13 de septiembre de 2024

432 aniversario de la muerte de Michel de Montaigne

 

Facsímil de la página 151 del ejemplar de Burdeos de los Ensayos. La parte tipográfica corresponde a la edición de 1588; la manuscrita, a la propia mano de Montaigne. Fuente: 

Transcripción de las inscripciones manuscritas.

Primera referencia en el margen derecho alineada con la palabra asseurance: Maior animus et natura erat ac maiori fortunæ assuetus quam vt reus esse sciret et summittere se in humilitatem causam dicentium; cita de Tito Livio escrita y luego tachada por el autor, no se ha reproducido en ninguna edición; su traducción al francés, en cambio, sí que aparece en la edición de 1595: su corazón era demasiado grande por naturaleza y estaba acostumbrado a una fortuna demasiado elevada, dice Tito Livio, para que supiera ser un criminal y se sometiera a la bajeza de defender su causa  inocencia.  

Referencia en el margen izquierdo alineada con la palabra veritéY el que puede soportarlos oculta la verdad, y el que no puede soportarlos. Esta adición fue introducida en la edición de 1595. 

Primera tachadura en el texto: se apoya en, que sustituye a procedente de. Variante no contemplada en la edición de 1595.

Segunda referencia en el margen derecho contigua a la palabra douleursEtiam innocenter cogit mentiri dolor, de ahí que a aquel a quien el juez ha encarcelado para que no muera inocente, lo haga morir a la vez inocente y encarceladoEsta adición fue introducida en la edición de 1595.

Segunda tachadura en el texto: confesiones, que sustituye a acusaciones. Variante que figura en la edición de 1595.

Tercera tachadura en el texto: coloco, que sustituye a cuento. Variante que figura en la edición de 1595.

Intercaladura en el texto, después de es, dicho. Adición contemplada en la edición de 1595.

Adición manuscrita en el margen inferior, a continuación de la palabra inuenterBastante inhumanamente, sin embargo, y bastante inútilmente, en mi opinión. Varias naciones, menos bárbaras a este respecto que los griegos y los romanos, que así las llaman, estiman horrible y cruel atormentar y trastornar un hombre de cuya culpa aún se duda. Y que para no matarle sin razón se le trata peor que matarle. Investigación más dolorosa que la tortura. ¿Qué otra cosa puede ser sino vuestra ignorancia para tratarle así¿No sois acaso justos injustos, vosotros que no matarlo sin razón ocasión le hacéis algo peor que matarlo? Que así sea; ved cuántas veces él prefiere morir sin razón que pasar por esta investigación más penosa que el suplicio: y que a menudo por su rigor anticipa el suplicio y la condena lo ejecuta. No sé de dónde me viene este relato, pero refleja exactamente la conciencia de nuestra justicia. Una mujer de aldea acusaba ante un general de ejército, gran justiciero, a un soldado por haberle arrebatado a sus pequeños hijos el poco de papilla que le quedaba para alimentarlos, ya que el ejército había saqueado todos los pueblos de los alrededores. No había pruebas, el juez general, después de haber pedido a la mujer que considerara bien lo que decía, ya que sería culpable de la acusación si mentía, y ella persistiendo, hizo abrir el vientre del soldado para esclarecer la verdad del hecho. Y la mujer resultó tener razón. Condena instructiva. Añadido contemplado en la edición de 1595.

Obsérvese la mutilación causada por el encuadernador a la mayoría de las palabras al final de las líneas manuscritas del margen derecho.

Fuente: The Project Gutenberg eBook of Essais de Montaigne

9 de septiembre de 2024

El odio a la música

 

La haine de la musique. Petits traités. Pascal Quignard. Calmann-Lévy, 1996

La palabra música proviene del griego μουσική, mousikḗ, propio o relativo a las musas.

El origen divino de la música, pero ligado a la muerte y al sacrificio, al ritual, para expresar aquello que no puede verbalizarse; su origen es la reproducción de fenómenos sonoros repetitivos, es decir, de ruidos, que tienen lugar en la naturaleza. El oído es el primer sentido que se activa y se ha considerado el más propenso a las pasiones, pero esas primeras pasiones no podían comunicarse más que con aquellos que poseían la habilidad de hacer música; para suplir esa carencia, se inventó el lenguaje semántico, al alcance de mucha más gente, pero mediante el cual solo se puede comunicar el fantasma de una pasión, el sustituto, su doble, expresado mediante la metáfora: la metáfora es lo contrario de la música. Hemos ganado el sentido pero hemos perdido el mundo.

