22 de julio de 2016

Tres desconocidas

Tres desconocidas. Patrick Modiano. Anagrama, 2016
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia
Las alteraciones de algunas circunstancias de nuestra vida -cambio de ciudad o de contingencias particulares, incluso los menos importantes, como de domicilio o de trabajo- pueden trocar de tal modo las condiciones personales que pueden convertirnos en unos desconocidos para nosotros mismos, sumirnos en un cambio de coordenadas debido al cual resultamos deslocalizados. Este tipo de auto-desconocimiento es el trazo común de las tres historias que componen Tres desconocidas (Des inconnues, 1999), tres relatos en los que las tres protagonistas, en primera persona,  explican las circunstancias a través de las cuales han llegado a esa situación.

I. Un otoño en París

El tiempo no es lineal: a menudo, los protagonistas nos hablan de sus experiencias desde un futuro impreciso -¿cuántos años han pasado desde que ocurrieron los hechos?- que, además, tiene puntos de contacto únicamente de forma tangencial con lo que está sucediendo en la actualidad. El uso  frecuente de prolepsis, una constante en la obra del francés, confunde aún más, como si a Modiano no le importara demasiado la existencia de una relación causal entre el presente desde el que la narradora genera su discurso y el "presente" en el que tiene lugar la acción. La que sí parece clara, en cambio, es la relación entre los hechos y los sueños de la protagonista, una influencia de cuya importancia se nos informa sólo de manera vaga y que parece limitarse a la huella que le han dejado algunas experiencias traumáticas.
"Las pocas veces que regresé a París en los años siguientes, me costaba creer que era la ciudad donde había pasado aquel otoño. Todo era entonces más violento, más misterioso, las calles, los rostros, las luces, como si estuviera soñando, o hubiera tomado una droga. O, sencillamente, era demasiado joven y el voltaje me resultaba demasiado fuerte."
La protagonista, recién llegada a París sola y sin apenas contactos, es apadrinada por una mujer que esconde un secreto: el lector se mueve en terreno conocido, la inocencia de la juventud y esos personajes oscuros que no son lo que parecen y que acaban teniendo una importancia primordial son dos caracteres comunes en las novelas del francés.
"Sus mentiras formaban parte de sí mismo."
La trama, que como las corrientes subterráneas, no se ve pero pueden sentirse sus efectos, siempre incógnita, atrapa en sus redes a los protagonistas, que no tienen otra opción que dejarse llevar, sin pedir explicaciones y con silencios acordados, como envueltos en un conjuro que se rompería si se pronunciaran las palabras prohibidas, y poniendo especial cuidado en omitir las más peligrosas: los nombres, es decir, la posibilidad de dejar de ser desconocidos.
"Yo tenía arcadas. Me puse de pie con el temor de caerme redonda. Bajé las escaleras de los servicios. Vomité. No quería volver a subir. Quería irme del restaurante a escondidas y andar sola por la calle. Buscaba una salida de emergencia. Como decía el argelino, todavía era una rubia sin identificar. De las chicas a las que sacaban de las aguas del Saona o del Sena, se dice con frecuencia que eran desconocidas o sin identificar. Yo tengo la esperanza de seguir siéndolo siempre."
II. Buscando El Gran Amor

Una chica huérfana de padre y rechazada por su madre pasa su infancia entre el internado y la casa de su tía.

Los sueños, mejor dicho, las pesadillas, pueden ser la forma que toma el miedo para mantenernos bajo su poder: a veces, mostrando un futuro lleno de amenazas, pero también reviviendo hechos del pasado que significaron un peligro o, simplemente, una situación de la que intentamos huir sin conseguirlo y que nos persigue de esa forma oculta cada vez que nos enfrentamos a una experiencia que entraña una amenaza semejante a la evocada.

Algún ansia de autodestrucción debe atesorar en sus intenciones quien, sin razón alguna -y no con una razón equivocada, que sería un caso distinto- se presta a juegos peligrosos en los que puede resultar gravemente afectada. No parece que el desarraigo ni el exilio puedan llegar a ser razón suficiente. En todo caso, el anonimato puede actuar como catalizador de los efectos y las consecuencias de la reacción al despecho: si nadie puede atribuir a nadie la conducta llevada a cabo bajo el anonimato, es como si no hubiera ocurrido.

Viajar sin rumbo fijo añade incertidumbre, que refuerza el efecto del anonimato: ser un desconocido en un lugar desconocido, el desarraigo absoluto:
"No había que pensar en ello, sino dejarse llevar";
o llegar, en el paroxismo del exilio, a sentirse tan extraño que la realidad parezca mostrarse tras un velo y las experiencias sufridas como experimentadas por otra persona con la que sólo nos une una leve e intermitente relación. 
"Tenía que presentarme en casa de los señores Aspen antes de cenar. En la estación de autobuses, estaba esperando el autobús para Ginebra y era domingo a última hora de la tarde. Algo más allá, en la plaza de la Estación, estaba parado otro autobús con el motor ya en marcha: ese en el que volvía todos los domingos al internado."
III. Buscando la luz

Algunas veces, basta que un individuo en fase ávida de relaciones no pueda acarrear con la soledad indeseada para que las personas que conoce le rehuyan como si fuera un apestado; parece que cuando más ahínco se pone en conseguir compañía más posibilidades se ganan de permanecer solo, como si fuera el resultado de una reacción química cuyo desenlace es siempre la repulsión.
"Para dejar de estar sola una está dispuesta a lo que sea."
El regreso, después de largo tiempo de ausencia, a un lugar conocido tiene un efecto extraño para el repatriado. Se reconocen los lugares, los que no han sufrido ningún cambio, pero la inevitable comparación con el lugar que permanece en nuestro recuerdo hace que aquél se vea como en un sueño, con una aceptable visión de conjunto pero con una onírica carencia de detalles. Es esa visión de conjunto, naturalmente, lo que lo hace reconocible y reconocido. Asimismo, el individuo sufre también ese efecto de espejismo con respecto a sí mismo: es inevitable que su yo presente, encarado a su yo pasado o, mejor dicho, al recuerdo que tiene de él, caiga en la paradoja de la dificultad de auto-reconocimiento debido a que las sensaciones que provocó el lugar en el pasado no sean las mismas, o los mismos lugares, que las provoquen en el presente; en este sentido, los cambios acaecidos debilitan el auto-reconocimiento, mientras que los elementos que han perdurado apoyan la conciencia de que aquel yo y este yo corresponden a la misma persona.
"Cada vez pasaba más tiempo en el estudio leyendo y oyendo discos. Y me decía que no era por casualidad por lo que había acabado, sola, a las puertas de París. Había llegado cerca de una frontera, estaba en tránsito aún por una temporada, pero pronto iba a cruzar la frontera y a saber de una nueva vida."
Este efecto puede funcionar también hacia el pasado, cuando un incidente inesperado sustrae de un episodio de nuestra vida el carácter favorable, aquél por el cual merecía la pena ser recordado, debido a algo conocido pero de signo contrario, y haciendo que el recuerdo, en lugar de una recompensa, de transforme en una penitencia, un castigo que nos apetecería olvidar.
"Por mucho que regresara a todas esas avenidas y esas glorietas y me hallase los sábados entre el gentío de Portobello, allí ya no podría volver a vivir nada en presente."
Un Modiano reconocible pero distinto; tal vez el aliento corto, tan corto, no sea el lugar donde brilla especialmente.

Calificación: ***/*****

Otros recursos relativos al autor en este blog:

Actualización ocasional: Patrick Modiano, con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura 2014


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