16 de mayo de 2022

Siempre tormenta

Siempre tormenta. Peter Handke. Casus Belli, 2019
Traducción de Antonio Bueno Tubía

 Los antepasados desaparecidos hace tiempo vuelven a nosotros en forma de espectros, algunos con el cuerpo con el que los conocimos, inmaterial, traslúcido; otros como espíritu, como sombra, apenas un hálito que no cambia la configuración del espacio que los contiene. Acuden sin que sea necesaria la invocación mediante un sacrificio o el derramamiento de sangre de Ulises en el Hades, siempre por sorpresa; a veces, sin motivo alguno, a menudo como advertencia, como exhortación. Una visita que no es para comprobar qué ha sido del mundo después de su desaparición ni para confirmar la realización de sus expectativas, sino para exigir pleitesía y cobrar las deudas que contrajeron con ellos los que siguen viviendo por el solo hecho de vivir. El pasado es la suma del tiempo que no hemos vivido y el de los espectros de los muertos que quedaron atrapados en él; el nuestro es solo un sueño provocado por el anhelo de haber existido.

«Vosotrois, ancestros, vosotros: vosotros me atormentáis a base de bien. ¿Cuándo me vais a dejar por fin en paz? ¿Por qué tenéis que reaparecer constantemente? ¿Y no solamente en sueños que, a diferencia de la mayoría de sueños, son más reales que la cambiante fecha presente, sino en el propio transcurrir de los días?»

Los textos de Peter Handke poseen la excepcional aptitud, bajo la apariencia de un ilusorio cambio de escenario, de transportar al (este) lector a un estado anímico ultrarreceptivo en el que cada frase, cada razonamiento, cada párrafo estalla en su cabeza, reventando, a cada detonación, todo un cúmulo de consideraciones que provocan que la experiencia lectora quebrante los márgenes de la escritura para insertarse en una especie de experiencia no vivida pero tan vívida como si fuera propia; es como esa enzima necesaria para que dos sustancias, inicialmente inertes, reaccionen y produzcan una sustancia nueva.

«A lo largo de los siglos, esclavos de la historia nos hemos imaginado que finalmente nos convertíamos en los señores y de ese modo nos hemos convertido en víctimas. ¿No quiere esto decir que la tragedia siempre golpea el atrevimiento? ¿Hemos pecado nosotros, guerreros de los bosques, de atrevimiento por el hecho de habernos apropiado por nuestra cuenta de nuestros derechos? ¿Pero qué atrevimiento? ¿En relación a qué o a quién? ¿En relación a Dios y a los dioses? ¿En relación al cielo estrellado? ¿En relación  a la resignación de nuestros ancestros?»

Peter Handke nació en Griffen, una localidad perteneciente al estado de Carintia, actualmente bajo la república austríaca, pero que tuvo su origen en el Ducado de Carintia, cuyo territorio se halla repartido, desde el fin de la IGM, entre Austria, Eslovenia e Italia. La parte austríaca del antiguo ducado alberga a una minoría de origen y habla eslovena que fue cruelmente reprimida después del Anschluss en 1938. A pesar de haber escrito toda su obra en alemán, Handke aprendió esloveno, incluso ha traducido a algunos autores al alemán; pero esa disonancia entre su origen y su presente y entre las dos lenguas con tan diversa implantación ha dejado una huella que puede rastrearse en la mayor parte de su obra; en concreto, es el asunto central de Siempre tormenta (Immer Noch Sturm, 2010), que contiene una relevante porción de experiencia, de la propia y de la de sus antepasados más próximos, y que intenta hallar respuestas a las cuestiones que le plantea su origen: ¿cómo recuperar la historia de un pueblo sin pasado? ¿Cuáles son los cimientos que sostienen el presente?
«Pero Yugoslavia no existe desde hace una eternidad, ni la monárquica tras la primera ni, con más razón, sin rey, tras la segunda guerra mundial. ¿Qué clase de tiempo es el que rige aquí? ¿Cuándo es ahora? ¿El tiempo de la campiña-estepa, o cuál? ¿El tiempo del delantal de domingo? ¿El tiempo de los bombachos? ¿El tiempo del barril de manteca? ¿El tiempo de injertar los manzanos? ¿El tiempo de esparcir el estiércol? ¿El tiempo de las panochas, o, cómo era la palabra, de mondar el turco, cuando todos vosotros acuclillados pelabais maíz y, mientras contabais historias y cantabais canciones, os creíais en otro tiempo? ¿O acaso el tiempo real, el histórico, el jodido, el perdido para siempre, perdido para vosotros y también perdido para mí, y vosotros los afligidos, nosotros los afligidos, pesados como plomo, perdidos en él?»