«Las palabras forman una cadena en el aliento. Las imágenes forman un sueño en la noche. Los sonidos también forman una cadena a lo largo de los días. También estamos sujetos a una "narración sonora" que no ha recibido en nuestra lengua una denominación semejante a "el sueño". Voy a llamarlos aquí zumbidos emergentes. Los zumbidos emergentes,  inesperadamente, al caminar, emergiendo de repente, según el ritmo de la marcha».

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El sonido es el único fenómeno sensible —incluyendo su componente vibratorio— que no puede ser anulado, es la más pasiva de las percepciones; tanto que podemos experimentarla cuando aún no existimos, que existe aunque no lo experimentemos, el fenómeno sensible con más poder terrorífico, el que puede proyectarse más lejos en el espacio, no hay pausa en la recepción del sonido: es el último sentido que permanece activado al dormirse y el primero que se activa al despertar.

«Pero las pabellones de los oídos no se repliegan sobre sí mismos para interrumpir la audición del mismo modo que los párpados, que se bajan para suspender la vista pero pueden volver a levantarse para restablecerla. 
Plutarco escribe: "Se dice que la physis, al dotarnos de dos orejas y una lengua, quiso obligarnos a hablar menos y oír mejor".
La physis "oía" el silencio antes de hacer, de las bestias, algunos hombres.
Tenemos un oído más que lenguas tiene nuestra boca.
Plutarco escribió, por último, misteriosamente que las orejas son comparables a jarrones desconchados».

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Muchas representaciones prehistóricas parecen implicar entornos sonoros: las persecuciones de animales, la algarabía de los cazadores; los ciervos, la brama; incluso las escenas en las que la flecha ha dado en el blanco, o va camino del mismo, presuponen el sonido de la vibración de la cuerda del arco; o el silbar de la lanza, camino de la presa. Todas esas representaciones, además, están ubicadas en el fondo de las cuevas, donde la vista, sin las antorchas utilizadas durante su ejecución, está inhabilitada. Parece como si el único vestigio sensible de las representaciones fuera la huella sonora reproducida, en lo profundo de la cueva, por el eco.

«Los primeros humanos pintaron sus visiones nocturnae dejándose guiar por las propiedades acústicas de ciertas paredes. En las cuevas del departamento del Ariège, los pintores-hechiceros  paleolíticos representan los rugidos, justo delante de la cara o del hocico de las fieras, en forma de trazos agrupados. Este tipo de trazos, o incluso de incisiones, son su rugido. También pintaban hechiceros enmascarados sosteniendo sus señuelos o sus arcos. La resonancia, en el gran santuario resonador, estaba vinculada con la aparición tras las cortinas de las estalagmitas.
Al resplandor de la lámpara de grasa, que revelaba una a una las epifanías bestiales envueltas en sombras, respondía la música de los litófonos de calcita".

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El embrujo del canto de las sirenas en la Odisea no proviene de su naturaleza ni de su contenido, sino del hecho de provocar una insaciable sed de escuchar, su canto «llena el corazón del deseo de escuchar», dice Ulises. Es la venganza de las sirenas por el uso de los señuelos como dispositivo de caza, que podrían haber sido el primer instrumento musical de la historia del hombre. Los hechiceros son capaces de reproducir los sonidos animales reales porque son poseídos por sus espíritus, no necesitan instrumentos reproductores, es la misma voz del animal lo que emiten.

«La música no es un canto específico de la especie Homo. El canto específico de las sociedades humanas es su lengua. La música es una imitación de los lenguajes enseñados por las presas tras la reproducción del canto de las presas en el momento de su reproducción».

