26 de agosto de 2019

El pastor en la roca. Trilogía Alpina III

El pastor en la roca. Trilogía Alpina III. Werner Kofler. Ediciones del Subsuelo, 2019
Traducción de Carlos Fortea
(Advertencia previa: por una deformación lectora inevitable, estas Notas de Lectura tomarán como base de sus comentarios la trama —es decir, la "disposición interna, contextura, ligazón entre las partes de un asunto u otra cosa, y en especial el enredo de una obra dramática o novelesca"— del texto; pero, en realidad, los libros que componen la Trilogía Alpina o carecen de ese atributo o la exigua sagacidad de este humilde lector ha resultado infructuosa para descubrirla.)

Un comandante de puesto de la policía de una localidad situada en el Alto Tauern, el macizo de la zona central-este de los Alpes austríacos, está investigando la muerte de un excursionista que cayó por un precipicio cuando, al concluir el chiste que estaba contando a su compañero, se giró bruscamente hacia él y perdió el equilibrio. Es a través de las palabras del comandante —aunque posteriormente los cambios de narrador son continuos y, a menudo, indescifrables— que conocemos el delirante monólogo del acompañante —pespunteado por los no menos surrealistas comentarios de su interlocutor—, un pobre desgraciado aficionado al montañismo al que su familia —su esposa y dos hijos gemelos— ha abandonado. Sin embargo, bajo esa apariencia de perdedor, se esconde un ultranacionalista de ideas incendiarias que aspira a la presidencia del país —tan radical como incongruente, tan convencido como atrabiliario— y que, bajo la excusa de la salvación del planeta, aboga por el cierre de fronteras a cualquier vehículo de combustible fósil.
"Pero desde mi máxima magistratura haré cosas totalmente distintas, se me pasa por la cabeza una dictadura de un estilo completamente nuevo, una dictadura como nunca ha existido... Proclamaré la religión natural religión de Estado... Cada ciudadano tendrá que conseguir un certificado de peatón, aportar un pase del ferrocarril... Los ferroviarios y los conductores de autobús, los mineros y los inactivos... Ha oído usted bien... los elevaré, a ellos y a otros, al rango de sujetos históricos... No solo hablaré de la imbecilidad del capital, también de la imbecilidad del proletariado, de la imbecilidad de las fuerzas productivas, de la producción industrial... Volveré a implantar la vida en el campo, y el vagabundeo por la gran ciudad... La proscripción de los conductores, la solución final a la cuestión de los gases de escape, la liquidación de millones y millones de automóviles, haré e impulsaré enérgicamente todo eso..."
El chiste como arma homicida tiene, según el comandante, una larga tradición en el territorio; la población informada todavía recuerda el incidente ocurrido años atrás a dos filólogos. Ha alcanzado el estatuto de mito el chiste del pastor en la roca, una historia que siempre que se ha contado ha provocado la muerte de los presentes y que, como consecuencia, nadie conoce en su totalidad.
"Sabe, ese chiste del pastor en la roca tiene una circunstancia terrible: nadie que lo haya oído ha sobrevivido a él, todo el mundo ha muerto de risa, nadie ha podido contarlo a su vez —ni siquiera nosotros, los comandantes de puesto, sabemos cómo es ese chiste—, y todo el que ha intentado contarlo, el que lo ha contado con éxito, antes o después se ha vuelto loco. Cuando le preguntamos a un delincuente, de pasada, si no habrá intentado contar el chiste del pastor en la roca, ¿qué ocurre? ¡Que de pronto, de pronto se vuelve loco! ¡El uno muerto, el otro loco, qué chiste!".
Un nuevo accidente, también entre académicos, resuelto con la caída al precipicio de una mujer que escalaba con su esposo, desplaza el foco de atención al interrogatorio del testigo del luctuoso hecho. El monólogo de este, que compite en incongruencia con el anterior, desvaría en torno de la muerte, de las formas de afrontarla, de la situación en que quedan los deudos y de la implantación de "talleres funerarios" donde se forme a los plañideros contratados como deudos en el caso de que no los hubiera o no quisieran estar presentes en el duelo —y que incluye ocurrentes tergiversaciones de los trabajos de Erwin Ringel y Victor Frankl—. La muerte, para ser definitiva, auténtica y heroica, debería ocurrir según los ritos legendarios de los celtas y los ilirios, incluyendo toda la parafernalia de ejecutantes y asistentes, de los cuales las clínicas de la muerte y la ayuda psicológica para superar el duelo son absurdos remedos mediante los que la ciencia intenta, en vano, superar al mito.
"Ves esa figura en la cruz en la pared, dice, es Pepi, el Pepi de todos nosotros, y en sus manos encomiendo tu espíritu; y cuando el paciente responde: usted no tiene nada que encomendar aquí, el que manda aquí soy yo, y mando ¡Fuego, Fuego!, y añade: agua, el vaso de agua, enfermera Irene... Después de ese último enjuage bucal, el paciente abandona este mundo, las enfermeras han desaparecido, y de la penumbra emerge, visiblemente satisfecho con la estudiada escena y atraído por el olor que tanto ama, el señor Hasenörl, pseudónimo Jeanescu, para asegurarse el cadáver y empezar a preparar la representación; pero llegará la noche en la que también a él se le enjuagará la boca... Con esto me despido del museo criminal de Viena-Lains y... no, de distinta manera, las clínicas Tánatos agradecen su confianza a los deudos y esperan que el que nos ha dejado —inolvidable, insustituible— haya tenido una muerte hermosa o emocionante."
Pero lo que levanta las sospechas del comandante, inicialmente, es la cualificación académica del superviviente, tanatólogo, y de la despeñada, arqueóloga, además de la desaparición de esta después de la caída y una inscripció en la nieve, COÑO, según el tanatólogo, SOCORRO, según un pastor que se hallaba, en el momento del accidente, en una roca, testigo, y que rebate la declaración de caída accidental.

