útil, al menos, para los lectores no anglosajones; en cuanto a la traducción al castellano, superadas las de Astrana Marín y algunas otras traducciones "históricas", la de Ángel Luis Pujante me ha parecido la más conveniente.
"But as the unthought-on accident is guilty / To what we wildly do, so we profess Ourselves to be the slaves of chance and flies / Of every wind that blows."
Leontes, rey de Sicilia, que hospeda a Políxenes, rey de Bohemia, amigos desde la niñez, sospecha de un affair entre éste y Hermiona, su esposa, de resultas del cual queda embarazada y es encerrada en prisión, donde nace su hija Perdita, que Leontes cree hija de Políxenes. Después de desterrar a Perdita, Hermione y Maxilio, el primogénito, mueren de pena, tal y como predijo el oráculo de Apolo. Antígono, un servidor de Leontes, abandona a Perdita en Bohemia, siendo recogida y criada por un pastor y su hijo, y desconocedora de su origen. Tras una elipsis de dieciséis años, la acción se traslada a Bohemia -una Bohemia, por cierto, bañada por el mar-, donde Florisel, hijo de Políxenes, se enamora de ella. Expulsados por esta razón por su padre, huyen a Sicilia, donde son recibidos con los brazos abiertos por Leontes, arrepentido de la tragedia que ocasionó en su día. Finalmente, Leontes reconoce a su hija, y la recuperación de la amistad entre ambos reyes lleva a una apoteósica última escena en la que reaparece Hermione.

Sería sucumbir a un reduccionismo absurdo limitar la temática de El cuento de invierno a los celos, como lo es en el caso de Otelo y Cimbelino: la pasión que rezuma toda la obra no es solamente pasión sexual, sino también la de la amistad, del reconocimiento, del amor, pasión paternal y pasión filial, de la culpa, del arrepentimiento y de la cordura; y, por más que Leontes atribuya a Apolo sus desgracias, en pocas obras de Shakespeare hemos visto el destino de los hombres, de cada uno en particular, más en sus propias manos.

En cuanto a los aspectos "formales", El cuento de invierno contiene algunas innovaciones notables. En primer lugar, la "muerte" de Hermione no se explicita en ningún lugar del texto -al contrario que la de Antígono, un personaje que combina su importancia en la trama con cierta irrelevancia en el texto-, como si el autor dejara en suspenso ante su público su destino final, a pesar de la "claridad" del oráculo; también la escena cumbre de la obra, la reconciliación de ambos reyes y de estos con sus hijos respectivos, no sucede en escena sino que es relatada por un testigo anónimo; asimismo la inclusión, en pleno paisaje invernal, de un personaje claramente estival, Autólico, el truhán muy superior al resto de papeles similares en otras obras de Shakespeare que, involuntariamente, desencadena el desenlace; finalmente, el espectacular desenlace de la vuelta a la vida de la estatua de Hermione da la razón al título de la obra: una ficción -"If this be magic, let it be an art / Lawful as eating"- que se toma a sí misma como ficción, adecuada para ser contada al calor de la lumbre en una fría noche de invierno.

Calificación: Hors catégorie



Incluyo en este post el vídeo de la representación de El cuento de invierno retransmitido por la Televisión de Castilla-León, una versión respetuosa con el original con una puesta en escena  sobria y elegante.
El hueco del tiempoJeannette WintersonEditorial Lumen, 2016
Traducción de Miguel Temprano García
Con motivo del cuarto centenario de la muerte de William Shakespeare, el mes de octubre de 2015, Hogarth Press, la editorial fundada en 1917 por Leonard y Virginia Woolf y reactivada en 2012, anunció el proyecto Hogarth Shakespeare que consistía en proponer a ocho escritores contemporáneos la reeescritura de otras tantas obras de teatro de Shakespeare en forma de novela; ignoro cuál fue el criterio de los encargos, aunque algunos son fácilmente deducibles. Esta arriesgada apuesta, de cuyo éxito o fracaso darán cumplida cuenta los textos a medida que vayan publicándose -el último está previsto para mayo de 2021-, comenzó con El hueco del tiempo (The Gap of Time, 2015, título encargado a Jeanette Winterson inspirado (calificado por la propia editorial como "The Winter's Tale Retold") en El cuento de invierno, la penúltima de las obras del bardo.
"Good Paulina, / Lead us from hence, where we may leisurely / Each one demand an answer to his part / Perform'd in this wide gap of time since first / We were dissever'd [...]"
Winterson actualiza la trama de El cuento de invierno llevando la acción a nuestros días, sustituyendo la isla de Sicilia por Londres y la Bohemia shakespeareana por una localidad del estado de Louisiana, en los Estados Unidos de América, y moderniza las profesiones de los protagonistas, pero mantiene las razones del conflicto y los temas subyacentes a la acción: la culpa, cómo actúa a través del tiempo, y el perdón.
"Devolvernos a un tiempo en el que nada de esto haya pasado."
Existen momentos en la vida del ser humano en los que el tiempo rompe su cadencia, "huecos en el tiempo" -gap of time- que pueden durar eternamente o un solo instante, en los que todo lo que sucede o se omite queda en suspenso, en una dimensión distinta de la habitual; esos eventos caídos no podrán recuperarse pero dejan un rastro inmaterial, como el deslumbramiento tras un fogonazo, y cuya cuasi-no-existencia impide que puedan enmendarse. Si lo que queda en ese hueco del tiempo es la culpa, jamás podrá ser redimida. Para muestra, el conflicto de Leo con el tiempo: primero, desearía que el affaire entre MiMi y Xeno no hubiera ocurrido, echar el tiempo atrás para impedirlo; después, una vez comprobada la inevitabilidad de la desgracia consiguiente, volver atrás de nuevo para evitar que ocurriera.
"La desaparición de lo desaparecido. Sabemos lo que se siente. Cada tentativa, cada beso, cada puñalada en el corazón, cada carta a casa, cada despedida, es un saqueo de lo que tenemos delante para encontrar lo que se ha perdido."
El cuento de invierno es un libro sobre la pérdida; El hueco del tiempo es un libro sobre el tiempo. De todas las pérdidas que puede sufrir el ser humano, el tiempo es la única irrecuperable: está a nuestro alcance realizar acciones que corrijan nuestros errores pero, a diferencia de lo que sostiene la propia autora, lo que no podemos es anularlos revirtiendo el tiempo.
"Y el mundo sigue a pesar de la alegría o la desesperación, o la fortuna de una mujer o la pérdida de un hombre. Y no podemos conocer la vida de los demás. Y no sabemos nada de nuestras vidas más allá de los detalles que podemos controlar. Y lo que nos cambia para siempre ocurre sin que sepamos que iba a ocurrir. Y el momento que parece idéntico a los demás es el momento en el que se destrozan o se curan los corazones. Y el tiempo que corre tan seguro y constante se acelera fuera de los relojes. Se necesita muy poco tiempo para cambiar toda una vida y toda una vida para comprender el cambio."
La novela se sostiene, narrativamente hablando, aunque se muestra algo envarada en su trama, con algunas situaciones un poco forzadas debido a la constricción inicial. Es evidente que Winterson rinde un respetuoso homenaje, la única forma lícita de plagio, al bardo, pero existen dos aspectos que merecen un comentario algo más detallado. 