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La música puede convertirse en abominable si su presencia es ininterrumpida, injustificada o asociada a fenómenos o a sucesos ajenos a ella. Su omnipresencia en los campos de exterminio es un síntoma de esa abominación, la música como componente de un ritual. Sin embargo, no existe una relación física entre la música y los estados del alma, su efecto funciona por asociación; igual que el ritmo percibido en una sucesión de sonidos idénticos separados por intervalos idénticos. Puede que esa asociación sea el recuerdo del latido de la madre que se oye sin escuchar en el interior del útero.

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Toda música es hija de su época y capaz de engendrar la más delicada belleza o la más atroz ferocidad. La sociedad crea su música y esta le devuelve suproducto. El Romanticismo, con su exaltación de la sensibilidad, creó una música, creó una música esencialmente belicosa; fue la música que sonaba en los campos de exterminio, que estimulaba a los guardianes y aniquilaba a los presos.

«Decir es perder.
Él [Eochaid] deseó conservar a sus hijos en su corazón.
Cueva nocturna, hocico animal, boca humana son lo mismo.
Sala de las pinturas, sala-máscara, sala de iniciación, sala caníbal, sala prohibida, sala secreta son lo mismo».

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La omnipresencia de la música la ha despojado de los efectos beneficiosos que pudiera poseer al ser indistinguible del ruido en el que ha acabado transformándose. Ello ha provocado que el silencio sea angustioso —como la soledad moderna— e imposible la reflexión. La reproducción electrónica abole la variabilidad del concierto en vivo, y la perfección de todas las escuchas idénticas provoca una saturación que impide la realización del acto artístico: la pérdida de la singularidad comporta la pérdida de la excepcionalidad.

"La música multiplicada hasta el infinito, como los cuadros reproducidos en los libros, las revistas, las postales, las películas, los CD-ROM, han sido arrancados de su unicidad. Al haber sido arrancados de su unicidad, han sido arrancados de su realidad. En el proceso, han sido despojados de su verdad. Su multiplicación les ha desligado de su apariencia. Al ser desligados de su apariencia, han sido desligados de su fascinación original, de su belleza.
Estas artes antiguas se han convertido en deslumbrantes centelleos de espejos, en un susurro de ecos sin fuente.
Copias —y no instrumentos mágicos, fetiches, templos, cuevas, islas". 

N.B.:  La Editorial Andrés Bello publicó, en 1998, una traducción al castellano de esa obra que, afortunadamente —menos para aquellos que la adquirieron—, está descatalogada. No la busquen en librerías de segunda mano: si no pueden leer en francés, esperen que alguna editorial seria la traduzca y la publique de nuevo.

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Textos originales

«Les mots forment chaîne dans le souffle. Les images forment rêve dans la nuit. Les sons aussi forment chaîne le long des jours. Nous faisons aussi l'objet d'une "narration sonore" qui n'a pas reçu dans notre langue une dénomination telle que "le rêve". Je les nommerai ici les fredons surgissants. Les fredons surgissants inopinément quand on marche, surgissant tout à coup, selon le rythme de la marche».

«Mais les pavillons des oreilles ne se retournent pas sur eux-mêmes pour interrompre l'audition à l'instar des paupières qui se baissent pour suspendre la vue et qu'il est possible de relever pour la rétablir.
Plutarque écrit: "On dit que la physis, nous dotant de deux oreilles et d'une langue, conçut de nous obliger à moins parler et à mieux entendre".
La physis "entendit" le silence avant de faire, de bêtes, quelques hommes.
Nous avons une oreille de plus que la bouche n'a de langue.
Plutarque a écrit enfin, de façon mystérieuse, que les oreilles sont comparables à des vases ébréchés".

«Les premiers hommes peignirent leurs visiones nocturnae en se laissant guider par les proprietés acoustiques de certaines parois. Dans les grottes ariégeoises, les peintres-chamans paléolithiques représentent les rugissements, juste au-devant de la gueule ou du mufle des fauves, sous forme de traits groupés. Ces espèces de traits ou même d'incisions sont leur rugissement. Ils peignirent aussi les chamans masqués tenant leurs appeaux ou leus arcs. La résonance, dans le grand sanctuaire résonateur, était liée à l'apparition, derrière les draperies des stalagmites.
À la lueur de la lampe à graisse, qui découvrait une à une les épiphanies bestiales entourées d'ombre, répondaient les musiques des lithophones de calcite».