El narrador de Handke, que comparte con el escritor muchas particularidades, se reúne con los espectros de sus antepasados en un lugar inconcreto, pero en un paisaje y en una tierra reconocibles, para indagar acerca de la historia de su pueblo y para hallar, en el lapso de tiempo que transcurre entre la invasión del III Reich y el final de Yugoslavia, las claves de su aniquilación. Pero esta reunión también sirve para que esos antepasados ajusten cuentas, se lancen improperios, reaviven viejos enfrentamientos y se justifiquen ante la presencia de su descendiente, en una especie de juego de espejos en los que la historia personal se refleja en el caos histórico del país, y en el que cualquier intento de justificar el presente, representado por la figura del narrador, resulta infructuoso: demasiados reproches enterrados pero no difuntos, demasiada violencia latente, demasiadas traiciones.

«Cuando aquellos de nosotros que en suelo del Reich, que antaño era nuestro propio suelo, son considerados por los dirigentes del Reich como enemigos del Reich, se encuentran por la fuerza delante de ellos, de esos dirigentes, entonces, como bien sabes, padre, a los nuestros les está prohibido mirarles a los ojos, salvo en el caso de que uno de nuestros hijos haya entregado su vida por el Reich en el campo de batalla, o donde sea, y en ese caso concreto, como bien sabes, padre, el dirigente del Reich antes de anunciar a los padres de uno de los nuestros la noticia que, aunque triste, les debe llenar de orgullo, ordena a los nuestros :"¡alcen la mirada!", y esa es la única ocasión, el único momento privilegiado en el que podemos mirar a los grandes ojos alemanes de ese dirigente, ¿entiendes?»

La historia general no es la suma de las historias individuales; tal vez consista, simplemente, en una traslación de algunos fragmentos de estas a un plano colectivo, macrocósmico, en el que ciertos elementos, desconectados entre sí, generan vínculos que dan apariencia de homogeneidad. Una apariencia que estalla en pedazos cuando alguno de estos elementos se rebela y exige preeminencia  o cuando una fuerza externa al sistema incide con la suficiente potencia para desestabilizarlo. La historia de un pueblo que se siente desaparecido es una tragedia en la que ningún deus ex machina intervendrá, porque ni siquiera los dioses pueden alterar el destino; pero no es trágica cuando ese pueblo se somete voluntariamente, mediante la traición que significa la inacción, imposibilitando el carácter heroico que toda tragedia deve conllevar. La culpa colectiva no ers susceptible de perdón ni redención.

«En el año mil novecientos treinta y seis una gran calamidad atravesó el país. La vecina se lamentaba ante los muros del almacén de provisiones, el vecino rechinaba lo que le quedaba de dientes, los hijos de los vecinos ser alimentaban de abejorros, de mondas de patata y escarabajos. Un pueblo de siervos con salarios de hambre, de trabajadores sin trabajo, de liberados sin libertad, de electores sin elección, de impagados sin paga, de enemigos dentro de las más apacibles comunidades. Y gente sin techo desde Obdachsattel hasta Montafon, derribados de sus albardas desde Walhalla hasta Gralla, antiguos residentes todos en prisión, riñas incluso durante los entierros, guerra civil sin tregua a lo largo de todo el dichoso año, mucho después del gélido doce de febrero».

Al final, las enemistades entre estados se reproducen en las hostilidades entre los pueblos, y de ahí se trasladan a las familias, a los individuos y a un mismo individuo a lo largo del tiempo, y así hasta un enfrentamiento interminable en el que se pierde la noción del bando y en el que es la adscripción a uno o al otro el que determina la posición ideológica, y no al revés. Nadie puede vanagloriarse de tener razón ―la razón suele ser la primera víctima en ese conflicto, siendo sustituida por la fuerza―, solo de estar en el bando adecuado en el momento apropiado, y así poder imponerse a los desubicados y a los apátridas.

