23 de octubre de 2017

Solenoide

Solenoide. Mircea Cartarescu. Editorial Impedimenta, 2017
Traducción de Marian Ochoa de Eribe. Postfacio de Marius Chivu
"Sí, esto es lo que soy, esto he sido desde que estoy en este mundo: un hombre solo, esperando detrás de una ventana. He volcado aquí, en la caja de cartón de mi manuscrito, un montón de piezas de puzzle. Incomprensibles en sí mismas, caen sobre las demás del derecho o del revés, se diseminan por el amplio espacio de juego. A partir de ellas, los largos dedos de la lógica del sueño podrían llegar, gracias a minuciosas obras de combinación, giro, posicionamiento, aumento y disminución, centralización y lateralización, acentuación y difuminado, a un cuadro siquiera parcialmente coherente, al menos coherente para mí aunque siguiera siendo absurdo para todos los demás, porque existen coherencias inteligibles e ininteligibles, al igual que existen el absurdo comprensible y el incomprensible. Puedes entender lo ininteligible, eso es el poder. Puedes no entender lo inteligible y eso es el terror. Puedes no entender lo ininteligible, eso es la iluminación. Así como, en la oscuridad más profunda, no sabes si tienes los ojos abiertos o cerrados, a veces siento que, en el espanto y el estremecimiento de mi vida, ya no sé en qué parte de mi cráneo me encuentro."
Un aspirante a escritor, un joven de elevados ideales y razonable ambición, ve transcurrir los años, sin que su vocación acabe materializándose, en un irrelevante puesto de maestro de escuela en un centro de enseñanza de los suburbios. Las páginas que leemos, realmente, forman parte de una especie de memorias privadas, el sustituto de la literatura que nunca escribió desde aquella vez, a sus dieciocho años, en que aplazó la escritura por una falsa sensación de exigencia. Solenoide (Solenoid, 2015) es, pues, un largo informe que escribe el narrador para dar cuenta de algunos de los hechos sucedidos en su banal existencia; no se trata tanto de una autobiografía, pues él mismo reconoce que su vida visible carece del menor interés -ni siquiera, o sobre todo, para sí mismo-, sino de lo que se halla en el sótano de su mente, mucho menos evidente, y que necesita ser verbalizado para ser comprendido, asimilado y, quizás, interpretado, ya que reconoce que su memoria funciona a dos niveles: los hechos que recuerda, y los hechos que recuerda haber recordado.
"Puedo meditar sobre mis elecciones y me puedo pensar pensando. El objeto de mi pensamiento es mi pensamiento, y mi mundo se identifica con mi mente."
El narrador especula acerca de la vida que ha llevado y de las que podría haber vivido si, en su momento, hubiera tomado otras decisiones distintas de las que eligió, y teoriza con haberlas, ya que no vivido, al menos, conocido; observar el ramillete de opciones que, desde un comienzo común y también con un punto final compartido, podría haberse producido; todo ello gracias a una reunión conclusiva de todos esos yo, un imposible reencuentro en el que pondrían las distintas experiencias en común. El primero, el autor reconocido universalmente por el poema que escribió de joven, ese mismo poema que en la línea temporal presente, mereció el desprecio del crítico que podría haberle encumbrado.
"Prácticamente, en cada instante de nuestra vida realizamos una elección o una ráfaga de aire que nos arrastra por un pasillo y no por otro. La línea de nuestra vida se endurece después, se fosiliza y adquiere coherencia -pero también la simpleza del destino-, mientras que las vidas que habrían podido ser, que habrían podido desprenderse a cada momento de la ganadora, quedan reducidas a líneas de puntos, fantasmales: creodas, transiciones de fase cuántica, traslúcidas y fascinantes como los brotes que vegetan en el invernadero."
Resignado a la insulsa actividad docente, con respecto a la cual ni el interés personal ni la preparación académica parecen estar de su parte, está dispuesto a establecerse en un barrio de los arrabales, como si pudiera sumar a su aislamiento intelectual una existencia de ermitaño. Ese propósito le conduce a la adquisición de una vivienda, propiedad de un inventor, equipada con un extraño solenoide enterrado en sus cimientos, que la dota, supuestamente, de poderes particulares. Sin embargo, el aparato nunca llegó a prestar los beneficios planeados, convirtiendo a la casa tecnológica en una vivienda cualquiera, excepto por un detalle: una extraña consulta de dentista, proveída de todo su utillaje, escondida en el subsuelo de una torre de complicado acceso. Estos espacios dan forma a un recinto imaginario que delimita su existencia: su propia casa, con forma de barco; la escuela; la Automecánica; la Fábrica de Tubos, la torre del agua; espacios que conforman una vida y que sustituyen al tiempo, mucho más inconstante, mucho más inasible, mucho más volátil.