«La musique n'est pas un chant spécifique de l'espèce Homo. Le chant spécifique des sociétés humaines est leur langue. La musique est une imitation des langages enseignés par les proies lors de la reproduction du chant des proies à l'heure de leur reproduction».

«Dire, c'est perdre.
Il désira garder ses enfants dans son coeur.
Grotte nocturne, gueule animale, bouche humaine sont le même.
Chambre aux peintures, chambre-masque, chambre d'initiation, chambre cannibale, chambre interdite, chambre secrète son le même».

«La musique multipliée à l'infini comme la peinture reproduite dans les livres, les magazines, les cartes postales, les films, les CD-ROM, se sont arrachées à leur unicité. Ayant été arrachées à leur unicité, elles ont été arrachées à leur réalité. Ce faisant, elles se sont dépouillées de leur vérité. Leur multiplication les a ôtées à leur apparition. Les ôtant à leur apparition, elle les a ôtées à la fascination originaire, à la beauté.
Ces anciens arts sont devenus des scintillations éblouissantes de miroirs, un chuchotement d'échos sans source.
Des copies —et non des instruments magiques, des fétiches, des temples, des grottes, des îles».

2 de septiembre de 2024

Las tierras cubiertas por las Escrituras. Entrevista a Pierre Michon

 


La revista Le Grand Continent publicó el pasado 14 de agosto la conversación entre Florent Zemmouche, por parte de la publicación, y Pierre Michon. En ella, el autor francés evoca Mesopotamia, o mejor dicho, «las tierras cubiertas por las Escrituras», pero también revela, y esa es una estupenda noticia para los lectores, que «ahora estoy trabajando en especial sobre Grecia, estoy escribiendo un libro basado en Homero y sus mitos. Nacieron allí, y Dios estaba a un tiro de piedra, en Mesopotamia».

A continuación, la traducción de la entrevista, de la que el propio Michon escribe el titular: «Quiero hablar de los lugares donde nacieron la escritura, la literatura, los mitos y los dioses de Occidente».

Florent Zemmouche: Cuando eligió el tema de esta entrevista, utilizó la expresión «las tierras cubiertas por las Escrituras». ¿Cuál es la relación con las Escrituras en su obra? ¿Es una relación de causalidad en su escritura, de finalidad, un espíritu global que lo acompaña y lo inspira?

Pierre Michon: Quiero hablar de los lugares donde nacieron la escritura, la literatura, los mitos y los dioses de Occidente. Ahora estoy trabajando en especial sobre Grecia, estoy escribiendo un libro basado en Homero y sus mitos. Nacieron allí, y Dios estaba a un tiro de piedra, en Mesopotamia.

Siempre tengo un ojo en todas las regiones del Libro, si se puede decir así, es decir, Medio Oriente, Egipto, los desiertos, donde germinaron los tres  monoteísmo. 

Hablando de lugares, viajes y turismo, estamos hablando de geografía, ¿no? La geografía es el punto de encuentro entre la geología y la astrofísica, es decir, la estructura del mundo, y la historia, la geohistoria, la historia de la humanidad.

F. Z.: Parece natural que un escritor elija Mesopotamia, sobre todo si se llama Pierre Michon. ¿Qué papel desempeña este topónimo anacrónico en su obra?

P. M.: Como todas las tonterías de la causalidad, estoy obsesionado con lo que llamamos «orígenes». Los orígenes del lenguaje, los orígenes del hombre: en La Grande Beune, por ejemplo, los orígenes del homo sapiens, del bípedo; pero aquí, en Mesopotamia, están los orígenes de la escritura.

Al principio, la escritura no se inventó para la literatura, sino para «el mercado»: para llevar las cuentas, contar el ganado y cobrar impuestos. Cuando la gente se asentó en el Neolítico, almacenó sus cosechas y hubo que contar cuidadosamente el excedente para aumentar la riqueza de los déspotas... y, contra todo pronóstico, esa escritura en cintas de cuero evolucionó hasta convertirse en el canto épico.

P. Z.: Los escritos de Mesopotamia están plasmados en tablillas y son anteriores al Libro. ¿Esto también forma parte del viaje?

