Trabajo sucio. Larry Brown. Dirty Works, 2015 Traducción de Javier Lucini |
"Matar a otra persona te hace algo por dentro [...]. Aprietas el gatillo contra alguien y lo estarás apretando el resto de tu vida [...]. Miras a alguien a los ojos, luego le matas y recuerdas esos ojos. Recuerdas que tú eres la última cosa que vieron."Dos individuos coinciden en una institución para veteranos de la Guerra del Vietnam situada en el Sur de los EE. UU. Uno de ellos, de raza negra y nivel intelectual mínimo, era un pequeño cultivador y recogedor de algodón, que vivía con su madre hasta que fue reclutado y posteriormente licenciado después de que explotara una granada a su lado y quedara reducido a un tronco sin extremidades; sus sueños se desarrollan en un glorioso pasado africano inexistente, donde caza leones y es el mandamás de su tribu.
"Cuando duermes todo el día, cuando duermes más de la cuenta, te pasa algo raro. Luego ya no quieres volver a dormir. Y no te puedes largar más que a algún recóndito lugar de tu cabeza."El otro, de raza blanca, es hijo de un presidiario que padeció una infancia conflictiva es una zona deprimida donde imperaba la ley del más fuerte; debido a un desgraciado accidente bélico, sufre un destrozo irremediable en su rostro y la metralla alojada en su cráneo amenaza con afectar gravemente a su cerebro.
"Un hombre puede cargar con más de lo que puede aguantar."Tumbados en camas adyacentes, asistimos a sus desquiciados diálogos, pero también, sobre todo, y con sus propias palabras respectivas, tenemos acceso al interior de sus mentes donde pasan revista a sus recuerdos, nos hacen partícipes de sus alucinaciones e intentan engañarse, cuando la situación anímica se ha visto mejorada por el consumo de ciertas sustancias -cuentan, gracias a la colaboración de una enfermera, con una buena provisión de cerveza fresca y marihuana para alegrar la estancia-, generando esperanzas imposibles; adicciones que no son para estar alegres ni, lo saben, para dejar de sufrir, sino para no ser conscientes de su sufrimiento... aunque el engaño no pueda durar siempre. Cuando no, siempre les queda esa religiosidad primaria de quien cree que habla con Jesús, y que Jesús le responde; de quien, en el fondo del pozo, es capaz de disculpar a Dios de su caída, autoinculpándose por cualquier nimiedad; es la relación con Dios que promueven esos telepredicadores que parecen caricaturas de sacerdotes, es esa religiosidad elemental que, a pesar de todo, les ofrece consuelo en su aflicción.
¿Buen rollito a pesar de los pesares, no? Pues no, porque Brown, gradualmente, casi sin que el lector perciba el cambio, efectúa un lento pero progresivo paso de la comedia al drama y de éste a la tragedia, como si la llegada del día desvelara toda la miseria que la oscuridad escondía y, puesta a la luz, se revelara insoportable. Ese explícito buen rollo que desprenden las aventuras de ese par de individuos que Brown retrata, con simpatía pero como pirados, jodidos, pero pirados -recuérdese, como se ha dicho, que ellos son los narradores; así que su discurso sigue fielmente sus diversos estados anímicos en primera persona-, va perdiendo terreno hasta que tenemos acceso de lleno a su psicología de perdedores, de personajes que pasan progresivamente de la diversión al patetismo, del cachondeo a tristeza, de la jarana a la conmoción, hasta dejarnos la sonrisa congelada.
Algunas veces, sobrevivir puede que no sea lo más importante. A veces, incluso, tampoco puede que sea lo más deseable.
Parece que fue Bill Bruford, allá por lo años 80, quien acuñó el término dirty realism -cuánta suciedad, ¿no?: la editorial "Trabajos sucios" se estrena con un libro llamado "Trabajo sucio", y éste lector insiste en hablar del "realismo sucio"- para bautizar a una generación de autores norteamericanos que, bajo la alargada sombra -y, por lo que parece, la bendición- de Charles Bukowski, otro sucio, se ponga el sustantivo que se quiera, pusieron bajo su foco la laxitud de la vida contemporánea, l'ennui, y esa especie de disonancia cognitiva de grandes aspiraciones con logros insignificantes -"style of writing, originating in the U.S. in the 1980s, which depicts in great detail the seamier or more mundane aspects of ordinary life"-; como programa, no está mal, pero si uno repasa a algunos de los autores que la crítica ha incluido en la corriente, queda claro que podría hacerse una notable distinción, más por el contenido de sus obras que por el estilo, ese sí a grandes rasgos compartido-: por un lado, autores como Richard Ford o Raymond Carver -urbanizaciones desoladas, vidas convencionales, aspiraciones mundanas- parecerían más inclinados por la vertiente sucia-pija heredera de J. D. Salinger; mientras que otros, como Cormac McCarthy o el propio Larry Brown, se inclinarían más por el lumpen y, bajo la advocación de San Bukowski, descenderían a toda mecha la pendiente de un realismo sucio-sucio.
En definitiva, porque la vida no es como el anuncio veraniego de esa marca de cerveza, todo el mundo debería leer a Larry Brown.
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