Esa grisura absorbente acompaña al narrador a todas horas hasta hacerle indistinguibles el tiempo de las clases del tiempo libre, ni el lugar en el que se encuentra a cada momento, si bien es cierto que en su casa se acentúa y, por esta razón, es donde se encuentra más a gusto. Pero es precisamente en su vivienda donde su vida, de repente, se ve alterada por la llegada de Irina, que adopta el papel de amante, y por el primer efecto visible del solenoide enterrado.

Si algunas veces evocamos recuerdos que parecen tan incoherentes con la mayoría como para sospechar que no nos pertenecen es porque la memoria sigue un trazado que puede no coincidir con nuestra vida consciente, con los recuerdos de los hechos, mucho más manipulables, y sobre los que hemos alzado el edificio de lo que, a falta de mejor nombre, hemos llamado "experiencia", que no es más que la punta que emerge del iceberg de la existencia.
"La vida es miedo, nada más, y ese miedo constituye la sustancia de nuestra aventura en el mundo."
Si esa existencia es, por naturaleza, fragmentaria, reportarla también debe serlo, necesariamente. Un Diario, unas Memorias, no son sino viñetas parciales que intentan dar cuenta de esos fragmentos. Por supuesto, intentar reproducirla de forma unitaria es una quimera, y todo intento acaba, infaliblemente, en fracaso. Pero aun siendo consciente de esa limitación, el narrador lo intenta, y Solenoide es el resultado: un conjunto de retales, algunos inconexos, otros conectados, cuyo único punto en común, si acaso, es pertenecer a un mismo individuo.

Un desasosegante sentimiento de autoextrañamiento recorre permanentemente la totalidad del texto, acompañado de una sensación de inadaptación al resto del mundo, cualquiera que sea el ámbito. "No existo, no tengo personalidad, no sé quién soy", confiesa el protagonista; por esa razón se busca y, mediante la sucesión de recuerdos, sueños, alucinaciones, sus encuentros con los extraños Visitadores, fragmentos de un Diario -"una especie de memorial"-, y las combinaciones de todos ellos, intenta componer un cuadro estable que le permita especular acerca de la existencia de esa identidad mediante el propósito de adjudicarlos a un solo sujeto para, posteriormente, reconocerse en él a través de un mecanismo de sustitución: que el manuscrito se convierta en la realidad y tome el lugar de la experiencia vivida, que pasaría a formar parte de la ficción -y pertenecería, por tanto, a otro sujeto-. 