P. M.: Claro, las tablillas de ladrillo me interesan —tengo unas cuantas—. Pero las tablillas literarias de esas zonas son extremadamente raras. Siempre son tablillas de aritmética, de contabilidad, los relevos del poder.

F. Z.: En sentido estricto, usted no es un escritor de viajes. El viaje irrumpe en su obra, como en la primera de las Vies minuscules o en la epopeya rimbauldiana. ¿Cómo se articulan las escalas de lo cercano y lo lejano en su escritura, a la escala de su frase?

P. M.: Lo cercano, el lugar donde nos encontramos, es diferente en cada uno de mis textos. He intentado no quedarme en una sola época o en un solo lugar de la tierra; de un texto a otro cambio de lugar y de época. Pero lo cercano siempre es atraído hacia lo lejano: los mitos, la metafísica.

Ha mencionado el primer relato de Vies minuscules, donde África se apodera de André Dufourneau, mi «antepasado». De la misma manera, el libro que estoy escribiendo ahora, sobre Homero, si se quiere, es una novela compuesta de muchos fragmentos autoficcionales que se sitúan a la vez en la leyenda homérica, es decir, en los lugares homéricos, y los pueblos de la Grecia muy arcaica. Las aventuras de Michon con Príamo en Troya, por ejemplo.

F. Z.: ¿Qué queda de su idea de Mesopotamia en el mundo actual? ¿Es Mesopotamia una geografía imaginaria? ¿La conoce a través del mito, la historia, la poesía o incluso los sueños?

P. M.: Soy un gran lector, de todo tipo de lecturas. Por eso conozco Medio Oriente. Recuerdo, por ejemplo, Écrire à Sumer, un libro publicado hacia el año 2000,

Lo único que conozco de Medio Oriente es Líbano. Y un rincón de Israel: fui allí para rodar una película sobre mis libros, en el desierto del Néguev. Mi hija se alojaba en un kibbutz donde acogió al equipo y el resultado fue el largometraje Pierre Michon dans le désert. El desierto me enseñó algo esencial: sólo allí podía nacer la verticalidad absoluta de los monoteísmos. No hay árboles, ni enredaderas, ni laureles detrás de los cuales se esconderían Dioniso o Apolo, nada. Sólo existe la verticalidad solar. La llamada de los grandes monoteísmos, la llamada de lo alto, se encuentra directamente allí.

F. Z.: Me hace pensar en un pasaje de Corps du roi en el que cuenta que Flaubert escribió a Bouilhet desde Palestina: «El desierto es duro, sin la voz de Juan Bautista. El desierto es vagamente ridículo. La Cruz es un cuerpo de madera. Los manzanos normandos son de madera. El mundo es un bosque muerto. ¿Dónde está el follaje, dónde está la Palabra, dónde están los sonidos vagos y profundos que dan sentido a los hombres y hojas parlantes a las copas de los árboles? ¿En la frase perfecta? ¿En la frase imperfecta?».

P. M.: Lo curioso es que ese extracto fue escrito mucho antes de que yo tuviera esa experiencia en el desierto de la que acabo de hablar. Fue una experiencia física que cambió mucho mi relación con el corpus bíblico.

Por desgracia, nunca he estado en Jerusalén, ni en Arcadia, ni en Tesalia. No tengo ningún conocimiento físico de Grecia o de Judea. He estado en Atenas dos o tres veces, entre avión y avión, para hablar de mi literatura. He visto el Partenón iluminado desde abajo. Evidentemente, cuando leo los grandes textos, viajo mejor que cuando estoy allí. Por ejemplo, para esta entrevista hojeé a los geógrafos griegos Pausanias y Estrabón; se aprende mucho más sobre Atenas que visitando el Partenón. En particular, aprendemos que los marineros que desembarcaban en el cabo de Sunio, a unos cuantos kilómetros de Atenas, podían ver la parte superior del casco y la lanza de la estatua de Atenea erigida por Fidias en el Partenón. Sólo en los libros se pueden ver esos detalles, que son la esencia de la realidad de la geohistoria.