La multitud de versiones del incidente, una para cada testigo, no expresa solo puntos de vista diversos sino también la dificultad que sufre el lenguaje para enunciar un mismo hecho por parte de personas distintas; al fin y al cabo, las palabras, el principal medio de comunicación para los humanos, implican demasiadas posibilidades de error y de interpretación; Kofler dedica un capítulo a un imaginario diálogo entre Ingeborg (Bachmann) y Christine (Lavant) en el que ejemplifica esa imposibilidad.

Llegados a este punto muerto, pues ninguna prueba es verificable, la localización se traslada al manicomio de Samonis, donde está encerrado el lingüista, la única persona viva que se supone que conoce el chiste del pastor en la roca —y que su mente no pudo soportar—. En ese escenario, desequilibrado por definición, tienen lugar los hechos más insólitos; por ejemplo, la asimilación de Austria al III Reich —la Anschluss— y el reclutamiento de oficiales austríacos por parte del ejército alemán; además, algunos episodios de la IIGM se muestran como un delirante partido de hockey sobre hielo, retransmitido por una inexistente televisión que solo ve el enfermo, entre locales y visitantes, que se extiende a una Liga Europea en la que el Athletic de Klagenfurt vence arrasando a los campeones de todas las ligas domésticas, y al que asiste una notable representación de escritores e intelectuales alemanes.