En primer lugar, la pertinencia de "actualizar" a William Shakespeare. Si la consideración de un clásico se reserva a aquellos escritores cuya obra trasciende su época, no habría incoherencia peor que la intención de actualizarlo porque todo lo que "quiere decir" Shakespeare ya lo deja dicho en la obra original. Si la actualización se refiere a los aspectos formales, cambiar las túnicas por los trajes, las cartas por mensajes electrónicos y los carros por los automóviles, es obvio que se trata de una tarea tan innecesaria como inútil; tampoco tiene mucho sentido trasladar la trama a la actualidad para adaptarla o hacerla comprensible al público contemporáneo porque para ese viaje no hacen falta alforjas sino una montura experimentada. Si de lo que se trata es de hacer más comprensible el mensaje, incluso aprovechando los nuevos medios de difusión, la cantidad de información que se pierde en la traducción desvirtúa absolutamente el resultado; el ejemplo que ha hecho circular más ríos de tinta, esa idea de que el nuevo Shakespeare se halla en los guiones de las nuevas series de televisión norteamericanas "de culto", es una pretensión de vulgarizar -que no es lo mismo que popularizar- un mensaje complejo, simplificándolo hasta el hacerlo irreconocible, y que sólo se creen -o no, y a pesar de ello...- los apóstoles de los nuevos medios, que revelan en sus hipótesis un gran conocimiento de los nuevos modos de narratividad al mismo tiempo que una profunda ignorancia en lo que respecta a  Shakespeare; como en el repetido lugar común musical, "si en tiempos de Mozart hubiera existido el saxofón, hoy tendríamos música para saxofón de Mozart", seguramente cierto aunque indemostrable, esa no es razón que habilite para sustituir el clarinete del Concierto para clarinete de La mayor, K 622,  por un saxo y pretender estar tocando Mozart.

La validez de El hueco del tiempo como obra literaria autónoma: es muy difícil valorar una novela en la que la trama principal ha sido impuesta; más todavía si el "plagiador" cambia de registro, de obra teatral a novela, pero decide conservar las ideas del original -que es, supongo, la motivación del proyecto de Hogarth-. Naturalmente, el hecho de poder incluir "anotaciones" al texto en forma de descripciones -Shakespeare facilita muy pocas anotaciones, aunque en El cuento de invierno incluya una de las más famosas, "sale perseguido por un oso"- facilita manejar los picos de tensión, pero Winterson opera con habilidad de dramaturgo unos diálogos que se mantienen como elemento principal de la novela y que no sólo sirven para hacer avanzar la acción sino que también caracterizan a la perfección a los personajes e interpretan con destreza sus volubles estados de ánimo. 

Alguien podría decir que no es tan difícil trasponer a la actualidad la obra de Shakespeare porque los conflictos que pone en escena son intemporales; lo que no parece tan fácil -las carteleras de los teatros de este país están llenas de intentos en los que reputados directores de escena han derrochado originalidad pensando que ésta tenía un valor superior al texto original- es hacerlo verosímil respetando escrupulosamente una obra de cuatrocientos años de antigüedad. 
"He escrito esta versión porque esta obra de teatro ha sido mi texto particular durante más de treinta años. Con eso quiero decir que es una parte del mundo, de la escritura, fuera de la cual no puedo vivir." (Jeanette Winterson)
En todo caso, El hueco del tiempo tiene innegables méritos: la perfecta traslación al presente de la historia y las referencias congruentes, como el vuelo de Superman para invertir la rotación de la Tierra o la prueba de ADN, y el acierto en las profesiones de los nuevos personajes, como convertir al buhonero y descuidero en vendedor de coches usados -"en parte timador, en parte sabio"-; la conversión de un "cuento" en una historia verosímil; y, finalmente, la conservación perfecta de la ligazón entre la trama principal, las secundarias y los detalles que les pertenecen y que se intercambian, reforzando su papel de nexos de unión. Se trata, efectivamente, de una buena novela, pero no conviene llevarse a engaño: leer a Winterson no es leer a Shakespeare.

Calificación: ***/*****

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