F. Z.: Entonces, ¿la Palabra se encuentra en la frase perfecta o en la frase imperfecta?

P. M.: La frase perfecta es una frase coja que se esfuerza por no dejar ver su imperfección.

F. Z.: ¿Qué hace cuando viaja? ¿Escribe o se limita a observar?

P. M.: No escribo sobre la marcha; a veces tomo notas y me acuerdo más tarde, cuando escribo en casa. En Líbano, fui al gran templo de Baalbek. Era perfecto, conocía bien la geología, la naturaleza rocosa de las montañas y, geohistóricamente, estaba en lugares casi bíblicos. Y la epopeya bíblica continuó: a lo largo de toda la carretera había puestos de control, detodos los bandos, Hezbolá, cristianos, banderas negras, banderas con cruces... los monoteísmos siguen enfrentándose allí, después de miles de años. ¡Qué experiencia!

F. Z.: En Couleur punique sobre la obra de Sadika Keskes, usted escribe: «No es poca cosa vivir en Cartago. Ser púnico. Es toda la herencia de la antigua Mesopotamia la que tienes que llevar contigo: los ladrillos sumerios, aquellos en los que se grabaron las primeras escrituras, aquellos con los que construyó sus murallas». ¿No es usted también un poco púnico? ¿No debería todo escritor sentirse púnico?

P. M.: Sí, ¡es una idea maravillosa! Pues sí, yo soy púnico. Se lo explicaré. Mi padre, al que nunca conocí, era tuerto. Siempre he tenido debilidad por los tuertos.

De niño, conocí a Aníbal (que había perdido un ojo) en un poema de Heredia titulado Après Cannes.

Los romanos aterrorizados decían: ¡Aníbal ad portas! (¡Aníbal está a nuestras puertas!) después de ganar la batalla de Cannas, donde aplastó a todas sus legiones. Despreció la idea de tomar Roma de inmediato y se fue a Capua a celebrar orgías, lo que dio a los romanos el tiempo que necesitaban para reconstituir sus tropas y salvar la ciudad. Pero lo más importante es la enfermedad del gran cartaginés, y su fracaso; y lo he comparado con la figura del padre.

Los últimos versos del poema de Heredia dicen: «…por los montes Sabinos esperando el momento de ver como el sol mira, cual un ojo sangriento, al Jefe tuerto a lomos de Grétulo el elefante».

¡El «Jefe tuerto»!

F. Z.: Para hablar de grandes escritores, ha utilizado varias veces la imagen del «elefante»: ¿proviene de la geografía imaginaria de Mesopotamia?


P. M.: En parte, sí. Los púnicos utilizaban elefantes de guerra. Después, los persas y Egipto. El elefante de batalla no fue llevado a Roma por Cartago, sino por Alejandro.

Es un animal fascinante. Por desgracia, nunca he conocido uno. Es un hápax de la zoología. Pienso en su extravagante morfología, su destreza, su inteligencia, su familiaridad con el hombre, su ferocidad también, porque el elefante tiene una violencia inaudita, en la guerra,  bajo el cornaca, es aterrador...

Sí, los grandes escritores son elefantes. Encontré esta metáfora sobre Faulkner. La comparé con un dicho utilizado por los combatientes de la Guerra de Secesión, la primera guerra «moderna», que anunciaba la guerra de 1914: se decía que cualquiera que se hubiera enfrentado a un ataque «de material» había «visto el elefante».

F. Z.: ¿No podríamos decir que usted también busca en sus textos los «colores púnicos perdidos»?

P. M.: Podríamos decir: «los colores del Magreb».

Los púnicos, los cartagineses, nunca salieron del norte de África. Vencidos, pero antepasados de grandes hombres. San Agustín era medio púnico.

Es como Faulkner que, después de la Guerra de Secesión, se sentía culpable de los pecados de los sureños, de los que descendía: en mi opinión, los grandes escritores cargan y luchan contra una vieja culpa, y una vieja conciencia de derrota, como Faulkner, como San Agustín.

F. Z.: ¿Y esa «vieja culpa» puede ser finalmente superada? ¿Existe, al final de las grandes obras, la posibilidad de redención?