Pero también conoceremos la versión, de su propia boca, del primer accidente por parte del lingüista,  cuando su compañero, en el completo silencio de las cumbres, le hace notar ese terrible ruido que solo él percibe, indescriptible —con un guiño a la última proposición del Tractatus Logico-Philosophicus—; un sonido informe que va convirtiéndose en música, y después en un exaltado discurso por voz de un político demagogo. Pero, a pesar de la insistencia de su compañero, el lingüista no oye nada y opta por contarle un chiste, el chiste.
"No, de hecho no, no solo no puedo, sino que no quiero, me oigo gritar de pronto, ¡ahora usted me va a escuchar y yo voy a hablar, ahora yo! Solo voy a contarle una cosa, es corta, no tema, y yo... me veo contar un chiste, no me oigo, tan solo me veo, tampoco sé ya qué chiste... Me oía contar el chiste, volvía a saber cuál, y si se trataba de un chiste... Me dijeron que había contado un chiste, intencionadamente, me dijeron que no habría, me dijeron que no habría tenido que matar a mi compañero con ese chiste; pero solo me veo mover los labios, en una cruz, de pie en una plancha de piedra inclinada, al pie de una cresta, me veo bajar de jirones de niebla, no lejos de una cruz demasiado grande, que parece más bien la cruz de una ventana de la que se ha colgado alguien, tan excesivamente clara se ve cuando aparece detrás de la niebla. Tomo al fin la palabra, cuento algo, y el recuerdo me abandona..."
El lingüista achaca su locura —"no solo sufre de una sólida manía persecutoria, sino también de otra manía, flujo de pensamiento"— no al chiste sino al fracaso de la que debía ser la obra de su vida: el catálogo de todos los picos, con un minucioso y completo detalle, de más de tres mil metros del Alto Tauern, Solo después de explicar, lamentándose, su incapacidad para llevar a cabo esa tarea, accede a contar el proceso de su alteración mental.
"Esa figura, allí, enfrente, al otro lado, ¿la ve?, dice su mujer a la otra, parece tratarse de un pastor... Eso no significa nada bueno, extrañas frases salen ahora de la boca de su mujer... El viento sur se agita en el bosque y las codornices en el trigo, una cifra desconocida priva de sus latidos a mi corazón... Pronuncia las frases como una amenaza, su esposa... Lanza las líneas, una detrás de otra, y la otra: como si retrocediera, con un inaudible ¡no! en los labios... Oigo venir la pesada Luna, la oigo contra el ligero sueño, cómo juega, su mujer, con los versos y el horror de su falsa amiga, es arrebatador, oigo venir la pesada luna, la oigo contra el ligero sueño, mi memoria afila todos los cuchillos en la piedra del recuerdo..."
El pastor en la roca (Der Hirt uf dem Felsen, 1991), la tercera y última entrega de la estimulante y maravillosa Trilogía Alpina, confirma lo ya apuntado en sus dos primeros volúmenes, Al escritorio. Trilogía Alpina I Hotel Luz de Crimen. Trilogía Alpina II: inspiración jovial, trama desconcertante y lectura provocadora: monólogos que se suceden, de forma aleatoria; delirantes discursos desorientados que oscilan entre la hipérbole y el minimalismo significativo, que se suceden sin concatenación causal ni estructura narrativa convencional, con episodios inconexos y extraños énfasis, disociaciones irrastreables y cambios caóticos de tema y de foco; la presencia de personajes reales, particularmente de la Austria nazi, con otros imaginarios, pero ambos tratados como caracteres ficticios, y constantes guiños a la actualidad del país y a la literatura patria; y descripciones detalladas hasta el exceso que configuran imágenes de gran fuerza icónica; y todas estas circunstancias asimiladas a la perfección al hecho de la turbación mental de los narradores.
"Cuando hubimos atravesado, en buen estado, el inframundo, y regresamos a la salida, a la entrada en realidad, pero también a la subida, al punto de salida, Kustos dijo: ahora tienen que disculparme, tengo que volver a mi pueblo, a la sacristía, al cuarto de recursos didácticos, ya saben. Tengo que prepararme, prepararme para una larga marcha hacia el valle, esta vez lo conseguiré... ¡Qué hacen aún por aquí, pegando la oreja, esto no les concierne, márchense! ¡Ya saben lo que no tienen que hacer, la mera intención acarrearía el castigo! Con estas palabras el extraño experto, el supuesto secreto comandante de puesto, desapareció, y mi compañero y yo nos dispusimos a emprender un difícil y peligroso camino de vuelta"
Calificación: *****/***** 

Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de Al escritorio. Trilogía Alpina I
Notas de Lectura de Hotel Luz de Crimen. Trilogía Alpina II

No hay comentarios: