30 de marzo de 2020

El suscitador

El suscitador. Apuntes sobre Francis Ponge. Alfonso Barguñó Viana.
Hurtado-Ortega, 2020
«Escribimos para reposar el pensamiento».
Apenas cuatro títulos disponibles en la totalidad del fondo editorial publicado en España; nadie lee a Ponge en castellano. Eso, tratándose de un autor considerado fundamental en la literatura francesa del siglo XX que mereció su publicación en la Bibliothèque de la Pléiade, la confirmación de escritor canónico en el país vecino; sin embargo, su inexplicable ausencia en los listados de influencia y la parquedad de ediciones en Francia hacen levantar la sospecha de que pocos, muy pocos franceses lo leen en original. Los editores de este libro se preguntan el por qué de esa paradoja; este post no va ni siquiera a intentar responder a esta pregunta —entre otras razones por la falta de capacitación de este redactor ante la cuestión; este post no es más que balbuceo entusiasmado y voluntarioso, lean ustedes el libro de Alfonso Barguñó y las hallarán— sino que va a aportar algunas de las razones por las que debería leerse a Francis Ponge.

Inclasificable donde los haya, Ponge era partidario del silencio antes que del balbuceo. Bueno, como se puede comprender, este no es un antecedente muy favorable para conseguir lectores, claro. Afectado en su juventud por una variedad de afasia que se manifestaba en situaciones comprometidas y que le imposibilitaba para la expresión oral, su apuesta, a mediados del siglo XX, en pleno auge de las corrientes literarias dominantes —surrealismo, existencialismo, Nouveau roman, doctrinas con las que tuvo contacto pero a las que no se adscribió— se orientó hacia la generación de un nuevo clasicismo que debía recuperar los parámetros programarios de los clasicismos anteriores, pero bajo el marchamo de la modernidad. El paradigma, consecuente con su preferencia por el silencio ante la palabrería, es el cambio de la retórica por la precisión, convencido de que la lengua francesa histórica posee suficientes recursos para expresar todo lo expresable —o, mejor dicho, todo lo que vale la pena expresar—; el lenguaje, cuanto más rebuscado más superficial: cuando se logra prescindir de la gesticulación, todo el acento se concentra en el mensaje.
«L'espoir est donc dans une poésie par laquelle le monde envahisse à ce point l'esprit de l'homme qu'il en perde à peu près la parole, puis réinvente un jargon. Les poètes son les ambassadeurs du monde muet. Comme tels, ils balbutient, els murmurent, ils s'enfoncent dans la nuit du logos, —jusqu'à ce qu'enfin ils se retrouvent au nivel des RACINES, où se confondent les choses et les formulations». Le monde muet est notre seule patrie.
Si un texto acabado —es decir, considerado acabado por el autor, el único que disfruta de esa potestad parece realmente un esbozo, ¿quién está en posesión de la perspectiva correcta, el autor o el lector? Tal vez algunos de estos últimos no estemos capacitados para deleitarnos con esa clase de literatura; quizás el fondo de la cuestión se halle en la constatación de que el autor no escribió ese libro para nosotros —¡vaya cura de humildad, eh, compañero!—. Tal vez el escritor, como todos los grandes escritores que le han precedido, soslayando la existencia del lector, escribe su libro solo para sí mismo y, de esa manera, legar a la posteridad la huella de su ausencia.

Ya que no puede pretenderse abarcar la totalidad de forma acumulativa, la opción correcta parece ser intentarlo por simplificación, eliminar todo lo accesorio para centrarse en lo elemental y tratarlo desde un punto de vista lo más simplificado posible, justo hasta el límite a partir del cual pierde el significado —con la clara convicción, no obstante, de que cuanto más nos acerquemos a nuestro objetivo más próximos estaremos del fracaso, pero no por ello debemos renunciar. Es una cuestión ética—.

En todo caso, sorprende la actitud bipolar de la mayor parte de la crítica y del establishment cultural franceses: a épocas de completa indiferencia, sobre todo de las autoridades políticas —la de los contrarios a su apuesta estética va de soi—, suceden instantes de reconocimiento, propiciados en general por autores más jóvenes que elogian su legado. El olvido provocado, el efecto descubrimiento, la intencionalidad política... Uno tiene la sensación de que ni los unos ni los  otros tienen en cuenta las cuestiones literarias que son las que deberían regir las consideraciones de la crítica; y de que ese tratamiento propiciado por la ignorancia debe tener mucho que ver con la respuesta a la pregunta de los editores que encabeza este escrito.