P. M.: Sin duda. Además, los pobres cartagineses no necesitaban ser redimidos. Ellos también habían sido feroces; pagaron por ello. Faulkner, en cambio, nunca consiguió librarse de su culpa. Siempre sintió un amor apasionado por el Sur y una repugnancia infinita por el Sur, a causa del crimen de la esclavitud.

F. Z.: ¿Y en el caso de usted?

P. M.: Soy de la Creuse; la Creuse nunca ha tenido un gran pecado en su conciencia. No necesito redención geográfica.

F. Z.: ¿Hasta qué punto les Cards se convierte también en sus tierras sagradas en sus textos? Pienso en particular en Vies minuscules.

P. M.: Es cierto que mi libro sacraliza el Lemosín, aunque, por cierto, no lo nombre. Había abandonado y repudiado esas tierras, y de repente volví a ellas con una emoción arcaica: lo escribí sentimentalmente, como lo habría escrito mi madre.

Pero ahora estoy cansado de que la gente hable de Cards, mi lugar de nacimiento. El hecho de que ya no viva allí —dada su ubicación tan aislada y poco práctica y mi actual condición de discapacitado— me ha liberado. Se había convertido en una especie de monstruoso templo narcisista lleno de muertos y fantasmas. Sin mí, ha vuelto a la vida.

Vivir allí era nocivo para mi trabajo. Era la tierra de mi abuela y allí no podía escribir historias desenfadadas. Su fantasma me habría dicho (en dialecto): «¡Oh, mi pequeño Pierre, no vas a escribir eso!». Me liberé de eso con Les deux Beune, un libro libremente erótico escrito en mi nueva casa.

F. Z.: Cuando uno se ve constreñido por un espacio inmediato, ¿qué papel puede desempeñar una geografía imaginaria, una tierra más o menos lejana, para ayudarle a escapar?

P. M.: Desde que estoy discapacitado, he podido leer como nunca, así que nunca he viajado tanto. Viajar de verdad también es bueno, como decíamos antes.

Se puede escribir cualquier cosa desde un área muy pequeña. Un escritor británico del siglo pasado, Samuel Butler, propuso en 1897 una tesis, tan ingenua como novelesca, titulada La autora de la Odisea. Decidió que todos los lugares descritos en la Odisea procedían de un pequeño rincón de Sicilia donde una mujer que vivía ahí y se aburría había escrito la Odisea tras leer la Ilíada. Qué maravilla.

F. Z.: ¿Cuál es su relación con los mapas? ¿Alguna vez ha querido inventar un país y su geografía?

P. M.: Por desgracia, no, nunca he inventado mapas. Pero me apasionan. Los grandes modelos son, por supuesto, el mapa de Julio Verne en L’Île mystériuese, y los mapas de Tolkien. No he inventado ningún país, ¡ya hay suficientes!

Cómo no pensar también en el gran Borges, que nos dijo que el mapa es el territorio.

F. Z.: E inventó su famosa Biblioteca que, por cierto, es imposible de cartografiar...

P. M.: «El Universo, que otros llaman la biblioteca»... dice el comienzo del texto. La Biblioteca de Babel como reproducción del universo infinito en el que nos perdemos con delicioso pavor. Delicioso, de verdad...

F. Z.: Comparada con la tradición orientalista del siglo XIX, ¿cuál podría o debería ser la relación de los escritores europeos contemporáneos con Oriente?

P. M.: No hay ninguna regla. Todavía hay muchos que siguen viajando, yendo allí. Es el caso, en particular, de mi amigo Bernard Wallet, que pasó una temporada en Líbano devastado por la guerra y publicó el hermoso libro Paysage avec palmiers.

Mi búsqueda de los orígenes de los dioses homéricos es libresca. Voy de aldea en aldea sobre mapas de la Grecia micénica. ¿Qué más me aportaría viajar? El viaje de Ulises se ha convertido en un bulevar; no aprendería nada recorriéndolo.

Pero tenemos que luchar contra los destructores del pasado en esas regiones, los islamistas de línea dura, ¡ellos destruyeron Palmira! En ese sentido, hay que seguir siendo orientalista.