La historia familiar, que afecta directamente al narrador ―y al propio Handke― comienza en 1936 y sigue las turbulencias del devenir de su propio país, la lucha por la potencia conquistadora, la progresiva pérdida de la lengua propia en beneficio del alemán, con lo que las hazañas dejan de ser heroicas ―ninguna civilización posee mitos en una lengua que no sea la suya― para convertirse en innecesarios melodramas domésticos; no es una desaparición súbita, sino gradual; no una ejecución, sino una tortura. Las cosas permanecen pero, a medida que cambian de nombre, pierden también su significado. Las lenguas no desaparecen cuando muere su último hablante, mueren mucho antes, y es su desaparición la que acaba con los individuos que la hablaban, no al revés. No se trata solamente de una cuestión de prestigio social: es que en esa lengua áspera, retrasada, gutural, es imposible articular ningún pensamiento racional, ninguna expresión de amor; es una lengua de esclavos ―lengua de establo―, articulada solo para obedecer, incompetente para la inteligencia y para las necesidades de una raza que está destinada a gobernar el mundo. 

«Mientras a nuestros hermanos les han prohibido bajo pena de arresto, al uno, allí fuera en Holanda, al otro allí arriba en Noruega, el tercero allí más allá en Rusia, no solo hablar sino también cantar en nuestra lengua, ese canto vital y de supervivencia, al primero el barítono, al segundo el tenor, al tercero el bajo, vosotros dos, hermosuras, vosotros canturreáis la habanera a la mesa del casino de los oficiales y tú le susurras la canción "Weisser Holunder" a su oreja sin lóbulo y él gime y besuquea y babea sus "Lilas blancas" entre tus harapos hasta la misma piel. ¿Cómo has podido olvidar quién eres? ¿Quiénes somos nosotros aquí? ¿Lo que representamos? ¿Cuál es nuestro lugar sobre la tierra? ¿Nos has traicionado? Peor: nos has olvidado, ¡bella hermana! Buscas el amor todo el tiempo en una lengua extranjera, en otro país. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué?»

La guerra, atroz por sí misma, tuvo en el antiguo ducado de Carintia un cariz aún más cruel. En función del estado en que había quedado reducida su porción, sus habitantes se vcieron obligados a luchar en diferentes bandos ―la guerra deja de ser extranjera cuando un hermano combate a su hermano―, enfrentándose entre sí, mientras que nadie, excepto los partisanos, podía hacer nada por su pueblo más que contribuir, indirectamente, a su definitiva desaparición: el pueblo perdía a sus ciudadanos en una guerra que le era ajena y en la que nunca podía salir vencedor; la desaparición del sentimiento colectivo y de la lengua solo eran síntomas de la aniquilación como comunidad, una desaparición irremediable y perpetua, la disolución de un pequeño soluto en la inmensidad de un potente disolvente, que secundarán los propios afectados autoexcluidos en su infructuoso intento de progreso en aras de una malentendida globalización que consiste en la ausencia de las particularidades, de las singularidades y de las visiones del mundo radicalmente diversas.

«La violencia de la autoridad no deja margen y menos aún la alemana de hoy en día. ¿Activismo anti alemán? En un santiamén fuera de juego, y como cómplices nuestra propia gente, los de aquí en masa y todos con nuestros bellos nombres locales. ¿Para qué una decisión, hermano? ¿Por la lengua de nuestra madre, nuestro padre, hijos, de nuestra casa, la lengua del hogar y del establo, por nuestras sonoridades originales, eslavas o de la Iliria o ostrogodas o las que sean y en las que, según dices, se expresa el alma de los nuestros y que es la lengua misma del amor y del país? ¿Por la lengua que, por ejemplo a mí de vez en cuando y como máximo, me ofrece un poco de calor de establo?»

Los enfrentamientos seculares, las conquistas sucesivas, las continuas derrotas, la guerra: una tierra somemtida a una tormenta permanente, siempre tormenta; una tormenta que solo cesa con la muerte, porque el fin de la guerra no siempre significa la llegada de la paz.

«¿Ha vuelto a pasar el tiempo? Todavía, siempre tormenta».

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