A pesar del hálito que expira su obra, parece tarea cuanto menos vana —cuando no malintencionada— intentar encerrarla en la celda del cliché. La literatura francesa, tan revolucionaria como previsible, se vio sacudida en tal medida por la aportación de Francis Ponge que algunos de sus más preclaros representantes —cuyos nombres, sobradamente conocidos y reconocidos me ahorro de citar— han decidido seguir sus huellas con la admiración del devoto. ¿La paradoja —pongiana—? Uno de los autores más refractarios a las escuelas —ninguna pudo con él, aunque más de una fantaseó con haberlo expulsado de su seno por, curiosamente, indisciplina— terminó, involuntariamente, creando escuela.

Historiadores de la literatura, popes de esa nueva ficción denominada literatura comparada y expertos en lenguas tal vez podrían estudiar el pálpito que le sobreviene al lector pongiano ante sus textos: ¿fue imprescindible la existencia de Ponge para, con el cambio que supuso, revivir el francés como lengua literaria? ¿Debe formar parte de la nómina de autores que socavaron el paradigma existente? ¿Qué escritores no hubiesen sido posibles sin el antecedente de Ponge? ¿Se puede asimilar su caso, funcionalmente, al de su admirado François de Malherbe, otro partidario de la sobriedad clásica ante los excesos de la exhuberancia? 

Preguntas que, si nadie lee a Ponge, nadie sabrá responder.

Pour un Malherbe. Francis Ponge. Gallimard, 1965

  • Por más que su formulación debe poseer cierto orden, el pensamiento creador o es anárquico o no es.
  • A pesar de que el razonamiento no puede descomponerse en partes incompletas, el pensamiento creador es fragmentario o no es.
  • Aunque sea imprescindible ahondar en la racionalidad de los argumentos, el pensamiento creador o es paradójico o no es.
  • Por más que sus premisas precisen de toda la consistencia, el pensamiento creador o es frágil o no es.
  • Si bien el lenguaje es limitado para abarcarlo, el pensamiento creador o es expresable mediante la lengua o no es. 
  • Aunque parta de formulaciones metafóricas, el pensamiento creador es material o no es.
  • Pese a que su punto de partida sea fenoménico, el pensamiento creador es nouménico o no es.
  • Por más que no deba demorarse en curvas infructuosas, el pensamiento creador o es oblicuo o no es.
  • Bien que es aconsejable que se direccione hacia un objeto, el pensamiento creador o tiene método o no es.
  • Es posible un pensamiento creador sin conclusiones.
  • El pensamiento creador o es libre o no es. 
Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de El partit pres de les coses
Notas de Lectura de El sabó

1 comentario:

FFV dijo...

Hacer comentarios a bote pronto es bastante imprudente. Que Ponge sea "inclasificable" suena a elogio, que demostrase su predilección por el silencio frente al balbuceo, lo es sin ninguna duda. Atraído por la poesía y por el tiempo que Bargunó ha dedicado a analizar este autor y a encontrar un cliché para él, emulando la paradoja pongeana, he dedicado parte de mi tiempo, ahora muy abundante, a tener una idea propia del tema. He leído y os recomiendo leer dos composiciones que merecen la pena para formarse una idea: la que dedica al agua, traducida por Borges, y la que dedica a la naranja, traducida por Alejandro Crotto. He pensado que si como dices "muy pocos franceses lo leen en el original" valía la pena comprobar cómo sonaba en los dos idiomas. No es fácil someterse a una cura de humildad al descubrir que uno no está capacitado para deleitarse con esa apuesta estética y al mismo tiempo ver, o al menos intuir que ahí hay una forma de poesía que merece la pena. La estética de lo simple. Es como contemplar la evidencia de la pintura de un bodegón o de un lago, en la pintura francesa del siglo XVIII. Es como dar palabra al carácter mudo de los objetos. Yo creo que habrá que leer el libro de Barguñó. Gracias por tu blog.