¿Son transmisibles las pesadillas? Más allá de comunicarlas, o escribirlas, ¿pueden pasar de una persona a otra? ¿Pueden hacerlo aunque una de ellas no esté presente? ¿Podría darse el caso de que nuestras pesadillas tuvieran existencia propia, independientemente de nosotros mismos, y fueran capaces de permanecer en estado de latencia hasta que se presente el huésped apropiado? ¿Qué mecanismo desencadena en el narrador ese sueño recurrente acerca del gemelo "desaparecido"? Más todavía, ¿a qué se debe esa insistencia en relatar sueños? Tal vez, hechizados por la ilusión de la huida que parece asociarse a la noche, el silencio y la oscuridad, se acaba desechando la ilusión cuando se comprende, siempre demasiado tarde, que la única forma efectiva de huida, la que no concibe la posibilidad de  arrepentimiento que implica el regreso, es la muerte: se equivoca quien piensa que los enigmas se esconden en los sueños, y se confunde todavía más quien pretende   interpretarlos adjudicándoles una cuota de realidad; los verdaderos enigmas, indescifrables, se hallan, a plena luz, en el mundo real.
"Y aquí estoy ahora, al cabo tan sólo de una millonésima de segundo, reducido a lo que soy de verdad, a lo que he sido siempre: la perla del centro de la espiral abrumadora de la  mente. Viviendo aquí, muriendo aquí, sin tiempo, sin propiedades, sin enemigos, como he muerto, viviendo, desde siempre."
El objetivo del manuscrito no es, por supuesto, su publicación, ni siquiera su lectura; su finalidad se agota en su escritura. Como cualquier obra humana, habla primordialmente de quien la escribe y sólo a quien la escribe, y trata de conferir unidad a un conjunto de experiencias disociadas que sólo mediante ese recurso pueden adjudicarse a un solo individuo. No es, por tanto, un documento que pueda ser comprendido ni mucho menos analizado, sino que se trata de una simple exposición a la luz de la información codificada que poseía el narrador.
"Esto es lo que mi manuscrito ha hecho hasta aquí: ha descubierto, ha sacado a la luz, ha desvelado lo que estaba oculto por velos, ha desencriptado lo que estaba escondido en la cripta, ha descifrado la cifra de la caja que lo contenía, sin que una sola gota de la sombra y la melancolía del objeto desconocido haya caído en nuestro mundo. Cuantos más detalles vemos, menos entendemos, pues comprender significa penetrar en el sentido por el cual existe el engranaje y que vive sólo en la mente de quien lo ha concebido. Entender significa siempre penetrar en otra mente, de modo que todo objeto que aspire a ser entendido es un portal hacia ella."
Así pues, el narrador penetra en su propia mente para decodificar su experiencia y, poniendo la misma importancia en los recuerdos, los sueños y las alucinaciones -puertas que dan a laberintos (Piranesi), recorridos que trascienden las tres dimensiones (Escher), la esfera que lo contiene todo (El Bosco)... -, integrar toda la información como perteneciente a una sola vida. 
"Lloro y escribo, indistintamente, como si escribiera con lágrimas y llorara tinta. Mi manuscrito ha desaparecido entre las llamas hace mucho. Siempre supe que el fuego sería su único lector. Escribo ahora las páginas finales para que mi mundo no quede incompleto. También estas las abrasará, apasionado o displicente, en cuanto las termine, ese mismo fuego, el gran lector de todas las bibliotecas del mundo. Luego me colocaré a la niña sobre los hombros y, junto a mi esposa, caminaremos, en un ocaso cada vez más sangriento, hacia donde nos guíen los ojos, fuera del libro y del relato."
Como cualquier vida repartida en dos componentes disociados -excluyendo, en este caso, la disfunción mental desde el punto de vista clínico-, es difícil, a la vez que infructuoso, establecer una dominante, y más en esta ocasión en la que el autor juega con la indefinición; si bien es cierto que el documento que leemos parece principalmente producto de la versión realista del profesor de rumano, no lo es menos que una parte significativa de aquello que relata tiene que ver con lo experimentado por su reverso. El inestable equilibrio entre ambas versiones, sus conexiones y la capacidad de cambio de registro sin que la verosimilitud del conjunto se vea comprometida son, tal vez, la argamasa que da consistencia al maravilloso, desafiante y asombroso edificio que es Solenoide, un texto que se multiplica a medida que avanza, como la casa en forma de barco del narrador, que contiene, entre sus paredes, un edificio interior en continua expansión.

Calificación: *****/*****

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