El Invencible. Stanislaw Lem. Impedimenta, 2021 Traducción de Abel Murcia y Katarzyna Mołoniewicz |
El Invencible, una nave de la clase crucero de grandes dimensiones y con una tripulación cercana al centenar de individuos, es enviada al rescate de El Cóndor, un destructor espacial que ha quedado varado y con la comunicación interrumpida tras un enigmático último mensaje, en Regis III, un solitario e inhóspito planeta.
La nave, completamente automatizada, cuenta con un sistema de asistentes robóticos especializados y eficientes, aunque se limitan a trabajos auxiliares que entrañan riesgo para la vida humana, operaciones repetitivas o aquellas situaciones en las que es imprescindible una gran capacidad de cálculo; es decir, han sido programados bajo el paradigma de la eficiencia útil: el hombre explota sus ventajas y minimiza sus inconvenientes, esa es la prerrogativa de los dioses. La relativa benevolencia del clima, de la atmósfera, parecida a la de la Tierra pero sin ningún vestigio de vida organizada en tierra firme ―aunque descubren una especie de peces óseos y otras formas de vida en el océano, que parecían evitar la orilla―, no explican la desaparición del Cóndor. El mar funcionaría, pues, como un ecosistema aislado y autosuficiente, mientras que la orilla representa el punto de cambio de ecosistema; de hecho, en la Tierra, significó la frontera que debieron que cruzar los organismos acuáticos para posibilitar el salto evolutivo; en el caso de Regis III la noción de frontera queda reforzada porque representa la entrada a un territorio prohibido que supone la existencia de otro tipo de seres más evolucionados.
En cuanto a los pocos que permanecieron en la nave, tampoco muestran señales de lucha, y el escáner practicado a un cadáver semicongelado no ha registrado más que lo que aparenta una reacción defensiva parecida al miedo, aunque no se puede identificar la razón. De entre todos los elementos discordantes, el más misterioso es la existencia, registrada en el cuaderno de bitácora, de una especie de moscas, biológicamente imposibles en el ecosistema del planeta, supuestamente relacionadas con la muerte de la tripulación.
Las investigaciones arqueológicas parecen sugerir que existió vida superior, pero sucumbió a la extinción para, posteriormente, recomenzar un nuevo proceso evolutivo que siguió un recorrido alternativo. Entre las posibilidades que se barajan para explicar la existencia de esos organismos, toma forma la hipótesis de su origen alienígena, que sobrevivieron al supuesto accidente que sufrió la nave en la que viajaban, en el que perecieron todos los tripulantes vivos, y que se adaptaron progresivamente a la nueva situación y evolucionaron para sobrevivir, creando otros organismos más eficientes para luchar por el nuevo nicho ecológico hasta el punto de extinguir a todos los habitantes de tierra firme; los mecanismos ―su origen artificial es, a estas alturas, indudable― que han sobrevivido son los requieren menos energía y son capaces de actuar colaborativamente bajo el mando de un cerebro complejo formado por la suma de millones de cerebros simples: inútiles tomados individualmente, más eficientes cuanto mayor sea el enjambre que los agrupa. Ese concepto de evolución mecánica en el más puro sentido darwiniano es fundamental en el marco especulativo en el que Lem ubica la acción y explica el proceso de adaptación y de dominio de un ecosistema inicialmente hostil. Además, la tripulación del Invencible es dominada por el estupor provocado por el hecho de asistir al testimonio de la extinción de ciertas especies como anticipo de la propia del observador y el temor al constatar su impotencia para evitar fenómenos a una escala superior a la humana, una cura de humildad, dada la exigua peligrosidad aparente de los mecanismos tomados uno a uno, parecida a la que debió haber sentido, de no haber muerto en el combate, Goliat en su lucha con David, por no considerarlo un enemigo a su altura, con lo que descuidó su defensa y acabó vencido; el sentimiento de impunidad hace confiarse en exceso y provoca una falta de atención que puede llevar a la derrota.
La búsqueda de los supervivientes de la primera expedición del Invencible desata una guerra abierta en la que ambos bandos emplearán toda su capacidad bélica para acabar con el enemigo y alcanzar sus fines. Una vez los mecanismos han logrado neutralizar el arma más eficiente del Invencible, incluso llegando a ponerla de su parte ―el ataque no afecta a las máquinas ni al entorno, en una especie de solidaridad intraespecífica: se ataca a los creadores pero se absuelve a su creación―, se debaten propuestas para solucionar el problema: huir y devastar el planeta; modificar la estructura de algunos organismos y conseguir que esos cambios se propaguen a la totalidad; o conseguir separar la nube de organismos en dos grupos y que uno de ellos pase a considerar al otro como su enemigo; o, sencillamente, marcharse del planeta sin afectar al proceso evolutivo que tiene lugar en él. ¿Depende la supervivencia de la eliminación de todos los enemigos? ¿Es la extinción la mejor opción? Dado que el hombre no tiene nada que hacer en Regis III, ¿cuál debe ser el procedimiento? ¿Destruirlo y marcharse, un procedimiento que solo justifica el afán de venganza, o marcharse y dejar que esa extraña evolución siga su camino? La elección de una de las alternativas podría hallar su reflejo en la reacción de los organismos ante la presencia de extraños y decidir si esta es fruto de una inteligencia superior o un mero reflejo defensivo inconsciente; al fin y al cabo, el proceso, que parece seguir el equivalente a la psique humana, se duplica en la conducta de los organismos mecánicos y, al igual que aquella, parece capaz de plantearse preguntas que no está, en cambio, facultada para responder, pero experimentadas a un nivel más básico, próximo a la propia supervivencia. De hecho, los organismos artificiales no matan a los humanos, sino que se limitan a dejarlos es un estado de estupidez infantiloide; ¿por qué para ellos no es peligroso que se mantengan con vida, sino que posean la capacidad de aniquilarlos? ¿Piensan que el verdadero peligro es que los humanos puedan pensar? La posibilidad de que entes mecánicos puedan organizarse y, sin ninguna muestra de hostilidad, más que su presencia, otros entes foráneos decidan su exterminio, significa un paso no planeado en el diseño original de la inteligencia artificial. El paso de la autoprotección a la extinción del enemigo ―un dilema que existe en ambas partes: si El Invencible debe hacer que se extingan las moscas y si las moscas deben provocar la extinción de la tripulación visitante―, ¿es un paso subsecuente de la programación hecha por humanos, o una decisión que han tomado los organismos por su cuenta? Parece que la pregunta clave que plantea Lem es en manos de quién está, si es que está en manos de alguien, la evolución.
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