F. Z.: ¿Tiene una biblioteca de viajes ideal?

P. M.: Todos los grandes viajeros. Pero empezaré por los que ya he mencionado, los griegos Estrabón y Pausanias, Heródoto en particular. Luego están los escritos árabes, seguidos por el extraordinario florecimiento de los navegantes del siglo XVIII, Cook, y el exquisito Bougainville, que tenía un estilo deslumbrante. Luego, por supuesto, Chateaubriand, Flaubert y Nerval. Hay algunas buenas novelas más recientes. Estoy pensando ahora en el escritor sueco Pär Lagerkvist; en Barrabás se centra en el destino del ladrón que fue condenado en lugar de Jesús y que, según él, acaba convirtiéndose al cristianismo y en un hombre de Dios. Es una bella historia.

Me gustan mucho los libros de Jean-Paul Kaufmann sobre los lugares donde vivió Napoleón, Eylau y Santa Elena, donde pasó unas semanas con su familia.

Ediciones La Découverte publica muchos cuadernos de viaje fascinantes. Por desgracia, no se pueden leer todos.

F. Z.: Después de todo, ¿no podríamos decir que usted también es escritor de viajes?

P. M.: Sí. Me gusta transportarme a otros lugares a través de los escritos, la imaginación y las películas. Creo que es evidente cuando se lee L’Empereur d’Occident, por ejemplo, Abbés, Mythologies d’hiver, La Grande Beune.

Creo que con la tecnología, ahora podemos viajar tanto a través de los libros, internet y las películas como viajando de verdad.

F. Z.: ¿Qué le gusta de los colores púnicos?

P. M.: Me resulta muy difícil utilizar ciertos adjetivos en mis libros, como «carmesí» o «cerúleo». Los colores «púnicos» eran colores primarios. Me gustan los colores primarios. Me gusta verlos escritos. Rojo, amarillo, azul; el azul, que a veces sustituyo por azur. Ahora lo uso mucho para el dios Poseidón, que tenía el pelo azul. Victor Hugo lo llamaba «el monstruo de los cabellos azules», y los griegos lo llamaban «Poseidón, coronado de azur».

F. Z.: Peter Handke dijo que usted escribe «como un cardenal». Me parece que esta imagen le atrae. ¿A qué se debe?

P. M.: Me encanta que lo haya dicho. Pero sí, escribo en rojo cardenal. Como un cardenal, pero como el cardenal de Bernis o los inventados por Sade. Un cardenal con encajes, amante del arte y libertino.

Y luego está la postura cardenalicia: cuando escribo, me levanto el cuello. Tiendo a ver la escritura como una especie de ritual, como una misa, o un ritual sadomasoquista. No soy la misma persona que está hablando ahora. Pero aun así, me dan ganas de reír. Quizá suene a cardenal cuando escribo, pero se ve que al mismo tiempo me estoy burlando de mí mismo. Me tomo muy en serio y muy poco a la vez.

F. Z.: ¿Son las Sagradas Escrituras un modelo para la escritura profana?

P. M.: Por supuesto, el Antiguo Testamento es un modelo para la escritura. El Libro de los Jueces, el Libro de los Reyes y el Libro de Samuel son prototipos de escritura épica, tanto como Homero, diría yo.

Los cuatro Evangelios son cuatro obras maestras. Se podría decir que son la primera novela, porque son los primeros libros en los que el amor es lo primero. Son los primeros libros sobre el amor. Lucas es quizá demasiado enrevesado, pero todos son magníficos, Juan, Mateo es tan sencillo... Pasolini hizo una maravilla.

Por desgracia, nunca he leído todo el Corán. Leo una sura de vez en cuando, para entender otro texto que hace referencia a ella. Pero todo el mundo dice que sólo es bonito en árabe, una poesía extravagante. Hay que oír el texto, y yo no sé árabe.

F. Z.: ¿Cuál es su relación con estos textos? ¿Tiene una disciplina de lectura, los lee a intervalos regulares?

P. M.: No, cuando me apetece, que es muy seguido. Pero no me impongo ningún ritmo en particular. En este momento, estoy aprendiendo el Credo en su forma original, del Concilio de Nicea (celebrado en 325), en latín. Es asombroso. Lo que ocurrió allí, en Nicea, en 325, fue el acontecimiento intelectual que dio forma a Occidente. ¡Menudo viaje!